Cultura

Carlos Balmaceda: “En la propia memoria se diluyen todos los límites reales”

En "Mi mamá y Stephen Hawking", el escritor marplatense utiliza una prosa cuidada, exquisita que hace que el dolor que se cuenta se transforme en placer.

La angustia e impotencia que genera una madre con Alzheimer es transformada por la estetización que realiza el escritor Carlos Balmaceda en su libro “Mi mamá y Stephen Hawking”, en una obra que busca en el olvido rincones de belleza y placer y recurre, para lograr esa transformación, a la literatura, a la filosofía, a la reconstrucción de la vida de su propia madre y de su antepasado, dudando en cada momento de la veracidad de la memoria de la humanidad.

El nuevo libro de Balmaceda, publicado por la editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata (Eudem), tiene una presentación a cargo de María Cristina Álvarez, Coordinadora Ejecutiva de GAMA (Centro Integral de la Memoria) y tres prólogos: dos de profesionales de la salud mental (Pablo M. Bagnati, médico psiquiatra y Ricardo C. Reisin, jefe del Servicio de Neurología del Hospital Británico) y uno de la docente e investigadora de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Mónica Bueno.

Detenerse en estos paratextos permite descubrir cómo se va construyendo el punto de vista de ese escritor al narrar a su madre, Natividad Hoyuelos de 93 años que tiene Alzheimer.

Bueno hace un resumen perfecto del libro en su prólogo: “El narrador en primera persona es testigo de esa tensión entre el recuerdo y el olvido y su misión explícita es encontrar la manera de fijar la memoria de su madre en la escritura. Es por eso que el narrador buscará en la Física, en la Biología, en las Neurociencias pero también en la Literatura, en la Filosofía y en el Arte las implicancias de la memoria y el olvido”.

El autor de “Sinfonía para un Maestro” y “La plegaria del vidente” y actual secretario de cultura de Mar del Plata une en cada uno de los treinta capítulos (llamados “puertas”) a su madre no solo con el científico de los agujeros negros, sino también con Heródoto, Ulises, el Tarot, Claude Monet, el Cid Campeador, con una prosa cuidada, exquisita que hace que el dolor que se cuenta se transforme en placer.

– ¿Sentís que la pérdida de la memoria de una madre es la pérdida de los antepasados? ¿Es necesario reconstruirlo desde la ficción o la historia?

– Cuando mi mamá comenzó a perder la memoria comprendí con angustia que algún día ya no sabría quién era ella y tampoco quién soy yo. Una crisis de la identidad para los dos. También comprendí que su deterioro cognitivo provocará tarde o temprano la disolución de su propio pasado y del pasado familiar. Entonces me lancé a reanimar su memoria para recuperar recuerdos y mantenernos unidos por un hilo invisible, amoroso. Esa recuperación es azarosa porque los neurólogos no saben cómo funciona la memoria. Lo que sí sabemos es que la memoria es muy frágil y fantasiosa. Todos los recuerdos son híbridos porque se construyen con algo de verdad y mucho de ficción.

– Si la memoria individual es ficticia, ¿es también ficticia la memoria colectiva, la Historia?

– La memoria colectiva es un ensamble de recuerdos individuales. Un tapiz tejido con ficciones y certezas inestables porque la propia memoria funciona de modo fabulador e inestable. Los neurocientíficos explican que los recuerdos pueden fabricarse y manipularse. La doctora Julia Shaw tiene un libro perturbador, llamado “La ilusión de la memoria”, donde explica con rigor científico la forma en que se pueda hackear nuestra memoria. Eso no significa que la Historia infrinja la realidad de modo fraudulento, sino que cualquier lectura del pasado debería contemplar esas fragilidades para no adularla como a una versión dogmática del pasado. Las relaciones entre la memoria y la verdad hoy están en terapia debido a los avances de la neurología y las neurociencias. No se trata de desconfiar de la Historia en cuanto ciencia, sino de adoptarla con un ejercicio crítico y riguroso.

– ¿La ficción tiene un límite? ¿Puede haber veracidad en las biografías familiares o sólo verosimilitud?

– La ficción es intangible y la propia memoria es un mar intangible. Además, los recuerdos y el olvido son movimientos intangibles de nuestra mente. Son imposibles de medir, tomografiar y escanear. En la propia memoria se diluyen todos los límites reales. En la biografía de mi madre que reconstruyo en “Mi mamá y Stephen Hawking”, como en toda biografía, hay un maridaje de verdades y ficciones verosímiles.

