La Ciudad

A un año del incendio en Torres y Liva, el drama aún no termina para las familias

Inquilinos y propietarios perdieron todo hace un año en una de las peores tragedias contemporáneas registradas en Mar del Plata. La mayoría todavía lucha por recomponer sus vidas en ruinas y sufre las consecuencias emocionales y económicas del impactante siniestro.

Por Gonzalo Gobbi

El 15 de diciembre de 2019 el fuego devoró la estructura de la distribuidora y las 47 viviendas del edificio de Torres y Liva. El caos, el humo y las llamas se apoderaron en minutos de la quietud del barrio aquel domingo inolvidable. El siniestro derivó en una de las peores tragedias contemporáneas de la ciudad y cientos de vidas quedaron derrumbadas en apenas una noche. Un desarraigo total, un pasado en ruinas, un presente incierto, una catástrofe bisagra y un dilema aún en vías de resolverse: cómo seguir adelante.

Lo material, lo afectivo, lo emocional, el sacrificio de años, los proyectos de vida, los sueños, todo y más de pronto quedó reducido a escombros, cenizas y dolor. Pasó un año. Y no cualquiera: el 2020 en el que la pandemia alteró la vida y el orden mundial. Para los sobrevivientes del incendio, ya nada era ni volvió a ser igual.

Esa madrugada pocos conciliaron el sueño con suerte en una cama ajena. Al salir el sol, el desastre irreversible quedó en evidencia. Sin ropa, dinero, muebles, fotos, recuerdos ni documentos, hubo que seguir adelante. De a poco, con ayuda, con miles de gestos solidarios de una comunidad conmovida ante la tragedia. Un día a la vez, resurgir, volver a empezar de cero una y otra vez.

“Me quedé sin pasado”

Entre las llamas y el humo subió a su departamento para rescatar a “Frida”, su perra y fiel compañera. Yamila Riva, arquitecta independiente de 32 años, perdió absolutamente todo esa noche: sus muebles, su ropa, las fotos de su padre fallecido, su computadora, las herramientas con las que brinda talleres de construcción en los barrios, sus ahorros de toda la vida y hasta dinero ajeno para realizar obras que tuvo que reponer de su bolsillo.

La profesional buscó refugio en la casa de su madre, con quien luego de la tragedia compartió la cama durante ocho meses, hasta que logró volver a alquilar. “Hoy todo mi capital es un colchón”, confesó a LA CAPITAL a un año del siniestro que desacomodó toda su vida.

La fecha la moviliza, pero su actitud frente a la vida le permitió afrontar este año con una entereza formidable. “Salí adelante porque tengo un entorno de la ostia”, dijo sin dudarlo y agradeció al Colegio de Arquitectos, a sus clientes, su familia y a la Universidad Nacional de Mar del Plata, que la ayudó a volver a comprar herramientas de trabajo para retomar los talleres que brinda en los barrios.

“Perdí todo lo que tenía. Mis ahorros para comprar un auto y hasta más de un millón de pesos que clientes me habían enviado para hacer obras, y que por supuesto tuve que reponer. Durante meses trabajé para pagar deudas”, dijo Yamila, junto a “Frida” ya recuperada de la intoxicación que el humo provocó en su organismo.

“Todo mi mundo estaba en esas cuatro paredes. Me quedé sin pasado. Esa noche se fue todo mi esfuerzo de trabajo desde los 17 años. No recuperé nada”, siguió.

Apenas un mes después de la tragedia le robaron la billetera con sus tarjetas, dinero de una rifa y documentos. Hace apenas tres meses terminó de pagar unas zapatillas consumidas por el fuego en su departamento sobre la distribuidora.

Yamila Riva y su perra “Frida”, a quien la joven arquitecta rescató de las llamas.

Pasó un año y aún no pudo reacomodar su vida. “La primera vez que fui a un bar con amigas no tenía nada mío. Parece una pavada, pero no sabia qué tenía. Todo el tiempo recordás. Cada día tenés que retomar la rutina y no podés. Me faltan papeles para hacer trámites”, agregó.

