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Cultura 24 de octubre de 2025

Postales poéticas de Mar del Plata: tentativa de agotar un pueblo donde todos se saludan

Lucía Morena Sánchez observa y anota todo lo que ve en el centro de Otamendi, incluso lo más trivial o lo que suele pasar inadvertido, hasta agotarlo. En esa descripción minuciosa, y desde una mirada extrañada y poética, aparecen reflexiones sobre nuestro territorio y quienes lo habitamos.

El siguiente texto fue elaborado en el Taller de Oralidad y Escritura, materia de Letras de la UNMdP, dictada por el docente Matías Moscardi. Después de leer y analizar “Tentativa de agotar un lugar parisino” (1975) de Georges Perec, se propuso a los estudiantes imitar los procedimientos usados en este texto: ir a un punto fijo de Mar del Plata o de otras ciudades aledañas (ya sea céntrico o periférico, turístico o local) y tomar nota de todo lo visto. El resultado, un listado de personas, objetos y situaciones de la vida cotidiana, de todo aquello que suele pasar desapercibido por la mirada automatizada y rutinaria, pero que demuestra, como dice Moscardi, “todos los datos históricos, culturales, sociológicos y estéticos que aparecen cuando nos sentamos un par de horas a mirar con atención cualquier lugar de la ciudad”. LA CAPITAL publica en la sección Postales Poéticas de Mar del Plata una selección de las “Tentativas de agotar un lugar marplatense”, mediante las cuales los alumnos invitan a redescubrir nuestro territorio con ojos de poeta.


Para más información sobre este ejercicio y la historia del taller, leer la nota de LA CAPITAL en la que el docente a cargo, Matías Moscardi, cuenta cómo nació la propuesta de salir a recorrer la ciudad con ojos de poeta:

Estudiantes de Letras recorren Mar del Plata para describirla con ojos de poeta


Por Lucía Morena Sánchez 

1

18 de abril de 2025
11.00 h
Paseo Avelino Acosta; Cte. N. Otamendi
El tiempo: Frío. Cielo gris.

¿Cómo es vivir en Otamendi? Como ciudadana, podría decir que vivir en un pueblo tan pequeño es entregarse, sin más, al terreno de lo conocido. Veinte años de recorrer las mismas calles son suficientes para que, al cerrar los ojos, se despliegue ante mí un mapa, claro y preciso, de las casas, de los comercios… y sí, también de las personas. No hace falta mucho más que un leve esfuerzo para recordar el tono exacto de cada pared, el tamaño de cada ventana y la voz de casi cualquier vecino.

Un pueblo como este tiene la capacidad de hacerte sentir que todo está siempre a punto de repetirse, que los días son una rueda que gira, pero no avanza. Y sin embargo, en su aparente quietud, se encuentran esos micro-acontecimientos que revelan que, incluso cuando parece que Otamendi se quedó al margen del flujo acelerado de la modernidad, intentar agotar su espacio es imposible.

Como dice David Le Breton, “cada espacio contiene potencialmente múltiples revelaciones y, por eso, ninguna exploración agota jamás un paisaje o un pueblo. Caminar es la confrontación con lo elemental; es algo telúrico, y si bien es cierto que instituye un orden social dentro de la naturaleza (caminos, senderos, albergues, señales de orientación, etc.), es también una inmersión en el espacio no solo sociológico sino geográfico, meteorológico, ecológico, fisiológico, gastronómico”.

Por eso, el lugar que elegí para llevar a cabo mi tentativa de agotar un lugar donde todos se saludan es estratégico: el centro de Otamendi (aunque decir “centro” es exagerar un poco: son apenas tres cuadras). Si bien es cierto que puedo caminar con los ojos cerrados por esas calles y, sin embargo, parecer que los tengo bien abiertos, quiero redescubrir, aceptar que incluso en lo más familiar (una esquina, un saludo, el ruido de una puerta) hay algo que se revela solo si se mira con otros ojos o con más tiempo. No quiero vaciar el centro, sino habitarlo de nuevo.

Comienzo en un banco que me deja de espaldas al Paseo Avelino Acosta, y de frente al “centro” del pueblo.

Algunas cosas que se encuentran en mi campo de visión:

-Panadería “La Moderna”, más conocida como “Lo Llona” (apellido de sus fundadores). Venden las mejores pastafrolas del universo, sin discusión. Masa de otro mundo, cantidad perfecta de membrillo.

