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Interés general 16 de febrero de 2020

Carpas y sillas de mimbre, la antigua historia de dos clásicos

Son tan antiguas como la actividad balnearia de Mar del Plata. Las carpas nacieron como simples tinglados para el aristocrático turismo que concurría vestido a Playa Bristol. De los variados modelos de sillas de mimbre que empleaban, uno trascendió como emblema de la ciudad.

Las carpas marplatenses y sus tradicionales sillas de mimbre en la década del '60, fotografiadas por Annemarie Heinrich.

Por Gustavo Visciarelli

Las primeras carpas irrumpieron en la Bristol en los albores de la villa balnearia, cuando el turismo criollo adoptó una novedosa costumbre europea: ir a la playa. Ellas con largos vestidos. Ellos con traje. Todos con zapatos. ¿Meterse al mar? Esa práctica, más terapéutica que recreativa, tardaría en extenderse y en superar sus engorros originales. Severos reglamentos. Casillas de baño para cambiarse cerca de la orilla. Pesados trajes de baño. Batas y capas para salir del agua.

Sin el beneficio de las carpas, nuestra aristocracia difícilmente hubiera sobrevivido a la insolación y, sin dudas, habría perdido la esmerada palidez que la distinguía de quienes trabajaban al sol. Fue necesaria una sobredosis de glamour para revertir tal costumbre y recién llegó en los años ’20 cuando Cocó Chanel, bronceada, desembarcó en Cannes del yate del duque de Westminster y decretó accidentalmente la prescripción de la lividez.

En Biarritz y en los más selectos balnearios británicos hubo carpas antes que en Mar del Plata, pero aquí adquirieron una estética particular y una profusión que hoy las torna, a la vez, simbólicas y controvertidas.

Fotografías de principios del siglo XX las muestran en su versión original: grandes tinglados con techos de lona casi sin inclinación. Pronto empezarían a asemejarse a las actuales, con cabriadas y caída a dos aguas. No se trataba de pequeños módulos como los de hoy, sino de amplios cobertizos sin divisiones donde decenas de personas se sentaban a departir. Ninguna de ellas sabía, por supuesto, que sus posaderas atestiguaban con indiferencia el nacimiento de un símbolo marplatense.

La aristocracia en sus primeros toldos de la Bristol a principios del siglo XX. Abajo: un bañero, dos turistas y las carpas frente a fines de la década del '10.

La aristocracia en sus primeros toldos de la Bristol a principios del siglo XX. Abajo: un bañero, dos turistas y las carpas frente a fines de la década del ’10.

Las sillas de mimbre

También ellas aparecen en las antiguas fotos. Y en su diversidad de estilos se perfila muy tempranamente un modelo que trascendería como “Silla Mar del Plata”. Nadie sabe a ciencia cierta quién la inventó y es muy probable que eso no haya ocurrido en nuestra ciudad, pero la historia quiso convertirla en patrimonio local.

El mobiliario playero halló en el mimbre -barato, resistente y liviano- un material óptimo. La producción se centraba en el delta de Tigre, motor de un mercado artesanal: la canastería, que satisfacía necesidades domésticas, comerciales e industriales.

Mar del Plata no tardó en traer materiales y saberes para abastecer la creciente demanda local, y así nacieron firmas que quedaron ligadas a nuestra identidad. Una de ellas, “El Canastero de la Costa”, perdura en Punta Mogotes, con su emblemática cesta gigante en la vereda.

Su fundador fue Jaime Ortells, un inmigrante español que en la década del ’20 llegó a Mar del Plata e instaló una frutería. Su nieto Jorge narra que “el negocio no andaba muy bien. Pero un día, alguien de Buenos Aires le propuso vender canastos y le mandó una partida. Los vendió inmediatamente. En esa época los canastos se usaban para todo”.

Jaime se dedicó decididamente a la canastería y en 1926 abrió su propia firma –“La Valenciana”– que funcionó en diversos locales, hasta que, a cargo de su hijo Jaime Roberto Ortells se instaló en Punta Mogotes como “El Canastero de la Costa” a principios de los ’60.

