Una fábula literaria sobre las diferencias entre un hombre que tiene trabajo y un desocupado
Por Leonardo Z. L. Tasca
Un estudio universitario indicó que el cerebro de una persona que tiene trabajo estable y bien remunerado, percibe sensaciones similares de bienestar y seguridad que se pueden sentir igualmente bajo los efectos de poderosos estimulantes o narcóticos. Las conclusiones fueron elaboradas por un grupo de académicos y científicos norteamericanos y acaban de ser divulgadas en una publicación especializada de distribución masiva, lo cual echaría por tierra muchas concepciones económicas y políticas de raigambre liberal que sostienen que el hombre para conseguir ocupación laboral debe regirse por las leyes del mercado y si no tiene trabajo es un problema de él por falta de competentes esfuerzos o capacitaciones suficientes para lograrlo.
El estudio corresponde a la State University de Cincinnati y se realizó a través de una poderosa resonancia magnética, con la cual se tomaron fotos “profundas y extendidas” de la “materia gris” de hombres y mujeres que en los últimos meses habían admitidos estar bajo “los efectos nerviosos” de mantenerse desocupados, con una esposa que lo regaña por no tenerlo y sin perspectivas de conseguir empleo que sirva de manutención del hogar y todo lo que ello implica para una familia constituida.
La resonancia detectó varias similitudes biológicas entre las relaciones de las neuronas y entre el gran estado de depresión que provoca, por ejemplo, la cocaína y las que presentan las personas que cuyos síntomas derivan de la “fuerte sensación que da el vivir del trabajo bien pago, digno y seguro”.
El estudio, que apareció en el último número del “Neurophysiology Journal” y que fue reproducido por la agencia Ancor, reveló además que al hombre con trabajo le provoca reacciones neurológicas parecidas al individuo que quiere construir una casa, formar una familia, tener hijos y tener la posibilidad de que los mismos reciban una educación superior.
Según los científicos, tener “trabajo es una necesidad biológica diferente a la del desocupado. Su perfil mental, asegura el informe, se asemeja al del hambre, a la sed, o a la de la necesidad de estupefacientes cuando los drogadictos intentan desintoxicarse.
Los cerebros de un grupo importante de hombres y mujeres desocupadas fueron analizados y auscultados con resonancias magnéticas mientras les mostraban fotos y videos de hombres al frente de sus familias gozando del bienestar y las comodidades que dan las remuneraciones laborales y la seguridad de mantener en el tiempo el empleo. De esta manera los científicos observaron la activación de un área llamada “núcleus caudate industry” por la cual circula una amplia cantidad “dopamina nanufecture” cuando las personas padecen deseos incontenibles, pasiones fuertes o esperan el otorgamiento de un premio o el resultado de un examen, por ejemplo.
Por el contrario, el área gris activada por la atracción física y la inseguridad que padece en todo momento el hombre sin trabajo, se encuentra en la parte opuesta del cerebro. Las conclusiones confirmarían que estar ocupado con empleo provoca un estado que, vulgarmente, suele definirse como de “bienestar social, provisional”, “el de ver la familia constituida”, en cambio, el “atontamiento”, la “dispersión” o la “desconcentración”, “un hombre perdido” son síntomas dañinos propios del hombre sumido en la inseguridad e incertidumbre de no saber que hacer con su vida porque no tiene trabajo.
Juan Bautista Alberdi insistía que “gobernar es poblar”, porque nunca entendió nada de economía política, ni supo que mientras el Brasil hacia de la extensión territorial un factor económico de poder imperial, la contracara eran los políticos argentinos que se refugiaban mezquinamente en el puerto de Buenos Aires y sumían en el atraso a todo el interior del País. Todos ellos nunca supieron que es “el desarrollo de las fuerzas productivas y la industrialización de las materias primas”, único requisito indispensable para que haya trabajo para todos y eliminar el pernicioso estado psicológico entre un desocupado y uno que no tiene conchabo.
Juan Domingo Perón pregonó que “gobernar es darle trabajo a la gente”, como una forma de comprender que no hay nada superior en el arte de la política que el pueblo tenga trabajo estable y remuneraciones acorde a la subsistencia de este y su familia, único camino de la dignificación de la persona humana y la grandeza de la Nación. Sin embargo, el propio general también ha dicho “del trabajo a casa y de casa al trabajo”, hoy sería de “casa a casa”, por la legión numerosa de desocupados que no encuentran ocupación. Además, agrego que para esa divisa partidaria había una sola clase de hombres, “los que trabajan”.
No es una mala idea pensar que siempre de todas las experiencias, aunque sean frustrantes, es posible rescatar hechos que sirvan para sumar más experiencias al cúmulo de acciones fervientes en pro de conseguir trabajo para todos, que debe obligar a no escatimar esfuerzos en un País donde está todo por hacerse. Sin embargo, para encarar planes y acciones que permitan el despegue económico y productivo para asegurar la justicia social, que no vendrá sino a través de un acelerado plan de inversiones en sectores prioritarios, hoy por hoy vemos que falta la decisión política necesaria.
