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Cultura 24 de enero de 2018

Ataraxia: hay otra realidad

Eugenio Cuttica exhibe en el Museo MAR la transición del hombre hacia nuevas dimensiones. Entrevista sobre la potencia del arte y la necesidad de apagar el intelecto.

por Agustín Marangoni

Un montaje espectacular puede ser un engaño. Pasa cuando el artista tiene más intención de lograr impacto que cosas para decir. En Ataraxia, la muestra que Eugenio Cuttica lleva adelante en el Museo MAR, hay un trabajo integral sólido. El montaje es espectacular y las ideas que construye le disparan a los cimientos más profundos. Con sutileza, apoyado en conceptos que ponen en duda la propia realidad, sugiere una nueva consciencia por fuera de los códigos racionales y lógicos que hoy dominan al hombre. Suena a mucho, sí, pero Cuttica da batalla. Cuttica vive esa batalla en primera persona.

La muestra está dividida en dos salas. En una hay pinturas y botes con niños atravesados por árboles. La infancia y la naturaleza son un vehículo hacia otras orillas. La primera metáfora de Ataraxia le plantea un desafío al espectador: lo ubica en un plano donde las verdades impuestas pierden su contenido de verdad. La figura de la infancia subraya el momento de la vida en que uno todavía no está absorbido por la cultura. De ahí que los niños están íntimamente conectados con otra dimensión, desprovista del rigor intelectual. Los niños son sabios –señala el artista– y tienen una lógica meridiana: saben antes de aprender. El niño es el pensamiento creativo.

“Es el poder mayor, que está por encima de todos los poderes”, apunta Cuttica, café doble en mano. Habla con un tono pausado y cada tanto detiene las respuestas para encontrar las palabras precisas. Cuttica no explica su obra. De hecho, no sabría cómo explicarla. Su discurso es la descripción de un contexto filosófico que marca el pulso de su vida y de su forma de crear. 

– ¿Por qué el enlace de la infancia con la naturaleza?

– La naturaleza y la infancia pertenecen a un estado de pureza. La naturaleza está de acuerdo con las normas de la inteligencia del universo. El intelecto nos aleja de la divinidad interior con la que todos nacimos. El arte verdadero es una reconexión con ese plano. Por eso el arte tiene un poder sanador.

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El concepto griego Ataraxia –un estado de pasiones equilibradas que intenta alcanzar la felicidad– se conecta con los principios del Tao te King, libro esencial para el budismo. Este libro, tan poético, dice, entre otras cosas, que en la profundidad del vacío reside el origen de todas las cosas. ‘Suaviza las asperezas, disuelve la confusión […] y hasta parece ser eterno. Ni siquiera se puede saber quién lo concibió, porque es más antiguo que los dioses’. No es casual que el recorrido de la muestra comience con una pintura que representa la contemplación del vacío. Es decir, Cuttica da el primer paso desde la filosofía griega y emprende un camino que atraviesa oriente y occidente. Busca un sentido universal.

– Trabajaste ideas complejas a través de un lenguaje artístico. Estas ideas y su representación vuelan muy alto. Hasta pueden encandilar. ¿Cómo pensaste el vínculo con el espectador?

– Esto es muy importante. El arte es imposible de definir, pero todo el mundo sabe lo que es arte. No necesita entender. No hay un público partido. El público es el público en general. La forma de hacer arte que intento desarrollar le llega a todos, sin diferencias culturales, educacionales, ni de edad, ni de nacionalidad, ni económicas. Yo no trato de llegar a un cierto público. Mi trabajo está dirigido a la humanidad como una gran familia.

– Es parte del intento de lograr universalidad…

– Exactamente. Hay quienes dicen pinta tu aldea y pintarás el mundo. Yo creo que es al revés. Pinta el universo y serás tu aldea.

Cuttica se pierde en un silencio. En la mirada se le nota que está armando una idea. Ese silencio se termina cuando suelta otra crítica filosófica: “Descartes decía Pienso luego existo. Eso se nos adentró tanto en occidente que ya creemos que si dejamos de pensar dejamos de existir. Pero la verdad es que si dejamos de pensar no dejamos de existir. Tampoco nos morimos. Lo que sí se deja es un vida en este plano”. Según Cuttica, apagar el intelecto permite entrenar el hemisferio derecho del cerebro, que actualmente está en desuso. Ahí es dónde se llega a través del camino de la creatividad. El pensamiento y la intelectualidad, dice, son el ego. Al restringir el ego surge esta otra dimensión vinculada al entusiasmo y a la percepción.

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El destino –lo que en la muestra se representa metafóricamente como la otra orilla– es un nuevo sistema de valores y de códigos, lejos de las falsas definiciones del lenguaje. El lenguaje piensa al hombre. “El arte hace una limpieza de lo que culturalmente se nos impone. Es la imagen del pez que no sabe lo que es el agua hasta que sale del agua. El arte consigue que salgamos del agua para que sepamos lo que es el agua”, dice Cuttica.

– ¿Es posible ese cambio tan profundo?

– Es posible, pero hay que hacer un sacrificio muy importante, que es el camino iniciático de atravesar el desierto. Lo que analizaron la mayoría de las religiones. Es un conocimiento del conocimiento. Son códigos de un sistema epistemológico anterior a las religiones. En las religiones se transformó este conocimiento en metáforas para que la gente lo pudiera entender. Esto que estamos hablando lo saben todos los sacerdotes, pero es un conocimiento que se guardan para ellos.

