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Interés general 29 de agosto de 2025

La gimnasta marplatense que compite sin tendón de Aquiles, representa a Kirguistán y se animó a una foto con un oso

Ayelén Tarabini le ganó a todo: al dolor, al olvido y hasta a la falta de tendones. La joven surgida en Quilmes contó su historia en Mesa Chica, el streaming de Canal 8 y LA CAPITAL.

“¿El oso de la foto? Sí, es real. Vivo, grandote, con aliento y todo”, cuenta Ayelén entre risas desde Moscú. La imagen circuló en redes: ella abrazada a un oso pardo que la duplica en tamaño.

“¿El oso de la foto? Sí, es real. Vivo, grandote, con aliento y todo”, cuenta Ayelén entre risas desde Moscú. La imagen circuló en redes: ella abrazada a un oso pardo que la duplica en tamaño.

“Ya no tengo tendón de Aquiles. Literal. Y aún así sigo compitiendo”. La frase suena descabellada. Desafía toda lógica médica, deportiva, casi humana. Pero la dice, con naturalidad y una sonrisa enorme, Ayelén Tarabini, marplatense, gimnasta de élite, tres veces rota (y tres veces reconstruida), que hoy entrena en Moscú y representa a Kirguistán en el circuito internacional.

Una historia que empezó a los tres años en el club Quilmes de Mar del Plata, entre pelotas de fútbol y veredas de barrio, y que pasó por el estrellato, la marginación de la selección argentina, una dura enfermedad autoinmune, y ahora la reinvención total a miles de kilómetros. Pero lo que nunca abandonó Ayelén fue la garra. Esa fuerza bruta de voluntad que la define más que cualquier medalla.

En 2015 fue número uno del mundo en viga y suelo. Ese mismo año se rompió el tendón de Aquiles. Otra vez. Ya se lo había cortado en 2011. Y volvió a suceder, por tercera vez, en 2023. “Ahora no lo tengo directamente. Se formó una fibra que ocupa su lugar, pero no funciona como un tendón. Y con eso compito”, aseguró en una extensa entrevista concedida al programa Mesa Chica, el streaming de Canal 8 y LA CAPITAL.

Cuando lo cuenta parece absurdo. Pero ahí está. Sin lamentos. Entrena, viaja, se adapta a climas extremos, a idiomas imposibles, a culturas completamente diferentes. “Yo creo que no era talentosa de chica. Era bruta, perseverante. Nunca fui la que destacaba por condiciones. Era de las que insistía, insistía, insistía”.

ayelen tara

Con esa misma lógica, Ayelén enfrentó lesiones, cirugías (lleva siete), exclusiones de equipos, hasta diagnósticos médicos. “Después de tanto sufrimiento me detectaron una enfermedad intestinal autoinmune. No podía comer frutas ni verduras crudas. Pero en Kirguistán, de golpe, podía comer todo. Me di cuenta que la calidad de los alimentos allá es otra. Y también la calidad humana”.

Del Quilmes a Kirguistán

Nació, se crió y entrenó en Mar del Plata. “Representé al club Quilmes durante 27 años”, recuerda con orgullo. La rompió en el circuito internacional, pero en plena etapa madura la selección nacional le dio la espalda. “Me echaron. Así, sin más. Porque era por acomodo. Si yo salía, entraban otras dos que favorecían a ciertos entrenadores. Todo a dedo. Fue una decepción profunda”.

Ayelén Tarabini (quinta de izquierda a derecha) en su etapa en la selección argentina.

Ayelén Tarabini en su etapa en la selección argentina.

Sin rencor, pero con memoria, Ayelén tomó una decisión radical. Se fue. Primero a Kirguistán, donde tramitó ciudadanía y conoció otra forma de vida: musulmana, hospitalaria, solidaria. Luego recaló en Moscú, donde entrena con campeones olímpicos rusos y sigue absorbiendo conocimiento con la humildad de una novata. “Termino de entrenar y me quedo a mirar cómo enseñan. Es otro mundo. ¿Volver a Argentina? Sería retroceder”.

En Moscú, además, se sacó una foto con un oso. Real. De carne y hueso. “Me dijeron: ‘No grites, no te muevas fuerte, no le gusta’. Me subí a una camioneta y al lado mío tenía la cara del oso. Te daba besos. Fue una locura hermosa”.

Ayelén, que se entrenó sin tendones y que nunca le escapó al dolor, tampoco se achicó frente a un animal de 300 kilos.

Ayelén, que se entrenó sin tendones y que nunca le escapó al dolor, tampoco se achicó frente a un animal de 300 kilos.

A fuerza de golpes, Ayelén aprendió a escuchar a su cuerpo. “Es mi herramienta de trabajo. Al principio uno quiere todo ya, competir, ganarle al dolor, demostrar. Pero con los años entendí que si no lo cuido yo, no lo cuida nadie”.

Por eso bajó las cargas, dosifica los esfuerzos y apunta a una sola competencia más, quizá la última. “Ya no tengo ese apuro. Compito para mí. Ahora entreno más pesas que gimnasia. Hago sauna, recuperación. Es otro vínculo con el deporte”.

Ese cuerpo que ya no tiene tendón de Aquiles y que carga con siete cirugías, sigue funcionando gracias a una mezcla de memoria muscular, cabeza fría y, otra vez, pura resiliencia. “Hace años que no sé lo que es vivir sin dolor. Siempre hay algo que duele. Pero uno se acostumbra. Es adictivo esto: te va mal, querés revancha; te va bien, querés mantenerte. Y así. Siempre querés más”.

Futuro: enseñar, formar, dar

Después de 30 años de gimnasia, Ayelén quiere compartir todo lo aprendido. “No me veo haciendo otra cosa. Puedo hacer cualquier cosa, sí, pero esto es lo mío”. Está rodeada de referentes mundiales en gimnasia. Aprende todos los días. Pero también empieza a transmitir. Sueña con formar gimnastas. Aunque no lo diga, tal vez lo que quiere es evitar que otras vivan lo que ella vivió.

TARABINI

Su familia en Mar del Plata sigue siendo su ancla emocional. “Tengo tres hermanos. Somos muy unidos. Yo me quejaba de una lesión y ellos me decían ‘dejá de llorar, seguí’. Siempre me empujaron”.

En la entrevista le propusieron un juego: ¿a quiénes invitarías a comer un plato típico ruso cocinado por vos? No dudó: Messi, Jimmy Butler, Manu Ginóbili, Brad Pitt y Sandra Bullock. Una mesa tan variada como su propia vida: entre la elite del deporte y la sorpresa permanente.

“Hoy miro para atrás y no me arrepiento de nada. Aprendí idiomas, conocí culturas, vi que hay otra forma de vivir, de competir, de compartir. Y entendí que de todo lo malo, siempre puede salir algo bueno”.

Ayelén Tarabini es, probablemente, la única atleta de elite en el mundo que compite sin tendón de Aquiles. Pero más allá del récord insólito, es una historia de fortaleza emocional, convicción y sentido del humor. Una marplatense que, desde lo más profundo de su cuerpo roto, decidió no romperse nunca por dentro.