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La Ciudad 23 de noviembre de 2025

Del “No al ALCA” al acuerdo con Trump, la pesca a la espera de la letra chica y el adiós a los marines

Todos los entretelones de lo que es noticia en Mar del Plata.

Veinte años después del “ALCA al carajo”, la Argentina vuelve a estar en el centro de una discusión que se creía saldada. El país que en 2005 le dijo a Estados Unidos que no estaba dispuesto a firmar un acuerdo continental bajo sus reglas, hoy firma a miles de kilómetros de aquella Mar del Plata de tribunas encendidas un entendimiento comercial que, sin ser el ALCA, tiene un aire de familia que inquieta a más de uno en la política y en la industria. Las imágenes del estadio mundialista lleno, Chávez en modo stand-up antiimperialista, Kirchner en postura de anfitrión combativo y Lula tejiendo silencios estratégicos quedaron como postales de una época. Pero la historia, como siempre, se escribe sin nostalgia: la Argentina de 2025 gira hacia un acuerdo con Estados Unidos que reabre viejas preguntas sobre soberanía, modelo productivo y alineamientos externos. El nuevo acuerdo marco al que el Gobierno llama “framework” con entusiasmo – no es un tratado de libre comercio cerrado. Pero establece el camino para uno: reducción de trabas, adopción de estándares, protección de inversiones, normas de propiedad intelectual, capítulos digitales, cooperación en seguridad económica y minerales críticos.

El expresidente de Venezuela, Hugo Chávez, junto a Diego Armando Maradona y el ex diputado nacional, Miguel Bonasso, durante el acto de cierre de la III Cumbre de los Pueblos, realizado en el Estadio Mundialista de Mar del Plata.

El expresidente de Venezuela, Hugo Chávez, junto a Diego Armando Maradona y el ex diputado nacional, Miguel Bonasso, durante el acto de cierre de la III Cumbre de los Pueblos, realizado en el Estadio Mundialista de Mar del Plata.

Washington lo celebra: Milei es el primer presidente latinoamericano en décadas que pide más libre comercio. En un tablero global en el que China suma socios con billetera y logística, Estados Unidos encuentra en la Argentina una oportunidad inesperada para volver a disputar influencia en el Cono Sur. El acuerdo se anunció lejos de Mar del Plata, pero la referencia es inevitable: fue en esta ciudad donde el ALCA se estrelló. La liturgia cambió; el debate, no tanto. La rosca fina: halcones eufóricos, peronismo afilando archivos, radicales con preguntas y empresarios haciendo números. En el oficialismo, el entusiasmo es notable. Para Milei, esto no es un acuerdo: es la vindicación de su fe. Para su mesa chica, es la prueba de que el país “por fin sale del pantano estatista”. Sturzenegger lee el texto como quien revisa el índice de un manual de sus sueños: menos regulaciones, más apertura, más estándares internacionales, menos burocracia local. Pero en el resto del sistema político la cosa se lee con matices y con preocupación.
En las oficinas del peronismo empezaron a circular videos de la contracumbre, discursos del 2005, fotos del estadio. Nadie va a reabrir el museo del anti-ALCA, pero el archivo se desempolvó tan rápido como suben los precios de la carne en diciembre. Los gobernadores peronistas ya hicieron señales: “¿A quién le vendemos si Estados Unidos exporta todo sin trabas?”. Algunos intendentes industriales también levantaron la ceja: cuando la industria está flaca, cualquier importación envalentonada puede ser un mazazo. En la UCR conviven dos almas. Una ve este acuerdo como una oportunidad histórica que, paradójicamente, no les toca firmar. La otra tiene dudas legítimas: ¿qué pasa con la soberanía regulatoria? ¿Con el Mercosur? ¿Con las pymes que competirán con maquinaria y autos fabricados en escala continental? En el PRO, silencio y pragmatismo. Muchos celebran la apertura, pero nadie quiere darle demasiado crédito político a Milei. Otros se preguntan qué significa para los proyectos que Larreta (¿el próximo candidato de Cristina como señalan algunas versiones?), Bullrich y Macri defendían en campaña.

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El empresariado vive este acuerdo en modo ventanilla única: los exportadores agrícolas ven una chance, los mineros, una confirmación de que el litio es el eje geopolítico del siglo, las startups tecnológicas, un puente al mercado más grande del mundo. En la pesca marplatense esperan conocer la letra chica del acuerdo, pero hay muchas expectativas. “No tenemos nada oficial pero pueden llegar buenas noticias”, insisten desde una de las cámaras más importantes del sector. Pero el entramado industrial automotor, textil, químico, metalmecánico sabe que el diablo está en las normas técnicas. Si la Argentina acepta estándares estadounidenses sin condiciones, muchos productos nacionales podrían quedar fuera de mercado por costo, escala o certificación.
El acuerdo también deja flotando un interrogante mayor: ¿qué queda del Mercosur en este nuevo mundo ideológico del mileísmo? El bloque, que en 2005 actuó como estructura defensiva ante el ALCA, hoy parece un cascarón cansado. Brasil observa con cautela, Uruguay aplaude desde la cuerda floja y Paraguay hace cálculos diplomáticos. La Argentina, mientras tanto, avanza como si el Mercosur fuera una sala de espera en la que uno entra pero no siempre se queda. En los pasillos de Cancillería se escucha una frase que es más confesión que análisis: “Hay un Mercosur formal y un Mercosur real. El formal sigue existiendo”, señalan.
En Washington, más allá del intercambio comercial, hay un interés puntual: el litio, la cadena de minerales críticos y las denominadas tierras raras. El acuerdo abre la puerta para que empresas estadounidenses entren con reglas claras, menos incertidumbre jurídica y un marco de protección para inversiones. A eso se suma otro factor: Estados Unidos buscó en los últimos meses la forma de sostener a una Argentina inestable pero estratégica. El swap financiero, el apoyo en foros internacionales, la sintonía política entre Milei y sectores republicanos conforman un cuadro en el que este acuerdo comercial funciona como pieza central.

