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Deportes 28 de mayo de 2017

Queríamos tanto a Uby

por Walter Vargas

Nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se crió en Mar del Plata y en Mar del Plata murió hace dos décadas, a dos meses exactos de cumplir 41 años: se llamaba Ubaldo Néstor Sacco, respondía a la voz de “Uby” y fue, sin más, uno de los diamantes truncos de la historia del boxeo argentino.

Trunco, que se entienda, en la vertiente de aquello incompleto, de lo que pudo haber sido y no fue, puesto que si tomamos como referencia el indispensable símbolo del 14 de septiembre de 1923, cuando Luis Angel Firpo hizo volar del ring a Jack Dempsey en el Polo Grounds, en 94 años de pugilismo nacional consolidado menos de 40 de los nuestros han ganado un campeonato del mundo.

Y entre ellos estuvo Uby Sacco, de manera específica entre julio de 1985, cuando vapuleó al estadounidense Gene Hatcher, hasta marzo de 1986, cuando fue una sombra con el italiano Patrizio Oliva.

Hijo del mediano homónimo que había sido de los mejores en su categoría, Ubaldo Sacco se hizo boxeador un poco por lo sencillo que le resultaba cultivar el arte de fistiana y bastante por honrar el mandato de su padre.

“La verdad es que boxear no me gusta”, confesó Uby al autor de estas líneas una tarde del verano de 1982 en un bar aledaño a un local de juegos electrónicos, Sacoa, un día antes de vapulear al chaqueño Ramón Abeldaño en el Centro de Educación Física Número 1 de Mar del Plata.

Y tras quedar pensativo unos segundos, aquel muchacho con porte y sonrisa de galán de telenovelas completó su reflexión: “Peleo para darle el gusto a mi viejo y porque me resulta fácil ganarme la vida así, pero menos que pelear me gusta entrenarme. Si por mí fuera pelearía sin necesidad de pisar el gimnasio. A veces boxear me divierte”.

Y vaya si boxear podía divertirlo y divertir: Uby Sacco tenía todo, absolutamente todo para ser una estrella donde cuadrara, incluso en los Estados Unidos, en la mismísima meca: era certero, elegante, variado, fuerte, imaginativo y guapo.

¿Qué más?

Qué menos: desde sus años adolescentes fumó marihuana y persistió en otros hábitos nocturnos que, moral o moralina al margen, son incompatibles para el deporte de alta competencia en general y para el boxeo en particular.

Así transcurrió, así languideció y así se entregó a las sombras el muchacho afable, divertido, bonachón, que había nacido con talentos múltiples (vóley, natación, básquet, tenis de mesa, fútbol), pero con las manos enguantadas llegó a ser el mejor del planeta en la franja de los 63 kilogramos y monedas y sin embargo renunció a todo, incluso a la vida, de forma prematura.

Nombre más, nombre menos, la historia del boxeo argentino reúne media docena de nombres bendecidos por la Diosa Natura, por qué no decirlo, superdotados: en orden impreciso, Sergio Martínez, Nicolino Locche, Mario “Cirujano” Ortiz, Gustavo Ballas, Jorge “Locomotora” Castro y Uby Sacco.

Al quilmeño Martínez, “Maravilla”, lo tenemos más fresco en la memoria. Abstenerse quienes pretenden reducirlo a esa ajada versión que con una rodilla hechas trizas afrontó sus últimas presentaciones.

El mendocino Locche, “El Intocable”, fue la versión más sublime del arte de defender.

A su comprovinciano Ortiz, “El Cirujano”, se lo llevó un cáncer a los 24 años.

El cordobés Gustavo Ballas sucumbió al alcoholismo y así y todo ganó 105 de 120 peleas y reinó entre lo supermoscas.

El santacruceño Castro, que si exageramos un poco, o no tanto, jamás se entrenó, también fue campeón mundial y estampó el récord nacional de victorias antes del límite: 90 de un total de 144 combates.

Y el otro fue Uby, que nos dejó el 28 de mayo de 1997 víctima de un cáncer nasal derivado del SIDA.

Talentoso, carismático, provocador, impredecible, angelical, víctima del desconcierto y del hastío, hace veinte años se marchó al otro lado de las cosas el inmenso Uby Sacco.

Télam.



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