Los sí y los no del bullying y el ciberbullying
Por María Zysman
“Hicieron un grupo de WhatsApp de todos los pibes de mi curso pero a mí no me invitaron” me dijo Juan, angustiado, hace algunos años “y encima como foto de perfil del grupo estoy yo”.
Más allá de excluirlo de los grupos de WhatsApp, a Juan tampoco lo incluían en las juntadas, y además lo apodaban de diferentes maneras ofensivas e hirientes. La exclusión digital era un modo más de hacerle sentir que allí, a donde necesitaba pertenecer, no era bienvenido.
La elección de la foto no era casual: convocándolo a Juan y su exclusión, los compañeros encontraban un sentido a estar juntos. Parecían decir “excluir-odiar-maltratar a Juan nos acerca entre nosotros”.
El daño que se puede hacer en escenarios digitales es inmenso. Las redes sociales mutan permanentemente, habilitan posibilidades de acercar o alejar a los usuarios, ofrecen dibujitos (emojis, stickers, gifs, memes) casi siempre insuficientes para transmitir emociones. Las redes ofrecen recursos que suelen complicar la comunicación (aunque a veces parezca lo contrario). En ese lenguaje no hay lugar para las metáforas, ironías o sarcasmos; se entiende lo que se puede entender, se modifican sentidos, se adjudican intenciones de manera cierta o errada.
Desde ya que todos tenemos el derecho de sentir o no sentir afinidades. Somos libres de elegirnos como amigos o no. Podemos decidir a quién invitar o no invitar a nuestras vidas. Los chicos también tienen estos derechos. Pueden elegir admitir o no a algún compañero en sus redes. No están obligados a “seguir” a nadie por el mero hecho de haber recibido una invitación a hacerlo. Nadie puede obligar a nadie a ser “contacto”, “amigo” o “suscriptor” de nadie.
Que quede claro que no seguirse en redes sociales no es bullying, y no invitarse los fines de semana tampoco. Lo que sí comienza a serlo es crear eventos, grupos, perfiles, páginas o fiestas con el principal objetivo de dejar a UNO afuera y que ese UNO se entere.
Hace años, cuando aún no teníamos smartphones ni computadoras, nuestra mejor amiga podía invitar a otra amiga y nosotros no nos enterábamos. La vida extraescolar de nuestros compañeros pertenecía a sus espacios íntimos, privados. El sentido de encontrarse era ése, encontrarse. Estar juntos, divertirse, construir historia.
En la actualidad, los chicos se juntan y muestran que lo hacen. Arman programas y en tiempo real los comparten con todos aquellos que no fueron invitados. Cuando esto circula, cada uno se convierte en “invitado” o “no invitado”. Tiene que aprender a tolerar a no estar entre los “elegidos” para todos.
El gran problema, el gran dolor, surge cuando el excluido es siempre UNO, cuando cada vez el rechazado es el mismo. Cuando la mayoría decide deliberadamente no considerarlo para ninguna actividad y, con decisión e intención, se lo hace saber.
La diferencia es clara y está en nuestras manos transmitirla a nuestros hijos o alumnos. Naturalizar el maltrato (digital o presencial) no puede ser una alternativa. Dejar pasar el dolor del otro no puede ser una opción.
Todos somos libres de elegirnos. Que esa elección no esté determinada por el odio sino por el amor.
(*): Licenciada en Psicopedagogía. Directora de Libres de Bullying (www.libresdebullying.com.ar), autora de “Bullying. Cómo prevenir e intervenir en situaciones de acoso escolar”, “Ciberbullying. Cuando el maltrato viaja en las redes” y “Grooming. Cómo enseñar a los chicos a cuidarse en la web”.
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