Cultura

Adelanto del libro de ensayo sobre la pandemia: “Las piezas que arman el mundo”

LA CAPITAL publica un adelanto de los primeros capítulos de "Las piezas que arman el mundo", el nuevo libro de ensayos del escritor marplatense Eduardo Balestena, recientemente editado.

 

I

Nada escapa a los relatos

Por Eduardo Balestena

“Pues sabía lo que la muchedumbre en fiesta ignoraba y puede leerse en los libros, a saber: que el bacilo de la peste no muere ni desaparece nunca, que puede permanecer adormecido durante años en los muebles y la ropa, que aguarda pacientemente en las habitaciones, las cuevas, las maletas, los pañuelos y papeles y que quizá llegue un día en que, para desdicha y enseñanza de los hombres, la peste despierte a sus ratas y las envíe a morir a una ciudad alegre”.

Albert Camus, La Peste, Aguilar, Madrid, 1979, pág. 392

 

La experiencia de encontrarme varado lejos de mi casa, a raíz de la pandemia, significó para mí muchas cosas: la aparición de una adversidad todopoderosa, invencible, el surgimiento brusco de un mal y una asechanza cuya naturaleza y alcances eran imposibles de discernir y, quizás, más que nada, la aparición de una mentalidad.

Contra el contagio es posible cuidarse, contra la mentalidad el problema es más profundo y difícil de entender y sobrellevar.

En el horizonte de amenaza perpetua que se instaló de pronto transitar este estado de sometimiento y renuncia –a la condición de libertad, al acceso a la justicia y a la vida anterior- consiste en una lucha por mantener la integridad. También –dentro del razonable equilibrio entre el interés general y el derecho individual- implica la lucha por recuperar la antigua condición, por colarse y avanzar en medio de un discurso predominante y una gama de imposibilidades y actitudes, donde se cruzan el prejuicio, lo normativo, lo real y lo imaginario. Se pasa de ser libre a ser un refugiado que, ocultándose de los peligros, camina subrepticiamente para regresar. Ahora que la inocencia se convierte en sospecha, lo que antes era natural pasa a ser un peligro.

De pronto se había instalado en la sociedad un orden militarizado sobre el cual existía un amplio consenso y que se alzó como si fuera la única alternativa. De haber sido posible, y no el solo grito solitario y silencioso que en verdad fue, todo cuestionamiento hubiera podido desafiar al consenso e impugnar la consigna “de esto salimos todos juntos.”

Sólo había una posibilidad hacia el nuevo orden: acatarlo.

Así como debí afrontar, en esa ocasión que tanto había esperado, el viaje de regreso de 26 horas en moto, sin paradas posibles, sin certezas y librado al riesgo permanente creado por las normas –de muy distinta naturaleza- que buscaban “regular” la situación, me propongo viajar por varios textos, trazar las líneas que los unen y separan y pensar el universo normativo emergente y las fuerzas que lo imponen y sostienen.

Dicha propuesta importa establecer algunos de los ejes que cruzan Diario del año de la peste, de Daniel Defoe; La Peste, de Albert Camus y el relato La Inundación, de Ezequiel Martínez Estrada, vincularlos a la experiencia actual y pensar el problema de la tensión entre las normas y los derechos individuales y la experiencia propia en el marco de la vida en tiempos de pandemia.

Utilizo la palabra peste –para englobar a alguno de los flagelos acaecidos a lo largo de la historia y la actual pandemia- porque es poderosa, tiene una carga histórica y se refiere al mal, a la amenaza pero también a la resistencia.

 

II

El poder de los relatos

 

La pandemia que hoy asola al mundo tiene una presencia discursiva constante: se habla de ella prácticamente todo el tiempo y se busca, en ese discurso público conformado por opiniones profesionales, normas sanitarias y especulaciones de toda índole, discernir una salida para el panorama de encierro y falta de certezas a que tal estado nos somete.

