Cultura

Al rescate del premio Nobel de Literatura 1960: Saint-John Perse (1887-1975)

Poeta de dos universos

Por Dante Rafael Galdona

Twitter: @DanteGaldona

Trastabillando entre la diplomacia y la literatura. Cayó en el mundo y fue elemento constitutivo de su política y su belleza. Doble agente entre las sombras del poder y la luz de la poesía.

Abandonado

Francés. Antillano. Arrastró exilio en su piel por cualquier camino que pisó.

Americano. Europeo. La poesía fue su mundo y el mundo su casa.

Diplomático. Poeta. De las cosas fundamentales y de la fraternidad hombre natura.

Eligió, exigió formas de vida con las reglas del universo y las del alma. Cambió ser por vivir y descubrió un nuevo decir el mundo, fue a los elementos vitales, los modeló en palabras, los transformó en belleza. Y en la tangencial hora de la vida, creó su nuevo ser y sus medidas, la costumbre del vivir en la poesía.

Fue una isla unida a todos los continentes pero nació en Pointe-à-pitre, Guadalupe, una isla de la Antilla francesa, donde tuvo una infancia tan feliz que jamás le perdonó el abandono, aunque no fuera su voluntad.

Su familia poseía grandes territorios, se crió en la entrelínea de la perversión colonialista y un entorno adornado por la belleza exótica del Caribe. Limitado por las riquezas materiales y la rigidez de la tradición feudal aristócrata de su familia. Hijo del poder de la época, canalizó el espíritu libertario de todo niño en las aventuras diarias que le proponía el entorno idílico de la naturaleza. El mar, el viento y la selva caribeños fueron el alimento de su alma y su poesía. Una vasta biblioteca, el amor infinito de una niñera hindú y el espíritu aventurero cimentaron al poeta.

A los once años su familia se vio obligada a trasladarse a Francia, donde, en medio de añoranzas y nostalgias de su tierra natal, a la que jamás volvería a visitar, continuó sus estudios e ingresó en la carrera diplomática.

En el año 1917 fue trasladado a Pekín, y comenzó una trashumancia que llevó consigo hasta la muerte. Fue en China donde las religiones orientales lo sedujeron, a tenor de la huella que su niñera había marcado en su espíritu, y donde frecuentó asiduamente los círculos intelectuales del lugar. Pero entonces debió llamarse Alexis Leger, su nombre real, su nombre civil, porque un representante de la política no debe mezclarse en el poco respetable mundo de la poesía.

La misma carrera diplomática que lo llevó por el mundo lo trasladó al angustioso rincón del exilio. Su carrera diplomática lo había llevado a ocupar el cargo de secretario general del Ministerio de Relaciones Exteriores, su ideología antinazi era incompatible con la ocupación y debió dejar su cargo en 1940. Exiliado y privado de su nacionalidad por el régimen colaboracionista de Vichy, se dedicó de lleno a la poesía instalado en Estados Unidos y trabajando en la biblioteca del Congreso.

Dos en uno

Sesenta y siete años pasaron entre su primer libro y el último. Y en esos sesenta y siete años, una vida que empezó en un paraíso personal y terminó en un campo francés sembrado de nostalgias. Entre 1904 y 1971, una obra congruente, madura y monótona en calidad. Entre 1887 y 1975 una vida al influjo de los sobresaltados acontecimientos políticos del siglo 20.

Cuando diplomático, silenció al poeta. Cuando poeta, gritó belleza, mundo, tempestad y surrealismo.

El diplomático participó de los hechos políticos más relevantes y, si bien acalló al poeta, el grito de dientes apretados de la poesía se colaba entre sus acciones políticas. Qué más de poético puede haber en la oposición solitaria a la política francesa de restarle apoyo a la República española, a su conocido antinazismo.

También fue parte de la negociación del pacto franco soviético y participó de las negociaciones por la incorporación de la Unión Soviética a la Sociedad de Naciones. Derrotero nada humilde en términos políticos para un simple poeta cuyo oficio era jugar con palabras.

Hundida Francia en la larga noche nazi, nada que hacer tenían ni Saint John Perse ni Alexis Leger. Ambos escapan, se refugian, se exilian y entonces el poeta asume el mando total, premio Nobel mediante, hasta el fin de sus días.

El quinto elemento: la belleza

Demasiado críptica, pero atrapante como un laberinto de flores espinosas. La obra de Perse es, de principio a fin, el resultado de la misma premisa poética: la comunicación hacia y desde lo más primitivo del hombre con la naturaleza como vehículo de su estética.

Lo imperecedero de los elementos, la recurrencia eterna del mar y su fuerza implacable, la tierra y el viento en cadencia estricta, un fuego sagrado envolviendo al poema.

Podría ser cualquier libro, desde el homenaje “Imágenes para Crusoe”, pasando por “Anábasis” y terminando en “Canto para un equinoccio”, salpicando un poco con las aguas de “Lluvias”, la gélida “Nieves”, y matizando con “Exilio”, nos encontramos con un poeta de la sorpresa.

No resulta fácil su lectura, para ser honestos, la intensidad de su inspiración a veces nos deja afuera de su mundo, y a veces el mundo se nos multiplica, se nos expande, se nos transfigura, muta a formas inusuales para mostrarse y, en forma de espejo o caleidoscopio, darnos versiones ocultas de nuestro ser.

Es que la poesía de Perse es el ser y el universo en conjunción antagónica, en permanencia eterna. Lo imperecedero, lo colosal, cobra sentido de vida cuando en la humanidad recala, y la vida asume su ropaje de eternidad al saberse, por oposición y con la esperanza del poeta, hacedora del todo universal.

En toda su obra no hay un solo verso, es una poesía que discurre en prosa, como el mar y el viento y el fuego y la tierra, que son un todo completo hechos de sí mismos, que al fundirse y unirse (nunca al mezclarse) hacen vida. Y vida es, al fin para Saint John Perse, poesía en acción, eternidad y trascendencia. Como los elementos, la poesía de Perse es un todo indescifrable y abstracto, pero bello y sensual, del que se puede obtener vida, poder, luz.

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