Aún hoy no puede pasar por Rivadavia y 20 de Septiembre. Esquiva la manzana ya demolida y tapiada. Por un largo tiempo cada vez que oía una sirena quedaba paralizada. Por meses, cada vez que salía de su nuevo hogar regresaba con “la sensación de que había pasado algo”.

A Yamila su actitud la ayuda a seguir, pero el recuerdo está tan nítido como los sinsabores: “El Municipio no se hizo cargo de nada. Jamás recibimos un llamado cuando empezó la pandemia. Hicieron una pantomima con la demolición pero nunca le exigieron a Torres y Liva todo lo necesario en materia de habilitaciones cuando a muchos les piden de todo”.

A la profesional independiente, que sigue a la espera de que “algún día” el seguro le devuelva algo de lo que perdió, pese a mucho será irrecuperable, la reconforta su entorno.

Reconoce que no podría haber seguido adelante si “Frida” hubiera quedado entre las llamas: “No lo dudé. Si no me hubiera metido en medio del caos a sacarla, me hubiera arrepentido toda la vida. No estuve deprimida porque mi carácter es así. Pero sin ella no me hubiese podido levantar”.

Tras la demolición de la estructura consumida por el fuego, el lugar continúa vallado y vacío con futuro incierto.

“El daño es irreparable”

Paola Cassulo, empleada municipal y madre de un hijo de 12 años, todavía se siente lejos de recomponer su vida.

“Ha sido un año muy difícil. Para todos esta pandemia no fue fácil, pero para nosotros aún más porque no nos dio tiempo a reponernos emocional ni económicamente de la tragedia”, dijo conmovida por el aniversario.

En su caso, tiempo después del siniestro pudo alquilar otro inmueble junto a su hijo. “La gente piensa que el seguro a las 24 horas te reintegra todo, pero no es así. Hemos tenido que solventar todos los gastos, fue todo a pulmón”, contó.

Agradecida a su familia, a quienes donaron pertenencias en su momento y a quienes aún la ayudan a seguir, Paola revivió la noche de la tragedia: “Yo vivía en el 3°F, en las dos hileras del edificio que primero se derrumbaron. Fue shockeante, perdí todo. Pero no hablo de lo material, sino de lo emocional, lo más valioso; el daño es irreparable”.

Paola Cassulo y su hijo Luca.

Luego del incendio “lo que más me conmovió fue ver a una ciudad movilizada por nosotros”. Lo que mayor gratificación le generó fue la solidaridad de quienes donaron libros para su hijo, un niño de 12 años apasionado por la lectura que perdió toda su saga de Harry Potter y decenas de obras literarias en el incendio.

“Pude conseguir una casa y volver a empezar. Hoy gracias a Dios estoy bien, pero cuesta. Y lo de mi hijo fue muy emocionante. Muchos nos trajeron libros y hoy ya tiene su biblioteca”, dijo.

La otra cara del agradecimiento, es la “falta de humanidad” de los dueños de Torres y Liva y los responsables del edificio: “Había gente especial, te miraban distinto si eras inquilina pero ante la tragedia quedamos en la misma condición.

No tuvimos compensación y la impotencia es enorme. El dueño ni siquiera se disculpó, montó su distribuidora en la ruta y a nosotros nos cambiaron la vida. Fue una gran tragedia que no se llevó ninguna vida en ese momento y me va a llevar mucho tiempo recomponerme y dar vuelta la página”.

“Nada volvió a ser igual”

Margarita Giannini vivía con sus dos hijos en el edificio ubicado a la vuelta de Torres y Liva, que también fue alcanzado por el fuego y debió ser desalojado.

Al principio no lograba dormir más de una o dos horas por noche. Pasó un año y los esfuerzos por recomponer su vida siguen: “Absolutamente nada volvió a ser igual”.