En tal sentido afirmamos sin vueltas que la deuda social que mantiene el conjunto de la clase política argentina por la falta de trabajo de un número importante de compatriotas; es la peor de las torpezas a la cual ha llevado la inepcia dirigencial. Esta situación convierte a los dirigentes partidarios en indignos de toda consideración, en la necesidad inequívoca de execrarlos todos los días y en cada oportunidad.
Sin trabajo el hombre es un paria en su propia Patria, sin trabajo un hombre es un número que a nadie le importa, no es lo que San Pablo decía, “el que no trabaje que no coma”, seguramente el santo filósofo se refería a los vagos consuetudinarios; hoy tampoco podría aplicar su axioma porque trabajar no es sinónimo de comer, sino véase la cantidad de compatriotas que, aunque trabajen, no les alcanza para la alimentación básica.
El trovador Atahualpa Yupanqui también se ocupó de los que trabajan, así expresó: “El trabajo es cosa buena/, es lo mejor de la vida/, pero la vida es perdida trabajando en campo ajeno/, unos trabajan de trueno y es para otros la llovida”/, como una forma de graficar que quien trabaja de “trueno”, hace la labor más pesada y hay un sector que se queda con el fruto del trabajo de los otros.
Conmueve ver un hombre sin trabajo, ver el grado de indignidad humana a que es condenado y sometido por su condición de desocupado. Sin embargo, por el concepto anterior podríamos imaginarnos unas legiones de dirigentes compungidos tomándose el corazón, no es así. Esta idea es desechada cuando observamos la falta de interés político por terminar con la desocupación.
En la órbita liberal, sobre todos quienes magnifican “el mercado”, hay un “plan” que tiene por finalidad mantener una porción importante de gente sin trabajo o viviendo de los subsidios estatales, ello apunta al objetivo de generar condiciones de precariedad o sumisión dentro del sector laboral como una manera de regular el mercado de la oferta y mantener bajo o devaluado el precio final del salario. La experiencia ya demostró que el mercado nada regula, aunque si hay que aceptar que el mercado en su malsana regulación ubica siempre a los de menores aptitudes en lo más bajo de la escala, los hace más indignos.
El trabajo es una construcción ideal y salvífica porque reporta el bienestar anhelado, es ocasión de misterio revelado por la elevación no solo material, sino que el hombre que laborea recibe las bendiciones sustanciales de la complementariedad humana y armónica espiritual. El humanismo adquiere corporalidad por la tarea bien realizada, aunque la justa retribución necesariamente debe cerrar el círculo de todo ser humano que trabaja. El trabajo en el mundo cotidiano se convierte en dispensador de buenas nuevas para el trabajador cuando se consagra como dignificador social por medio del salario justo.
En orden a su perfeccionamiento la bitácora liberal deja el trabajo en las fauces del mercado, como un producto más, ni le adjudica el carácter de efector social; así falsifica con un mensaje mustio las lógicas expectativas de superación del hombre en su afán por conquistar más humanidad.
La creación de trabajo y ubicar al hombre como principal protagonista es una decisión de política de Estado. Sin embargo, la alquimia no resulta fácil, porque también debe existir el convencimiento que el trabajo es un ordenador social irreductible, y que la sociedad de pleno empleo tiende fácilmente a la resolución de la mayoría de sus propios problemas estructurales.
El trabajo es semilla de sociabilización, es la naturaleza de su existencia, aunque solo es revelada en plenitud su auténtica y genuina misión transformadora si es analizado desde un proceso nacional que decide fundar un país diferente, inclusivo, donde justamente, el pleno empleo y el salario acorde genera condiciones sociales de vida digna para todos. El trabajo, como instrumento dinamizador de gobierno para fomento social, debe ser protegido con políticas de Estado. La contracara es la precarización y el empobrecimiento sistemático que deterioran la calidad de vida, porque el trabajo es la victoria sobre la pobreza.
Como dato final, sin prejuicio, hay que aclarar que crear empleo digno y premiado justicieramente, es ideológico y es político. El mercado o libertad de las leyes económicas por si solas no crean empleo para todos, aunque atosiguen con elocuencias sobre los supuestos beneficios. Solo un Estado con espíritu nacional potente, imbuido del desarrollo de las fuerzas productivas básicas, agregar valor, como al petróleo, gas, minería, acero, soda solvay, infraestructura vial y marítima, y a todos los productos de origen agropecuario, etcétera. Claro, me regañaran diciendo eso, “es desarrollismo”, si lo es; es la implementación de políticas de gobierno cimentada en el desarrollo y la innovación desde un Estado Nación que quiere un país para todos.
(*): El autor es historiador y ensayista. Su libro “Orígenes de Mar del Plata”, la editorial Alfonsina lazo su segunda edición.
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