– ¿Cómo trabajaste la memoria y el olvido desde tu oficio de escritor?

– El abordaje del libro fue desde la ficción biográfica con herramientas de crónica periodística. La voz narradora es mi propia voz, pero como toda voz es un artificio, una táctica narrativa. Eso me permitió navegar en aguas donde se mezclaban lo verdadero con lo imaginado. También es un modo de organizar en palabras y con coherencia todo el material que la memoria organiza de modo caótico con imágenes, sonidos, perfumes, ecos.

– Pensaste el olvido en la vigilia ¿hay un olvido en lo onírico?

– Los sueños son enigmáticos porque se forman con un lenguaje metafórico que a veces podemos descifrar y otras veces no. Los sueños, al igual que los recuerdos, no funcionan como películas porque son experiencias mentales complejas que se organizan como un rompecabezas. Lo mismo pasa con las pesadillas: son puzles aterradores. Los neurólogos no saben por qué olvidamos la mayor parte de nuestra vida y por qué recordamos tan poco. Pero hay un dato curioso: por esencia el olvido es una ausencia, un vacío, y durante los sueños o pesadillas podemos reconstruir recuerdos que habíamos perdido y, lo que es más fascinante, fabricar falsos recuerdos.

– ¿Cuál es la sensación de ser lazarillo de la memoria materna? ¿Ser padre de alguna forma de tu propia madre?

– La conexión amorosa que tengo con mi madre a partir de nuestra experiencia actual es la que deriva de un hijo que debe aprender nuevos códigos de relación y comunicación, nuevas formas de diálogo, nuevos modos de expresar el amor que siente, nuevas maneras de compartir el vértigo de la vida que se mueve sin freno. Mi mamá ahora es una madre distinta a la que siempre fue y yo soy un hijo diferente. Los dos somos otros. Muy otros. “Mi mamá y Stephen Hawking” cuenta la forma en que esa nueva relación se fue construyendo con el paso del tiempo y el avance de su enfermedad.

– Borges, Carroll, Homero, la épica de Gilgamesh, Proust, están trabajados en el contenido de este libro ¿en que genealogía literaria por su forma (si se termina pensando como una novela tu libro), te podrías ubicar en ese trabajo

– Hay una constante en el libro: la invocación que hago en cada página de algunos de mis autores preferidos que aún releo, y de los temas que me apasionan desde hace años. Esos libros y esos temas forman parte de una arqueología íntima que me ayuda a buscarle sentido a muchas cosas que parecen no tenerlo.

– Nombrás varias veces a Sofía Bernardita, tu hija, incluso le generás a ella un relato de tus antepasados. ¿Cómo se une en tu intelecto y sentimientos la relación madre-hijo y padre-hija?

– Sofía Bernardita es un sol en mi vida. Y un hada. De alguna manera maravillosa hace magia conmigo y esa magia aparece de varios modos en la historia que cuento en el libro. A veces de modo explícito y otras de forma velada. Hace pocas semanas fuimos a visitar a mi mamá, a la que ella le dice Abu Naty, y mamá debía estar detrás de un nylon grueso que nos separaría por razones sanitarias. Cuando Sofía Bernardita la vio llegar en la silla de ruedas se largó a lagrimear. Mamá la miró y también lagrimeó. Yo casi no podía hablar.

– Tus libros siempre giran alrededor de Mar del Plata, ¿cómo ves la ciudad hoy y especialmente el recorte cultural?

– En el libro digo que Mar del Plata va conmigo donde quiera que yo vaya, que la busco en todas las ciudades que visito cuando viajo. Pero esa imagen es del orden literario y emocional. En un plano más concreto veo que Mar del Plata está luchando fuerte para transformarse día tras día y volverse un mejor lugar para vivir. Esa lucha cotidiana es un desafío que también vemos en el sector cultural. Un sector demasiado golpeado por la pandemia. Los artistas estamos viviendo un tiempo de zozobra, pero creo que justo por esa sensación de zozobra es que debemos hacer enormes esfuerzos colectivos para reconstruir y fortalecer los vínculos de los artistas con el público, con la escena viva, con el trabajo cultural. Confío mucho en que un esfuerzo colaborativo, abierto y generoso es la clave para enfrentar las dramáticas consecuencias que trajo la pandemia.

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