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Opinión 27 de octubre de 2020

Venezuela: su actual crisis

por Martín Balza

La República de Venezuela, que posee la reserva de petróleo más grande del mundo, vive hoy una situación dramática: corrupción, hambre, más de 4 millones de refugiados y migrantes en el exterior, más de 5 millones de desplazados en su territorio, la inflación más alta del mundo (9.600 % en el 2019), depresión económica, salario mínimo de 3 dólares mensuales, escasez de alimentos y medicinas en plena pandemia, elevado índice de criminalidad (85 asesinatos cada 100 mil habitantes), presos políticos y reiteradas violaciones a los Derechos Humanos denunciados por las Naciones Unidas (Informe de Michelle Bachelet). Todo esto, potenciado por la hostilidad activa de los EE.UU., expresado en bloqueo, indisponibilidad de activos, etc.

Venezuela dio hombres que están inmortalizados en calles, plazas y ciudades de nuestro país, entre ellos: Francisco de Miranda, Bolívar, Sucre y Andrés Bello. El pueblo venezolano nunca olvidó la intervención del canciller argentino José María Drago y su célebre Doctrina, en 1902, sobre el rechazo a la invasión militar conjunta a Venezuela, por parte de los Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania e Italia, para el cobro compulsivo de deudas contraídas con la banca internacional, donde puntualizó que las naciones que otorgan préstamos deben previamente evaluar los riesgos.

La situación actual tiene décadas de gestación. Su clase dirigente dilapidó fortunas de la renta petrolera. El 2 de febrero de 1999, integrando una comitiva presidencial que previamente compartió un desayuno con el presidente Hugo Chávez, indultado por el presidente Rafael Caldera en 1994 por un intento golpista, asistí a la asunción de su primer mandato, en el Parlamento, donde se encontraban todos los presidentes invitados. Chávez juró: “Por Dios, por la Patria, por el Pueblo y por esta moribunda Constitución de Venezuela”. En un mensaje de dos horas anunció, entre otros conceptos, lo que Raymond Aron llamaba “la Revolución Inencontrable”, que en Venezuela dio origen al psicodrama actual. En ese acto no se privó de acusar reiteradamente al ex presidente Carlos Andrés Pérez, presente en el recinto como senador, como “el máximo corrupto que tuvo Venezuela”. También expresó: “Ojalá que el barril de petróleo no supere en el futuro los diez dólares, así vamos a diversificar nuestra economía”. Durante su mandato el barril llegó a superar los cien dólares, y la economía no se diversificó.

A partir de allí aprecié que para gran parte del pueblo venezolano, Chávez era un indiscutido líder carismático. No fue un hecho casual que en la primera década del siglo más de 2 millones de colombianos emigraran a Venezuela atraídos por disponer allí de empleo, educación y asistencia de salud gratuitas. Hoy eso se ha revertido. Chávez falleció el 5 de marzo de 2013 y lo sucedió Nicolás Maduro, a quién traté en varias reuniones de organismos internacionales en mi calidad de embajador en Colombia y en Costa Rica. Podría concluir diciendo que el carisma, liderazgo y caudillismo militar de Chávez era imposible de trasmitir a cualquier heredero. La historia de los países así lo demuestra. La situación dramática descripta obedece a muchos factores y a un deterioro progresivo.
Al margen de cualquier consideración política e ideológica, me permito expresar que es un dislate rayano en la estupidez aseverar que nuestro país podría encaminarse hacia una crisis como la venezolana. Ello es desconocer totalmente que el contexto político, económico, empresarial, sindical, psicosocial y –fundamentalmente— militar argentino es sideralmente distinto.

Tanto Maduro como el autoproclamado presidente Juan Guaidó carecen del liderazgo político y militar imprescindible que imponga autoridad y confianza y, peor aún, se manejan con vacíos soflamas. Maduro habla de “lealtad activa” a los militares, mientras que Guaidó afirmó hace un tiempo al Washington Post que “el antichavismo daría luz verde a una intervención militar de los Estados Unidos”. Además, creyendo en su falsa legitimidad sin poder, instó a los mandos medios de las fuerzas armadas a una insubordinación y a un golpe de Estado que podría conducir a un futuro peligroso e incierto o a una guerra civil. Por todo lo expresado surge una pregunta: ¿quién manda actualmente en Venezuela: Maduro, Diosdado Cabello, Guaidó o los altos mandos del Ejército? Aprecio que éstos últimos.

El fracaso de los organismos internacionales ante el drama venezolano es evidente, como así también los unilaterales calificativos impregnados por consideraciones políticas e ideológicas más que por legales, morales y humanitarias, tales como tiranía, dictadura, Estado fallido, Estado débil, entre otras. Se impone una salida pacífica y consensuada. Cualquier tentativa internacional de inclinar uno de los bandos a su favor es peligrosa.
Es tan imperativo valorar el Informe Bachelet como evitar un baño de sangre; ello no impone vulnerar el principio kantiano de no intervención en el gobierno de otro Estado, sino privilegiar la esencia de los derechos humanos que a diario exaltamos, como la vida, la libertad y la dignidad de la persona humana.

Para ello se requiere priorizar una diplomacia con imaginación y compromiso, que hasta ahora no se ha manifestado. Se pueden cerrar puertas pero también abrir ventanas para los bandos en pugna. Brasil, Chile, México, Uruguay y la Argentina no pueden ser actores de reparto en este drama regional que nos enfrenta a un problema que hasta ahora pareciera insuperable. Pero no me cabe duda de que un pequeño grupo de hábiles diplomáticos negociadores puede llegar a encauzar la situación venezolana, con la prudencia necesaria, sin sacrificar la verdad a lo momentáneamente circunstancial, oportunista y conveniente.

(*): Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.



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