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Cultura 12 de septiembre de 2017

“Quizá sea el único tema que existe en la vida: saber quién sos”

Músico ambulante en los ´90, escritor de perfil bajo, compositor de jazz, Javier Chiabrando recorre diversas disciplinas con la premisa de no enrollarse "con teorizaciones". Publicó su primer disco de jazz, sigue con la escritura y le teme al "síndrome Jobim".

por Paola Galano
@paolagalano

Entre la literatura y la música, como sin querer una y otra actividad… sin ínfulas de gran artista (aunque probablemente lo sea), Javier Chiabrando aparece sencillo, como restándole importancia a un disco instrumental de jazz que acaba de editar y que destila calidez y virtuosismo. Por las dudas, lo llamó “Etcétera”, una palabra que describe esas otras cosas que también están por ahí y que ni siquiera vale la pena nombrar.

“Este disco es un desprendimiento de mis otras cosas, la literatura, escribir en medios, como algo que viene atado pero que no quiero explicar mucho. Entonces… Etcétera. Además es un concepto literario, que une mis dos actividades. Para ser honesto, es un proyecto que debería haber hecho antes, pero que recién ahora sé cómo hacerlo y tengo las herramientas”, se sincera, siempre perfil bajo, con aire de persona que patea el interior.

El escritor y compositor asegura a LA CAPITAL que “esta es una época de mostrar lo que puedo hacer con lo que sé, no de aprender cosas nuevas ni de enrollarme con teorizaciones”.

Con ese halo de material sonoro que aparece como de casualidad, nació el disco, que grabó con músicos como Marisa Wiedmar, Carolina Bugnone, Siro Aguilar, Daniel Garcés, Oscar Moyano, Gustavo Molinari, Ezequiel Marcovecchio, Hernán Magazú y Sebastián Matías.

“Estaba grabando un disco de canciones que se demoraba. Entonces, aprovechando que iba al estudio bastante seguido, decidí arreglar y grabar algunos viejos temas instrumentales, parte de proyectos fallidos. No tenía ningún plan específico. Primero grabé “Habaneros”, con guitarras. Luego “De gira”, con Daniel Garcés, y cuando me di cuenta, estaba cerca del disco. Al fin salió antes que el de canciones”, rememora.

El disco contiene temas que “abarcan varias décadas y miles de kilómetros”, asegura en la contratapa del CD. Y va desgranando una micro historia de cada canción. Desde la bella “Picpus” que compuso en un banco del metro de París en su “etapa de músico ambulante” a aquella otra canción “Confusión menor” que surgió tras tocar por años “un blues menor oído en un casete que creía de Kenny Burrel para encontrar el casete un día y darme cuenta de que el blues no era de Burrel, ni se parecía en nada al que yo tocaba”, repasa.

“Etcétera” es su primer disco. Y no sabe si sonará en vivo alguna vez, es decir, duda en presentarlo en un teatro. “Demasiado esfuerzo hacerlo en vivo. Lo que yo quería (quiero) es mostrar mi relación con la composición en primer lugar, luego con la ejecución y al fin con los arreglos. Pero lo primero que quiero que se entienda es lo que escribo, porque ahí aparecen otros aspectos del jazz (y no soy ahora un músico de jazz, es lo que aprendí como músico): la complejidad de las armonías, el blues, las improvisaciones”.

Valiente o irreverente

Como escritor, su trayectoria no es escasa. Además de ser uno de los organizadores del Festival de Literatura “Azabache” que se desarrolló durante varios años, Chiabrando es autor de “Todavía no cumplí cincuenta y ya estoy muerto”, “Caza Mayor” y las más actuales “Los hijos de Saturno”, “La novela verdadera” y los libros para chicos recientemnte editados “Dos miserables besos” y “El capitán Gamboa y la cruz de Cuzco”.

– ¿Sos más músico que escritor? ¿Sos más escritor que músico? ¿Las dos cosas?

– Hago lo que puedo con las dos cosas. Y reniego bastante. Cuando un camino se pone difícil, privilegio el otro. El problema de la música es que no se puede descuidar, porque luego cuesta recuperar la relación con el instrumento. En cambio la literatura la podés dejar a un costado hasta que llegan las ganas o los compromisos.

