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Opinión 15 de noviembre de 2020

Gobierno y oposición a la hora del ajuste

Foto: archivo

Por Jorge Raventos

Con el cambio de titular de un ministerio -Hábitat y Vivienda- Alberto Fernández ha iniciado quizás una segunda etapa de su gobierno. Faltan semanas apenas para que se cumpla el primer año de su período (más importante aún: para que se abra el segundo, en el que la sociedad dará su primer juicio sobre la experiencia en las elecciones de medio término) y la Casa Rosada sabe que necesita hacer ajustes en su estructura y en su mensaje.

¿Ajustar contra Cristina…o con ella?

La despedida de María Eugenia Bielsa implicó para el Presidente despojarse de una figura en la que personalmente tenía muchas expectativas y que era ministra por obra de él. Muchos analistas sostienen que el reemplazante, Jorge Ferraresi, intendente de Avellaneda, es “hombre de Cristina” (no de Fernández, quieren decir) y, por lo tanto deducen que la reestructuración que puede entreverse ampliará la influencia de la vicepresidente sobre el gobierno, como ellos postulan.

Sin desconocer que el nuevo ministro ha crecido a la sombra del cristinismo y se sienta a la diestra de la Señora como vicepresidente del Instituto Patria, cabe la posibilidad de que Fernández lo haya designado pensando, más que en eso, en su rasgo de intendente del conurbano. El Presidente está procurando consolidar su base de sustentación apelando a dirigentes con experiencia en manejo territorial y conducción política. Se reúne con frecuencia con jefes de ejecutivos provinciales y municipales, ya cuenta con varios de estos en los cuadros de gobierno. Está inclusive alentando a los intendentes bonaerenses a que impulsen el cambio de la norma que les veda la posibilidad de ser re-reelegidos (es decir: la de ejercer más de dos mandatos consecutivos), que, de cumplirse, daría lugar a sucesiones probablemente traumáticas en unos 40 municipios (particularmente en el Gran Buenos Aires).

Ferraresi está en la categoría que el Presidente buscaba y tiene además la virtud de que no sufriría la bolilla negra de CFK. Carambola.

El Presidente no parece dispuesto a admitir la interpretación que lo juzga inevitablemente condenado a depender de la señora de Kirchner o a enfrentarla. Es probable que, más bien, aspire a instrumentar en su favor la influencia de ella.

Otro aspecto de los ajustes de sintonía que está intentando el Presidente se observan en el creciente rol que está jugando Martín Guzmán, al que Fernández ha ubicado como el ministro fuerte de esta etapa. El titular del Palacio de Hacienda ha impuesto su criterio sobre el Banco Central y lo ha hecho, hasta aquí, con éxito: ha conseguido reducir sensiblemente la brecha entre el dólar oficial y el paralelo, lo que ha permitido, inclusive, que el Central comprara divisas cuando lo que venía haciendo (y quizás vuelva a hacer) es venderlas para sofrenar el ímpetu comprador del mercado.

El trípode de Guzmán tiene cuatro patas

La fuerza de Guzmán se apoya sobre (al menos) un trípode: el Presidente, la señora de Kirchner y Krystalina Georgieva, la directora general del FMI. El ministro no ha conseguido este último respaldo sólo por ser el pivote de las negociaciones por la deuda, sino porque el Fondo encuentra en él un interlocutor idóneo y bien encaminado en las reformas indispensables, permeable a ellas pero también capaz de resistir con razones que toman en cuenta las realidades políticas. Los funcionarios más lúcidos del FMI desconfían íntimamente de los ministros que tienen el sí fácil porque las discusiones que estos -por comodidad o ideología- no dan se traducen más tarde en conflictos sociales de difícil solución.

La vicepresidente mantiene una relación fluida con el ministro y con su tutor académico, Joseph Stiglitz, y aprecia que la cuota de ortodoxia que Guzmán debe necesariamente aplicar estará matizada por sus ideas reformistas. Y Fernández es, al fin de cuentas, el que lo sentó en el ministerio y le cedió el timón en la exitosa negociación con los bonistas. Ambos -presidente y vice- valoran la buena comunicación del ministro con el Fondo.