 

Mientras tanto, la sociedad argentina sigue atendiendo otras urgencias: la inflación que baja lenta, los salarios que alcanzan poco, los alquileres imposibles y los precios del supermercado que siguen jugando al sube y baja. El vínculo con Estados Unidos es un tema de la elite política, empresarial y diplomática. Todavía no se traduce en algo tangible para el ciudadano común. Pero si el acuerdo avanza y modifica precios relativos, importaciones y normas de competencia, la calle lo va a sentir… para bien o para mal.
Lo notable de este momento no es solo el giro económico, sino el giro simbólico. La Argentina que hace dos décadas sacó pecho frente al ALCA hoy firma un acuerdo que, sin grandes manifestaciones ni discursos encendidos, retoma puntos sensibles: propiedad intelectual, normas técnicas, inversión extranjera, desregulación digital, apertura de mercados. ¿Es la admisión de un cambio de época? ¿O es simplemente que las urgencias económicas obligan a renunciar a banderas que antes se sostenían con más convicción que contabilidad? Las preguntas están abiertas. Y los pasillos del poder esos donde se exagera, se fantasea y se acierta sin querer coinciden en algo: este acuerdo no es un trámite. Es una señal. Es un camino. Y es, también, una batalla política que recién empieza. En definitiva, Mar del Plata fue el escenario del “no” al ALCA. Veinte años después, el nuevo acuerdo se firma lejos de esa mística. No hay cumbres, ni estadios, ni contracumbres. Pero lo que se discute hoy la relación con Estados Unidos, el modelo productivo, el lugar de la Argentina en el mapa es exactamente el mismo nudo que se discutió entonces. La diferencia es el tono. Antes se gritaba. Hoy se firma. Pero, como siempre, lo importante, lo jugoso, estará en el subtexto o letra chica.

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A propósito de Estados Unidos, en la semana dejaron la ciudad los Seals, casi una veintena de integrantes de la principal fuerza de operaciones especiales de la Armada de Estados Unidos. En la Base Naval Mar del Plata la escena tenía épica cinematográfica: los Navy SEALs desembarcando junto a los Buzos Tácticos argentinos, botes tácticos en la costa, equipo negro sobre neoprene y un ARA Storni convertido en centro de operaciones. Después de 24 años sin entrenamientos conjuntos, el ejercicio Tridente llegó con la solemnidad de lo histórico. Pero mientras los ejercicios se hacían bajo el agua, la polémica flotaba bien arriba, entre Buenos Aires y los pasillos del Congreso. Porque si algo aprendió la política argentina es que, cuando llegan tropas extranjeras, el ruido no lo hacen los helicópteros: lo hace la letra chica del decreto.
En el Ministerio de Defensa estaban más entusiasmados que discretos. “Es un salto de calidad. Entrenar con una fuerza de elite nos mejora la vigilancia marítima”, repetían en cercanías del despacho de Luis Petri en sus últimas horas en el gabinete, con una mezcla de orgullo técnico y orgullo diplomático. De lo que se vio o mejor dicho, de lo que dejaron ver hubo simulacros tácticos, operaciones nocturnas, trabajo en costa y especialización directa de los SEALs hacia la tropa argentina. Nada que no sea rutina para ellos, pero que para la Armada local significa actualización en un área que venía atrasada. “Esto nos pone en el mapa de las operaciones navales modernas”, decían en Defensa, Pero la política no mira mapas: mira procedimientos.

 

La verdadera marejada llegó desde el Decreto 697/2025, la autorización presidencial que habilitó la entrada de personal militar estadounidense a territorio argentino. ¿El problema? Que la Constitución exige que el ingreso de tropas extranjeras sea aprobado por el Congreso. Como eso no ocurrió, la Casa Rosada optó por el atajo administrativo. Y el atajo, claro, se escuchó fuerte.

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Un diputado opositor lo dijo en Mar del Plata este mismo fin de semana: “Los ejercicios están bien. El modo fue un papelón institucional” El oficialismo responde que el decreto era una excepción operativa, “algo rutinario en la cooperación militar internacional”. Pero la oposición ve una señal política más que militar: un Gobierno que prefiere avanzar antes que esperar consensos que no llegan. En la Base Naval el clima era profesional, fotográfico, casi protocolar. En el Congreso, la secuencia fue otra: llamados cruzados, quejas de procedimiento, preguntas sobre el financiamiento y hasta discursos sobre “intromisión extranjera”. Para la Armada, es simple: Tridente fue una mejora operativa necesaria. Para Washington, un gesto de alineamiento en el Atlántico Sur. Para el Gobierno, un trámite. Para la oposición, un exceso. Para los pasillos… una historia más jugosa que el ejercicio mismo.