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Cultura 27 de junio de 2016

Al rescate del premio Nobel de Literatura 1997: Darío Fo (1926)

El hombre de la gran sonrisa

Dario Fo world copyright Giovanni Giovannetti/effigie

Por Dante Rafael Galdona
Twitter: @DanteGaldona

Dario Fo es el comediante que supo enfrentarse al poder y a la censura. Superó el silencio impuesto, ayudó a combatir, mostró el poder desnudo. Supo decir sus angustias con una sonrisa. Es el artista de la comedia en el drama.

Luchar por reír

Dario Fo es acción dramática, pero antes es acción política y, antes aún, acción social. Cabalga en los espirales de la historia con la acción, en tanto palabra y hecho, como elemento inseparable de su ser. Acción, síntesis y revolución del teatro es Dario Fo.
Una sonrisa contagiosa y rica, histriónica, que se le sale de la cara hasta caer en la tierra y sembrarse y multiplicarse tiene Dario Fo. En su cara y en su obra.
Porque el hecho de que Dario Fo haya sufrido privación y censura no lo llevó al cómodo lugar de la autocompasión, sino al incómodo lugar de la lucha y la superación, y la palabra lucha se puede decir con una sonrisa, y la lucha en tanto hecho se puede llevar a cabo con la sapiencia de la alegría.
Alguien dijo que la comedia es la tragedia más el tiempo. Dario Fo prescinde del tiempo y hace, dentro de la tragedia o junto a ella, una comedia en simultáneo. En sus obras se puede ver el drama y la comedia al mismo tiempo.
Dario Fo nació en Sangiano, provincia de Varese, en el norte de Italia, en 1926. Hijo de un empleado ferroviario y también actor, y de una madre campesina con gran talento artístico.
Sus dotes narrativas las adquirió de su abuelo, vendedor ambulante que, para atraer compradores, contaba fábulas e historias a quienes se acercaran. En la carreta de su abuelo y en la itinerancia del trabajo de su padre, que llevaban a la familia de un pueblo a otro, Dario Fo construyó su yo artístico. Un juglar, un artista, un trovador, un peregrino. Esa hermosa mezcla de arte, política y conciencia social es Dario Fo.

En compañía

Durante la segunda guerra mundial colaboró junto a su padre en la resistencia contra el nazismo y el fascismo, dando asilo y escondite a los perseguidos y ayudándolos a escapar hacia Suiza.
Terminada la guerra, decidió estudiar la carrera de arquitectura, disciplina que le sirvió en el ámbito teatral pero de la que se alejó asqueado por la corrupción en la que estaba sumergida.
Pero es difícil, llegado cierto punto, hablar de Dario Fo sin hablar de su gran compañera, la inmensamente bella y talentosa Franca Rame. No sólo porque fue su compañera durante casi toda su vida, hasta que falleció en 2013, sino porque lo completó como artista, como actor, como dramaturgo y director, como intelectual y como escritor. Porque fue una artista tan importante como él. Porque la pareja en sí fue una unidad política, artística e intelectual. Además de haber sido, en el plano sentimental, el gran amor de su vida.
Juntos crearon varias compañías teatrales. La primera de ellas, fundada en 1959, inserta en el movimiento de la Comedia del Arte, duró hasta 1968. Durante ese tiempo dieron lugar a un sinnúmero de obras a las que les costaba hacerse un espacio en la escena comercial, y lograron un éxito arrasador, pero el espíritu inconformista de la pareja los hizo reconsiderar su posición dentro de la escena artística. Es que el éxito trajo aparejados todos los males burgueses. Lúcidamente, la compañía se transformó, en el año 1968, en la Nueva Escena, que apuntó a desarrollar un teatro popular, satírico, autogestionado y con intenciones políticas claras: ridiculizar el poder y sembrar, a través de la sátira, la semilla de la conciencia política.
La compañía Nueva Escena desarrollaba sus producciones principalmente en las sedes del Partido Comunista Italiano. Era una época de gran agitación social. Al congeniar con la ideología de izquierda, mejor dicho: al ser la expresión cabal del pensamiento progresista, la compañía del matrimonio era blanco de censuras y atentados por parte de la derecha reaccionaria y los vestigios filofascistas que estaban recrudeciendo por entonces en Italia después de la segunda guerra mundial.
Dario Fo era habitualmente censurado cuando su talento lo llevaba a la televisión como actor y principalmente como guionista.
Nueva Escena se transformó, a instancias de las discrepancias políticas internas, en un nuevo movimiento artístico: el Colectivo Teatral La Comuna.
Era una época complicada en Italia, los atentados que sufrían los artistas de izquierda eran cada vez más virulentos y despiadados, la censura no tenía límites, la paz estaba lejana. Incluso Franca Rame, en 1973, fue secuestrada, torturada y violada por un grupo de choque fascista.
Dario Fo no respondió con violencia, no contraatacó con acción política directa, contestó con la risa. Una risa comprometida, satírica, insultante. Descolocó a sus adversarios, decidió discutir en otros términos. Escribió sus obras más conocidas y representadas mundialmente: “Muerte accidental de un anarquista” (1970) y “Misterio Buffo” (1969). Además, en 1971, llegó “Fedayin” y “Aquí no paga nadie” en 1974.

Arte político

En todas sus obras Dario Fo tiene las cosas claras. El carácter político del arte, la responsabilidad social del artista, la modificación de la realidad a través del propio lugar que le toca ocupar.
Naturalmente son sus principales enemigos la mafia, la iglesia, la corrupción política.
La mafia porque vivió en el país que la inventó y la exporta, por decirlo de alguna manera resumida. La mafia pertenece a la esfera conservadora de la sociedad, la mafia no pretende políticos independientes, incorruptibles. Las cosas como son deben seguir siendo siempre así para poder operar con tranquilidad, si las cosas deben cambiar para la mafia es porque a ella no le sirve que sigan así. Es entonces cuando entra en juego su otro enemigo natural, el poder político corrupto. La mafia necesita, desde la sombra, un poder político que articule sus intereses en el Estado.
La Iglesia, esa enemiga de lo que dice proteger, es para Dario Fo la síntesis de corrupción y mafia. La Iglesia es retrógrada, es el poder del miedo. Dario Fo es ateo, pero además de ateo, y sobre todo, es anticlerical. Ataca la perversión de la mentira para adoctrinar al pueblo. Ataca a esa institución que ofrece a los fieles la estrategia de la especulación: hacer el bien para conseguir el paraíso o no hacer el mal para evitar el infierno. Dario Fo prefiere hacer el bien desde su lugar de actor y dramaturgo, sin esperar recompensas celestiales, ataca el mal desde su posición política y social, descree del infierno, la maldad debe tener su castigo en el mundo y, a falta de castigo estatal, él castiga con la burla.
El mismo se inserta en la categoría de bufón. Elige burlarse del poder para exorcizar sus ascos y angustias. Es el juglar, el peregrino que lleva el arte y la conciencia social por donde va, nunca se esconde, siempre atento a despertar almas a través de la burla, la risa, esa epifanía de la conciencia.



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