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Opinión 19 de septiembre de 2016

La eficiencia y la política efectiva

Por Fabrizio Zotta

– Es muy simple, Fabrizio: toda política está orientada a conseguir un resultado. Digamos, por ejemplo, que bajar la inflación o modificar el impuesto a las ganancias tiene el objeto de reducir la pobreza, o ajustar el déficit fiscal pero quitando presión en los asalariados: esa política se traduce en una acción concreta que se mide por su resultado, ¿me comprende? –dijo el funcionario, y se tiró para atrás en su silla.

– Otro modo de pensarlo –le digo para molestarlo- es que hay que bajar la inflación o modificar el impuesto a las ganancias porque es lo que hay que hacer. Porque es lo que está bien, de acuerdo un sistema de pensamiento o criterio político.

– No hay cosas que están bien o que están mal objetivamente.

– Es la vieja discusión de adaptar la realidad a la idea, o al revés –le digo, y no le gusta.

– Esa es una discusión muerta en todas partes del mundo, y nosotros estamos logrando que también muera acá –respiró hondo, y agregó: -¿Usted no cree que es mejor un gobierno eficiente que uno que pelea contra fantasmas que se crea en su propia cabeza?

– Creo que en la manera que usted lo plantea está la trampa: los términos son un poco engañosos. No todos los demás pelean contra sombras invisibles y, además… ¿Es este un gobierno eficiente?

– Vea, Fabrizio, en los últimos meses hemos visto cómo un gobierno enmienda errores, reconoce que se equivocó en tal o cual cálculo y vuelve a empezar. Esto es inédito, y estoy seguro que es percibido, por muchos, como una virtud de gestión.

– También puede ser percibido, por otros, como que no saben hacer bien los cálculos e improvisan.

– El reconocimiento de un error y su posterior enmienda es una virtud, pues, de nuevo, la política se mide por sus resultados –dice, haciéndose el que no me escuchó.

– No todas las decisiones técnicas son una política, doctor.

– Tratamos de ser eficaces, rápidos, modernos.

– Según tengo entendido, ser eficaz es producir el efecto deseado. Incluso, podríamos decir, que implica alguna destreza en el obrar, pero no sería muy serio entrar en cuestiones bilardistas sobre el fin y los medios…

– ¿Bilardistas?, ya nadie cita a Maquiavelo.

– No, y ustedes tampoco.

– Muy ingenioso. Pero nosotros creemos que hay que decirle la verdad a la gente, no mentirle, no ideologizarla. Las ideologías terminan pareciéndose a paranoias que inventan enemigos por doquier.

– Quizá, pero hay que reconocer que hay varias que tienen a los mismos enemigos, y algunos tienen hasta nombre y apellido. A veces en la generalización perdemos los detalles, y en los detalles está lo jugoso de la trama.

– Hoy los tiempos son pragmáticos: el pragmatismo es tener claro el punto de llegada, saber que las acciones tienen un objetivo concreto, que no son inútiles, y mucho menos sacadas de la mente de algún ideólogo afiebrado. Hay que hacer las cosas, sin tanta alharaca –hizo un gesto con las manos, juntando todas las yemas de los dedos en forma de pico, y abriendo y cerrándolos rápidamente.

– Es posible. Igual permítame decirle que el pragmatismo también ha generado mentes afiebradas. Pero el gran interrogante es, para mí, la cuestión de la efectividad.

– ¿Por qué lo dice? Ya tengo para mostrarle algunos resultados.

– Es que ser efectivo es el balance entre los efectos deseados y los efectos indeseados de la acción política, más allá del resultado.

– Puede ser que ahí tengamos algún problema, pero nada que no se pueda revertir. Le aseguro que, a partir de la segunda mitad de marzo del año que viene…

– Deje, deje. No se esfuerce.

– … A lo sumo en abril, o apenas pasado mayo…

– Está bien así, déjeme que solito me dé cuenta.