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Cultura 14 de enero de 2021

Historias de Barrio: Busco mi destino

Desopilante, el flaco extravagante que un domingo pasó a buscar a Pamela por su casa, ante el estupor de Norita.

Por Enriqueta Barrio (*)

 

La noche anterior había ido a bailar al Centro de los Universitarios y había conocido a un flaco. Literalmente era “un flaco”.

De piernas larguísimas y finas, pelo a la cintura y ondulado, al que pasaba de un lado a otro de la cabeza a cada rato, era una especie de tic que estaba bastante de moda por la época.

En la oscuridad del boliche no había podido ver bien como estaba vestido; solo una corporalidad un poco encorvada, quizá acostumbrado a agacharse para hablar con las minas y que lo escucharan en el aturdimiento del bailongo. Habían bailado un par de temas y ella le había dado el teléfono, más para sacárselo de encima que para otra cosa.

Se llamaba Gustavo, y el domingo a la tarde, al otro día, la llamó puntualmente al teléfono fijo. Ella le dijo que sí y le dio la dirección. A las dos horas apareció el flaco en la puerta de casa, en un ciclomotor cascado color negro, que le quedaba chico a la extensión de sus piernas.

Era costumbre familiar asomarnos el resto a chusmear al candidato, espiando desde la ventana del garage o de la pieza de arriba y Norita al verlo solo dijo: “Pero será posible, esta chica….”

El flaco se había puesto unas calzas con estampado de leopardo, campera de jean medio rota, pulseras, aros argolla y el pelo recién lavado, mojado cayendo sobre la espalda. Era un outfit, por lo menos, confuso, con mezcla de glam, dark y rockanroll garagero. Viéndolo desde acá ya sabemos que no hubiera habido que preocuparse, en general ese tipo de pibes de grandes fueron buenos hombres de familia, bastante caretas, que coquetearon un rato con la noche y la joda, pero no más que eso.

Había bastantes así en los tempranos noventas, pero en ese momento, ahí, parado al lado del ciclomotor, se lo veía impactante. Pamela salió a la vereda, le dio un beso seco y se quedó un rato conversando, sabiendo que estábamos mirando desde adentro. Eso la ponía nerviosa, pero estaba resignada a esa manera completamente invasiva con la que nos manejábamos en casa.

El flaco arrancó, no sin cierto esfuerzo, la motito, que hacía un ruido desproporcionado a su cilindraje y capacidad de traslado. Y cuando ella estaba por pasar la pierna sobre el asiento sin almohadilla del acompañante, sale Norita.

“Qué, vas a ir en moto?…. Qué tal querido, soy la mamá de Pamela, ¿cómo te va?” Listo, causa perdida.

El flaco quedó atrapado por media eterna hora, en la conversación agobiante de Norita: que siempre me gustaron las motos; que mi hermanito tenía una Kawasaki 1500….¿1500 era?, le preguntaba a Pamela que la miraba lanzándole rayos fulminantes que no la amedrentaban en lo más mínimo… ay, no me acuerdo… seguía como si nada por sobre el batifondo que metía el rodado… porque también tuvo una Honda… ¿esta qué marca es?

El aturdido muchacho contestó que una Zanella, mientras buscaba los ojos de mi hermana pidiendo socorro. Ella accionó el despegue, que siempre en esas situaciones era difícil, pero cuando vio que el tema siguiente era lo buena alumna que había en la escuela, sacrificó el orgullo y le dijo al flaco un imperativo “¿Nos vamos de una vez?”

“Bueno, un gusto señora, eh… otro día con más tiempo…”, dijo el flaco dando a entender que si hubiera sido por él se quedaba charlando a los gritos en la vereda de cosas absolutamente intrascendentes con Norita en vez de irse a tomar algo por ahí.

Con el ciclomotor haciendo un ruido insoportable a motor esforzado, andando a menos de veinte kilómetros por hora, va Pamela por la calle Ayacucho, con el pelo del flaco pegándole en la cara.

Se da vuelta, sabe que estamos en la vereda mirándolos irse. Revolea los ojitos.

“Catorce años a escuela de monjas la mandé”, dijo Norita una vez adentro de casa, “para que salga con uno con calzas de leopardo”…

“Qué manera de tirar la guita, como a una princesa la criamos”, agregó mi viejo mientras me cortaba una rodaja de salamín picado fino y me la daba con los ojos llenos de risa.

 

 
(*) En Facebook: Enriqueta Barrio Escritora

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