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Cultura 9 de julio de 2023

Carlos Aletto: “No puedo pensar en mi vida sin literatura, no sería yo”

Con una narrativa donde el amor por Mar del Plata salta de sus páginas, el autor teje con precisión una historia que duró once segundos y se eternizó, el gol de Maradona a Inglaterra en 1986, y otra historia que busca eternizar, la suya y la de sus amigos y vínculos, a quienes busca inmortalizar cada vez que un lector abra el libro. "Once segundos", de editorial Sudamericana, se llama el libro más marplatense y más entrañable de Carlos Aletto.

Por Dante Galdona
Alejado de los cánones del escritor con berretín de intelectual, con su historia personal a cuestas, a la que inmortaliza junto al mejor gol de la historia, afirma que “la figura de escritor es cansadora”, pero que “toda su vida estuvo alrededor de la literatura”. Carlos Aletto, un hombre humilde por sus orígenes, pero sobre todo porque no se la cree, nos regala una novela para emocionarnos y LA CAPITAL aprovecha esta charla para que nos cuente cómo la escribió.

-Le diste a Mar del Plata y su gente un valor fundamental en la novela, están el Cholo Ciano, Canal 8, Borthiry, ex subdirector de nuestro diario. ¿Cómo fue esa elección?

-Mi idea era contar en algún momento historias muy parecidas a las que yo había vivido, casi en un tono autoficcional o autobiográfico y el trasfondo era Mar de Plata, inevitablemente, y las personas que a mí me habían rodeado en mi juventud. Enrique David Borthiry fue una persona muy importante en mi vida porque cuando yo era adolescente e iba a la secundaria, había leído “El perseguidor de pájaros caídos”, que era una novela de él que me había encantado, por lo que me fui con el ejemplar a verlo. Lo conocí y él me estimuló, me invitó después a su casa y fue una relación muy cordial, un hombre muy ameno, y me parecía que el homenaje tenía que estar ahí por lo que él había hecho conmigo. Igual que aparece una poeta que se llama Gladys Smith. Ella me daba un taller literario y también me estimulaba a escribir. Y después hay otros personajes a los que les cambié el nombre.

-El texto que publicaste en este diario fue tu primera publicación. ¿Te acordás de ese texto?

-Sí, mi primera publicación es en LA CAPITAL. Creo que se llamaba “El autito amarillo”. Y lo tengo. El diario es fundamental en la novela, termina navegando con un barquito de papel hecho con un página del diario LA CAPITAL que es el que le regala su amigo Daniel, con los dos primeros goles de Maradona en Mar de Plata. Así que, como trasfondo, la ciudad es fundamental, es importante y todos estos personajes que nombrás son inevitables. Ciano ese día estaba con Jorge Cyterszpiller, el primer representante de Diego, ya no lo era pero justo había estado en Mar del Plata y estaban en el estudio, estoy hablando de 1986 durante los once segundos en que transcurre el gol de Diego. Bueno, son inevitables esos personajes. Yo amo Mar de Plata y eso un lector me lo dijo: “El amor que hay ahí por Mar del Plata es impresionante”. Creo que está amada porque realmente es lo que yo siento por Mar de Plata. Yo trabajo para un medio nacional y no trabajo como corresponsal, pero elegí hacerlo desde Mar del Plata, nadie me mueve de mi lugar en el mundo.

-Hay nombres de amigos también, Daniel Nimes es uno. ¿Qué dijeron ellos?

-Daniel leyó la novela antes de ser publicada, me hizo una devolución inteligente. Sí, son mis compañeros de la universidad. Algunos todavía no la leyeron. El personaje se infarta jugando al fútbol con estos amigos la misma fecha del gol de Diego a los ingleses, 22 de junio, 31 años después. Son los amigos de la parte adulta del protagonista. Y están los amigos de la infancia que ya han muerto la mayoría y la novela es una forma de salvarlos y de vivir junto a ellos todo el tiempo posible cada vez que un lector abra el libro, que estén ellos vivos ahí. Es esa idea de Dante de eternizarse con Beatriz dentro de la “Divina Comedia”, es esa idea de poder compartir un espacio por siempre y darle una nueva oportunidad o una nueva vida a los personajes, a estos amigos que he querido muchísimo y que han sido fundamentales en mi vida.

