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Cultura 15 de agosto de 2016

Al rescate del premio Nobel de Literatura 2003: John Maxwell Coetzee (1940)

Poner blanco sobre negro

Por Dante Rafael Galdona
Twitter: @DanteGaldona

De Sudáfrica hacia el mundo, el talento de Coetzee es repartido entre su país natal, Estados Unidos, Australia, Argentina. En nuestro país, una editorial publica su biblioteca personal, los doce libros que más le gustaron, cada uno con un prólogo escrito por él mismo. En los demás países se hace cargo de cátedras, exposiciones académicas y conferencias. Aspira a ganar su tercer premio Booker este año.

El hermitaño

A menudo resulta más aleccionador, incluso más clarificante, conocer hechos históricos o circunstancias políticas a través de la literatura que por la propia ciencia que los estudia y analiza. Muy a menudo. La libertad creativa con que abordan esos temas algunos buenos escritores permite al lector encontrarse en el punto de goce justo que proporciona el arte y la experiencia intelectual del conocimiento científico de la circunstancia que abordan.
John Maxwell Coetzee, sudafricano blanco, escritor en lengua inglesa, representa ese punto de unión donde el arte y la ciencia social se unen, se complementan, incluso se necesitan, para explicar un hecho o un proceso histórico: el apartheid. Y en un solo libro Coetzee aborda el tema, con eso basta para que cualquiera pueda entender de qué se trató y al mismo tiempo sucumbir al goce de leer un buen libro. Hablamos de entender de qué se trató, en el sentido de comprender qué produjo en el corazón de las personas que lo vivieron, de un lado y otro, en las dos caras del horror. Para saber cuestiones técnicas, legislativas y políticas tenemos libros y especialistas, hay periodismo, hay análisis sociológicos. Pero sólo la literatura es capaz, y dentro de los escritores Coetzee es un de los pocos capaces, de explicarnos qué pasó en términos reales, cotidianos, con el apartheid, durante y después, desde las ópticas de la ética y de la estética. La sencilla ética que parece siempre quedar afuera de todo análisis de otro tipo (histórico, sociológico, político, económico) y de la estética propia del arte. La literatura de Coetzee, descarnada, fría como un invierno clavado en el corazón, con sangre y sin lágrimas, nos sabe explicar eso que ninguna otra cosa más puede explicarnos. Y con sólo eso basta para que Coetzee sea la voz de Sudáfrica, la voz negra pintada de blanco de los negros segregados. Porque Coetzee es blanco, afrikáner (descendiente de colonos holandeses), su estirpe representa el colonialismo, representa la otra cara de lo que dice su voz, pero a su vez estamos en presencia de un hombre blanco aunque escuchamos, sabemos, leemos que su voz es negra, dice negro, como si fuera un negro pudiendo decir todo lo que el apartheid le hizo callar.
Y en aquellos corazones segregados negros ennegrecidos no puede haber alegría, ni futuro, ni página, párrafo, línea que tenga una pizca de esperanza, porque no puede haber esperanza después de la experiencia africana, sólo el remanente de un dolor cada vez más lejano pero igual de intenso. Y esa lejanía temporal mezclada con la inmediatez de la angustia provocada aborda en “Disgrace” (que en español se llamó “Desgracia” por su parecido fonético pero que en realidad significa deshonra).
Páginas de desesperanza son toda su obra, la maestría es contarla con la frialdad de Coetzee, quien hasta en sus autobiografías se cuenta en tercera persona, quizá porque tiene miedo de acercarse a sí mismo, a lo que el apartheid dejó de él.
Al contrario que su coterránea y también premio Nobel, Nadine Gordimer, para quien casi toda su literatura está centrada en el apartheid, Coetzee se adentra en el tema directamente sólo en “La edad de hierro”.
Coetzee sale del molde del artista, pues cultiva un perfil bajo muy raro entre los escritores, por lo general siempre dispuestos a recibir la fama con los brazos abiertos y no dejarla escapar. No es el caso de Coetzee, a quien cuesta encontrar, lo saben todos los periodistas especializados, aunque más no sea para una corta entrevista. Siempre más preocupado por la fama de sus libros que por la suya propia, lo que debería ser natural. Cuida con recelo su historia personal en tanto no apunte a lo literario, como en el caso de sus autobiografías ficcionadas “Infancia”, “Juventud”, “Verano” y “Diario de un mal año”.
Dicen los que lo que lo conocen, y lo dicen porque se sorprenden, que Coetzee es un tipo apático, tímido, retraído, hermitaño, capaz de estar horas sentado frente a alguien y ni siquiera mirarlo. La mayoría de sus entrevistas son a través del distante e incómodo (para el periodista) correo electrónico, y sus respuestas son como él y sus libros, secas, descarnadas, inteligentes y concretas.

Crítico inteligente, lector sagaz

Nació en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 1940. Estudió filología inglesa y matemáticas en la universidad local y luego de graduarse se mudó al Reino Unido, donde trabajó como programador de computadoras. Al tiempo emigró a Estados Unidos donde hizo la carrera de lingüística en la universidad de Texas. También trabajó como docente de literatura inglesa en la universidad de Nueva York y al volver a Sudáfrica, su universidad le dio la misma cátedra.
Actualmente reparte su vida entre Australia, Sudáfrica y Estados Unidos, siempre reacio a la fama personal pero con una vida académica exigente y valiosísima.
Tiene el prestigio de ser el único en ganar dos veces el premio Booker, el más importante en lengua inglesa, y todo parece indicar que este año ganará el tercero. En 1983 por “Vida y época de Michael K” y en 1999 por “Desgracia”. Como crítico literario es también excepcional, porque sabe leer como crítico pero más sabe como lector medio, asume el rol académico pero mantiene sus pasiones iniciales por los grandes escritores que lo influenciaron y lo maravillaron. No escapan a su análisis académico, siempre profundo, sin descuidar ni forma ni contenido, ni los más grandes y consagrados ni los escritores en ciernes.

Los que recomienda

Es una gran noticia que John Maxwell Coetzee tenga su propia biblioteca personal publicada por una editorial argentina. En rigor, son doce libros que lo acompañaron toda su vida y que el mismo Coetzee nos recomienda leer, y así, por su influjo, nos deslizamos al mundo literario previo que dio vida a la obra de Coetzee, nos explicamos quizás el porqué de sus elecciones narrativas, temáticas y poéticas.
En esa biblioteca, editada por “El hilo de Ariadna”, Coetzee selecciona doce obras fundamentales a su entender y las prologa, constituyendo así cada uno de esos libros una doble joya, el libro en sí (podemos conseguir una edición actualizada de “Madame Bovary”, de Gustave Flaubert, por ejemplo) y un relativamente extenso prólogo firmado por Coetzee en el que nos recomienda su lectura no desde la cuestión pedagógica sino desde el lugar de un lector apasionado, que recomienda la lectura por su goce más que por la virtud técnica del libro. Cualquiera de esos libros se justifica con la introducción de Coetzee, pero después tenemos el goce personal de lo que sigue.



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