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Cultura 23 de julio de 2020

Historias de Barrio: El fin de la cosa

Cómo sigue la vida de esa mujer que leía los tomos de Economía Doméstica.

Por Enriqueta Barrio (*)

Y yo que pensé que ahí nomás se terminaba la cosa.

Que tenía que aceptar que eso que llaman Amor no era para mí y dejarme de embromar.

Olvidarme del tema y dedicarme, como la mujer más que adulta que soy, a trabajar, a las clases de zumba, a atender a mi vieja que ya está en las últimas, a las reuniones con las chicas de la escuela… esas cosas que hacen las señoras normales hasta morirse, sin enroscarse en dramas noveleros, sin querer ser las Anna Kareninas del sur.

Y yo que pensé que después de Marcos, el desierto. Buéh, como si cuando estaba con él no hubiese sido masomenos eso. Si seré pavota, ¿durante cuántos años viví convencida de que así como lo hacíamos estaba bien? Por momentos dudaba, es cierto. Me preguntaba como podía ser que les llamara tanto la atención a las personas, tanta historia, con algo que no era para tanto… tampoco una porquería, porque unas caricias siempre vienen bien, pero digamos que no era lo que todos decían… jajajaja, ¡quién me ha visto y quién me ve!…”Ameba”, me había dicho Marcos en una de las últimas discusiones. “¡Ameba!”… lo tuve que buscar en el diccionario, no existía Google por esos años, y entendí que lo decía por asexuada, no creo que haya sido por ser unicelular, jajaja, claro… ¡parece que la culpa de que no fuésemos apasionados era mía!

Y viví convencida de esto casi toda mi vida adulta, ¿podés creer?… creyendo que “la felicidad” era, por ejemplo, casarse. Así nos lo enseñaron desde los primeros cuentos, viste que terminan cuando se casan, como diciendo “listo, llegaste a la Felicidad”, ahí la tenés, toda tuya.

Yo creí muchos años que era feliz. Que eso que yo vivía, esa calma chicha llena de incomunicación y soledad, era a lo que se aspiraba en la vida. ¡Si me hubieses visto cómo lloré cuando Marcos gentilmente me echó de la casa, aclarándome que era de él y solo de él, como si yo no lo supiese….”no es un bien ganancial, es herencia”, me repitió hasta el hartazgo. Me fui llevándome solamente a Pipi, el canario, porque a él le molestaba cuando cantaba desde temprano. Miro para atrás y no puedo creer mi sufrimiento, mi angustia, la sensación de no tener suelo en donde pararme…

Tantas noches llorando calladita, para que mi vieja no me escuche, creyéndome un fracaso del destino… tantas tardes leyendo en el patio los libros de Economía Doméstica como si ahí estuviera la clave… ¡qué mal parada en la vida estaba! Y un día (me acuerdo que hacía un frío bárbaro, porque yo estaba con el cuerpo pegado al calefactor de la secretaría y no quería moverme de ahí), Griselda, la
directora, me pidió que lo lleve a Don Fabio, el techista que mandaba la cooperadora, a ver la gotera que arruinaba todas las fechas patrias en el Salón de Actos.

Me acuerdo la bronca que me dio que no fuera ella, claro, la señora no levanta el traste de la silla ni que la mates… pero bueno, menos mal que fui yo. Vos sabés que lo saludé a Don Fabio (le decía Don por ese entonces) y cuando nos dimos la mano nos dio electricidad. Que cosa, ¿eh?… cuando algo tiene que ser…y ahí nos reímos.

Al principio ni lo miré. Viste que a mi siempre me gustaron los tipos altos, elegantes, bien vestidos…¡qué se me iba a ocurrir que un tipo petizo, medio rechoncho; porque ahora adelgazó un poco, pero en ese momento era más fácil saltarlo que rodearlo jajajaaa, sí, vos reíte, que es tal cual yo te digo… bueno, y ahí palabra va, palabra viene, que la gotera, que vos no sos la prima de Odelsia, que nos criamos en el mismo barrio, que qué raro que no nos hayamos cruzado antes… la cuestión es que en un momento ché, podés creer, me había olvidado del frío, y mirá que yo siempre fui tan friolenta…

Y descubrí la pólvora, que querésquetediga. Entendí por qué los poetas han dedicado al Amor los más sentidos versos; por qué hay gente que no se amarga si la ropa no está impecable en los roperos; por qué no hay nada más lindo que una sonrisa ilusionada, que una caricia distraída, que una espalda rascada con las uñas más queridas.

Qué falta nos hace a todos, aunque creamos que no, un poco de ternura. Como se ablanda el alma…

Te parecerá una tontería, yo también pensaba lo mismo, que ahí nomás se terminaba la cosa.

Quién iba a decir que la cosa sigue, sigue aunque no quieras, aunque te la juren rota.

 

(*) En Facebook: Enriqueta Barrio Escritora, [email protected]



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