Una carta con letras de sangre que viajó desde la trinchera hacia Mar del Plata
Testimonio de Gastón Izoard sobre la vida durante el conflicto bélico y la continua disputa entre la vida y la muerte. La historia del soldado que residió en esta ciudad, cómo fue inducido hacia el campo de batalla y la victoria que marcó su final.
Foto ilustrativa del frente de Somme, tomada el 7 de julio de 1916 en la aldea de Biaches. Fueron días cruciales en la vida de Gastón Izoard. Foto: Alamy.
“¡Maldita sea la guerra! ¡Ya he peleado! Sobre el frente, ocho días, y en primera línea, cinco, me creía protegido por no sé qué santo viendo mis compañeros caer a mi lado”.
A Gastón Izoard le bastaron pocos días en suelo francés para experimentar el terrible miedo de matar o morir. Su carta, fechada el 13 de octubre de 1914 durante la Primera Guerra Mundial, llegó a Mar del Plata un mes después y fue publicada entonces por el diario LA CAPITAL.
El inmigrante que residió en esta ciudad relató su primer encuentro con el horror, describió la vida diaria en la trinchera y manifestó sus sentimientos más profundos. La narración -cuyo contenido se completará en esta nota- tiene un sorprendente nivel de detalle, algo posible sólo en esos días iniciales del conflicto bélico.
“Antes de ayer, después de haber pasado tres días en las trincheras, a 600 metros de los alemanes, y en el momento de ser reemplazado mi regimiento por otro, llegó un obús que, al estallar, me cubrió de tierra y me dejó casi ciego. He quedado con un ojo herido, y me han mandado más atrás”.
Todavía aturdido, Gastón decidió redactar sus primeras líneas en un papel manchado de sangre. Escribir era una forma de abstraerse al contexto de guerra y de tender un puente con el mundo que había dejado atrás, al que pretendía regresar. Además, era algo que le salía con naturalidad (había sido empleado del diario LA CAPITAL). Ya tenía historias tan cautivadoras como perturbadoras para contar.
“Salimos de Burdeos en medio de las delirantes ovaciones del público, que nos cubría de flores. Nos instalamos en un pueblito para dormir hasta las dos, hora en que de repente y señalada seguramente nuestra presencia por algún espía, recibimos una lluvia de 125, que aquí llamamos ‘marmitas’, los cuales nos pusieron en fuga en menos de dos minutos, dejando quince de los nuestros muertos. Ocupamos las trincheras, teniendo a espaldas una quinta, cuyos árboles estaban cargados de manzanas. Una hora después, como la noche era muy obscura, salimos unos cuarenta hombres para recoger esa fruta, y no había transcurrido un minuto cuando nos llegan tres nuevas ‘marmitas’ que al reventar nos arrojan al suelo como a un solo hombre, dándonos a la fuga. Pasado el susto, nos reíamos todos a más no poder”.
La risa, en situaciones trágicas, puede resultar revitalizante. Durante la guerra, era un método de desahogo, una forma de exclamar “¡estoy vivo!”. Y la manzana simboliza en cierta forma el fruto prohibido que siempre persiguió Gastón.
Ficha militar de Gastón Izoard.
Nacido en 1888 en Argelia, por entonces colonia francesa, fue el hijo varón mayor de una familia numerosa (tenía once hermanos, entre ellos Agustín, el soldado que volvió de la muerte). Debió trabajar sin cesar durante su niñez y adolescencia: cultivaba olivos, nueces y variedades frutales en las tierras de sus padres. Con 19 años, sin un horizonte prometedor, promovió el viaje de toda la familia Izoard a Argentina, que se concretó en febrero de 1908. Pero al poco tiempo de instalarse en Mar del Plata, debió irse a Francia para hacer durante diez meses el servicio militar.
Culminado el periodo, cruzó nuevamente el Atlántico y trabajó en la empresa “Allard, Dollfus, Sillard & Wiriot” que había ganado la licitación para construir el puerto de esta ciudad. Hasta que la guerra interrumpió nuevamente sus proyectos, que se redujeron a la mera supervivencia.
“Las trincheras son fosos de 1.60, arreglados de modo que en el fondo podemos estar sentados y tapados en algunas partes por tablas, recubiertos de tierra. En ellas pasamos tres días acechando al enemigo, y luego somos reemplazados. Pasamos el tiempo haciendo fuego, comiendo, fumando, escribiendo y jugando. De noche, la mitad duerme y la otra mitad vela. Delante, los centinelas vigilan. Además, tenemos los aeroplanos, que de cuando en cuando nos envían tarjetas de visita en forma de bombas. De noche, cada partido enemigo trata de acercarse al otro para matarle los centinelas o patrullas”.
