Esteban Prado y el desafío de narrar una Mar del Plata propia: “Desde la literatura podemos disputar qué ciudad somos”
El escritor, editor y librero de El Gran Pez publicó “Diez canciones para volver a casa”, un fantasy juvenil situado en el Bosque Peralta Ramos. Los libros para jóvenes, el movimiento literario local, un reclamo a la Secretaría de Cultura y su apuesta por mostrar una Mar del Plata más allá de la postal turística, en esta entrevista con LA CAPITAL.
Esteban Prado es autor de “Ana, la niña austral” y “Ema, la partysana” (novelas), “Duerme el puma” (poesía), “¿Vamos para allá?” (libro álbum) y “Por una literatura diferente” (ensayo sobre Héctor Libertella). / Fotos: Marcela Golfredi.
Por Rocío Ibarlucía
Con “Diez canciones para volver a casa” (La Flor Azul), Esteban Prado vuelve sobre un territorio que recorre buena parte de su obra: Mar del Plata. Escritor, editor, librero, docente universitario y cofundador de El Gran Pez, ha hecho de la ciudad una usina de historias, motivo por el cual, entre muchos otros, este septiembre fue reconocido con el Premio Alfonsina 2025 en la categoría Creación Literaria.
En esta novela juvenil, Mar del Plata aparece narrada desde adentro: la historia se desplaza del mar –que recién aparece al final– hacia un barrio del sur, entre los eucaliptos del Bosque Peralta Ramos. Allí Leandro, el joven protagonista, descubre el amor, se reencuentra con la música a través de su vecina Nicole y de los sonidos de la naturaleza, y se topa con criaturas que lo conducen a un mundo mágico y desconocido.
Aunque puede leerse dentro del fantasy, la novela también –explica Prado– sostiene una trama realista que sigue el recorrido íntimo de un adolescente atravesado por preguntas sobre su identidad, dificultades escolares y tensiones con sus padres y amigos.
La historia dialoga, además, con las canciones que canta Nicole en un karaoke virtual–cuyas letras se van intercalando entre la narración– y un cuento japonés que Leandro lee a medida que avanza la trama y que los lectores pueden encontrar al final mediante un código QR. Ese relato, también escrito por Prado, suma nuevas capas de lectura y propone ampliar la percepción de lo real. “Diez canciones para volver a casa”, de hecho, invita a “recuperar el oído, volver a escuchar y sumergirnos en los cosmos que nos rodean”, algo que muchos adultos hemos dejado de ejercitar.
En conversación con LA CAPITAL, el autor habla, además, sobre el movimiento artístico local que viene creciendo en los últimos años, a pesar de no recibir apoyo del municipio. También retoma parte de las denuncias que planteó al recibir el galardón, entre ellas, el pedido de políticas públicas para la cultura en tiempos de supervivencia económica que atentan contra la lectura.

Esteban Prado, como miembro fundador del colectivo El Gran Pez, co-organiza la Feria Invierno de Editoriales y Cultura Gráfica.
—¿Qué te llevó a escribir un fantasy juvenil? ¿De dónde nace esta historia?
—Son dos cosas un poco en paralelo. Por un lado, el género. No es que sea fanático del fantasy, pero cada tanto me gusta leer ese tipo de libros que tienen un poquito de ciencia ficción y un poco de fantasy, o fantasy más puro. Siento que vuelvo a ser adolescente por una semanita que estoy en ese libro.
Por otro lado, esta historia tenía más que ver con ciertas discusiones que se daban vinculadas a la naturaleza cuando yo vivía en el Bosque Peralta Ramos. Entonces, había gente que me decía “esto no es un bosque”, “si lo fuera, habría otro tipo de plantas”, “esto es una forestación” y esa idea me generaba cierta intriga. Y pensaba “bueno, ¿qué viviría acá si no fuese este bosque?”. Ahí empecé a imaginar que había otra vida, que de alguna manera, más latente, más secreta, seguía ahí.