-Carnicería (local más nuevo de la cuadra).

-“Precios Únicos”, tienda de ropa. Hace poco cambió de dueños. No sé cómo se llaman, pero son de Miramar.

-Regalaría “Alma Gemela”. El local está pintado completamente de rosa chicle. Su fachada es un espanto, sí.

-Rosticería. Tiene los hornos rosticeros en la vidriera para que no puedas pasar sin salivar. Estrategia de marketing, supongo.

-Un bar. Su dueño es don Rutilo, amigo de mis abuelos. La fachada, pintada como la bandera argentina, te advierte que si no saludás con un “viva Perón”, mejor deberías pasar de largo.

-Bien en la esquina, el típico puesto de diarios y revistas. Casi sin clientela, salvo don Rutilo, que siempre se lleva el diario del día para su bar. A veces da la impresión de que ni las noticias cambian.

Del otro lado de la calle:

-Una cerrajería. Los productos expuestos en vidriera son los mismos desde que tengo uso de razón. El único cambio es el cartel de “se vende” sobre una de las viejas paredes.

Descubrimiento: arriba de la cerrajería hay departamentos. De una de las ventanas sale el ruido escandaloso de una batería y una luz neón violeta. Una señora pasa, mira hacia arriba, niega con la cabeza y sigue como si hubiera presenciado el fin del mundo.

-Una heladería artesanal. Tiene un tinglado blanco que dice “Helados BAF”. También tiene un departamento arriba.

-Una tienda de electrónica. Las baldosas de su vereda son tan resbalosas que cada vez que paso apurada juego mi dignidad.

-“Grower”, una cervecería. Unos de los chicos que trabaja ahí vive cerca de mi casa. Se llama Mateo, o al menos eso creo, porque en realidad Mateo podría ser el nombre del hermano.

-“Sarate”, una tienda de ropa. Siempre confundo uno de los maniquíes de la vidriera con una persona real. Sospecho que, si me quedara mirando el tiempo suficiente, se cansaría de fingir que está inmóvil y terminaría moviéndose.

-Más departamentos. Uno de ellos tiene la inscripción “Felices 100 años, Otamendi 1911-2011” sobre la puerta.

-Otra regalaría, esta se llama “MG Arte & Diseño”. Tiene más clientela que la tienda de la fachada rosa chicle, aunque eso tampoco es un gran logro.

-“Grido”. En Argentina, y especialmente en Otamendi, no necesita presentación.

Otros lugares que llego a ver:

-Un Rapipago. También es una juguetería.

-Banco Provincia. Tiene solo dos cajeros automáticos. En Otamendi, con uno alcanza… pero, por si acaso, hay dos.

-La florería de doña Angélica. Antes era enfermera en la salita de primeros auxilios. Ahora, en vez de cuidar personas, cuida plantas.

Lugares que no llego a ver, pero tengo atrás mío:

-El skatepark municipal.

-Una cancha de básquet.

-Una plaza que consta de tres hamacas y un tobogán.

-La terminal de colectivos. La empresa es “Costa Azul”, el gran lujo del pueblo. Solo viaja a Miramar y a Mar del Plata.

Consejo: si te molestan las esperas largas, no se te ocurra perder el colectivo. Pasa cada dos o tres horas.

-Una chica en bicicleta. Va rápido. Dobla la esquina sin pedalear. La bicicleta es negra y hace un poco de ruido.

-Un Renault negro. Clio.

-Un hombre sale de la panadería. Sin bolsas. Tal vez fue a encargar algo, tal vez ya no quedaba pan. Imposible saberlo.

-Una señora se detiene un segundo frente a Precios Únicos. Lleva un carrito de mandados y se sostiene, con una mano, la ruana azul que le envuelve el cuello.

-Pasa una mujer con una bolsa. Me mira, luego fija la vista en mi cuaderno. Un instante breve pero curioso.

-Una señora bajita, de pelo corto y vestida de negro, se apura a cruzar la calle. Lo hace antes de que pase un Meriva gris, que, a mi parecer, viene a paso de tortuga.

-Dentro del Meriva va una mujer de pelo lacio. Va hacia la calle de la panadería, pero no se detiene ahí; sigue de largo.

