Con "Un contador", editado por Planeta, publica una serie de relatos atravesados por los vínculos amorosos, las encrucijadas existenciales y la vida urbana argentina. Una nueva voz de nuestra literatura que sorprende por su madurez narrativa y su sensibilidad.
Por Ximena Pascutti
Aunque se formó como contador público y dedicó gran parte de su vida profesional a los números, Buri Abud siempre vivió rodeado de palabras. En su biblioteca, que supera los dos mil ejemplares, conviven clásicos rusos, policiales, autores contemporáneos y novelas encontradas por azar. Ese amor por la lectura fue, durante décadas, el combustible secreto de una vocación que ahora ve la luz: la escritura.
“Un contador”, su primer libro de cuentos, editado por Planeta, marca el debut de Abud en la escena literaria con una obra íntima, urbana y sensible. En sus relatos, la ciudad de Buenos Aires late como telón de fondo de vínculos quebrados, replanteos existenciales, pérdidas que obligan a redefinir el rumbo y encuentros que transforman. Con una prosa directa y una mirada aguda sobre lo cotidiano, Abud consigue algo difícil: narrar lo simple con hondura, y hacerlo desde una voz propia y madura.
“Casi todos los cuentos de este libro tienen su antigüedad, solo que los he mejorado. Su hilo más visible es el de los sentimientos y su imposibilidad de juzgarlos con la vara de la moral cuando se imponen sobre la conciencia –reconoce el autor, sobre la génesis de sus personajes–. Los sentimientos ocurren, de facto. Son inevitables para los protagonistas”.
-Venís del mundo de los números y este libro está lleno de historias muy humanas. ¿Qué te empujó a escribir, desde cuándo lo hacés y qué te llevó a publicar?
-No diría que “vengo del mundo de los números”. La literatura fue y es esencial en mi vida. Leo ficción desde mucho antes de imaginarme contador. “Un lector vive mil vidas antes de morir”. Suscribo esa frase diariamente. Fui y soy un lector caótico. Desde los clásicos rusos hasta los policiales de los más diversos autores; novelas que elijo en las librerías porque me llaman la atención. Y así como tengo autores preferidos –Auster, Mc Ewan, Kallifatides, Oz– descubro nuevos casi por azar. Algunos de ellos, lo confieso, por leer.
Por eso puedo escribir. Porque leer mucho me permitió vivir las vidas de cada uno de mis personajes. Empecé muy joven, desde la secundaria. Recuerdo haber empezado escribiendo poemas de amor y seguir mas adelante con cuentos.
Me imagino publicando desde hace cuarenta años. Pero nunca me animé ni siquiera a presentar mis escritos en concursos. Hace poco más de un año le presenté un pendrive a la gente de Planeta y acá estoy, publicando. La que más me insistió, ayudó, empujó, fue mi esposa. Ella siempre dijo que mis textos debían salir del amparo de la privacidad.
-¿Por qué elegiste titularlo “Un contador”?
-Quise jugar con las palabras. Yo me recibí de contador público en 1980, pero en este caso soy un contador de cuentos. Cuando empecé a informar a mis contactos –que nada sabían de esta actividad– muchos me preguntaban si eran historias de la profesión, o una biografía. Me parece que el título me complementa. Soy, finalmente, ambas cosas.
-Los relatos transcurren en un universo urbano argentino y aluden a la clase media, las relaciones afectivas, los replanteos existenciales. ¿Qué te interesaba explorar de ese cruce de cuestiones?
-Es el mundo en el que vivo. Muchos de los cuentos fueron gatillados con pequeñas historias que escuché de personas que, como yo, pertenecen a este ámbito urbano y de clase media. Ellos me dispararon algunas de las ideas a las que, finalmente, yo les di forma en la ficción.
-Hay títulos que ya despiertan preguntas: “Viudez”, “El amor es injusto”, “El encierro”… ¿Cuál de esos cuentos sentís que mejor representa el espíritu del libro?
-Cada uno de ellos. Ahora que el libro está terminado, me parece que los que indagan en las relaciones afectivas, de pareja, son un hilo conductor de todo el trabajo. Cada vez que me siento delante del teclado pienso en los sentimientos. Finalmente, son los que nos dominan, mucho más que la razón.
-Sos un gran observador de lo cotidiano… ¿Qué lectura hacés de estos tiempos contemporáneos donde el teléfono celular –y lo digital en general– se han entrometido de lleno en los vínculos humanos? ¿Nos suma, nos resta? ¿Te interesa la problemática como material narrativo?
-Yo creo, y me lo dicen mis hijos, que soy un poco dinosaurio. Soy un inmigrante del lenguaje de internet, de las redes, los celulares y sus aplicaciones. Entonces, me cuesta evaluarlo, porque es como una segunda lengua que nunca voy a aprender a hablar bien. Prefiero siempre el contacto directo, el cara a cara, sobre todo en las relaciones personales que pueden generar un vínculo más profundo que un simple WhatsApp. No tengo redes; por eso, me cuesta incluirlas en mis relatos. No puedo incorporar a mi cotidianeidad ni el microondas y todavía leo en papel. Probé con el ebook… No es lo mío.
“Soy un contador de cuentos, por eso el título. Me parece que me complementa”.
-El cuento que transcurre en el mercado de Tel Aviv es cinematográfico y muy visual, ¿qué te llevó a narrar la historia de esa manera y en ese lugar?
