La consolidación de la ola violeta, el voto joven, las ventajas de la Boleta Única y el derrumbe irreversible del viejo manual
Todos los entretelones de lo que es noticia en Mar del Plata
Pasaron las elecciones legislativas con el triunfo de La Libertad Avanza a nivel nacional (40,7 % contra el 34,9 % de Fuerza Patria), la sorpresiva victoria en la provincia de la lista encabezada por Daniel Santilli (41,45 % contra 40,91 % de la que llevaba a Jorge Taiana en primer lugar, con una diferencia de 46 mil votos) y la esperada conquista de LLA en los comicios de General Pueyrredon, paradójicamente con un menor porcentaje de adhesiones que el cosechado en septiembre pasado, pero con 32 mil votos más que en aquella oportunidad, y queda mucho para analizar. Interrogantes varios de cuyas respuestas surgen las explicaciones del triunfo libertario en Mar del Plata, la provincia y el país. ¿Se impuso el voto esperanzador o el del temor “a la vuelta de los kukas” (Milei dixit)? ¿Pesó más el miedo a que el lunes 27 todo estallara en lo económico que la flaqueza de los bolsillos y las caídas en las ventas? ¿Cuánta incidencia tuvo el apoyo inédito y categórico de Donald Trump y el gobierno de Estados Unidos a la política de Javier Milei? ¿Cuánto influyó en el resultado final de la provincia de Buenos Aires la utilización, por primera vez en la historia, de la Boleta Única de Papel? ¿Cuánto le debe La Libertad Avanza a la franja etaria más joven que se inclinó mayoritariamente por su propuesta? ¿El caso Libra, los audios y denuncias de Spagnuolo, la renuncia a la candidatura de José Luis Espert envuelto en un escándalo –su foto apareció en la boleta ganadora en la provincia– tuvieron más repercusión y fuerza en los medios que en la decisión del electorado? ¿Logró Milei un cheque en blanco por dos años más? ¿Podrá reconfigurarse el peronismo y ser una opción poderosa en 2027? ¿Por qué fracasó el proyecto de una “tercera fuerza” como lo fue el experimento de Provincias Unidas integrado por gobernadores fuertes y políticos de la talla de Florencio Randazzo? En definitiva, un sinfín de preguntas que se multiplicaban, el día después, cuando la euforia de los mercados hacía volar el valor de las acciones y caer el precio del dólar y el riesgo país.

Javier Milei volvió a ganar. Pero lo que realmente ganó este domingo no fue solo La Libertad Avanza: fue una forma distinta de hacer y de entender la política. Y eso –aunque muchos no quieran verlo– ya es irreversible. El resultado fue contundente. El oficialismo amplió su poder parlamentario, el mapa se tiñó de violeta y el Presidente, en tono triunfal, habló de “dos tercios de los argentinos que quieren una Argentina mejor”. Pero más allá del color y la épica libertaria, el dato de fondo es otro: la consolidación de un nuevo paradigma político, sostenido en un voto joven, urbano, impaciente y desideologizado, que no se identifica con los clivajes tradicionales ni responde a las lógicas del viejo sistema. Durante años se repitió que el voto adolescente era volátil, antipolítico, sin raíces. Lo que se vio el domingo fue lo contrario: una generación que encontró en Milei un relato identitario. No por adhesión doctrinaria al liberalismo, sino porque representa la impugnación más clara al statu quo. Los chicos que debutaron en las urnas con “la casta” como enemigo simbólico hoy lo hacen por convicción estética y cultural. En TikTok, en Twitch o en las calles. No es la juventud que “no entiende la política”: es la política la que no entiende a esta juventud. El voto joven no solo sostuvo la victoria: le dio volumen, mística y territorialidad digital. Las estructuras tradicionales –aparatos, punteros, fiscales, boletas– ya no sirven para medir el pulso político. La revolución libertaria se organizó con memes, algoritmos y transmisión en vivo.

Según los datos oficiales, más de 1,1 millones de jóvenes de 16 y 17 años votaron por primera vez, representando el 3,1 % del padrón nacional. Si se amplía la mirada, los menores de 35 años superan el 40 % de los electores. Es decir, casi la mitad del país vota sin recuerdo directo del 2001 ni del kirchnerismo en su apogeo. Para ellos, la crisis, la inflación o la inseguridad no son noticias: son el punto de partida. Ese segmento se siente más cómodo en los algoritmos que en los actos partidarios. No lee plataformas, pero decodifica símbolos. Votó a Milei no tanto por lo que promete, sino porque encarna la demolición del sistema. Y en ese voto, emocional y disruptivo, hay una señal generacional que las viejas estructuras todavía no logran leer.