-Pasan tres autos, uno gris y dos negros. Una camioneta azul.

-Un perro intenta meterse en BAF, pero una chica lo espanta. El perro sigue merodeando, pero ya no se acerca a la entrada de la heladería.

-Una chica, tal vez de mi edad, cruza la calle mirando el celular. No se debe cruzar sin mirar, pero en Otamendi, esta acción no supone ningún riesgo.

Quizás porque estamos cerca del mediodía, durante un rato, lo único que veo pasar son autos. Muchos no ponen la señal de giro. Me entretengo esperando el momento preciso en que cruzan el badén. Algunos pasan muy despacio; otros, sin ninguna delicadeza, se lo llevan puesto.
Pausa.

2
18 de abril de 2025
16.30 h
Paseo Avelino Acosta; Cte. N. Otamendi
El tiempo: Frío. Cielo gris. Lloviznas aisladas.

Volví al mismo lugar. Hace un rato cayó esa clase de llovizna traicionera que parece inofensiva, pero te empapa hasta los huesos.

-El asfalto está mojado.

-Desde donde estoy, cuento seis alcantarillas.

Afuera de la panadería hay:

-Una camioneta Ford blanca, una Toyota Hilux gris y una Chevrolet Luv gris.

-Reconozco el Chevrolet Cruze gris de mi vecino.

-Un Renault 9 color rojo.

-Un Fiat blanco.

-Dos bicicletas negras.

-Sale el tío Julio (tío de mi mamá). Lleva una bolsa de pan. Me escondo un poco: si me ve, seguro se queda charlando y, cuando arranca, no lo para nadie. Cruza despacio, arrastrando el pie izquierdo, y se toma su tiempo para subir a la vereda del Paseo.

Tengo entendido que el tío sale todos los días, más o menos a esta hora, a comprar el pan. Nunca va apurado: para él, el tiempo no corre. A veces lo encuentro descansando en un banco de la plaza, como si la caminata de tres cuadras fuera una maratón, o haciendo una pausa estratégica afuera de la panadería antes de retomar su recorrido. El tío, como dice Le Breton, no elige domicilio en el espacio, sino en el tiempo: la salida diaria a buscar el pan, la parada en la plaza, la pausa frente a la panadería. Camina a su ritmo, sin apurarse por nada ni por nadie; se toma su tiempo y no deja que el tiempo lo tome a él; al caminar lento, marca su soberanía sobre los relojes y su independencia frente al apuro del mundo.

Pienso que Otamendi es un lugar bastante colorido.

Cosas rojas que veo:

-Los bancos del Paseo.

-Malvones en un balcón.

-Las letras en “BAF”.

-Un contenedor de residuos.

-Ropa en la vidriera de Precios Únicos.

-Las luces traseras de los autos.

-Dos autos.

Un pájaro vuela hasta un charco y, dignísimo, empieza a picotear con entusiasmo. ¿Agua? ¿Un insecto? ¿Pura actuación? No tengo idea, no soy ornitóloga así que mejor no opino. El charco, por cierto, tiene forma de Formosa, pero podría ser cualquier cosa si uno lo mira con ganas: una ballena, un zapato viejo o, si estiramos un poco la imaginación, el perfil de don Rutilo.

Cosas que escucho:

-El motor de los autos, constante y monótono.

-Las ruedas deslizándose sobre el asfalto, algunas suaves, otras más rasposas (¿puede un sonido ser rasposo?).

-El viento, que sacude las hojas de los árboles como si quisiera que hablaran.

-Los pasos de la gente:

breves,
arrastrados,
marcados,
suaves.

-Una puerta que se cierra (el sonido de una puerta cerrándose no se parece en nada al de una puerta que se abre: la primera suena a final; la segunda, a promesa. Una puerta que se abre deja pasar el aire, la luz, las voces. Una que se cierra guarda el calor, el secreto, la intimidad. Lo abierto expone, lo cerrado protege. Lo abierto invita, lo cerrado delimita).

El perro logró su cometido. La chica que trabaja en BAF a la tarde lo dejó entrar (o quizás no lo vio). Se acomodó en un rincón como si siempre hubiera formado parte del mobiliario. Y sí: en Otamendi, hasta los perros tienen sus rutinas.