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Interés general 26 de septiembre de 2022

Ceder el paso (una cuestión de actitud)

Por Alberto Farías Gramegna

“´Ceda el paso´ es una señal de tránsito que se utiliza en intersecciones o zonas de conflicto en la
infraestructura de transporte, y que indica al conductor, en caso de que no alcance a cruzar o incorporarse
de forma segura sin interferir en la maniobra de los vehículos de la otra corriente, la obligación de ceder el
paso”- 

“El hecho confronta al derecho”- Ataulfo Relmú parafraseando a José Ingenieros.

La advertencia de “ceder el paso”, en un sentido general, va de suyo, trasciende al tránsito vehicular y tiene aplicación ética y práctica para cualquier situación que la amerite y justifique en la vida en sociedad. Si algo define en esencia éticamente al Poder legítimo (en el sentido que le da Max Weber a este adjetivo), con mayúscula (en cualquiera de sus manifestaciones sociopolíticas y culturales) es la posibilidad de renunciar voluntariamente a hacer lo que de hecho se podría hacer, aún por derecho.

Así, por ejemplo, el mero uso de la fuerza no refleja al Poder sino más bien la carencia de este. La contracara del Poder es la Barbarie.

En otras palabras, “quien puede lo más puede lo menos” dirían los juristas. No es poderoso en sentido genuino quien abusa discrecionalmente de su capacidad de dominio, prioridad o influencia, sino quien pudiendo aprovecharse de ese privilegio renuncia a él y lo administra en relación con el impacto sobre el otro semejante, que no dispone de ese mismo poder. No se trata de renunciar a nuestros derechos, sino de advertir cómo en la vida cotidiana el “hecho del otro” nos confronta desde otras variables humanas, que se extienden allende los códigos normativos: el dolor, la libertad, la carencia, la ignorancia, etc. Que se entienda bien, el Derecho es la base de la sociedad abierta: el ser esclavos de ley nos hace libres.

De lo que estamos hablando es de la posibilidad ética de ceder voluntariamente una prioridad de derecho ante un hecho que consideramos convocante de nuestra moral, nuestros principios, nuestra sensibilidad o nuestra educación. Ceder ante el débil, ceder ante el desprotegido, ceder ante el ignorante, ceder ante el ingenuo, es considerar que no es ético actuar ante lo asimétrico, lo desparejo, como si no lo fuera.

También puedo ceder por el placer de hacer un homenaje al otro o simplemente por esa actitud que hoy pareciera pieza de museo: la cortesía.

Actitudes poderosas

El poder del adulto no consiste en someter a su arbitrio a un niño, sino en protegerlo. El poder del maestro no consiste en solazarse con la ignorancia del alumno, sino en alentarlo en el amor a la sabiduría.

El poder del empleador no consiste en mandar sobre el miedo del empleado sino en motivarlo para
que lo pierda y así pueda involucrarse en el logro de la calidad de su tarea.

En suma, el poder legítimo es siempre otorgado por el mutuo respeto y el consenso con el otro. Bien
se podría decir que el poder es un “contrato”, tanto tácito como expreso.

Por eso ceder ante el otro involucrado en ese “contrato” -siempre que en ese gesto no esté en juego una cuestión grave, ética, ilegal o ilegítima- es una muestra de poder personal que coadyuva a sostener la convivencia a partir de considerar la existencia de deseo del otro.

Y eso no es un derecho sino un hecho. Insistimos en decir que ceder, tal como lo estamos planteando aquí, no es negar el propio deseo, ni desconocer o despreciar las necesidades propias en aras de algún altruismo romántico o beneficencia que tranquilice mí conciencia moral. Nada más alejado de estas hipocresías. Estamos hablando de postergar el humano impulso de “primeriar” (válgame el vulgarismo), en aras de un interés común: cooperar a la convivencia civilizada. Y esto porque al ceder “obligo” al otro a devolver agradecido el gesto, lo que refuerza la comunicación gestual positiva, ya que lo ubico en el lugar del receptor de mi homenaje.

Al ceder con-cedo y así al dar recibo. Doy consideración, ofrezco cortesía y mi gesto recibe el agradecimiento, la sonrisa del otro, lo que a la vez conforta mi autoestima…me siento poderoso, en el buen sentido que hemos comentado.

No se trata de “buscar recompensa”, solo que, al ceder desde la posibilidad de un poder fáctico, el
otro queda por defecto en “deuda de actitud”, lo que felizmente me hace ahora acreedor de su estima.
La buena persona, el hombre educado, responderá con un “Gracias” o un “Muy amable” o tal vez
“Por favor, pasé usted primero”. Lamentablemente hoy observamos en nuestras agresivas calles,
muchos jóvenes (y a los que ya no los son) carenciados de normas -que suelen confundir con su
rechazo a las reglas- afectados del “síndrome del apático”: no responden ni siquiera a un simple
saludo ante el contacto visual. En leguaje coloquial mi abuela los llamaría “gente grosera”.

Cedo, luego soy

Al adelantarme oportunistamente en la fila del cine o en el ascenso al colectivo demuestro ignorar y
despreciar al otro, desinterés por su presencia. Hoy lamentablemente se impulsa desde los poderes
públicos cierta idea de que la descalificación del otro paga bien. La historia universal a la larga
demuestra lo contrario. Una vez más: al ceder, en cambio, le indico al otro que lo tengo por
semejante, que sé lo que siente al percibir mi homenaje. Nuestra estima se agiganta cada vez que
somos tenidos en cuenta por quien no está obligado por derecho a hacerlo.

Es algo parecido a la sensación de ser “querido”. Como dijimos al inicio de la nota, ceder es enfatizar
la propiedad del hecho sin aludir por necesidad al derecho. No cedo entonces “porque” un causal
compulsiva me lo pide, sino “para” mantener mi dignidad como ser moral. Tengo pues la mirada en
el motivo en el que creo.

Ceder es finalmente, respetarme al respetar. Es sentir que no estoy solo y por tanto soy, porque solo
se es en la mirada del otro. Ceder es renunciar al precio de ganar por prepotencia y pagando
cualquier precio, a lo Pirro. Es también inteligir la duda del que espera. Es saber que el corazón tiene
razones que la razón no entiende. Por eso amigo lector del verano, cuando llegue al cruce de la
próxima esquina, por favor…ceda el paso. Muchas gracias.