El fervor patriótico de Izoard era indudable. Aunque seguramente hubo otras razones en la decisión de ir a un combate tan lejano: la “obligación moral” impuesta desde el “establishment” y quizá cierta presión de la empresa empleadora (no está comprobado en este caso, pero era normal que sucediera en las compañías francesas, inglesas e italianas de la época). Además, le dijeron que la guerra duraría “sólo tres meses”.
Gastón recibió dinero y regalos de la empresa del puerto y el consulado de Francia en Buenos Aires. Y el 14 de agosto se embarcó junto a cuatro hermanos -Alberto, Agustín, Eduardo y María, quien ofició de enfermera- en un clima de fiesta: una banda de música acompañó a los valientes. Hasta entonces todo era bombos y platillos. Pero al llegar a Europa, se topó con la cruel realidad.
“Aquí hay hombres que pelean desde hace setenta días sin haberse desnudado una sola vez. Todos andamos con toda la barba, sucios y delgados; más bien parecemos bandidos que soldados. La mayoría son padres de familia, y cada vez que se piden voluntarios se presentan a centenares. En nuestro ejército, al contrario del alemán, nunca faltó la comida, pero casi siempre carne en conserva, y en vez de pan, bizcochos; vino, nunca; café y leche. Si hay combate, se come todo crudo. Hay pocos soldados que no hayan tenido la disentería. Estas escuadras son como una familia. En ellas se olvida toda la diferencia social. Yo estoy en una de las mejores y de las más pícaras; con nosotros nadie pasa hambre”.
Los hermanos Alberto, Gastón (sentado), Eduardo y Agustín Izoard.
Los franco-argentinos fueron destinados principalmente a la infantería, arma que tuvo el 86 por ciento de los muertos. En 1914, Gastón Izoard fue asignado a la unidad número 7 del Regimiento de Infantería Colonial. Luego, pasó a la unidad 37ª, que combatió en la emblemática batalla de Somme. Allí estuvo permanentemente expuesto a la pólvora y las bombas.
“Aquí en el ejército del centro tenemos orden de mantenernos en nuestras posiciones, cueste lo que cueste (…) Pronto ya no habrá más combate de vizcacha, sino cargas a la bayoneta, luchas cuerpo a cuerpo. Así, pecho contra pecho, veremos quién puede más, si la sabia táctica alemana o el furor francés. ¡Pero también cuántas víctimas de cada parte!”
La carta, de elegante prosa, muestra la desazón de un soldado que fue “empujado” al campo de batalla por el contexto de la época. Pero Gastón no tuvo otra opción que adaptarse física y mentalmente a la vida en la guerra. Que no fue de corta duración como se esperaba, porque enseguida se estancó en varios frentes. Su accionar fue destacado y en 1916 lo ascendieron al grado de ayudante.
“¡Si vieras cuánta tristeza hay en esta parte de Francia! Esta región sirvió de teatro para la lucha cuando rechazamos a los alemanes, y ellos, al retirarse, han destruido todo. Todos los pueblos que atravesamos están quemados y nada ha quedado en pie; de cada veinte casas no queda una. Para acampar nos arreglamos como podemos, ya en una granja, ya en una caballeriza, y en sitios donde en tiempo ordinario, no cabrían cien carneros, nos alejamos 250 hombres, y los oficiales se encuentran como en un palacio. El cuerpo colonial, del cual formo parte, ha sido aniquilado; compañías de 250 hombres tienen ahora apenas 70. Los demás son hombres de refuerzo. En fin, venceremos y llegará la paz”.
Los Aliados vencieron. Pero la Gran Guerra se extendió por más de cuatro años y provocó, al menos, diez millones de muertos (no hay datos precisos y se estima que la cifra es superior).
Gastón Izoard lideró el 9 de julio de 1916 a un grupo de soldados en la exitosa toma de Biaches y la Maisonnette. Pero un día después falleció en la defensa del mismo sitio, en el marco de la sangrienta batalla de Somme.
Gastón Izoard dio la vida por Francia.
De acuerdo al “diario de marcha del regimiento”, esa tarde del 10 de julio, 50 soldados fueron engañados por alemanes que simularon rendición y los asesinaron “a traición” cuando se acercaron. Quizá murió allí, o tal vez minutos antes en la trinchera.
Gastón lo dejó claro desde el principio: ¡maldita sea la guerra!
Fuentes de consulta: “La guerra en la sangre”, de Hernán Otero; Museo del Hombre del Puerto Cleto Ciocchini, Centro Genealógico de Pyrénées Atlantiques, biblioteca virtual de la Biblioteca Nacional de Francia, Ministerio de Armas de Francia, Archivo LA CAPITAL, es.geneanet.org (Michel Amar).
Marplatenses en la guerra / Entrega I:
La vida de película del soldado marplatense que volvió de la muerte en la Primera Guerra Mundial
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