Después, surge de una observación vinculada con el trabajo como librero, que es que veía que las editoriales independientes con las que nosotros más trabajamos en la librería tienen una parte dedicada a la literatura infantil que es espectacular y después, todo lo que ya sabemos respecto de la literatura para adultos. Ahora, lo que llamamos libros para jóvenes es algo más de vacancia en las editoriales independientes. Y yo me puse como una especie de misión, lo digo un poco a modo de chiste, de querer escribir una novela que esté en ese lugar.
—¿Y tuviste algún tipo de reparo al escribir literatura para jóvenes? ¿Te surgieron dudas respecto de qué y cómo narrar para lectores que están en formación?
—Sí. Yo tenía muchos prejuicios, más allá de que leo literatura para jóvenes. A veces me da la sensación de que las cosas están un poco masticadas por demás. Y, en ese sentido, me propuse escribir una novela como si fuese en el cine apta para todo público, pero que no necesariamente por eso baje la complejidad de algunas cosas. Ni tampoco hacerla más breve porque se supone que es alguien que lee textos cortos. Traté de dejar de lado algunos prejuicios que circulan sobre los adolescentes, que a veces los comparto, a veces no, y sobre la literatura destinada a ese público y pensé que después será lo que sea, se leerá, circulará a su manera.
—Liliana Bodoc hablaba de la importancia de debatir no solo el contenido sino también lo formal en la literatura juvenil, al estar escribiendo para seres humanos en formación que tienen tal vez su primer encuentro con el arte literario y en ese momento empiezan a amarlo. ¿Qué implica para vos escribir para jóvenes?
—Me parece que está buenísimo que en ese momento de la vida, en que están descubriendo la literatura, todo les puede pasar, divertir, motivar. Y me parece que los jóvenes, cuando empiezan a leer, se encuentran en sus propias bibliotecas, en las escuelas, en donde sea, leyendo cualquier cosa, entre ellas alguna novela juvenil. Entonces me parece que está bueno que se dé esa mixtura de materiales y lenguajes muy distintos.
Y en cuanto a pensar la forma y los juegos de lenguaje, en esta novela las maneras de ir construyendo los diálogos, ciertos juegos con las canciones, con las que trato de hacer que los recortes de las letras reboten de alguna manera en el resto de la historia, me parece que piensan en alguien que lo va a leer y que va a disfrutar de encontrarle distintas capas a la novela. En ese sentido si yo pensase que es una manera de leer entre ingenua y poco curiosa, tal vez todas esas capas no existirían.
—El bosque es central en la novela y pareciera que también lo fue en tu experiencia personal, por lo que leemos en la biografía incluida en la solapa. ¿Qué lugar ocupa el bosque en tu vida?
—Bueno, fue un lugar realmente importante. Hubo una decisión de trabajar desde lo realista y de algo casi documental, ligado a mi propia experiencia. Desde afuera, yo tenía una imaginería del bosque como un lugar ameno, idílico. Pero cuando empecé a vivir ahí, descubrí otra cosa: un ida y vuelta permanente con la vegetación que avanza sobre la casa, que de repente caen ramas, que tenés que aprender a machetear, hachar, cortar todo el tiempo el pasto, a lidiar con el agua cuando llueve demasiado. A eso se suma el avance inmobiliario que tala muchos árboles, entonces hace que los que queden se vuelvan cada vez más frágiles. Toda esa experiencia empezó a aparecer a partir de vivir ahí. En ese momento estábamos con mi pareja y mi hija mayor, que tenía ocho meses. Vivimos, durante seis años, momentos espectaculares, pero siempre con esa tensión de fondo.