-¿Qué tan difícil es escribir una autobiografía?

-Es una autobiografía bastante particular. Cruza la vigilia del protagonista, que en este caso sería el escritor, pero también cruza los sueños, mis sueños y mis fantasías. Al lector no se le avisa del traspaso. A mí no me importa forzar la memoria hasta el borde de la mentira. Por ejemplo, el protagonista está seguro de que el día que lo abandonó María Laura, su primera novia, él escuchaba la canción “¿Por qué te vas? de Cría Cuervos. Estaba seguro de que ese día pasó eso y lo hacía doler más todavía. Pero en los diarios de la época no aparece que algún canal haya pasado esa película ese día. La memoria tiene muchos huecos, es muy borgiano lo que estoy diciendo, o Todorov, pero la memoria está llena de olvido y de falsedades, es un relato la memoria, no es lo que somos hoy en esta memoria y cuando hablamos con otra persona, si tuviésemos un pasado en común, vos estarías mirando el mismo hecho desde otro lugar y con otra memoria. Por ejemplo, cuando van al estadio San Martín, para Daniel, el amigo, ellos están en una foto del diario LA CAPITAL, son dos puntitos en la tribuna y al final del libro termina forzando la memoria hasta ese límite y ya no le importa al protagonista si es verdad o no es verdad eso de los puntitos ahí en la foto, porque lo real es la memoria. Lo importante también es entretener, la verdad muchas veces es muy aburrida.

-Decía Abelardo Castillo que las cosas que le pasan a uno, no por el hecho de que te pasen son literarias o le van a interesar al lector. En tu caso es distinto, las cosas que te pasan a vos también son interesantes para el lector, por eso uno se mantiene leyendo.

-No sé si las cosas que me me pasaron a mí son interesantes, sino la forma de contarlas y el condimento que le puse, esto que te decía del sueño, de la fantasía. Por ejemplo, vender ollas como vende el protagonista, ¿es interesante? Según cómo lo cuentes. Yo creo que le encontré la vueltita, la parte sabrosa de contarla desde un costado donde nunca se abandona el humor, nunca se abandona tampoco el suspenso, se va llevando al lector con algún indicio de una promesa de que algo va a pasar constantemente, si no uno sigue escribiendo y el lector ya se fue hace veinte páginas. Esa es la idea, creo que mi vida no sé si es más interesante que la tuya o la de otro sino que depende de cómo la contemos. La vida más embolante, la más aburrida, se puede contar de una forma kafkiana, por así decirlo, encontrarle una vuelta que sea interesante. Es el hecho de qué se narre, cómo se narre, el recorte que se busque para narrar y las herramientas que uno tiene para poder narrar también.

-¿Cómo conseguís esas herramientas? ¿Cuándo fue que te hiciste escritor?

-Primero empezó todo con una mentira, una gran mentira. Yo le dije a una chica del colegio que era escritor. Salió de la nada, supongo que porque ella pintaba y pintaba muy bien y me gustaba la chica. Pero yo no había escrito nada salvo las redacciones del colegio. A partir de esa mentira empecé a mirar cómo hacerlo porque tenía que demostrar que tenía algo escrito, porque me lo había pedido. A partir de ahí, las primeras herramientas que recuerdo fueron las lecturas, por supuesto. Ver y tratar de imitar, yo leía “El conde Lucanor”, no sé por qué ese libro ni si fue por el colegio, porque en mi casa había un solo libro que era “Doña Petrona”, no era una casa con libros. Soy el primero en hacer la secundaria de mi familia. Mis herramientas fueron ir consiguiendo esas lecturas, después toda mi vida estuvo atada a la literatura desde algún aspecto, desde un lugar u otro siempre, por ejemplo, fui librero, tuve un suplemento literario cuando tenía veinte años.

-Es simbólico cuando encuentran el libro buscando en el basurero.

