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La Ciudad 30 de mayo de 2019

“Aún sigo esperando a mi hijo”: cómo sigue la vida de la mamá de un tripulante del ARA San Juan

Zulma Sandoval, la madre del submarinista Celso Vallejos, cuenta cómo sigue su vida después de la tragedia. Más allá de las explicaciones oficiales, dice no saber qué pasó y espera respuestas convincentes.

Zulma Sandoval junto a su hermano Claudio.

Por Natalia Prieto

El suboficial segundo Celso Oscar Vallejos heredó la vocación por el mar de su padre, Oscar, y siguió sus pasos: se inscribió en la Escuela de Mecánica de la Armada de Puerto Belgrano y comenzó a navegar en distintos barcos de la flota nacional. Luego hizo el curso de submarinista y se especializó como sonarista, cargo que desempeñaba en el ARA San Juan cuando desapareció el 15 de noviembre de 2017.

Su madre, Zulma Sandoval, lo sigue esperando y no se conforma con ninguna de las versiones oficiales brindadas para explicar la catástrofe. “Vamos a seguir la lucha hasta que nos digan la verdad”, sostiene, acompañada por su hermano Claudio.

Podría decirse que Celso se crió en la cubierta de un barco, ya que desde chico acompañó a su padre tanto en las guardias como en las navegaciones “por placer” que hacían desde la base de Puerto Belgrano, donde pasó gran parte de la infancia, hasta que la familia (compuesta también por las dos hermanas menores, Marta y Malvina) se instaló en Mar del Plata en 1994.

Celso Vallejos, con el uniforme de gala, junto a su madre Zulma sandoval.

Celso Vallejos, con el uniforme de gala, junto a su madre Zulma Sandoval.

Padre combatiente

La vocación de Oscar era tal que, una vez terminado el servicio militar, “arregló todos los papeles para ingresar a la Marina. Y así lo hizo”, cuenta su mujer que, como él, es oriunda de la provincia del Chaco. En ese devenir le tocó ir a la guerra de Malvinas.

“(Celso) Iba a cumplir 17 años cuando llegamos a la ciudad -cuenta Zulma, sentada en el living de la casa de otro de sus hermanos, Walter-, terminó acá quinto año en la (escuela) Media 19 y ya sabía que quería entrar a la Marina. Desde los 5 años acompañaba al padre a la Base”.

Así fue que cursó en Puerto Belgrano, se recibió y comenzó a navegar. “Acá, en Mar del Plata, había un chico que era de Puerto Belgrano, entonces cambiaron con él y se trasladó para acá”, relata su madre sin perder la tranquilidad en su tono de voz.

En el bautismo.

En el bautismo.

Ojos y oídos

Una vez casado, Celso se inscribió en el curso de submarinista y se especializó como sonarista, “los ojos y los oídos del submarino”, explica Zulma. Más tarde se sumó a la tripulación del ARA San Juan.

Desde noviembre de 2017 Zulma vive “en la incertidumbre” y explica su teoría: “Sigo sosteniendo que (el submarino) apareció el 22 o 23 de noviembre de 2017, una semana después que anunciaron la desaparición. No sé, es algo que tengo adentro. Ocultaron todo por política, nadie quiere hacerse responsable de lo que pasó“.

Aunque el mes pasado participó, junto a otros familiares de la tripulación de la audiencia judicial en la que se mostraron las fotos de la búsqueda submarina, ella no quedó conforme. “Se ve, pero a veces se pixela y no se ve -explica-. No es una imagen nítida, no me satisface. Fueron 67 mil fotos, es una filmación del casco del submarino en el fondo el mar, de la mitad hacia atrás está explotado y quedó como una mariposa”.

“Se ve achicharrado -continua-, me hace dudar. También apareció un saco de un oficial, un mameluco que usan para el amarre, un cajón de manzanas y un bolso, que suponemos que es un bolso porque no especificaron qué era. Pero ¿y las otras cosas?”.

Asimismo, Claudio Sandoval se pregunta “¿por qué los tanques de aire comprimido están enteros, no se volaron, no explotaron?”.

La Bandera Argentina, con el dibujo de la silueta del submarino y la leyenda 44, domina el living. Así como los “pins” que lucen los demás integrantes de la familia.

Zulma dice que su hijo jamás se refirió a algún problema en el submarino. “Nunca nos dijo nada, ni siquiera al padre (marino y ex combatiente en Malvinas). En eso son iguales, Oscar vino de la guerra y es muy puntual con las cosas que comenta. No dice nada de lo que pasó, de lo que vivió. Celso tampoco le comentó nada a su mujer, nunca dio un indicio de que pasaba algo”.