No me acuerdo si en 2016 o 2017, hubo una tormenta eléctrica muy grande en la que cayeron más de cien árboles, ocho de ellos en mi cuadra. De repente estábamos en la situación de decidir si nos subíamos al auto o si nos quedábamos. Fue un momento extremo, casi de catástrofe natural. Esa experiencia también funcionó como punto de partida para imaginar que podía haber una especie de disputa entre distintas naturalezas por ver cuál se queda en ese lugar. No es algo que esté explícito en la novela, pero de algún modo está presente.
“A veces me pregunto: ¿dónde, en Mar del Plata, queda un lugar que todavía pueda llamarse naturaleza?”.
—El bosque es un espacio recurrente en los cuentos tradicionales, ideal para el misterio y las criaturas horrorosas, y también un refugio natural frente al ruido de la ciudad. ¿Qué significados tiene para vos este espacio y con qué tradiciones literarias dialogaste para crearlo?
—Sí, está, obviamente, la tradición de los cuentos folclóricos europeos, como Caperucita; hay un momento en el que los protagonistas, Leandro y Nicole, casi son Hansel y Gretel, perdiéndose en el bosque. También tenía presentes algunas lecturas más vinculadas a la antropología y al lugar que los pueblos amerindios le dan al bosque o a la selva. Desde esos enfoques pensaba en el bosque como una especie de ser vivo compuesto por pequeñas individualidades –cada árbol, cada bicho, cada hongo– y, al mismo tiempo, como un único gran individuo bosque-selva. Y ahí también se me cuela Miyazaki, principalmente “La princesa Mononoke”, aunque también otras películas de Ghibli. Así que mi idea del bosque es una mixtura bastante particular.
Después está lo que mencionabas sobre la ciudad. En el caso de Nicole, ella viene de Buenos Aires, por lo que Leandro y su hermana tienen que mostrarle la dinámica del bosque, porque su único trayecto es de la casa a la escuela y no conoce nada más. Entonces también aparece esa literatura que contrasta la vida urbana y la vida en el bosque.

Esteban Prado también es doctor en Letras por la UNMdP, donde dicta clases en la cátedra Teoría y Crítica Literaria.
—En el libro se resalta la importancia de abrirse a la escucha de la música de la Tierra. ¿De dónde nace tu interés por volver a conectar con la naturaleza?
—Mirá, ahí aparece algo que a mí me interpela. Lo retrato con una anécdota: en un momento nos fuimos de camping, en Santa Clara, yo tenía 20 años y cierta idea de que íbamos a estar en la naturaleza. Y, de repente, cuando miramos alrededor, era todo campo sembrado. De más chico, en cambio, íbamos mucho con mi familia a la playa del Puerto donde está la reserva y ahí sí sentía que había algo que todavía podía llamarse naturaleza, no sé si más pura, pero sí más real, menos intervenida, no tan digitada por un fin industrial, del agro o forestal.
Entonces, a veces me pregunto: ¿dónde, en Mar del Plata, queda un lugar que todavía pueda llamarse naturaleza? Esa pregunta puede ser un poco angustiosa, pero también hay algo esperanzador en imaginar que, de algún modo, todavía está ahí. Aunque vos no la veas, la naturaleza sigue ahí. No es que todo sea negatividad. Incluso en un patiecito, en una casa, hay un pequeño bosque, un pequeño mundo de seres que viven a su manera. Esa sería, de alguna forma, la naturaleza que intento reivindicar. Tal vez encontrar ese espacio de naturaleza que siento medio perdido depende un poco de poder escucharlo. Está ahí, y sigue su vida aunque uno no la vea. Y alcanza con acomodar un poco el oído para entender que está mezclada en todos lados, incluso en pleno centro de la ciudad.

Este 2025 Prado presentó “Diez canciones para volver a casa” junto con “La danza de la vaca” (Oficina Perambulante).
—Presentaste esta novela junto con “La danza de la vaca” y decís que ambas son siamesas porque se apropian de Mar del Plata, como lo has hecho en otros libros. ¿Por qué te interesa pensar la ciudad desde la literatura?