-Bueno, ahí, en el basurero, la herramienta que él encuentra es saber que los saberes de la calle o de las personas están a la misma altura o al mismo nivel del saber universitario, esto de ser príncipe y mendigo, saber que tanto en la clase de latín vas a aprender el mito de que las abejas salen de una vaca estallada como de alguien que se lo dice en la calle porque tenía un conocimiento paisano, de gaucho. Es decir, lo mismo que había visto en Virgilio que le había dicho el profesor de latín lo conoce de su amigo que no tenía ni siquiera terminada la primaria, un peón de albañil que tiene los mismos saberes. En ese suelo del basurero de Venturino encuentran los libros pero también encuentran los conocimientos. Ahí está el juego de esas dos cosas que creo que en la novela yo lo voy bifurcando de una punta a la otra, que es llevar, por un lado, lo popular, los saberes de la calle, los que se aprenden durante la vida y, por otro lado, los saberes académicos o saberes literarios, que son distintos y que en algún momento se cruzan y en otro momento se separan.

 

 

-Hay cierto prejuicio en eso de que las personas de origen humilde no llegan a ser intelectuales.

-Algo muy lindo me dijo una periodista, se lo voy a robar: “por primera vez en la literatura encontraste la abundancia”. Yo creo que está ahí. Salvo en algunos casos que estaban bien económicamente, en general a la universidad accede gente más humilde, o de clase media o media baja, trabajadora, que por primera vez acceden a Letras, por ejemplo, a los conocimientos de Letras, yo creo que es verdad eso de la abundancia de la literatura. Yo te digo porque trabajo también en periodismo cultural, me pasa como a vos que leo dos o tres libros por semana, tengo que leer y leer para hacer entrevistas también. Pero ya era un lector empedernido cuando era adolescente también que leía un montón, pero nunca abandoné el otro costado, el costado popular y creo que no, no sé si hay un prejuicio en eso de que la persona humilde no puede ser intelectual. Digamos que sí hay un camino allanado cuando tenés una familia lectora de clase media.

-En ese sentido, a mí se me representaba un personaje de César Aira.

-Es verdad que la clase media, con la biblioteca, es la que hace la literatura más burguesa. Pensemos en la literatura argentina un poco con las Ocampo, Borges, Bioy Casares, Bianco. Pero ahora hay más acceso a la biblioteca, el material y las herramientas que en otras épocas. El libro es mucho más popular en el siglo XX, ni hablar que desde el crecimiento de la imprenta ha ido creciendo un montón y hoy en día incluso los que no pueden comprar un libro tienen el PDF, tienen el acceso a Internet, alguna copia, está más democratizado el acceso al libro, a la biblioteca.

-¿Considerás una profesión o un oficio el de escritor?

-Es un oficio, pero si vivís de eso, se convierte en una profesión. Por ejemplo, a partir del libro de Julio Cortázar que yo publiqué, “Diario para una poética”, gané el Primer Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires que es un subsidio de por vida, todos los meses recibo un sueldo por escribir. Entonces, como que se profesionaliza, tiene que ver también con los ingresos. También hace unos días saqué una nota sobre “Rayuela” que me llevó un trabajo de escritor hacerla, es una investigación un poco más académica, entonces está como profesionalizado en cierto aspecto. Después, cuando uno se sienta a escribir, que es el momento en que uno realmente se pone serio, creo que uno se debe a ese momento, ponerse serio en el momento de la escritura. Sin abandonar el juego, se pone serio uno en la escritura, ahí creo que está el oficio más que la profesión. Igualmente, nunca me lo había puesto a pensar esto de la humildad y ser escritor y tampoco había pensado mucho entre oficio y profesión. Pero creo que uno se profesionaliza cuando empieza a jugar el dinero.

-¿Alguna vez pensaste en no dedicarte más a la literatura, te agarró ese bajón?

-No es que pensé en no dedicarme más a escribir pero sí en abandonar la figura de escritor. Porque es cansador esto de tener que sostener una figura de escritor, de tener que ser serio en ciertos aspectos, mantener cierta cordura, tener que hablar y tener respuestas inteligentes o tener que hacer dudar o crear ciertas teorías elaboradas o vender, provocar, tirar títulos o frases para vender. Hoy por suerte no son los ’60 que estaban esas disputas intelectuales. Pero sí me lo he planteado y sobre todo en épocas duras en las cuales te empiezan a castigar porque hay ciertas veces que cuando asomás un poquito la cabeza, sin saber de dónde vienen, te empiezan a disparar.