Hay algo de déjà vu en el clima político: la elección de medio término de 2025 tiene resonancias con la de 2017, cuando Mauricio Macri logró su punto más alto de legitimidad. En ambos casos, el oficialismo consolidó su mayoría a mitad de mandato, con un relato de “reformas y futuro” frente a un peronismo disperso. Pero la diferencia es esencial: Macri ganó dentro del sistema; Milei, contra el sistema. En 2017, el PRO encarnaba la modernidad del poder. En 2025, Milei encarna la demolición del poder tal como se lo conocía. La pregunta, una más, es cuánto dura esa energía disruptiva cuando el propio gobierno ya es el sistema. La historia enseña que toda ola antisistema termina enfrentando su propio espejo. Lo que emerge tras esta elección es una mutación generacional: la política ya no se articula alrededor de partidos, sindicatos o territorios, sino de redes, comunidades afectivas y códigos compartidos. Milei entendió antes que nadie que la política contemporánea es emocional, narrativa y digital. Lo mismo que el peronismo supo leer en los 40 y el PRO en los 2000, el libertarismo lo interpreta hoy: que las emociones gobiernan antes que las ideas. Por eso los dirigentes tradicionales –de uno y otro lado– no terminan de entender qué pasó. Hablan de economía, de inflación, de institucionalidad. Pero la gente votó otra cosa: una forma de sentirse parte de algo nuevo, aunque todavía nadie pueda definir exactamente qué es.

La introducción de la Boleta Única de Papel fue mucho más que un cambio técnico. Le quitó poder al sistema que vivía de la intermediación electoral. Sin necesidad de fiscales, sin logística de reposición de boletas, los partidos chicos quedaron en igualdad de condiciones con los grandes. El libertarismo –que carece de estructura territorial– fue el gran beneficiario. Lo que antes se definía mesa por mesa hoy se decide con mucha más simpleza. Un escenario donde el voto vale por sí mismo, sin el andamiaje del “aparato”. “Sin la Boleta Única de Papel de ninguna manera hubiésemos ganado esta elección”, reconocía en la noche del domingo un funcionario nacional. ¿Alguien puede imaginar que con el sistema anterior, sin fiscales en todas las mesas, sin poder controlar la existencia de boletas en el cuarto oscuro, Gray, Burlando o Samid hubiesen sacado los votos que tuvieron? Este sistema –refería el estrecho colaborador del Jefe de Gabinete en charla con un marplatense– trajo transparencia, celeridad y claridad. “Llegó para quedarse”, añadía, para destacar que nunca antes a las nueve y pico de la noche, como sucedió el domingo, se había computado más del 90 por ciento de los votos.

“¿Llegó para quedarse? Dejame reír un rato”, discrepaba el veterano operador político marplatense, a propósito de la Boleta Única de Papel. “Hoy, dos años antes, te apuesto lo que quieras que el domingo 24 de octubre de 2027 vamos a tener elecciones concurrentes en la provincia. Este año se desdobló y en 2027 vamos a elegir concejales, intendentes, diputados, gobernador y presidente con los dos sistemas. Se va a votar como en septiembre y como el domingo último para las distintas categorías. Los intendentes, especialmente los del conurbano, no te cambian la de papel histórica por nada del mundo. No van a modificar la ley, pero van a tener que explicarle a la ciudadanía por qué siguen optando por ese sistema vetusto. Es uno de los grandes debates que se vendrán cuando nos acerquemos a esos comicios”, pronosticó. “Peor que haber perdido, y por tan poco, es ver que la gente se enamoró de la Boleta Única de Papel. Ahí vamos a tener un problemita”, admitía un viejo cacique peronista del conurbano. “El voto joven, la Boleta Única, la fatiga con la política tradicional y la narrativa libertaria se combinaron para dar forma a un resultado histórico. No se trata solo de una victoria electoral, sino del cierre simbólico de una era y el comienzo de otra, donde la política –como el fútbol, como la música, como todo– se juega en otro terreno: el de la atención, la emoción y la inmediatez”, replicaba su interlocutor, un exdiputado provincial peronista.