—Hay algo en el vínculo de Mar del Plata no solo con la literatura, sino también con el cine y, un poco menos, con la música, y con todas las artes que representan la ciudad, que hasta un determinado momento parecía que siempre lo hacían personas que no eran de acá o que no vivían acá. En un momento sentí que eso faltaba. Y además es una ciudad tan bizarra, con tantas caras, que la mirada desde afuera muchas veces la cristaliza. Hay una película que se llama “El gaucho”, de los años 60, trabaja Vittorio Gassman, en la que los protagonistas vienen a Mar del Plata y hacen el recorrido clásico: casino, puerto, un poquito de lo que creo que es playa Serena. Esa postal ha quedado fija, cristalizada. Bueno, desde la literatura, nosotros también podemos contar nuestra ciudad, reapropiarnos de ella desde los relatos y disputar qué ciudad somos. Hay algo de la disputa por los sentidos de qué es esta ciudad, cómo vivimos en esta ciudad. Muchas de esas preguntas a veces me las hago y tienen que ver con qué lugar tienen en la literatura o qué lugar quiero que tengan en mi literatura.
—¿Y qué te responderías?
—Que está buenísimo. A veces la ciudad funciona como un escenario y otras veces tiene una fuerza propia, es más que un escenario. En “Diez canciones para volver a casa” el mar está un poco corrido; aparece al final, pero yo quería resistirme a que los personajes fueran todo el tiempo a la playa. La estación del año tampoco daba para eso. Está de algún modo latente la brisa del mar, me interesaban esas formas más sutiles de pensar la ciudad. El mar no es omnipresente, como suele creer la mirada de afuera.

Prado escribió el guion del largometraje “Pullover”, que en 2024 fue premiado en el Festival Internacional de Cine de la Provincia de Buenos Aires en la competencia Óperas Primas Bonaerenses en Desarrollo.
—En el discurso que diste al recibir el Premio Alfonsina, señalaste que el municipio da la espalda a una generación de marplatenses que está haciendo cosas “que en otro tiempo parecían imposibles”. ¿Podrías describir a esta generación?
—Mirá, nosotros cuando empezamos con la editorial, que fue alrededor del 2009, pasó algo muy loco respecto de este sector, que es que al mismo tiempo tres sellos distintos surgían sin que nos conociéramos entre nosotros: Letra Sudaca, Puente Aéreo y La Bola. Y al mismo tiempo estaba la Editorial Hinvisible recuperando la obra de “Marc, la sucia rata” de José Sbarra, un escritor increíble, muy oculto, muy poco leído y Ricardo Lester estaba haciendo ese laburo, publicando en blogs. También Martín Zariello estaba haciendo un recorrido increíble. A la vez, aparecía todo lo vinculado musicalmente al jazz, como el festival. Un poco más cerca en el tiempo yo creo que va a haber una generación tremenda de gente que se dedique al audiovisual, porque en los últimos 10 años o un poco menos se abrieron tres carreras de cine, ni hablar la Malharro y el Polivalente. Hay ahí todo un trabajo de muchos años, de mucha gente que hacía sus recorridos, a veces, más individuales o un poco más secretos si se quiere, o que se iban de la ciudad y me parece que de un tiempo a esta parte, tenemos más diálogo, más trabajo en conjunto, más ganas de que pasen cosas y que no sean “a tal le fue re bien y se fue a vivir a México”. Creo que hay una cosa que hace que la ciudad esté logrando que mucha gente se quede.
“Para mí un tema importante es el vinculado al patrimonio, cómo es nuestra memoria, nuestro acervo cultural, dónde está, por qué siempre volvemos a las Ocampo, Bioy, Borges, Alfonsina”.
—¿Cuáles son las grandes consecuencias que sufren en el día a día desde El Gran Pez de la ausencia de políticas públicas culturales y la falta de gestión por parte del municipio, como advertiste en ese mismo discurso?
