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Gastronomía 27 de mayo de 2016

De aguas y vinos

por Caius Apicius

¿Se imaginan ustedes una guía turística que dedicase su máxima atención al agua? Raro, ¿no?, sobre todo en estos tiempos en los que toda el agua que bebemos está embotellada; pero no siempre ha sido así, y una “guía de aguas” era de lo más útil para el viajero.

O para el peregrino, pues es en el “Liber Peregrinationis” del “Codex Calixtinus” (siglo XII) donde el autor, un francés llamado Aymeric de Picaud ofrece a quienes deseen atravesar España hasta la tumba de Santiago una completísima información acerca de los ríos que atraviesa el Camino.

Sobre la salubridad o insalubridad de sus aguas, sus efectos sobre personas y caballerías y hasta los peligros que podían encontrarse en sus riberas, como bandoleros o saqueadores.

Encontrar agua potable era, entonces, cuestión de vida o muerte. Todos hemos vivido alguna vez el tentador espectáculo de un arroyo cantarín en la montaña, un día de primavera; todos nos hemos sentido tentados por sus aguas cristalinas, y serán muy pocos quienes se hayan sustraído a la tentación de beber de ellas.

Nadie pensaba en que los ríos eran los auténticos vertederos de épocas pasadas. A los ríos iba todo, y el agua de los ríos o, como mucho, de un pozo, era la que bebía la gente. Y, sí, muchas epidemias tuvieron los ríos como vía de transmisión.

Así que nuestro amigo del siglo XII informaba, hasta donde llegaban sus conocimientos, de la calidad de las aguas del Camino. Pero, claro, por mucho que hablase de agua, los peregrinos necesitaban saber otras cosas. Si había buen pan, por ejemplo. Y se informa de ello. Y, por supuesto, si había o no había vino, y si era bueno. Ya empezamos a entrar en situación.

Pan, el alimento básico; agua, el líquido vital; vino, la bebida más sana, aunque ahora se escandalicen los de las ligas antialcohólicas. Uno se la jugaba mucho más con una cántara de agua que con un odre de vino, que, mal que bien, algo de desinfección aportaba.

Pan, vino y agua han viajado juntos a lo largo de la historia. Aún hoy, en cuanto vestimos nuestras mesas, ponemos copa para vino y copa o vaso para agua. En la máxima ceremonia del cristianismo, la Misa, el oficiante mezcla el vino con agua, un reflejo de lo que hacía la sociedad de los primeros tiempos, cuando el encargado de mezclar el vino con el agua era uno de los personajes claves del simposio.

Sin embargo, ¡en qué distinto aprecio han sido tenidas ambas bebidas! Incluso como compañeras del pan. Castigar a uno a una temporada a pan y agua era una sanción severísima; volviendo a la religión, nunca falta alguien que se pone a pan y agua como penitencia.

En cambio, el pan y el vino… Con pan y vino se anda el camino, que decían los clásicos. El vino era un compañero de fatigas, una bebida menos peligrosa que el agua, una fuente de calorías, suministradora de un benéfico calorcillo que anima a seguir la ruta. No, nunca, que sepamos, se ha condenado a nadie a una dieta de pan y vino. En cambio, como decimos, a pan y agua…

Hoy son pocos quienes se atreven a beber agua sin procesar. Seguro que es sanísimo. Seguro, también, que es un negocio. Pero siempre recordaré aquellos regatos en los que, de muchacho, bebía un agua que me parecía fresquísima mientras, con el rabillo del ojo, vigilaba a una trucha que, a su vez, no me quitaba ojo de encima. Éramos de otra pasta.

EFE.