En la otra sala se extiende un plano curvo, de dimensiones monumentales, que sirve de soporte para que un centenar de niñas desciendan desde las alturas paradas sobre sillas. Cuttica lo describe como un ejército que, en su forma de ola, avanza con la potencia de un tsunami sobre el mundo de los significados. La silla y la postura de las niñas sacuden con una actitud disruptiva. No están sentadas recibiendo información en el clásico monólogo académico. Están de pie. Activas. Defienden su lugar como mujeres y exigen otros conocimientos. “Es un ejército de la luz. Dentro de los códigos de los guerreros samuráis, la luz y todo lo que tenga que ver con un estado de iluminación hay que defenderlo con la espada. Y eso es lo que aconsejo”, dice.

– ¿Por qué?

– Los que deciden seguir el camino del arte tienen que ir con un pincel en la mano y con la espada en la otra. En este estado de inconsciencia general, se va a atacar a quien intente hacer algo bueno por los demás.

– ¿Con qué finalidad se atacaría a los buenos?

– Para que unos pocos puedan mantener sus privilegios a costa de los demás. Y para transformarnos en adictos y consumidores.

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La ola que avanza, en la creación de Cuttica, simboliza una nueva conciencia colectiva. “El arte siempre sirvió para generar realidades. Ese es el poder tremendo que tiene. Nosotros no podemos resignarnos a la realidad que nos toca. El arte es para cambiar la realidad. Hay muchos universos paralelos en el espacio-tiempo y podemos elegir el que más queremos. No sólo el que nos impone la Matrix”, dice.

– ¿A qué llamás la Matrix?

– A una cultura mundial. A un sistema pensado para que la gente crea que se entretiene pero no se entretiene, que crea que estudia pero no estudia, crea que trabaja pero no trabaja. Eso se está cayendo a pedazos. Los soldados de la Matrix, viendo esto, se van a defender. Porque se juegan su vida. Invirtieron todo en creer en esa ilusión. Es una pelea a muerte.

Cuttica se encontró con este paradigma distinto de la realidad de forma intuitiva. De chico, cuando tenía diez u once años, se le encendió una duda que todavía lo acompaña. Sintió que el sistema era disfuncional y que tenía que haber otro lugar. Otro plano. Al punto que llegó a pensar que su vida era una equivocación. Dudaba de sus maestros de la escuela. De sus propios padres. De sus compañeros y de las cosas que escuchaba. “Siempre busqué esta otra dimensión, donde existiera  una sola verdad ulterior y no un sistema de verdades arbitrarias. Un lugar donde no hubiera antagonismos ni confrontaciones. Se puede llegar ahí, pero hay que dejar la mente en cero. Hay que dudar de todo. Lleva bastante tiempo, pero se puede lograr. Ese es el camino”, dice.

La pintura fue su sendero iniciático. Desde sus primeros pasos como artista, hace más de cuatro décadas, entendió que ese estado mental es el enlace a otra realidad, la realidad que está detrás de la realidad. Que es, desde su punto de vista, incluso más real que la realidad tangible. “Eso es lo que descubrí. Esta otra realidad es invisible y se emparenta con el vacío y con el silencio. Se llega a esa dimensión cuando detenemos el ruido de la mente. Hay que dejar de pensar”, apunta. Ataraxia, en su eje central, es la búsqueda de lo más puro: aquello que ni siquiera se puede nombrar, pero se alcanza a través del arte.

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Las ideas que propone la muestra parecen ser, y en parte son, demasiado complejas. Sin embargo, el vínculo con el público se mantiene intacto. Una anécdota: el día de la inauguración, una mujer se acercó a felicitar a Cuttica. Le agradeció con los ojos llenos de lágrimas. Cuttica, también conmovido por la situación, le pidió por favor que no llorara. Pero ella le dijo que iba a llorar. Y que quería que lloraran juntos. Se dieron un abrazo fuerte y ella siguió mirando la muestra. “Estas son las cosas que suceden, porque la gente entiende todo”, dice.

– ¿Entiende o siente?

– Sentir es entender. Uno no puede entender nada si no lo siente. El entendimiento puramente intelectual es como un acercamiento falso a una obra de arte. Todo puede estar correctamente puesto, pero eso no conmueve. El entendimiento sucede cuando algo conmueve.

Ataraxia está generando un movimiento intenso de público. Al ritmo que avanza, es probable que se convierta en la muestra más visitada del Museo MAR. Tal cual lo que pasó con La mirada interior, su retrospectiva en el Museo Nacional Bellas Artes, que en 2015 rompió el récord de público para un arista argentino vivo. El éxito de Cuttica es una constante internacional. Hoy reparte su tiempo entre sus talleres de Nueva York, Milán, Miami y Buenos Aires. En cada galería, en cada museo, encuentra la fibra sensible para llegar al espectador. Ataraxia se mueve en la misma frecuencia.

– ¿Por qué creés que la gente se acerca con este ímpetu a tu muestra?

– El hemisferio izquierdo se está derrumbando, se cae por sí solo. La gente ya no cree en la ciencia, ni en la religión, ni en la política. Por suerte todavía cree un poco en el arte.

Ataraxia está más allá de la monumentalidad del montaje. Más allá de cualquier virtud estética. La muestra funciona como un sistema de coordenadas para deconstruir la realidad. Entrar en esa gramática implica correr el riesgo de perder el mundo tal cual se lo conoce. Está en cada uno.



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