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Opinión 5 de mayo de 2020

Virtualidad: ¿La Enseñanza en el Siglo XXI?

Por Candela Gómez
Secretaria de Género de la Federación Universitaria Marplatense

Hace más de un mes que comenzó la cuarentena y con ella el aislamiento obligatorio. En varias universidades nacionales, y en la de mar del plata particularmente, desde el rectorado se tomó la decisión de continuar las cursadas mediante la virtualidad. Esta decisión, necesaria, pero para la que nada estaba preparado el sistema educativo argentino sacó a la luz una serie de discusiones que venimos arrastrando hace tiempo, desde la desigualdad de oportunidades a la hora de acceder a la educación hasta sus características pedagógicas e ideológicas.

En primer lugar, junto con la resolución de continuar las cursadas de forma virtual, les estudiantes y sus organizaciones empezamos a poner sobre la mesa las problemáticas de accesibilidad. Las diferencias materiales de acceso, tanto de internet como de dispositivos adecuados para el manejo de plataformas virtuales, fueron los planteos centrales. Parece una obviedad, pero desde la Federación Universitaria Marplatense (FUM) y los diferentes Centros de estudiantes fue necesario repetir en varias oportunidades que “no todes tenemos acceso a internet o a una computadora”. Por ejemplo, muchas estudiantes son madres que no tienen internet y tienen que usar los datos móviles del celular para las tareas de sus hijes y no les alcanza para las cursadas virtuales. Lo cierto es que hay un sector que aún descree de esto último y se trata del mismo sector que en su momento postuló que “los pobres no llegaban a la universidad”.

Quienes nos oponemos a esta concepción elitista de la educación superior entonces, nos preguntamos qué mecanismos estamos implementando para no hacer cierta esa afirmación. Si en el siglo XXI, el internet es considerado una herramienta central para garantizar el acceso a la educación (en épocas de cuarentena y en tiempos de “normalidad”) es necesario jerarquizar políticas públicas en ese sentido. Luego de 4 años de neoliberalismo y vaciamiento de la educación pública nos vendría bien recuperar aquellas políticas que como el Conectar Igualdad (2010) o la construcción del Repositorio Nacional de Recursos Educativos Educ.ar (2015) aportaban a eliminar la brecha digital mediante la provisión de tecnología y acercaban contenido virtual multimedia a les educadores. Es en esa misma clave que debemos  leer la reciente victoria que conseguimos como movimiento estudiantil con respecto a la liberación de los datos móviles para portales educativos, luego de exigírsele a las empresas proveedoras de internet. Esta victoria debe generalizarse cuando se retomen las condiciones regulares de cursada, al finalizar la emergencia sanitaria, como política pública fundamental para garantizar la educación superior para todes.

En las Universidades, que siempre parecemos quedar al margen de las políticas educativas nacionales,  necesitamos  que se empiecen a implementar este tipo de medidas que ayuden a igualar el acceso. A su vez, también necesitamos comenzar a transitar un  debate profundo y serio sobre los trasfondos pedagógicos de la “educación virtual”. En estas semanas que transcurrieron les estudiantes vimos cómo este tipo de educación particular puso en evidencia la divergencia del concepto de “educar” para nuestres educadores. La estrategia predilecta en estas circunstancias significó, en muchos casos,  duplicar la cantidad de informes de lectura de textos académicos con fechas de entregas constantes. En otros casos habilitaron oportunamente foros de consulta para que estudiantes podamos realizar preguntas y/o realizaron “Clases virtuales”  en plataformas como zoom, con la dificultad que la sincronía genera para quienes no tenemos  acceso a internet.

En este marco, la virtualidad termina por profundizar una idea de educación instrumental y/o bancaria, donde les docentes se remiten simplemente a “transmitir” los contenidos. La educación no puede ser mera reproducción, tiene que estimular el pensamiento crítico y liberador. Les estudiantes no podemos ser agentes que repiten, tenemos que ser creatives, para así construir conocimientos que se vinculen con las problemáticas que afectan a nuestro pueblo.

El impacto de este tipo de educación, que muchas veces no es más que educación tradicional 2.0, relega el diálogo, el intercambio y la circunstancias nuestras como sujetes a un segundo plano de importancia. Nosotres, al igual que nuestres educadores, nos encontramos profundamente atravesados por el difícil contexto de aislamiento y pandemia. El aumento de ciertas exigencias de acreditación (con un discurso que se ampara en la “calidad educativa”) no tiene en cuenta que muches de nosotres como de nuestras familias nos encontramos haciendo un doble esfuerzo por permanecer en la universidad aun habiéndonos quedado sin trabajo, sufriendo un aumento de distintos tipos de violencia y haciéndole frente a la incertidumbre que nos agobia a todes como comunidad por el futuro.

Esto es escrito con un profundo respeto hacia quienes también en esta situación siguen ejerciendo la docencia con mucho compromiso, responsabilidad y acompañándonos en nuestro proceso educativo de la mejor manera que pueden. Pero como estudiantes crítiques no podemos dejar de reflexionar al respecto y preguntarnos: ¿Cómo sería la implementación de una educación virtual desde una teoría crítica y emancipadora? Si el acceso a la virtualidad es una herramienta indispensable para estudiar ¿Qué otras políticas educativas son necesarias para garantizar el derecho a una educación de calidad? Y por último, desde el movimiento estudiantil ¿Qué lugar en nuestra agenda gremial del siglo XXI debe ocupar el acceso a internet y los dispositivos virtuales?