“Si achicamos los 14 puntos que nos sacó el peronismo en septiembre a 4 o 5, somos Gardel, Lepera y los músicos”, admitía Diego Santilli hace dos semanas sentado en uno de los sillones junto al ventanal del Hermitage, mientras esperaba al presidente Javier Milei para realizar una caminata por Güemes. El domingo, cuando poco después de las 21 vio en el televisor el resultado de la provincia, escrutadas el 90 por ciento de las mesas, a punto estuvo de llorar. “El Colorado” que reemplazó a “El Pelado” –ahora él también luce temporaria calvicie tras cumplir promesa de raparse– recibió el primer abrazo, a la hora de festejar, de parte del intendente Guillermo Montenegro. El segundo fue el del titular del PRO, Cristian Ritondo. Los tres, en ese momento, se desahogaron. Fueron ellos los principales artífices de la coalición del PRO con La Libertad Avanza en la provincia. “La única forma de derrotar al kirchnerismo es ir juntos”, repetían hasta el hartazgo, cediendo el amarillo y el nombre del partido de Mauricio Macri en las negociaciones con los libertarios Sebastián Pareja, el marplatense Alejandro Carrancio y la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, en pos de la victoria. El triunfo los posiciona ahora en lo más alto del PRO. La derrota hubiese sido un camino con un retorno más que dificultoso a lo que queda de esa fuerza. Muchos dirigentes “amarillos” se distanciaron de la decisión de Ritondo, Santilli y Montenegro –¿asumirá como senador provincial en lugar de ocupar un cargo en el gabinete nacional?–, quienes hoy se entusiasman con construir la alternativa para la gobernación en 2027.

“Ahora vamos por la gobernación”, se entusiasmó uno de los colaboradores de Santilli, en la punta de la larga mesa que ocuparon en la madrugada en el restaurante La Stampa, ya pasada la medianoche. Santilli, Montenegro, Ritondo, esposas, familiares directos y un par de invitados más celebraron entre pizzas de mozzarella, fugazzetas y ravioles mientras sonaban los celulares con llamados de dirigentes, intendentes y hasta algún gobernador para felicitar al diputado nacional que ganaba por segunda vez en la provincia (se impuso en 2021 con Juntos por el Cambio). El senador provincial Alejandro Rabinovich, mano derecha de Montenegro, optaba por tomarse un respiro para analizar con Hugo Santilli, padre del legislador y expresidente de River y del Banco Nación durante el menemismo, el difícil momento del equipo de Gallardo, antes de volver a agotar la batería de su teléfono para recabar los números de Mar del Plata y la quinta sección electoral.

Justamente, computadas el 99,39 % de las mesas de General Pueyrredon (solo faltan escrutar 10 mesas), se determinó que La Libertad Avanza logró un contundente triunfo en el distrito, obteniendo el 49,3 % de los datos (172.937 votos) contra el 30,9 % (108.695) de Fuerza Patria. Una diferencia de 18,4 puntos (tres más que la marca de septiembre), traducida en 64.242 votos de diferencia. Los libertarios se impusieron en 23 de los 29 circuitos electorales, cosechando un promedio del 56 % de los votos en las mesas del centro y del macrocentro y del 43 % en la periferia. Un dato de color: La Libertad Avanza tuvo el domingo 2,8 puntos menos que en septiembre (había sido el 52,1 %) pero 32.208 votos más (el que más creció en ese ítem en toda la provincia). En tanto, Fuerza Patria perdió 5,9 puntos entre septiembre y octubre (36,8 % contra 30,9 %) aunque 9.135 votos más, tomándose como referencia los guarismos obtenidos entonces por Montenegro y Fernanda Raverta, como candidatos a legisladores provinciales, en este distrito.

La participación en General Pueyrredon fue del 63,97 %, por lo que concurrieron a votar 365.570 marplatenses y batanenses sobre los 571.397 que estaban en condiciones de hacerlo. En definitiva, 205.827 personas no concurrieron a votar el domingo, esquivando las 1.644 mesas habilitadas en las escuelas del tercer distrito más importante de la provincia, detrás de La Matanza y La Plata. El ausentismo fue el otro ganador. El 32 % de ausentismo a nivel nacional –una cifra inédita para una elección obligatoria– también habló. Hay un país que decidió mirar desde afuera. No por apatía, sino por descreimiento. La democracia argentina, que alguna vez fue una fiesta, hoy es un trámite para muchos. La política discute nombres, el ciudadano discute precios. Si bien el voto joven apareció, el voto medio se evaporó: la clase media cansada, despolitizada y sin expectativas fue la gran ausente. Y cada vez que la clase media se retira, el péndulo argentino se vuelve más imprevisible. “El sistema va por la escalera y la sociedad por el ascensor. El sistema emite y transmite en blanco y negro y la sociedad está en 4D. Es una crisis importante y los partidos han perdido vigencia”, refiere el escritor y periodista marplatense Ignacio Zuleta. Está convencido de que el mundo va hacia otro tipo de representación. “La sociedad -alegó- va a encontrar seguramente, como lo ha encontrado siempre, el equilibrio en otra instancia. La gente sabe que no yendo a votar castiga al sistema. El castigo es no ir a votar, el no voto, quedarse en casa. El voto castigo hoy es la abstención”, redondeó.

