Cultura

Con tener talento no te alcanza: Como cajón de sastre

Capítulo 63 de la columna de Marcelo Di Marco.

Por Marcelo Di Marco (*)

—Me preguntás, Pukkas, cómo pienso organizar la exposición de los nuevos y definitivos ejemplos del uso eficaz del Tetra, y mi respuesta es muy sencilla: se los iré mostrando prácticamente al azar a vos y a nuestros lectores. Tengo mis alforjas repletas de inéditas muestras bien variadas y de casos puntuales que iremos exponiendo (y, cuando cuadre, también comentando) a medida que vayan apareciendo en mi memorioso archivo. Y no pongas esa cara de intelectualito desconfiado, porque te aseguro que el aprendizaje te apasionará. La idea es ir completando el instrumental de un modo casi aleatorio, aportando herramientas muy prácticas que les vendrán de perlas a quienes les interese mejorar su literatura.

—“De un modo casi aleatorio” dice, máster. ¿Y dónde quedan el método y la organización?

—El método y la organización están en la base de todo, y en los capítulos anteriores dimos testimonios muy concretos de esa gran verdad. Pero me permito recordarte que no es lo mismo un taller de escritura que un curso sobre escritura. En un curso, todo está planificado de acuerdo con una gradación lógica. Y si el que lo imparte es un buen profesional, esa planificación responderá a las necesidades de los concurrentes. Al leer el programa, todos sabrán que en el primer módulo van a ver, pongamos por caso, un panorama global de la materia en cuestión, y que en los demás módulos se irán desarrollando los puntos clave que la componen. Pero mi intención, acá, es reproducir los ritmos cambiantes y las impredecibles incidencias que se viven en un taller de escritura.

—Claro, máster, ahora entiendo. En el taller se trabaja con lo que aparece sobre la marcha. Por eso los temas de este libro van surgiendo solos, a medida que conversamos.

—Exacto, Pukkitas. ¿Nunca oíste hablar de la educación emergente?

—No, pero me hago una idea. ¿Un taller de escritura puede ser un buen ejemplo de esa modalidad educativa?

—Claro que sí, en la medida en que el taller se enfoque en la exploración libre en lugar de atenerse a un plan de estudios prescriptivo y fijo. Siempre digo que yo tengo el mejor trabajo del mundo, porque nunca sé con qué voy a encontrarme cada día. Vivo, digamos, una rutina no rutinaria, como decía el recordado padre Aníbal Fosbery.

—Qué contradicción, Tío.

—Aparente contradicción, cabezabuque. Un día puede ser que caiga en el taller un poema elegíaco, al otro día un cuento policial o de terror o de aventuras, o bien un ensayo sobre pedagogía o el primer capítulo de una novela. En el TCyC nos encargamos de darle un enfoque bien dinámico al trabajo con la palabra, atendiendo a las necesidades que surgen en cada creación de nuestros escritores en formación. Cuando vemos teoría, siempre lo hacemos integrándola a la práctica. Y de manera flexible, y valiéndonos tanto de libros “de carne y hueso” como de herramientas digitales. Más de una vez, ante tal o cual necesidad que trae a su grupo el escritor, nos descubrimos viendo juntos por YouTube alguna escena de una película, o también algún concierto o un fragmento de tal o cual ópera. Concierto de música clásica y polifónico, aclaro, porque los ritmos monótonos y repetitivos del rock actual terminan por anularte el oído.

—Epa, máster, que yo me crié a puro rock, y no me volví sordo.

—Hablo del oído del alma, Pukkas, que es el que más importa. Hay músicas que te hacen mover de la cintura para abajo, y otras que te con-mueven de la cintura para arriba. Acordate de cuando te descubriste fan de Wagner. Parecías estar flotando en el Valhala gracias a esa especie de trampolín metafísico que te abrió, para siempre, tanto el corazón como la cabeza.

—Es verdad, máster. Y perdone la ansiedad, pero… hablando de cuentos de terror, ya que recién los mencionó, ¿cuándo seguiremos viendo el estilo del mío? Mire que ya lo terminé.

