Borges entre lo verdadero y lo falso: una pesquisa que también toca a Mar del Plata
Borges, textos secretos y falsas atribuciones es el nuevo título de Alejandro Vaccaro que se verá en librerías en mayo. Parte de este trabajo contiene el análisis de un prólogo para un libro de autores marplatenses.
Por Carlos Aletto
La obra de Jorge Luis Borges, inconmensurable en su influencia, vasta en sus múltiples facetas y bifurcaciones, se ha convertido desde hace décadas en objeto privilegiado de indagación crítica y filológica. Exploraciones como la emprendida por Alejandro Vaccaro en Borges, textos secretos y falsas atribuciones, publicado por Emecé, demuestran que el autor de Ficciones continúa siendo un territorio fértil para el descubrimiento y la controversia. Borges mismo, recordemos, había anticipado de forma inquietante que su obra podría sobrevivir más allá de sí mismo, proliferando en textos escritos por otros. Y Ricardo Piglia, comentando esa posibilidad, formuló una pregunta clave que guía todo el libro: “Si un texto escrito a la manera borgeana respeta su esencia y lo hace con eficacia, ¿hasta dónde ese texto no es de Borges?, aunque haya sido realizado por otra mano”. Esta interrogación, cargada de matices, es justamente la clave del minucioso volumen que llega a las librerías del país en mayo, y tiene una resonancia especial para Mar del Plata, ya que Vaccaro se detiene particularmente en el análisis de un prólogo de 1985, incluido en una antología preparada por un grupo de escritores locales, que porta la firma de Borges aunque bajo una sospecha estilística que lo hace notablemente dudoso.
La estructura de Borges, textos secretos y falsas atribuciones responde a una lógica que, sin perder claridad expositiva, combina criterios académicos con la divulgación literaria inteligente. El libro está dividido en tres partes bien diferenciadas, acompañadas de oportunos anexos documentales. En la primera sección, denominada “Textos secretos”, Vaccaro explora piezas marginales y periféricas en el universo de Borges, cuyo análisis evidencia el alcance y las marcas estilísticas que permiten establecer firmemente su autoría. Es aquí donde emergen textos sorprendentes por su condición extra-literaria, desde folletos comerciales como el famoso anuncio de la leche cuajada para La Martona —en colaboración con Bioy Casares— hasta documentos inéditos y olvidados, que reflejan rasgos tempranos o colaborativos del autor argentino. La investigación y la crítica con la que Vaccaro rescata y examina estos materiales son dignas de elogio: el autor no solo se limita a señalarlos, sino que establece con precisión cómo algunos de estos textos aparentemente triviales anticipan técnicas narrativas esenciales en la obra posterior de Borges, como sucede notablemente con el folleto publicitario que prefigura el método de ficciones como “El acercamiento a Almotásim” o “Pierre Menard, autor del Quijote”.
En la segunda parte del libro, titulada “Falsas atribuciones”, el tono cambia para convertirse en una rigurosa labor de desmontaje crítico. Vaccaro adopta aquí el papel de investigador filológico, desmontando atribuciones erróneas que han ganado, lamentablemente, gran circulación y hasta legitimidad editorial. Casos paradigmáticos como el poema “Instantes”, cuya verdadera autora es Nadine Stair, son tratados con precisión histórica y documental. Asimismo, capítulos como “El enigma de la calle Arcos” y “Ad eternum est” evidencian cómo ciertos mitos bibliográficos se consolidaron alrededor del nombre de Borges, impulsados por la demanda editorial, la mitomanía literaria o simplemente la pereza crítica. La erudición y exhaustividad con que Vaccaro emprende esta tarea difícil, a veces casi detectivesca, es uno de los mayores méritos del volumen, ofreciendo al lector tanto una esclarecedora visión de cómo se genera un canon literario, como una saludable advertencia frente a las derivas que impone el mercado editorial.
El libro, sin embargo, no se limita a separar lo auténtico de lo espurio. También propone, a su modo, una forma de releer a Borges desde los bordes de su corpus. Un ejemplo notable de esto es el capítulo dedicado a la Autobiografía publicada por Galaxia Gutenberg, donde Vaccaro lleva adelante una revisión minuciosa página por página, corrigiendo con documentación precisa errores de fechas, nombres, filiaciones y afirmaciones dudosas. Así, señala que el nombre correcto del abuelo paterno era Francisco Isidro (y no Isidoro), que la abuela Ann fue mal transcripta como Anne, que Borges tenía seis años cuando murió su abuelo materno y no cinco, o que su abuela Leonor se apellidaba Suárez Martínez Haedo y no simplemente Suárez Haedo. Incluso corrige la confusión entre las revistas Urbe y Obra, aportando un panorama claro del trabajo periodístico de Borges en los años treinta. Ese rigor textual, ese cuidado por los detalles mínimos, convierte al libro no solo en una pesquisa de autenticidad, sino en una herramienta de lectura renovada.
Pero la sección más particular del libro, denominada “Casos complementarios”, aborda situaciones híbridas, en las que textos atribuidos a Borges aparecen contaminados o intervenidos por manos ajenas. Es en esta tercera parte donde aparece “Colecticia borgesiana”, un capítulo especialmente relevante para nuestra ciudad. Vaccaro se detiene en el análisis exhaustivo de un prólogo firmado por Borges en 1985 para una antología preparada por un grupo de escritores marplatenses —Carlos Martín Arroyo, Carlos Balmaceda, Oscar Balmaceda, Juan Carlos García Reig, Luis Alberto Lecuna (también conocido como Beto Melograno), Marcelo Marán, Ricardo Morel, Julio Neveleff, Juan Pablo Neyret y Agustín Rojas Hoyuelos—, quienes se autodenominaron “Movimiento Borgesiano”. Lo significativo de este caso es que el texto, atribuido oficialmente a Borges, presenta particularidades estilísticas que ponen en duda su total autenticidad, sembrando interrogantes sobre su verdadera autoría. El análisis que realiza Vaccaro es revelador, porque combina herramientas de crítica estilística y métodos filológicos contemporáneos, sin descartar la posibilidad de que Borges hubiera dictado o incluso aprobado superficialmente el texto, pero cuestionando profundamente si esa redacción es verdaderamente “borgesiana”. El propio Melograno, según consigna Vaccaro, habría sido el autor material del texto, que luego Borges aprobó con benevolencia.
Este análisis involucra directamente la producción literaria de Mar del Plata y enciende un debate inédito sobre cómo la figura de Borges ha sido asumida y resignificada por las generaciones posteriores. Al destacar este texto, Vaccaro nos interpela doblemente: por un lado, invita a la reflexión sobre las prácticas editoriales locales y, por otro, pone en valor la importancia crítica que la literatura de nuestra ciudad, muchas veces relegada a la periferia cultural, puede alcanzar al someterse al examen riguroso de especialistas.
En definitiva, Borges, textos secretos y falsas atribuciones no solo se suma al rico corpus de estudios borgeanos, sino que aporta una lúcida reflexión sobre los límites y condiciones que definen lo auténticamente “borgesiano”. La precisión con que Vaccaro establece diferencias estilísticas y documentales entre textos auténticos, dudosos o falsos, lo convierte en un texto imprescindible para quienes buscan acercarse críticamente a Borges.
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