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La Ciudad 18 de junio de 2025

Una nueva propuesta para imaginar el futuro de Chapadmalal y pensado en empleos que todavía no existen

Todos los entretelones de lo que es noticia en Mar del Plata

 

En el sur del partido, donde la ruta 11 empieza a ondular entre lomadas verdes y postales del mar, hay un tesoro medio olvidado: los hoteles de Chapadmalal. Un gigante dormido de 75 hectáreas, construido para el turismo social y abandonado –con honrosas excepciones– por décadas de gobiernos que lo nombraban más por nostalgia que por política pública. Ahora, un ambicioso proyecto del PRO de Mar del Plata propone lo impensado: convertir ese complejo en un nuevo distrito urbano costero, con universidad, servicios, viviendas, espacios públicos y –cómo no– inversión privada. El plan se presenta con un lema sugerente: “Redescubrir el mar. Recuperar el patrimonio. Reactivar el futuro”. Y como toda consigna que suena bien, también esconde una batalla por el sentido.

 

El modelo de gestión elegido –una Sapem con participación estatal mayoritaria– replica el formato de la Corporación Puerto Madero. ¿Qué significa? Que se crea una sociedad con Nación, Municipio y privados sentados en la misma mesa. Que se pueden concesionar lotes, captar inversiones y ejecutar obras sin la maraña habitual de la burocracia pública. Que todo depende, en resumen, de quién maneje la lapicera. En definitiva, detrás del proyecto no solo hay urbanismo, hay política. El Estado nacional cede tierra valiosa a una estructura mixta. El municipio suma protagonismo en una zona históricamente rezagada. Y los privados, claro, ven la oportunidad de hacer pie frente al mar sin tener que lidiar con 20 años de trámites.

 

El plan incluye infraestructura estratégica: redes de agua y saneamiento para todo el sur del partido, un viejo reclamo de vecinos y ambientalistas. También se proyecta un campus universitario, espacios deportivos, centros de salud, zonas gastronómicas y hasta coworkings con mar de fondo. Todo esto articulado a través de un Concurso Internacional de Ideas, que definirá el diseño final del Masterplan. El financiamiento será mixto. La etapa inicial corre por cuenta del Estado. Luego, vendrán las licitaciones, concesiones y fideicomisos, con promesas de participación de organismos internacionales como la CAF, el BID o Fonplata. Un esquema moderno, sí. Pero también uno que –mal gestionado– puede convertirse en otro festival de excepciones, demoras y sobreprecios.

 

 

Chapadmalal no es Puerto Madero. Y eso es bueno. Tiene otra historia, otra escala, otro espíritu. Si el proyecto logra conservar ese carácter y al mismo tiempo llevarle servicios, empleo y oportunidades al sur del distrito, será una hazaña digna de aplauso. Si termina siendo otro negocio inmobiliario disfrazado de planificación, será un déjà vu con vista al mar. Por ahora, todo está por hacerse. Y como diría algún viejo funcionario: los planos aguantan todo. La historia, no tanto.

 

En un país con casi el 50 % de empleo informal, pensar en el futuro laboral puede parecer un lujo. Sin embargo, un informe reciente revela que el 62 % de los argentinos cree que las próximas generaciones trabajarán en empleos que todavía no existen. Y lo más llamativo: el 72 % sostiene que tendrán que desarrollar habilidades muy distintas a las que hoy se enseñan en las escuelas. El estudio, realizado por el Observatorio de Tendencias del Futuro del Trabajo y la consultora D’Alessio IROL, pone sobre la mesa una pregunta urgente: ¿está la Argentina formando a sus jóvenes para el mundo que viene? En un contexto de aceleración tecnológica, inteligencia artificial generativa, automatización y transformación de los modelos productivos, el 85 % de los encuestados considera que los jóvenes deberán capacitarse en habilidades distintas a las actuales. Solo el 11 % cree que bastará con adaptar lo aprendido hoy. Es una señal de alarma para los sistemas educativos, que siguen anclados en formatos del siglo XX.

 

Uno de los puntos destacados del relevamiento es que la percepción del cambio futuro es transversal: aparece tanto en los niveles altos como en los medios y bajos. Incluso entre los mayores de 60 años –segmento que suele mostrarse más conservador en temas de innovación–, la mayoría cree que el escenario laboral para sus nietos será radicalmente distinto. El informe revela también las capacidades más importantes para los empleos del futuro. La “capacidad de adaptación” lidera el ranking con el 85 % de las menciones, seguida por el pensamiento crítico (77 %), el manejo de herramientas tecnológicas (73 %), la resolución de problemas complejos (66 %) y la comunicación efectiva (64 %). En cambio, las competencias tradicionales como el conocimiento técnico específico o la memorización de contenidos bajan varios escalones. El mundo laboral exige otra cosa: flexibilidad, autonomía, creatividad y aprendizaje constante.

 

 

Si bien la mayoría ve el cambio como inevitable, hay sentimientos encontrados. El 48 % dice tener una percepción positiva respecto del futuro del trabajo, mientras que el 38 % lo ve con temor o incertidumbre. Un 14 % no sabe qué pensar. Este punto refleja algo más profundo: la falta de políticas públicas claras. En un país con brechas digitales, desigualdad educativa y problemas estructurales de empleo joven, el “futuro del trabajo” no es solo un tema académico. Es político, económico y social. La mayor crítica que emerge del informe es hacia el sistema educativo. Solo el 9 % cree que la escuela actual prepara adecuadamente a los chicos para los desafíos laborales que se vienen. El 65 % considera que la educación está desfasada respecto a las necesidades del siglo XXI, y el 26 % dice directamente que “forma para un mundo que ya no existe”. En este punto, el consenso es contundente: sin una reforma profunda en los contenidos, los métodos y los vínculos con el mundo del trabajo, la educación quedará fuera del juego.

 

 

La mayoría de los argentinos parece haber comprendido una verdad incómoda: el futuro laboral no es continuidad del presente, sino ruptura. Los empleos que ocuparán nuestros hijos –y quizás nosotros mismos, en menos de una década– aún no tienen nombre. Pero sí tienen condiciones: flexibilidad, capacidad de aprendizaje, inteligencia emocional y tecnológica. La pregunta es si el país estará a la altura de ese salto. Porque el futuro no avisa: llega. Y cuando lo hace, no espera.