—Varias. Por un lado, hay algo que yo me vengo preguntando bastante, que es qué hay en los archivos de la ciudad, en la biblioteca de la ciudad, y por qué no se conoce una buena novela del siglo XX, pero que te parta la cabeza y que vos puedas recomendar a ojos cerrados, escrita en Mar del Plata o escrita por alguien de Mar del Plata o publicada en Mar del Plata. Y hay una parte de eso que es responsabilidad social, si se quiere, de la gente vinculada a la literatura y hay otra parte que claramente es responsabilidad del municipio. Y para mí uno de los temas importantes es el vinculado al patrimonio, cómo es nuestra memoria, nuestro acervo cultural, dónde está, por qué siempre volvemos a las figuras que ya sabemos que son increíbles, como las Ocampo, Bioy, Borges, Alfonsina, pero ahí se nos acorta y es muy corta la lista. Entonces, ¿por qué en ningún momento se nutrió? Porque yo creo que deben estar esos libros, esos textos en algún lado y hay que encontrarlos. Y me parece que esa podría ser una buena tarea de una Secretaría de Cultura que piense en la ciudad desde un lugar un poco más que hacer eventos que juntan likes, que esa creo que es la política actual, la política de las redes sociales.
Y, por otro lado, en algún punto ya diría que nosotros, mi generación o puntualmente el grupo de gente que trabaja en El Gran Pez, podemos prescindir de la Secretaría de Cultura, pero sí pienso en la gente que hoy tiene 15, 20 o 25 años, que podrían tener espacios de formación, de promoción de su trabajo, de conocerse entre sí, instancias que son las que pasan cuando alguien desde la gestión de un municipio o de la construcción de políticas públicas le mete pilas.

“La mirada desde afuera muchas veces cristaliza a Mar del Plata en una postal. Bueno, nosotros también podemos contar nuestra ciudad y reapropiarnos de ella desde los relatos”, dijo Prado a LA CAPITAL.
—Frente a este panorama, ¿cómo logran sostenerse y seguir generando propuestas de calidad?
—Nos sostenemos con mucho trabajo y al mismo tiempo con cierta austeridad en las pretensiones que tenemos para nuestras vidas. En el sentido de que la librería se sostiene, nuestra actividad creativa la logramos sostener de alguna manera u otra, a veces robándole horas al sueño o encontrando momentos y acomodando los demás trabajos para poder hacerlo. Al mismo tiempo, algunos de los proyectos tienen un relativo éxito que permite a veces alimentar y darle el tiempo a los otros. En ese sentido, nos pusimos un poco más ambiciosos y ahora queremos hacer una productora audiovisual. Ahí me di cuenta de que hacer un libro es más fácil que hacer una película. Realmente, me gustaría poder hacerlo pero cómo consigo los fondos para hacerlo es algo que por ahora no logro resolver. En cambio, con los libros, que hace 15 años que publicamos, sí lo hemos logrado de alguna manera resolver y además encontrar su manera de que circulen y que sean reconocidos. En ese sentido, los libros que publicamos con El Gran Pez son un poco el resultado de 15 años de siete personas que piensan y trabajan para que algo así pueda sostenerse.
—También dijiste que la lectura es minoritaria porque “cada vez nos queda menos vida después de la supervivencia”. ¿Es posible una vida literaria en una ciudad donde las necesidades económicas quitan tiempo al arte?
—La pregunta por la lectura es bastante más difícil porque implica modificar cuestiones muy estructurales de la sociedad. A mí hay algo de la condena al que no lee que me parece una pavada total y una especie de moralina. Si se pudiese elegir realmente tener el tiempo para cualquier tipo de actividad cultural, estoy seguro de que habría mucha gente que se mantendría divertida con cualquier pantalla, con el smartphone o lo que fuese, pero también habría muchísima más que leería, que iría al cine, que saldría a caminar o que compartiría el tiempo con los afectos, y que no lo hace porque realmente la supervivencia juega en contra de todo esto.