Las tradicionales sillas de mimbre en la antigua Rambla Bristol a fines de la década del '20.

Las tradicionales sillas de mimbre en la antigua Rambla Bristol a fines de la década del ’20.

¿Cómo pasó de simple vendedor a fabricante? Jorge Ortells, nieto del fundador -quien está al frente de la firma desde 1976- cuenta que “mi abuelo traía gente de Buenos Aires que conocía el oficio. Con ellos aprendió a fabricar”. Esos conocimientos se transmitieron familiarmente y hoy el apellido Ortells atraviesa la cuarta generación de canasteros.

Sobre el origen de la “Silla Mar del Plata”, en la tradición familiar de los Ortells sobrevive un relato difuso. Se refiere a unos franceses que habían trabajado en la construcción del puerto de Montevideo y que luego llegaron a Mar del Plata con la misma empresa. “Ellos, según contaba mi abuelo, son los que trajeron el diseño”, indica Jorge.

En las décadas del 50 y el 60, en el taller familiar llegaron a fabricar hasta 6.000 unidades por año y con la apertura de la Unidad Turística de Chapadmalal durante el primer gobierno de Perón, hubo un pico productivo. Del taller de los Ortells salieron 2.000 sillas para esa megaestructura de turismo social.

“En esa época, en los veranos venían canasteros de Europa a trabajar en el taller de mi abuelo. La vida útil de las sillas era de cinco años y la demanda de los balnearios significaba una producción permanente”, indica Jorge.

La resignificación

Casi sin que nos demos cuenta, las sillas de mimbre prácticamente desaparecieron de las playas marplatenses.
Jorge Ricilo, empresario balneario y vicepresidente de Cebra, la entidad que los nuclea, recuerda que dejó de emplearlas “entre 2003 y 2005. Empezamos a probar las sillas de plástico, dieron resultado y se impusieron”.

El motivo no sólo fue el costo sino también el mantenimiento. “Todos los años había que pintarlas con esmalte sintético. Imagínese que el balneario del Automóvil Club tenía sillas de mimbre. Para pintarlas, las sumergían en grandes bateas”.

Jorge Ortells admite la situación con absoluta sinceridad: “A 3.000 pesos cada una, es imposible que los balnearios las compren”. Y si bien la empresa familiar no depende de este artículo, afirma que la silla tuvo una resignificación en el mercado.

SILLA PLAYA

“Hoy las usan mucho en bares y cervecerías. También en viviendas particulares. Si alguien de Buenos Aires compra un juego de sillas, prepárese porque después vienen los pedidos de los amigos o parientes que las vieron. También las requieren mucho en los countries”, asegura.

En 2009, el Concejo Deliberante declaró patrimonio histórico simbólico, social, artístico y cultural con el nombre “Silla Playera de la Bristol” a la fabricada “de modo artesanal y totalmente en mimbre, con asiento redondo y tejido, con respaldo curvo, utilizado principal y tradicionalmente en balnearios locales”.

Los usos y costumbres se encargaron de ampliar esa tipificación. Hoy, el mercado que sigue manteniendo viva esta pieza tradicional, la llama sencilla y orgullosamente “Silla Mar del Plata”, como una marca registrada.

Un emblema de Punta Mogotes

Se encuentra desde principios de la década del ’60 en Avenida de los Trabajadores y Vernet e hizo méritos suficientes para convertirse en un emblema de Punta Mogotes.

El hombre que vemos en la foto se llamaba Jaime Ortells y en la década del ’20 fundó una canastería llamada “La Valenciana”, que funcionó en Independencia 2738.

canasteros

Su hijo Jaime Roberto Ortells realizó este inmenso canasto a manera de atracción publicitaria, pero su padre no lo quiso.

En 1964, Jaime Roberto abrió “El Canastero de la Costa” en Punta Mogotes y lo instaló en el frente del local. Hoy luce su condición de ícono sobre una columna que oficia de pedestal.

El niño de la foto es Roberto Ortells, nieto de Jaime e hijo del autor del canasto, quien está a cargo del comercio desde 1976 y hoy trabaja junto a sus hijos.



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