Opinión

Una Cristina eterna (el reestreno)

*Por Emiliano Rodríguez

Aún faltaban meses para que la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner obtuviera su reelección en primera vuelta con un histórico 54,11 por ciento de los votos hacia fines de 2011.

La actual senadora nacional estaba de duelo todavía después de la muerte de su esposo Néstor Kirchner, en octubre de 2010, y la militancia kirchnerista procuraba apuntalarla emocionalmente en cada una de sus apariciones en público.

Más de siete años y medio transcurrieron desde entonces, cuando referentes de sectores “ultra-K” comenzaron a arrullar el sueño de una “Cristina eterna” en la Argentina (en el Poder).

La en ese momento diputada nacional Diana Conti había blanqueado incluso allá por febrero de 2011 la fantasía de quienes adoraban a la ex mandataria de impulsar una reforma constitucional para permitir que aquel deseo pudiera convertirse en realidad.

Finalmente, la derrota del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires en las elecciones legislativas de 2013 terminaría por desbaratar ese canto de sirenas. Aquel traspié en las urnas significaría también, en definitiva, el comienzo del final de una era.

La llave del triunfo.

El macrismo demostró que sabe cómo ganarle a Cristina, a quien venció tanto en los comicios presidenciales de 2015 -cuando el candidato del kirchnerismo supuestamente era “el proyecto”- como en la votación de medio término del año pasado.

Es cierto, el contexto nacional cambió radicalmente desde esa última convocatoria popular, ya que el país transita por una crisis económica que pone en jaque las expectativas del Gobierno de renovar su mandato en 2019.

Sin embargo, los estrategas políticos del oficialismo parecen decididos a darle un nuevo impulso a aquel trasnochado anhelo de una “Cristina eterna” o, por lo menos, a mantener su figura en el centro de la escena política.

Claramente, al Gobierno le conviene que la ex mandataria insista con sus pretensiones de competir nuevamente por la Presidencia de la Nación el año que viene, ya que, por un lado, eso genera que la oposición continúe dividida y, por el otro, agudiza la polarización con respecto al macrismo en el ámbito nacional.

El juego de la “grieta” solo le resultaría funcional a Cambiemos con Cristina participando de los próximos comicios e incluso llegando a una eventual segunda vuelta.

“El escenario de balotaje más probable que vemos hoy es el del oficialismo con el kirchnerismo y Macri tiene una ventaja de dos puntos y medio frente a Cristina en ese posible balotaje”, aseguró días atrás Lucas Romero, responsable del área de análisis de escenarios políticos de la consultora Synopsis.

Pese a todas las dificultades por las que transita el Gobierno y a la marcada caída de la figura de Macri en mediciones de imagen y de ponderación de su gestión, los arquitectos electorales de Cambiemos, liderados por el “gurú” ecuatoriano Jaime Durán Barba, están convencidos de que una Cristina activa, y en libertad (sobre todo), podría constituirse en la llave del triunfo para el oficialismo en los próximos comicios.

Su “orgullo infinito”.

En 2017, el kirchnerismo dividió al peronismo con el lanzamiento de Unidad Ciudadana, pero no logró evitar su tercera derrota consecutiva en territorio bonaerense.

Quizá por ese motivo es que el macrismo se frota las manos al suponer que Cristina, motorizada por ese “orgullo infinito” que le echó en cara el senador Miguel Pichetto en un áspero cruce que mantuvieron el miércoles pasado en la Cámara alta, podría inscribirse nuevamente para participar en el juego de la “grieta” el año que viene, buscando quizás una revancha.

En efecto, el peronismo se mantiene dividido justamente entre quienes orbitan en torno de la figura de la ex mandataria y aquellos que abogan por una renovación partidaria dentro del Justicialismo, al considerar que el kirchnerismo es una etapa que ha quedado sepultada en el pasado.

En este último grupo se destaca Pichetto como uno de sus referentes, de igual modo que el gobernador cordobés, Juan Schiaretti, que si bien tiene decidido ir en busca de una renovación de mandato en la provincia mediterránea, adelantando probablemente los comicios para abril de 2019, una eventual victoria en las urnas quizá termine animándolo a zambullirse en la contienda nacional. Por ahora no está en sus planes.

San Juan es el terruño de otro exponente del peronismo no kirchnerista como Sergio Uñac, que también por estas horas, según pudo averiguar NA, estaría evaluando la posibilidad de desdoblar las elecciones provinciales de la votación general para Presidente el año que viene.

Uñac aspira a revalidar su gestión en las urnas en territorio sanjuanino, aunque se espera que afronte un exigente desafío electoral, ya que el ex gobernador y actual titular del Partido Justicialista (PJ) nacional, José Luis Gioja, se muestra dispuesto a desbancarlo con respaldo del kirchnerismo.

Para todos ellos, devotos de las doctrinas que pregonaba -o no- Juan Domingo Perón, se viene una fecha cardinal como lo es el Día de la Lealtad, el 17 de octubre.

En principio, está previsto que se lleven adelante tres actos: uno en Tucumán, encabezado por el gobernador Juan Manzur, junto a otros mandatarios provinciales, dirigentes gremiales e incluso Pichetto y Sergio Massa; otro en Corrientes, liderado por Gioja y un puñado de referentes kirchneristas; y un tercer encuentro en la provincia de Buenos Aires.

Allí, más precisamente en el distrito de Merlo, un grupo de intendentes del PJ con Gustavo Menéndez como abanderado intentará sacar a relucir su poder territorial.

Schiaretti muy probablemente permanezca en Córdoba y su colega del peronismo dialoguista Juan Manuel Urtubey, en Salta.

Carrió bajó un cambio.

Tras el revuelo generado por la embestida de Elisa Carrió sobre el ministro de Justicia, Germán Garavano, la diputada nacional y cofundadora del frente Cambiemos dispuso bajar un cambio y anunció que postergará por unos días su presentación de pedido de juicio político contra el funcionario nacional.

Carrió, una fundamentalista de sus convicciones, lanzó duras y hasta temerarias advertencias contra Macri en público, montada en su ambición de avanzar hasta las últimas consecuencias con la lucha contra la corrupción y la impunidad en la Argentina, caiga quien caiga en el camino.

En medio del alboroto, y de la polémica por el frustrado intento del Gobierno de que sean los usuarios los que paguen un costo adicional en sus facturas de gas porque la devaluación afectó los intereses de las empresas distribuidoras, la líder de la Coalición Cívica aplicó prudencialmente un freno de mano y redujo en parte las tensiones internas.

“Lilita”, de todos modos, advirtió que seguirá adelante con su cruzada en contra de Garavano, por lo que continuará en el centro de las miradas probablemente en los próximos días.

En cambio, quien se mantuvo “guardado” últimamente es el jefe de Gabinete, Marcos Peña.

Tal vez su postura obedezca a una estrategia comunicacional específica de parte del Gobierno, que optó por enviar a la hoguera mediática el secretario de Energía, Javier Iguacel -con su mejor cara de póquer-, en medio de la controversia por la tarifa del gas.

En tiempos adversos, Peña debería ser el funcionario que salga a enfrentar los golpes (virtualmente), tratando así de evitar que la figura de Macri se desgaste aún más.

Si no fuera por esas aspiraciones de mayor protagonismo político propio -¿presidenciales quizá?- que abriga en su fuero íntimo, se podría asegurar que su perfil bajo se trata de una cuestión meramente coyuntural.

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