Los días siguientes al incendio Margarita Giannini concurrió diariamente para estar a disposición de los vecinos.

No regresó más al lugar de los hechos. Tuvo que alquilar otra propiedad y su hija debió ir a vivir a otra parte. Enfrentó un proceso judicial para recuperar el depósito y el mes de alquiler que había pagado cuando ocurrió el incendio. Sí, un día después del siniestro el propietario pasó a cobrárselo. Abogado mediante, lo recuperó.

“Hoy estoy bien, más tranquila, pero el cambio fue rotundo. Fue un año terrible. Nos llevó a tener que reorganizarnos por completo”, contó.

Una semana después de la tragedia, Margarita escribió una emotiva carta de agradecimiento a todos los que ayudaron. La carta fue publicada el 23 de diciembre de 2019 en LA CAPITAL y un año después volvió a hacer suyas esas mismas palabras: “A todos los que nos dejaron un poquito de sus almas, gracias”.

Que la tragedia “sirva de algo”, el deseo de las víctimas

Las víctimas de la tragedia de Torres y Liva aún conviven con una mezcla de sensaciones diarias. Los días no son todos iguales. El recuerdo nítido empaña momentos gratos y las dificultades cotidianas se ven agravadas por las afecciones emocionales y las consecuencias del desastre.

Buena parte de las víctimas -propietarios e inquilinos- no cobró el seguro. Solo algunos afirman haber sido compensados (otros prefieren no hablar del tema), aunque todos remarcan la condición “irreparable” de lo emocional.

Pero si en algo todos coinciden es en la necesidad de que la tragedia “sirva de algo“. Muchos esperaban que luego del incendio se modificaran ordenanzas referidas a las habilitaciones o se extremaran los controles, algo así como aprender de la catástrofe.

“Tendría que haber una revuelta de ordenanzas para evitar que esto vuelva a pasar. Estos monstruos en el medio de la ciudad son una bomba de tiempo. Pero es como si ya hubiera pasado. Y para nosotros no pasó. Yo espero que las cosas cambien, que no se sigan haciendo como hasta ahora, que se controle, que no haya sido en vano, que sirva de algo para que las cosas mejoren”, indicó Yamila, inquilina afectada.

Justicia

En los últimos días la Justicia confirmó que Gustavo Arrativel, el hombre acusado de incendiar la distribuidora Torres y Liva hace un año, deberá enfrentar un juicio.

La sensación de las víctimas presenta miradas encontradas. Algunas descreen que Arrativel haya sido el responsable. Otras endilgan la culpa a Torres y Liva por los productos inflamables que se almacenaban en el depósito. La mayoría sostiene que no habrá proceso judicial que les devuelva lo que perdieron en el incendio.

En cuanto a la figura de Arrativel, hace tiempo posee sus facultades mentales alteradas y es por eso que no pudo comprender la criminalidad de lo que provocaba.

Tal como lo adelantó LA CAPITAL, la causa no podía tener otro destino que la instancia del juicio oral a pesar de la condición psiquiátrica de Arrativel. Es que sería un contrasentido hablar de la “imposibilidad de comprender los actos cometidos” si no está resuelta antes la autoría y materialidad.

La jueza Rosa Frende resolvió la semana pasada que la acusación contra Arrativel deberá llegar a juicio para que sea un tribunal el que decida si, primero, Arrativel fue el incendiario y luego si es inimputable. La prueba contra Arrativel como iniciador del fuego es contundente y los informes psiquiátricos que lo definen insano, también.

Más allá de todo, entre las víctimas no parece haber un grito unificado de “justicia”. La unión entre propietarios e inquilinos se diluyó poco después de la tragedia. Hoy, cada uno recompone su vida como puede, sin asistencia del Estado.

Lo que sí esperan todos es que la catástrofe no quede en el olvido y sirva para modificar la presencia de galpones y depósitos en zonas urbanas, “que sirva para algo”, repiten y exigen las víctimas a un año del incendio.

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