El empresariado es una pata suplementaria de los apoyos a Guzmán. Ellos -sobre todo los principales, que componen la Asociación Empresaria Argentina y dialogaron con él en el Palacio de Hacienda- lo visualizan como el costado más receptivo del gobierno e imaginan que su fortalecimiento puede inducir una mirada más amigable y realista sobre el mundo de los negocios que la que observan (o temen) en otros rincones de la coalición de gobierno.

De las iniciativas y declaraciones recientes de Guzmán se desprende un camino de reformas y creciente austeridad fiscal: no habrá cuarta etapa del Ingreso Familiar de Emergencia (o, en todo caso, se reducirá el número de beneficiarios), se iniciará un proceso de sinceramiento de tarifas de servicios (es decir, una disminución de los subsidios), las jubilaciones no se actualizarán siguiendo la inflación, sino una combinación de aumentos salariales y crecimiento de los ingresos previsionales. Guzmán le adelantó a la AEA que sus previsiones de déficit fiscal son incluso menores al 4 por ciento (el presupuesto preveía 4,5 por ciento), lo que es una aproximación a lo que se conjetura que propondrá el Fondo (una cifra más próxima al 3 que al 3,5 por ciento). El país necesita refinanciar la deuda con el Fondo y también recibir de la entidad algunos fondos frescos, para esperar que vuelvan, de marzo en adelante, los dólares genuinos que provee el campo.

El vaticinio de Calvo

Quince meses atrás, Guillermo Calvo, un eminente economista argentino que, como Guzmán, enseña en la Universidad de Columbia, había previsto con lucidez: «Si sube Cristina, ella puede mirar para atrás y decir ‘miren el lío que nos dejó este hombre (Macri) y ahora yo tengo que hacer el ajuste que él debió haber hecho y que no hizo’. De repente es lo mejor que le puede pasar al país, curiosamente (…) porque se va a aplicar el ajuste con apoyo popular, culpando al gobernante previo».

El respaldo que el programa de Guzmán encuentra en el conjunto del oficialismo (incluyendo a los voceros K) parece confirmar el vaticinio de Calvo y es valorado por el gran empresariado, que comprende que ese programa necesita gran soporte político, al menos para la primera etapa de su aplicación, mientras el esfuerzo se siente mucho y los frutos todavía demoran. Los sectores gremiales consienten lo que saben inevitable, sea con el silencio o con quejas verbales (no hay medidas de fuerza), pero contabilizan las concesiones y buscan canjearlas, sea por cuotas de poder actuales o por compromisos para una etapa próxima, estableciendo un plazo para esperar resultados. Andrés Rodríguez, una voz fuerte de la CGT, líder de UPCN, señaló,por ejemplo, que este año los salarios “se están negociando con una tendencia a la baja, un elemento que tiene que contemplarse como un gran aporte del sector del trabajo”. Y agregó: “Ojalá que el año que viene sea mejor que este, todos velamos por que haya un repunte económico, que pueda generar una situación más equilibrada. Esperemos que no haya el año que viene negociaciones a la baja”.

Orgánicos y librepensadores

La serenidad que muestran los sindicatos y, en general, el peronismo parecen decepcionar y hasta irritar a la oposición y también a un sector afín a ella del periodismo que, en lugar de destacar que ese apoyo convierte en políticamente factibles algunas reformas que desde ese costado venían aconsejando o reclamando, prefiere denostarlo por “oportunista”, o criticar “el ajuste” y tomarle examen por izquierda al kirchnerismo, o mostrar su contrariedad porque el gobierno de Fernández no sufre rebeldías gremiales como las que le tocaron a Macri.

Efectivamente, el peronismo tiene en su memoria colectiva un sentido de disciplina y unidad que le permite darse períodos de paciencia estratégica. Esos rasgos escasean, en cambio, en fuerzas políticas más asentadas en el individualismo librepensador.

Pero todo tiene sus límites: la realidad puede forzar a los anárquicos a disciplinarse y a los orgánicos a insubordinarse. Los dólares genuinos llegarán en marzo; antes hay que atravesar el siempre complicado mes de diciembre y un verano con pocas vacaciones y tarifas actualizadas. Sin contar los tirones judiciales y parlamentarios. El gobierno probablemente deba hacer, más temprano que tarde, nuevos ajustes sobre sí mismo.