Cultura

A caballo de Artaud, un libro dispara sobre la palabra, el teatro y la vida domesticada

Música y textura se combinan con los textos inspirados en el pensamiento rebelde de Antonin Artaud. "Carne", de Martín Pereyra y con arte de Leonela Laborde, reúne los fragmentos que permitieron que alumbrara la obra de teatro homónima, que llevó adelante el grupo local Musa Híbrida durante la última temporada.

Por Paola Galano

Una bolsa de liencillo cosida artesanalmente. En el centro, un círculo oscuro. Adentro, un libro de tapas negras sin título ni autor. Sorprende que esté cosido con un hilo y que ese hilo sea rojo. No es posible abrirlo. Obtura la chance de pispear de qué va la cosa. Para saber, no queda otra que romper, desgarrar, descoser, desarmar. Una vez abierto -es decir, una vez que aceptás el juego de ir más allá y te metés en las profundidades de sus páginas- sorprenden aún más los elementos que posee en su interior. Códigos QR que remiten a músicas especialmente creadas para su lectura, una lupa o lente, un clavo oxidado que sujeta la mitad del texto, láminas de papel de calcar y filminas que difuminan las palabras, páginas anexadas y un círculo de textura del color del carbón que late como un corazón rugoso en el medio del libro y que le confiere una gran belleza plástica, siempre en el clásico blanco y negro.

No es un libro, es una bomba atómica que va y viene por el pensamiento de Antonin Artaud, que lo relee y que al mismo tiempo te aguijonea por donde más cuesta: el adoctrinamiento al que estamos sometidos desde el vamos, ni bien aprendemos a decir “mamá”.

Una lupa, un clavo oxidado, papel de calcar, hilos, códigos QR e ilustraciones en blanco y negro intervienen los textos que forman parte de “Carne”.

“Carne”, así se titula sin titular este libro-objeto-artefacto-granada que reúne el conjunto de textos que inspiraron a la obra de teatro homónima (fue parte de la última temporada teatral en esta ciudad), creada por el grupo de teatro marplatense Musa Híbrida. Martín Pereyra, director de esta compañía y autor casi enmascarado, reproduce fragmentos de Artaud vinculados al teatro y a su particular cosmovisión de la vida y el arte, pero agrega su propia mirada a una obra nacida en el siglo XX que es, a la vez, tremendamente actual. Y vale aclarar: no es necesario haber visto la pieza teatral para entender el libro. La teatrista y directora Leonela Laborde es la encargada del destacado arte externo e interno, mientras que el marplatense Ricardo Lester es el editor y autor del posfacio. El prólogo es tarea de Clara Andrade.

Ida y vuelta entre Artaud y Pereyra -el segundo influenciado por el primero, casi su discípulo-, la masa de texto que llega a tus manos está compuesta por lo pensado en la década del 30 de la centuria pasada y releído bajo la confusión del siglo XXI. El francés reflexiona sobre el lugar de la palabra en el teatro y en la sociedad, echa una mirada crítica sobre el lugar del cuerpo y de la carne en un entorno que da prioridad a la razón y aprovecha para sentar las bases de lo que debe ser el arte, según su paradigma rupturista y ético. “El arte tiene un deber social y es el de dar salida a las angustias de su época”, se lee en una tipografía de titular, desacostumbrada para un texto sobre teatro.

Es que sin dudas no es un libro sobre teatro: de palabra y carne estamos hechos y tejidos y en cuanto humanos que somos lidiamos con la cultura, por lo tanto jamás podrían sernos ajenos estos textos. “Carne cuerpo/ carne tumba/ carne jaula/ carne dios/ carne máquina/ carne objeto/ carne cultura/ carne civilizada/ carne vestida/ carne esclava (…) es una de las poesías.

El cuerpo y sobre todo la carne en la que se asienta -elementos invisibilizados en las comunidades herederas del discurso cristiano- son temas de entera centralidad. “Carne,/ miserable/ refugio para/ el espíritu/ hecho de/ vísceras”. Es esa misma carne que la sociedad y sus sistemas moldean a su antojo.

Lo reprimido, lo domesticado, lo masivo, lo digerible o “digestivo” -como señala el pensador-, lo que es fácil pero a la vez vacío, el plan de confort o símil que proponen las sociedades consumistas y tecnologizadas, contra ello apunta Artaud, y pone al teatro como el arte capaz de despertar y revolucionar a las poblaciones, de perturbar en la misma medida en que las violenta. Lo llama “el teatro de la crueldad”.

“Una verdadera pieza de teatro perturba el reposo de los sentidos, libera el inconsciente reprimido, insta a una especie de rebelión e impone a la comunidad una actitud heroica y difícil, que nunca hubiera alcanzado de otra manera”, es un textual de Artaud que aparece reflejado en el libro. “¿Cómo es posible que el teatro haya relegado a último término todo lo específicamente teatral, es decir todo aquello que no puede expresarse con palabras, o si se quiere todo aquello que no cabe en el diálogo?”.

Pero tal como se señaló, no es un libro únicamente sobre teatro ni es un libro tradicional. Acá importa el cómo se dice. En ese sentido, la repetición de palabras es un recurso que utiliza el autor marplatense para criticar e indicar hasta el hartazgo la mecanización infinita de la vida, tan propio de los sistemas fabriles y sus alienaciones. Y las ilustraciones en blanco y negro, rostros, cuerpos y manchas, abrevan en la dirección indicada: la persona aparece desfigurada, salida de foco, borrada su identidad adormecida en una urbanidad inasible. Los códigos QR, en tanto, permiten llegar a la banda de sonido sugerida para leer el libro. Es creación del compositor Juan Spano.

Es un libro y es a la vez un disparador para pensar qué tan bobos o bobas vamos por la vida, repitiendo esquemas pensandos por otres. ¿Se puede no estar en el sistema? ¿Es posible huir de la sociedad? ¿Deshacer el lenguaje y volvernos solo voluntad y así abrazar la libertad primera?, solo preguntas posibles que aclaran después de su lectura. Quizá un camino para eludir los controles sea el observar la palabra: quizá la rebelión empiece por usar la palabra de otra manera, menos funcional, más abstracta y hacer así lo que el viejo Artaud proponía: “Anular la distancia que la sociedad obliga a establecer entre la poesía y la vida”.

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