Zulma Saldoval, madre de Celso Vallejos.

Zulma Saldoval, madre de Celso Vallejos.

Camino

Celso tiene tres hijos, en los que se apoya Zulma para seguir viviendo. “Son los motores de nuestra vida -asegura-, te despeja un montón estar con ellos. Los veo y sé que no puedo quedarme echada, nos necesitan bien”.

Si bien reconoce que desde la Armada “siempre le pagaron el sueldo” y que los chicos recibieron becas para sus estudios, Zulma añade: “Nunca la vamos a dejar a mi nuera, para que no le falte nada”.

En cuanto a su cotidianidad, dice que la vive con “incertidumbre. No sé dónde está mi hijo, nunca se me fue esa sensación. Tengo a mis nietos, a mi marido que ahora está bien (Oscar tuvo un cáncer de páncreas), vos lo ves y parece que siempre está igual, pero todo va por dentro, no lo manifestaba”, señala.

“El tema es difícil, ya no lloro como antes, pero no pude hacer el duelo y no sé hasta cuándo seguiré así. Pueden decir lo que quieran, pero para mí siguen mintiendo. No sé qué pasó con él”.

Como católica creyente, cuenta que durante la Cuaresma pasada hizo un ayuno de pan y agua. “Le pedí a Dios -describe- que si mi hijo no está en esta vida me de hambre. El Domingo de Pascua almorcé porque tenía que comer, pero no tenía necesidad”.

“No sé si es mi subconsciente o la fe que tengo. Una no sabe qué pasó, si están ahí, o no están, si los secuestraron, qué se yo, capaz que estoy hablando pavadas. Son cosas que las tengo acá”, dice tocándose el pecho.

Todos juntos

Si bien la familia es oriunda de Chaco, los Vallejo-Sandoval están radicados en Mar del Plata y 6 de los 9 hermanos de Zulma también eligieron la ciudad para vivir.

“Somos muy unidos -cuenta Claudio-. Ellos (por Zulma y sus hijos) venían al Chaco los tres meses de vacaciones de verano. Después nosotros empezamos a venir para acá, de vacaciones, y nos fuimos quedando”.

Tras la desaparición del submarino, Zulma estuvo viviendo “seis meses en la Base, para que me den una respuesta más rápido. Después estuve 52 días en Plaza de Mayo. No voy a descansar hasta tener una respuesta, aunque no sé si algún día me la van a dar”, cuenta y reconoce que hubo contención por parte de la Armada.

“Las autoridades que están ahora -señala- no tienen la culpa, los que tienen que dar explicaciones son los que se fueron, a los que separaron”.

Claudio opina que “se sabe lo que ellos quieren. Dejé de creer en la Justicia, actúan igual que el gobierno y tratan de cubrir a los delincuentes. La gente un poco acompaña, pero muchos no entienden”.

Los 15 de cada mes se encuentran en la puerta de la Base Naval y, entre otras cosas, “cambiamos las banderas y vamos a seguir haciéndolo”, explica Claudio.

“Vamos a seguir la lucha hasta que me digan la verdad, mientras Dios me de vida voy a seguir hasta tener una respuesta satisfactoria. No puedo dejar esto a medio hacer, hay que seguir”, explica Zulma. Y recuerda que la última torta de cumpleaños de su hijo fue un submarino.

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Un pin en el pecho

“Cuando estaba haciendo el curso de submarinista -reseña- hacía poco había pasado lo del submarino ruso Kursk. Yo le decía ‘quedate en los barcos, mirá lo que le pasó al ruso’. Y él me respondía: ´Si me voy a morir me va a pasar cruzando una calle, en el submarino o me quedo dormido para siempre´”.

Zulma luce un pin con la foto de su hijo a la altura del pecho. Y cuenta: “lo sueño, lo veo bien. Sueño que viene a casa a buscar comida. Lo soñé cuatro veces con el uniforme y una de civil”.

“Lo tuve a los 17 -revela-, el padre tenía 19 años. Nos criamos juntos. Eramos muy cercanos. No me decía mami, me decía Zulmita, entonces yo lo miraba y me decía: está bien, má”.

La familia considera que la comunidad no acompaña demasiado y hasta revelan situaciones desagradables ocurridas durante las manifestaciones realizadas en la ciudad.

“La gente tiene que apoyar -dice Claudio, es una lucha de todos. Ellos estaban brindándose a la Patria”.
El único lugar del país dónde “no hay nada como homenaje es acá”, salvo el mural pintado en Colón casi Mendoza.