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Opinión 1 de septiembre de 2020

Saga del encierro de un sexagenario en riesgo

Primera entrega

por Miguel Trezza

Casi seis meses después, el sexagenario en riesgo (y guardado) parado ante el espejo casi no reconoce la imagen que está viendo. ¿Quién es ese?

Antes del encierro, el hombre, metía actividad variada casi todos los días y poco tiempo tenía para él. La vida iba por el carril establecido. Hasta que llegó el virus. Entonces, la vida se estacionó por un tiempo. Bien.

Empezó el reencuentro con uno. Al principio bárbaro. Un poco de ocio en horas que antes eran utilizadas para el trabajo. Pero…, pasaron los días, los meses. Y siguieron pasando… y el ocio se hizo una carga pesada.

Ahí fue cuando la imagen que devolvió el espejo profundizó el análisis físico.

El calvo era más calvo. La barba más gris mezclada con canas (y eso que el tapaboca ayudó para ocultarla por momentos). Las manos…, un tema aparte. Las manos de tanto alcohol en gel destruyen un alcoholímetro apenas lo acerquen en un control de tránsito. Las piernas, que como sobra tiempo, ahora fueron observadas con rigor sobre todo al salir de la ducha (otra acción que dura mucho más que antes) y ahí se notó una varice por acá, esa manchita más allá, una rodilla diferente a la otra, etc. Cuando llegó a los dedos del pie también encontró información nueva. Vio que el chiquito está más encimado a su compañero de lo que debería estar. Y pensó :¿siempre estuvo así y ahora que tengo más tiempo para ver lo noté?, ¿o es nuevo?

Lo que es nuevo es la relación que produce el encierro con el espejo. Fea.

Antes el sexagenario en riesgo iba a laburar, caminaba una hora por la costa, respiraba aire y sol, con frío o calor. Y eso alcanzaba para activar un físico discreto y sin desborde.

La cuarentena lo desactivó y formó a esta otra persona que hoy devuelve el espejo. Esta claro que, por otro lado, el encierro hizo que pudiera demostrar sus bondades en la cocina, por ejemplo, pero eso será para otra entrega.