-¿Y cómo lo tomás?

-Ahora con calma, pero por ejemplo, tuve un conflicto en el 2008, fue con un premio de un diario y fue duro porque empieza a haber cuestiones de celos pareciera. Y yo estoy lejos de todo eso. Entonces sí pensé abandonar, seguir escribiendo y si se publica, se publica. Abandonar esto de tener que hacer una entrevista, sacarme fotos, yo reniego de todo eso. Estar en una editorial grande te pone en el compromiso de tener que responderle a la editorial, eso he querido abandonar, pero nunca la escritura, nunca dejar de escribir.

-O sea que tu vida está en función de la literatura.

-Sí, toda la vida fue igual, siempre estuvo alrededor de la literatura, pero hoy más que nunca, no puedo pensar en mi vida sin literatura, no sería yo.

-Casi como un juego, te digo que cuando leí el libro, en todo momento me traía los recuerdos de “París era una fiesta” de Hemingway, no sé por qué. Si me preguntás, arriesgo ese aura melancólica que tiene. ¿Qué escritor está atrás tuyo como escritor de este libro?

-No recuerdo bien ese libro, no la tengo clara en el radar. Sí está la literatura argentina, muchísimo, desde la gauchesca al comienzo de la novela, mucho Roberto Arlt, aparecen recursos y frases de Borges constantemente porque Borges nos atraviesa a todos como Maradona. Eso que te decía de las dos cosas, Maradona gambeteando y Borges por el otro lado escribiendo, bifurcándose en la novela. Traté de hacerle también sobre el final de la novela un homenaje a César Aira con esta escritura de transformaciones que Aira nos va regalando. Me encanta Aira, esto de que tenés un personaje que por momentos es un cocodrilo, está escribiendo y esto pasa un poquito en esta novela también. Ahí están esas transformaciones. Y la literatura argentina olvidada como Cancela, “Historias funambulescas del doctor Landormi”. Así como en la novela anterior, “Anatomía de la melancolía” hice un homenaje al Siglo de Oro, en esta traté de hacerle un homenaje a la literatura argentina atravesando desde la gauchesca a César Aira, Julio Cortázar por supuesto también con algunos juegos que tiene la novela, con algunos saltos. Está pensada, en el fondo, de esa forma. Por supuesto que a veces lo que uno pretende no se consigue, quizás sí, quizás no, pero lo bueno de la literatura es esto también. Por ejemplo, cuando termino de escribir “Once segundos”, Daniel Nimes y Facundo Jiménez por distintos lugares me dicen que hay un cuento de Casciari que se llama “10,56 segundos” que es sobre el gol de Maradona, me pegué un susto bárbaro, y terminé la novela y de corregir y me dio miedo leerlo, se lo conté a Hernán después, y cuando entregué todo leí el cuento y era otra cosa, nada que ver. Pasa también constantemente que la literatura trabaja de alguna forma que repite escrituras a las que uno no ha tenido acceso, como en este caso que vos decís, “París era una fiesta”, seguramente hay algo ahí en la fibra del lector. Alguna vez hablé con Abelardo Castillo por “El que tiene sed”, y yo le decía “acá está el Dante, acá está esta lectura y él venía diciendo ‘sí, sí, sí’, y en un momento para mí estaba claro cuando el personaje tiraba una llave una alcantarilla y se iba de la casa y para mí era “Casa tomada”, y me dijo: ‘no, para nada’, pero estaba la llave tirada en la alcantarilla, abandonaba la casa, la casa estaba tomada, pero él dijo que no, que no tenía nada que ver con Cortázar. Muchas veces pasa esto que aparecen como hipotexto, ese texto que está debajo del hipertexto, y si nos ponemos en una lectura paranoica, encontramos un montón de textos que no tienen nada que ver.