Las elecciones dejaron también como saldo el hecho de que dos marplatenses asumirán en diciembre como diputados nacionales: por el Frente Fuerza Patria, Hugo Moyano, hijo del histórico dirigente de los camioneros y por La Libertad Avanza, el exconcejal y exdiputado provincial Alejandro Carrancio. Este último fue uno de los principales operadores libertarios de la provincia, estrecho colaborador del armador y también diputado nacional electo Sebastián Pareja, y uno de los “arquitectos” del acuerdo electoral entre los libertarios y un sector del PRO. Con intenciones de luchar por la intendencia de General Pueyrredon en 2027, como él mismo lo reconoció, Carrancio agradeció el domingo a “cada vecino por acompañar las ideas que están transformando la Argentina”. “Pintamos de violeta Mar del Plata y Batán”, celebró quien también se convirtió en uno de los grandes ganadores del domingo, incluso en la interna libertaria, a partir de su pertenecía al sector de Martín Menem -después del triunfo suena descabellado que le ceda la presidencia de la Cámara de Diputados a Cristian Ritondo- Sebastián Pareja y especialmente Karina Milei.

La noche del domingo no solo consagró un triunfo libertario. También dejó al peronismo mirando el techo, preguntándose –una vez más– qué es, quién manda y hacia dónde va. El resultado nacional confirmó la sensación que se venía gestando desde septiembre: la unidad alcanzó para no desintegrarse, pero no para ganar. Axel Kicillof resistió en Buenos Aires, preservó votos y bancas, pero su triunfo parcial convivió con la derrota global del espacio. Y esa convivencia empieza a mostrar las costuras internas del universo justicialista. “En democracia se gana y se pierde. No hay que dramatizar. Estamos vivos. A nivel nacional quedamos abajo por 5 puntos (40,7 % contra 34,9 %). El peronismo perdió las últimas cinco elecciones de medio término (2009, 2013, 2017, 2021 y 2025), puso en juego 46 bancas y consiguió 46. Milei sacó un punto menos que Macri en 2017, pero –es cierto– habiendo hecho un ajuste fiscal que en aquel ciclo no se dio. Si se recupera o no el peronismo, depende de una escucha atenta, de una comprensión estratégica, de un debate honesto y de generosidad en la construcción de la unidad”, sostenía el “profe” Romero, mientras el ministro del gabinete de Axel Kicillof refería que “perdimos por 46.600 votos y metimos 16 diputados, uno más de los que ponemos en juego. Con respecto a septiembre, cuando votaron los extranjeros, perdimos 300 mil votos”.

“El gobernador bonaerense fue el único que leyó con realismo el clima electoral. Quiso adelantar la elección provincial para despegarse de la ola nacional, pero el kirchnerismo puro –Cristina, Máximo, y el círculo duro de La Cámpora– lo frenó. “No adelantamos, resistimos”, decían. Resultado: resistieron, pero perdieron”, consignaban varios analistas políticos en la noche del domingo. Ahora, desde La Plata, Kicillof intenta capitalizar su sobrevida como nuevo polo de poder dentro del peronismo, mientras el sector más cristinista se atrinchera en la ortodoxia. El gobernador cree que la única forma de volver a ser competitivos es ensanchar el perímetro, abrir el juego a gobernadores, intendentes y sindicalistas que no comulgan con la liturgia K. Pero del otro lado lo acusan de querer “macrizar” al peronismo, de “traicionar el legado”. No obstante, el avance de Diego Santilli en el conurbano profundo fue la señal más inquietante: Milei logró meterse donde antes el peronismo jugaba de local. La derrota nacional abre una etapa de reacomodamiento brutal. Kicillof se perfila como referente del peronismo institucional y gestor, con una idea más pragmática y federal. La Cámpora, en cambio, apuesta a preservar el relato y mantener el control simbólico de la marca “kirchnerismo”. Los gobernadores reclaman autonomía y buscan volver a tener voz. El sindicalismo, sin brújula, mira el escenario y espera saber a quién obedecer. Kicillof promete “volver a empezar”, pero el peronismo todavía no sabe por donde empezar.
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