-Es que Tel Aviv me inspira. Más que Tel Aviv, el mercado del Carmel. El lugar, y su gente. Soy yo quien, cada vez que voy a Israel, lo recorro. Tengo la suerte de poder entenderme en hebreo y eso me permite sentirme un local. Nunca me encontré con ningún amor de hace treinta años, pero allí lo soñé. Es un cuento que escribí hace mucho y que ahora lo pulí. Pero en el fondo es eso. Es el profundo amor que le tengo a esa ciudad.
-¿Cómo viviste la decisión de publicar este libro? ¿Qué desafíos y satisfacciones te trajo?
-Una vez le escribí a mi editora que me parecía que yo no daba el “pinet” para publicar. Y ella me dijo que lo que yo hacía estaba muy bueno. Así que toda esta etapa, desde que me dijeron en la editorial “tu trabajo vale la pena”, hasta hoy, que veo el libro en mis manos, viví sentimientos de los más intensos: una mezcla de alegría, cuando supe que se iba a publicar; de mucho trabajo, para dejar algo que a mí me satisfaga, y de ansiedad, para verlo convertido en realidad. Ahora tengo la calma de haber terminado esta etapa y solo quiero disfrutarlo. Como decía Borges, “publicamos para dejar de corregir”. Podré tener más o menos éxitos profesionales; podré escribir más de un libro, pero estos sentimientos supongo que son irrepetibles.
-En los cuentos “Desorden” y “Descubrimiento” asume un lugar importante lo no dicho, lo supuesto, las elucubraciones sobre las cuales muchas veces construimos nuestras certezas. ¿Qué te interesaba a la hora de explorar esos monólogos internos de tus personajes?
-Quise “meterme” en esas cabezas que, por sobre todas las cosas, no están seguras del camino que tienen que seguir. Imaginar a los protagonistas enfrentarse a las situaciones de conflicto que estaban atravesando me obligó a explorar –como vos decís– el nivel de contradicciones que estaban viviendo en sus almas. Ir al frente o no ir. Poner sobre la mesa los sentimientos –el amor, el enojo– o dejarlos ir.
-¿El amor es necesariamente un terreno propicio para las contradicciones?
-Es inevitable la contradicción cuando los sentimientos se mezclan con la razón. El enamoramiento, por lo menos es lo que pienso, no reconoce límite alguno. Ocurre. Y la literatura lo marca en todas y cada una de sus obras ¿Quería Anna Karenina enamorarse de Vronsky? ¿O Solal y Ariane en Bella del Señor? ¿Y la hija de Tevie, Chava, eligió enamorarse de un no judío y romper lazos con su familia? Ocurre, sin la voluntad e incluso más, a costa de ella. ¿Cómo no va a provocar contradicciones de todo tipo en los protagonistas? Creo que hablar de ellas en la literatura es solo un reflejo de lo que vemos, todos los días, en la vida real.
-“El amor es injusto” es realmente un cuento muy argento. En él se relata cómo se “fabrica” una causa judicial injusta para perjudicar a un hombre que tuvo un romance con la esposa de un importante funcionario de un juzgado. Una fuerte crítica a la “Familia judicial argentina”, que cubre corporativamente los trapitos sucios de sus miembros. ¿Por qué elegiste enfocar este tema hablando de amor?
-El original de este cuento debe tener más de veinte años. Debe ser de la época de los noventa, cuando yo tenía una participación profesional muy activa en procesos judiciales. Y, no quiero pecar de premonitorio, pero hace unas semanas, por motivos económicos y no amorosos, supimos que la realidad supera a la ficción y tuvimos, acá, en Buenos Aires, un caso relevante del uso ilegal de la justicia para resolver un problema de dinero. De última, el amor, ese sentimiento ingobernable, provocó el conflicto y sus víctimas. Y la horrorosa respuesta de un funcionario, que abusó de todo su poder para demostrar “quién la tiene más larga”.
-Buri, compartinos por favor algunas lecturas tuyas de estos últimos tiempos. ¿Con qué libros andás enfrascado ahora? ¿Te gusta especialmente algún autor/a argentino/a contemporáneo?
-Acabo de terminar una de las pequeñas novelas de Aki Shimazaki, “Maimai, el caracol de Taro”. Antes de eso, leí “Cancelado” de Everett; “Madres, hijos y rabinos”, un ensayo de Delphine Horvillier y “El libro de todos los libros” de Calasso, un italiano. También leí “Habitación sin vistas” de un escritor israelí, Dror Mishani, sobre el ataque de Hamas y su respuesta. En mi mesita de luz me espera “Los casos del comisario Croce”, de Piglia. Como decía Borges, “el paraíso ideal es una biblioteca, un vasto y eterno espacio lleno de libros”.
Los autores argentinos: yo tengo un especial reconocimiento a Abelardo Castillo porque, fue quien, con sus cuentos y novelas, me enseñó a leer literatura argentina alimentando mi juventud. Los clásicos: Borges, Cortázar, Arlt fueron oportunamente devorados. Me encanta Denevi, lloré en la adolescencia con Benedetti, y adoré la prosa de Piglia en “Plata Quemada”. Los cuentos de fútbol de Fontanarrosa son, para los amantes de este deporte como yo, imperdibles.