– ¿Como músico tenés la obsesión de buscar música en los textos?

– No la busco, pero creo que está. Eso lo tiene que ver el lector. Lo que sí creo es que lo que aprendés en una disciplina es útil para la otra. Si sos valiente o irreverente en la escritura, tarde o temprano lo serás en la música. Si sos miedoso, eso te va a contaminar, y alguien terminará por verlo.

– Acabás de publicar “Una novela verdadera”, una historia sobre la búsqueda de identidad.

– Sí, es un tema que aparece bastante en mis libros, supongo que por el simple hecho de ser argentino. Quizá sea el único tema que existe en la vida: saber quién sos. Una vez decidido eso, podés tocar o escribir tranquilo, a alguien le va a importar.

“Manda el oyente”

– ¿Cómo hiciste para darle al disco esa voz unificadora, esa impronta, siendo, como decís en el mismo disco, que es una música que abarca diversas etapas?

– Se unificaron al grabarlos todos en una misma época. Pero no me interesaba tanto la idea de unidad como la de diversidad de timbres y de estilos. En el disco de canciones que estoy grabando trabajo igual. Por eso en “Etcétera” hay variedad de invitados y cambios de guitarra española a la eléctrica. Y la lista de temas se fue armando sola, según se me iban ocurriendo los invitados.

– Es un disco de una calidez extraordinaria, ¿un disco para enamorarse?

– Como en la literatura manda el lector, acá manda el oyente. En lo que a mí respecta, cuando escribo un tema, me obsesiono con la riqueza de la melodía, y eso al fin hace que las armonías se vuelvan complejas, a veces casi delirantes. A eso yo le llamo el “síndrome Jobim”. A veces ayuda, a veces complica, pero así me sale.

– El jazz es un registro que aparece nítido, “Etcétera” es un disco eminentemente de jazz, ¿por qué el jazz es un concepto que te ayuda a pensar la música, tal como señalás en el disco?

– Simplifica todo, porque llamo a un músico y ya sé que nos vamos a entender en ese lenguaje. (No con todos, claro). Con las canciones actúo igual: una entrada, un par de ideas, algún arreglo específico, y luego dejo que los músicos hagan lo suyo, sin muchos límites. Lo considero jazz también por la construcción de los temas, y porque además me interesaba mostrar algunos solos de guitarras míos, y también de los músicos.

– ¿Cómo aparecen los músicos invitados, muchas de las músicas las hiciste pensando en los músicos que iban a ejecutar esa canción?

– Lo iba resolviendo de a uno por vez, sin atropellarme. Lo mejor de todo fue llamar a grandes músicos, y que al instante me dijeran que sí. Primero fui arreglando temas viejos, como “Película muda”, que grabé con Hernán Magazú en contrabajo. Luego escribí dos temas especialmente para el disco. “Al Gato Moyano” y “Cromatismos y otros juegos”, para poder tener a Moyano y Wiedmer en el disco. Algunos son amigos, a otros los conocí en el momento de grabar, y en un caso lo conocí después, cada uno grabó por su lado.

– Contame cómo fue la época de músico ambulante… ¿dónde tocaste? ¿Cómo aparece la canción Picpus?

– En los noventa fui músico ambulante en Europa. Luego de eso, el escenario te parece un chiste. Así me gané la vida en París, y en Suiza, ante el público menos divertido de la tierra. En París compuse Picpus, que es una estación de subte. Un día bajé a trabajar y por siete horas no me pude mover del asiento de la estación. Supongo que estaría quemado. Allí salió el tema, que grabé con Carolina Bugnone en flauta y Siro Aguilar en percusión. Es una especie de chorinho.

– ¿Qué se vienen? ¿Más discos, más libros?

– Acabo de editar dos novelas infantiles: “Dos miserables besos” y “El capitán Gamboa y la cruz de Cuzco”, y estoy terminando la continuación de “Los hijos de Saturno”, que supongo que saldrá el año que viene, como también el disco de canciones. El disco de canciones será puro eclecticismo, porque va de un bolero a un blues eléctrico, porque lo que quiero es hacer un resumen de la música que toqué durante mi vida. Siempre atento a que el “síndrome Jobim” no me martirice.



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