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Opinión 6 de marzo de 2017

Mejor me quedo en casa

por Fabrizio Zotta

– Es una opinión un poco desagradable la suya, Fabrizio. Los lectores se van a enojar por su antimarplatensismo, sin me permite la expresión.

– No es ser anti nada. Es decir que quizá alguna cosa están haciendo mal.

– En todas partes es igual.

– No crea.

– Usted lo dice por ese ticket que anda dando vueltas (y que este diario donde usted está escribiendo esto también publicó) en el cual le cobran a una persona 200 pesos por un cuchillo que corta. Como si con esas porquerías de acero sin dientes que te ponen en la mesa no alcanzara para cortar.

– No, no lo digo por eso.

– Es un caso aislado.

– Bueno, vea. No es mi intención ser autorreferencial, pero le voy a contar un caso personal.

– Bué. Que algo le haya pasado a usted no significa que le pase a todos.

– Es verdad. Pero déjeme que se lo cuente: alquilé una carpa en un balneario esta temporada. No soy un cliente que use mucho las instalaciones, lo básico. Quiero que la cochera que pagué esté libre cuando llego. Quiero que si digo buenas tardes, me respondan. Lo elemental. Pero de todo eso me tuve que ocupar yo mismo, como si fuera una responsabilidad mía procurarme lo que lo que ya he pagado. ¿Sabe que no logré que el servicio de carpa me limpie la mesita y las sillas?

– ¿Y por qué no fue a buscar al carpero y se lo dijo?

– Fui. Cada día.

– ¿Esta va a hacer una columna del tipo vecina indignada?

– Una vez llegué y en mi carpa había unos chicos jugando a las cartas.

– ¿Amigos suyos?

– No se haga el vivo. Ya me entendió.

– Bueno, le puede pasar a cualquiera. Eso no me dice nada.

– En el ticket del cuchillo para cortar que usted menciona se lee que dos aguas cuestan 90 pesos. Pero no es un problema de precio solamente. Es de atención al detalle. En un estacionamiento que seguramente conoce si se pasa 5 minutos de la hora, le cobran la segunda completa. En un moderno y carísimo restó el mozo no conoce la carta, ni lo intenta. En locales de ropa de la calle comercial comprar es interrumpir el bostezo, o el chat, de la vendedora. En la casa de jeans de marca extranjera los precios se transforman dependiendo de la cara del cliente. Cuando pagás y el que vende no tiene cambio, el problema es tuyo y se lo tenés que resolver. Hay que caminar hasta la caja para pedir la cuenta si estás sentado en una mesa afuera, porque nadie sale. Dos cortados cuestan lo que un kilo de carne, y una cerveza un poco más. Hay miles de autos por hora y una ventanilla sola del peaje abierta. Cayó en desuso la copa o el café de cortesía. Y eso que salgo poco…

– Bueno, vamos a reconocerlo. Es que la temporada no anduvo bien.

– Y no…

– Por eso pensamos hacer una movilización ante las autoridades. Es un problema de los gobiernos, de la promoción, de los medios que muestran en televisión otros destinos; es un tema de que la gente no se entera. Eso pasa. Vamos a pedir que los demás hagan lo que tienen que hacer.

– Claro, esa es la solución, sin duda.

– No merecemos lo mal que nos va.

– Cerremos con eso. No me gustaría tener que discutir con usted.