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Cultura 16 de enero de 2017

Pinceladas de la ciudad (Mar del Plata desde adentro): El Peregrino: boquitas pintadas

Por Pablo Garcilazo

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Me encontré en un desconcierto total. Abro la puerta del hospital y jamás escuché tanto silencio. El silencio hospital sobra. Apenas moscas zumbando se escuchan. No hay nadie de seguridad, me sorprendo más. ¿Nadie controlando la entrada? Muy extraño. ¿Una asepsia de voces? ¿Tan prolongada? Camino al sector de informes, tampoco hay nadie.

Tan solo un cigarrillo del que apenas sale humo, con poco olor y ganas de salir del filtro. Miro por los pasillos, todo muy sombrío, las luces están bajas. Una puerta de ascensor abre y cierra como esperando a alguien mudo.

Ya para esto, avanzo, abro la puerta a lo que llaman “la fichera” de personal y todo está apagado. Sigo, avanzo al office de enfermería, paso por los consultorios y no hay nadie. Pensé, claro, con esto de la mística zen, el silencio, la relajación, quedé tan compenetrado que ahora no escucho voces, oigo silencios.

Decido sentarme en la sala de espera que está enfrente del office y sentí lo peor. ¿Qué pasa? Sentí la evidencia de soledad aislada, silencio y vacío con un sentimiento de invisibilidad y desesperación espantosa.

Acá hay menos onda que bandera de chapa, sonreí para mis adentros. Está bien que los hospitales nacieron para venir a morirse, pero hoy muchos mejoran, no mueren tan rápido… Me dije “voy a la oficina del director, están todos ahí mateando”. ¿Tanto silencio? ¿Ese de jueves a las tres de la mañana? ¿Tan grande en un hospital?

Tibiamente y de reojo me acerco a la oficina del director. Muy bajito se escuchan voces que charlan sin que nadie se de cuenta que lo hacen, parece un cuchicheo. La voy a abrir y me quedo sorprendido: sacaron el cuadro de la fachada del hospital.

Ahora pusieron la famosa foto de la enfermera Nightingale pidiendo silencio. Igual, intento abrir la puerta rápidamente y para sorpresa abre, pero no hay nadie. Todo tapera. Se escucha la radio bajita. Esas eran las lejanas voces que escuchaba. Veo el cuadro y la nuez de Adán tiembla.

Zozobro y escucho voces del pasado, que pueden resonar fervientemente: ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Te callás! ¡Nadie te pidió opinión! ¡Pará nene! ¡Cuidá tu bocota de fuego que tenés, es preferible ser un diario mojado sobre todo a las madrugadas! Me enojé de tal manera que agarré el cuadro para partirlo en dos contra el banco de espera. El recuerdo de mi vieja y su censura llegaron otra vez. Sentiría a pleno este escenario de silencio total.

Acomodé la blusa y empecé a gritar en la butaca de la guardia. Sentí que era el momento. Que había que romper este desierto. La voz de la no voz no nos sienta muy bien, quizás porque estamos con nosotros mismos. Me sentí una multitud desesperada por decir estoy acá, no me dejen solo, tengo mucho que decir después de tanto silencio.

Con alguien me tengo que descargar, aunque sea un muro, aunque parezca que hay alguien que escucha y no puede abrazarte, compartir la vivencia del cara a cara. Levanto la cara al cartel de la guardia y abajo decía una mano haciendo Ok “Seguinos en Facebook”.

Las palabras callaron esa mañana.

¿Estarían deliberando si la salud es una red de palabras que se teje entre historias, vínculos, cuidados y dolores o entre recetas, medicaciones y técnicas buenas para un laboratorio?

Volví a decir para mis adentros. Salud, al gran pueblo argentino. Ya era hora.

Quizá el silencio total es el principio para empezar a dialogar y pensar en salud otra vez.

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Mirar como si fuera la primera vez lo cotidiano de nuestra ciudad y su gente. Con ese fin nacieron estos escritos, que se desprenden de los micros radiales “Acercando a Mar del Plata”. Son voces barriales desde la salud, la comunicación y la integración comunitaria.



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