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Opinión 29 de mayo de 2016

Vuelve Marcelo

por María Eugenia Boito

“Vuelve Marcelo” es una expresión escuchada de manera insistente durante las últimas semanas. Si hacemos un intento por romper la familiaridad y nos desplazamos hacia una zona de extrañamiento, “Vuelve Marcelo” suena como un eslogan político. Sabemos que la política y el espectáculo están muy próximos -como ya lo tematizaban los cientistas sociales en la década de los 90 con nociones como “videopolítica” (el tiempo de los primeros programas de Tinelli en la TV)- pero en este caso, creo necesario precisar como opera y funciona más bien lo político que la política en el mayor programa de entretenimientos (¿solo eso?) de la escena televisiva contemporánea.

Empiezo por la vía negativa. Lo político no es una cuestión de contenidos ni personajes (si está o no el presidente Macri en la presentación, si va el diputado Massa) o el particular segmento “Gran Cuñado” como casa habitada por imitadores de políticos, sus parejas y otros miembros del “cielo mediático” al que miramos todo el día. Considero que lo político es una forma de ejercicio activo sobre lo que es objeto de disputa en nuestro tiempo: la sensibilidad; algo que los publicistas han identificado hace décadas.

Dicha forma aparece en los adjetivos que no solo acompañan sino que definen a Tinelli. Marcelo es exitoso, solidario, popular. En la experiencia actual, aparece como la realización del sueño que se nos propone a todos como horizonte de lo posible y deseable social. Es el mito del héroe que se hizo a sí mismo: el ícono de ShowMatch y la asociación con la expresión “Súper Marcelo” quizás no sea una deriva o una sobreinterpretación. Por esto “Vuelve Marcelo” no es solo el retorno del mega espectáculo, sino que hay un plus que opera “más acá” de la pantalla.

Ser exitoso, solidario, popular puede leerse como una huella del trabajo ideológico que actúa sobre nuestra sensibilidad, antes y después del programa, pero que encuentra en este espacio la realización del sueño de todos. Marcelo Hugo Tinelli empezó “de abajo” acompañando a Juan Alberto Badía, tuvo un programa de deportes a la medianoche que fue mutando en bloopers en el tiempo de Video Match y luego a diversos formatos de show, que tramaron de manera particular los formatos globales con las marcas y dinámicas de la realidad local. Así “Bailando con las Estrellas” devino “Bailando” y “Cantando por un sueño”, ya dentro del mismo campo de la oferta local de formatos -como expresión de la propia lógica autoreferencial del sistema de medios-, “Gran Hermano” (en plena temporada 2016) vuelve a replicarse con la edición de “Gran Cuñado”. Marcelo salió de su pueblo -Bolívar- a buscar el éxito y lo fue encontrando en la TV y en el fútbol -espacio ampliamente tematizado como zona de inscripción de lo popular- y también retorna “saludablemente” hacia su tierra natal, con maratones y aportes solidarios a instituciones de la zona. Exitoso y popular. Pero además solidario. La solidaridad está presente en el programa, en la fundación de su productora “cumpliendo” los más variados sueños (realizando una suerte de inversión financiera para-estatal en salud, vivienda, educación, bienes in-comunes).

Ser exitoso, solidario, popular es una especie de esquema de organización del deseo que se replica y potencia en los más variados escenarios mediáticos que hemos referido, pero también en los extra-mediáticos. Los participantes de “Gran Hermano” dicen directamente que se encierran allí para mostrarse, para tener la oportunidad de ser conocidos y obtener popularidad (este es el lexema ideológico que ha fagocitado el potencial de conflicto asociado a lo popular); en “Gran Cuñado”, tanto los imitadores como los imitados apuestan primero a ser elegidos y luego por permanecer el mayor tiempo posible en la retina de los teleespectadores, participando en tramas construidas en clave paródica, o más bien en la variante del grotesco. Pero ¿no es la misma forma de regulación del malestar y del deseo social operante en el afuera? En el retorno de Marcelo encontramos la condensación y el énfasis de un tipo de sociedad de individuos que encuentran en la competencia darwinista la manera de estar juntos por un instante. O en el gesto solidario del cumplimiento de un sueño (de derechos ni hablemos) equivalente con cualquier otro. Un tipo de sociedad que se sostiene en la inversión del régimen panóptico: hoy todos queremos ser iluminados, filmados, registrados. Y lo trágico en términos políticos es que no es el fin de la vida privada lo que se produce ya que todo se expone, sino que lo que se resiente o resquebraja es la vida pública, nuestra vida con otros. El aislamiento por comunicación ya fue indicado por los estudiosos de la Escuela de Frankfurt en los 40′; en nuestro presente además tendríamos que ver a Tinelli junto a lo reprimido de la escena televisiva contemporánea (¿sólo televisiva?) que no para de volver en la ficción, como vieja reedición del núcleo duro de la telenovela: las clases sociales, sus luchas y la cancelación por la acción del amor entre los protagonistas de diversas clases. Vuelve Marcelo en una nueva versión del viejo ejercicio político de educación sentimental.

(*): Dra. en Ciencias Sociales, Investigadora Adjunta CONICET y UNC, profesora Adjunta en el Seminario de Cultura Popular y Masiva y en Comunicación y Trabajo Social, Universidad Nacional de Córdoba.