Pareciera que todo cuanto sucede sólo obedece a la situación presente, como si hubiera empezado en marzo. Sin embargo, cuando –a partir de un breve muestrario de distintas obras literarias- confrontamos los ejes que atraviesan epidemias y pandemias a lo largo de la historia encontramos elementos que son comunes a todos los tiempos y que nos indican que el discurso, más que originarse en determinadas coyunturas y momentos históricos, se refiere a la condición humana frente a algo desconocido y fuera de toda comprensión y control que enfrenta al hombre con el azar, el sufrimiento, la pérdida y la muerte y por otra al uso que el poder hace de una “calamidad” tan útil para consolidarlo.

La primera instancia de lucha contra eso es normativizar la conducta humana a partir de la detentación de un poder que no sólo nunca aparece cuestionado sino que también –como diría Foucault- se presenta como imposible de interpelar. Un poder que simplemente se ejerce, reproduce y extiende pero que no garantiza nada: ni la eficacia de la normatividad, ni los derechos de las personas o el control de la peste.

Lo primero que parece surgir de este indetenible desborde de la previsibilidad, la racionalidad y el concepto de lo justo, es que de allí surge lo mejor y lo peor de las personas.

¿Lo peor surge súbitamente o estaba allí, en estado de latencia, encubierto por la vida ordinaria, controlado por la razón que bruscamente estalla al perderse las dos cosas: la racionalidad y la vida ordinaria?

“Al comienzo de La Ilíada, Homero nos sitúa en medio de un ejército castigado por la plaga; Sófocles advierte que sólo cuando se descubra la verdad del rey Edipo cesará la peste sobre Tebas; por haberse atrevido a realizar un censo de bienes y hombres Dios castiga al rey David enviando una peste sobre su reino; Bocaccio, antes de dar rienda suelta a su imaginación picaresca, no ahorra detalles en la descripción de los sufrimientos de los florentinos bajo la epidemia bubónica, yuxtaponiendo, quizás por primera vez el horror y el arte; el desencuentro final y trágico de Romeo y Julieta se desencadena debido a un malentendido que Sheakespeare ubica en una ciudad confundida por la peste, confusión que, por el contrario, le permite a Manzoni el tantas veces postergado reencuentro de los promessi sposi; Rabelais, Samuel Pepys, Daniel Defoe, Dostoyevsky, Poe, Artaud, Camus, han visto o recreado, en la ciudad bajo la plaga un laboratorio que permite examinar la naturaleza humana y la sociedad en una situación en extremo excepcional” (Leiser Madanes, La Peste, en “Deus Mortalis, Cuaderno de Filosofía Política, 5”, Buenos Aires, 2006, pág. 2).

La plaga subvierte el orden de las cosas, instaura otro paisaje donde todo se transforma: las calles populosas se hacen desiertas, las referencias carecen de sentido y obra el azar como suprema fuerza.

Aquello antes gobernado por la organización y su “racionalidad“ se vuelve caótico y las cosas suceden por azar: por casualidad se hacen posibles o imposibles, los seres queridos quedan lejos y los vínculos son exigidos igual que un material a temperaturas extremas, no podemos prever el siguiente paso ni decidir sobre a dónde ir. En aquel lugar en el cual recordábamos un paisaje amable aparece una sucesión de obstáculos, en ese otro donde había una calle populosa pasa a haber casas deshabitadas. Aquello conocido ya no lo es, algo lo ha transformado en una de sus peores posibilidades y al hacerlo nos ha enseñado que el mundo tiene otra cara. Los que mueren deben hacerlo solos, abandonados, muchas veces y, como consecuencia de eso, sin celebración alguna.

“La naturaleza se desquicia y la sociedad comienza a disolverse, se reclama y a la vez se rechaza, se exige y se niega, la acción del Estado –salvador y crucificado- para que haga frente al horror.” (Madanes, obra citada, pág.9).

Los textos nos cuentan algo que está en nosotros y narrando lo que sucedió narran también lo que sucede: sólo hace falta analizarlos, descifrar sus mensajes y construir una voz crítica capaz de resistir al discurso predominante y cuestionarlo.

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