—Lo haremos oportunamente, Pukkas. Por ahora seguí entrenándote en la búsqueda de la palabra precisa, ese relámpago incomparable que estallará de sentido en el ánimo de tus lectores. Y valgan estas palabras de Murena, para hacerte comprender cabalmente qué sentido tiene semejante búsqueda: “Porque el que halla la palabra exacta para las cosas de su ámbito, el que se adueña del corazón de las cosas y, sin huirles, sin destruirlas y sin caer bajo ellas, las hace ser lo más que puedan ser, se ha adueñado del corazón de la tierra toda, ha entendido lo que la íntegra creación es, y se convierte en lo que el hombre debe ser: el que pronuncia el Verbo, el paradójico, el dramático libertador encadenado”.

—Deme unos minutos para procesar tanta data, máster. Debería releer esa tremenda cita.

—Mientras, vos dame unos minutos a mí para elegir, de entre el cajón de sastre que es mi MacBook, la primera muestra. Acá la tengo. Tiene que ver con la búsqueda de los sustantivos.

—Entiendo que esa es la primera fase del Tetra.

—Claro, Pukkitas, la más sencilla.

—Veamos con qué nos encontraremos entonces, y qué podemos hacer.

Muestra #1

Me encanta pasear en bicicleta bien de mañana. Pero una vez me rompí la rodilla contra el pavimento cuando mi bicicleta chocó contra el paragolpes de un colectivo.

—Destacá todos los sustantivos que encuentres, Pukkas. Podés ponerlos en mayúsculas, como lo venimos haciendo en muestras anteriores.

Me encanta pasear en BICICLETA bien de MAÑANA. Pero una VEZ me rompí la RODILLA contra el PAVIMENTO cuando mi BICICLETA chocó contra el PARAGOLPES de un COLECTIVO.

—En una primera lectura no me había dado cuenta, máster, pero leyendo en voz alta únicamente los sustantivos destacados como si integraran una lista, descubrí una repetición que suena mal. No se nota que haya sido buscada por el autor.

Me encanta pasear en BICICLETA bien de mañana. Pero una vez me rompí la rodilla contra el pavimento cuando mi BICICLETA chocó contra el paragolpes de un colectivo.

—¿Te animás a meterle mano vos solo?

—Me animo. A ver qué le parece.

Me encanta pasear en bicicleta bien de mañana. Pero una vez me rompí la rodilla contra el pavimento al chocar contra el paragolpes de un colectivo.

—¡Perfecto, Pukkas! Cambiaste “cuando mi bicicleta chocó” por “al chocar”. Fijate cómo el uso del Tetra como método de diagnóstico te llevó a un estado que podríamos calificar como de objetividad creativa. Ahora el párrafo suena perfectamente natural, y además pudiste decir lo mismo con dos palabras menos que en la versión primera. Te felicito.

—Gracias, máster. ¿Y ahora podemos pasar a una nueva muestra, a ver con qué nos toparemos?

—Con todo gusto. Pero antes permitime una breve aclaración. Recuerdo haberte dicho en el capítulo 41 que “la repetición intencional de palabras es un recurso muy eficaz para dar viveza, énfasis y ritmo al estilo”. ¿Te acordás?

—Totalmente. Y me acuerdo de que a esa repetición intencional se la llama “anáfora”. ¿Y qué es lo que quería aclararme?

—No sé si ya te lo dije, pero conviene remarcarlo: a veces las repeticiones que suenan bien no han sido escritas intencionalmente. Como siempre, el contexto manda. Al respecto, en la versión final de esta primera muestra quedó a la vista una preposición que se repite inútilmente. ¿La viste?

—¡CONTRA el pavimento y CONTRA el paragolpes! ¡No me había dado cuenta!

—La moraleja es muy simple, Pukkas: una tardecita, aplicales el Tetra a tus textos, esta vez destacando las preposiciones.

—Moraleja comprendidísima, Tío Marce.

—Entonces ya podemos pasar a la segunda muestra.


(*) Los capítulos anteriores de Con tener talento no te alcanza pueden leerse haciendo clic acá

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