Cultura

Con tener talento no te alcanza: Demasiado intensos insultos

Capítulo 62 de la columna de Marcelo di Marco.

—Tengo otra pregunta, Tío, relacionada con esos ejemplos que prometió. Y perdone que hoy le haya venido tan intenso.

—Disparala tranquilo, Pukkas, que para mí la intensidad es una virtud.

—¿Cómo es eso, máster? Ser intenso es ser un tipo cansador y fastidioso, hasta se puede decir que insoportable. La intensidad es mala de por sí. Por lo menos, tiene una connotación negativa.

—¿Y eso de qué diccionario lo sacaste?

—Bueno, en la calle se está usando mucho con ese sentido de hinchapelotez que acabo de mencionarle.

—Puede que la preponderancia de hablantes de varios países de Iberoamérica, los mismos que fueron desplazando el tango en pro de la cumbia, aporte una explicación acerca de ese uso caprichoso. Yo sigo asociando lo intenso con los conceptos de apasionamiento, de fuerza, de potencia. Incluso de vehemencia y de valor. Y te comento que a los lectores aficionados al género que especialmente cultivo les dedico mis libros de ficción más o menos en estos términos: “Para fulano de tal, hermanados en la literatura intensa”. O bien “en la narrativa intensa”. ¿Qué problema hay?

—Ninguno, pero…

—Cuando uno se refiere a que tal o cual autor es muy intenso, mi querido Pukkas, en realidad lo está elogiando. Por ejemplo, podemos disfrutar de intensidad, y en grado superlativo, cuando nos sumergimos en las turbias y violentas aguas de la buena literatura de terror.

—Entonces en ese sentido no estaría mal decir que autores como Poe, Lovecraft y King son escritores intensos.

—Para nada mal, Pukkas, porque estarías hablando con toda propiedad. Y lo mismo pasa con los autores del llamado hardboiled. El hardboiled

—¿El jardquééé?

El hardboiled, Pukkas. En inglés quiere decir literalmente “hervido hasta endurecer”.

—Nunca había oído hablar de eso, Tío.

—Para que me entiendas más apropiadamente, podemos traducir la expresión como “los pasados de rosca”. Estamos hablando de un subgénero del policial.

—¿Tipo Agatha Christie o Conan Doyle?

—No, Pukkas, nada que ver con esa gente tan refinada. Al ‘hardboiled’ le importa muy poco descubrir quién es el asesino, porque la tesis de esta prolífica tribu de intensos autores, considerados como “duros”, es que la asesina es la sociedad misma. Hay novelas que mezclan lo detectivesco con el horror y el misterio más oscuro, como la maravillosa “Cuando el río suena” de Joe Lansdale. Pero el ‘hardboiled’ más bien se caracteriza por mostrar intensas escenas de violencia intensamente explícita.

—Más intenso no se consigue, máster.

—La verdad, que no. Porque, además de la solidificación de la yema y la clara, según el diccionario Merriam-Webster, la expresión ‘hard-boiled’ significa “una historia de detectives que presenta un protagonista duro y nada sentimental y una actitud práctica hacia la violencia”. Ricardo Piglia dijo varias veces que él aprendió a escribir leyendo carradas de novelas policiales de los autores de la serie negra norteamericana y estudiando sus mecanismos internos. Sobre todo le gustaba el lenguaje crudo y antisentimentalista de esos escritorazos. ¿Los leíste?

—Nómbreme algunos, que yo para los nombres soy fatal.

—No te me achiques tanto, Pukkitas, que recién mencionaste a Poe, a Lovecraft y a King.

—Es que esos tres son recontraconocidos. Y también podría sumar a mi lista a Clive Barker, que a mí me parte el coco.

—¿Ves que tan bruto no sos, Pukkas? No me digas que tenemos que volver a trabajar contra tu Sombra.

—Mejor siga contándome del ‘jardnosecuanto’ y de la intensidad, máster, que alimentarse de buenos libros es otro modo de luchar contra la Sombra.

—¡Bien dicho! Sigamos entonces hablando de “autores intensos”, je. En ese sentido, escritores del policial negro, como Dashiell Hammett o Raymond Chandler, son superintensos a la hora de entregarnos una cosmovisión cínica y realista del crimen. Y también fumate a otros autores de esa intensa camada, gente con más calle que un taxi trucho y que siempre va derecho al hueso: David Goodis, el de “Disparen sobre el pianista” y “Viernes 13”; James Cain, con “El cartero llama dos veces” y “Serenata”; W. R. Burnett, con “La jungla de asfalto”. Y mención especial para Horace McCoy, el de la tremenda “¿Acaso no matan a los caballos?”.

—Qué titulazos los de estas dos, Tío. Me dan ganas de leerlas ya.

—Y date una vuelta principalmente por el autor que para mí es el más intenso de todos: Jim Thompson, con “1280 almas” y “El asesino dentro de mí”. Hay una zona de esta última que también deberíamos plastificar y colgarla de la pared.

—¡Maestro, me está llenando de cartelitos mi humilde rancho!

—Es que te vendrá maravillosamente bien el nuevo cartelito, Pukkas: en estos párrafos intensos y magistrales, Jim Thompson se planta contra las abstrusas zonceras de la literatura de vanguardia y los absurdos amaneramientos de la literatura light. Yo a “El asesino dentro de mí” la tengo en la legendaria colección Club del Misterio. La tenía, mejor dicho, porque vaya a saber cómo se me perdió en la mudanza. Pero en la web encontré un pdf, así que leé y aprendé y hacé las cosas bien vos también:

Pero antes tengo que contarles todavía un par de cosas más, supongo, y… y se las voy a contar. Quiero contarles y lo haré, tal como sucedió exactamente. No quiero que se tengan que imaginar ustedes los acontecimientos.

En muchos libros que he leído, el autor parece perderse, enloquece en cuanto llega al momento culminante. Empieza a olvidarse de los signos de puntuación, suelta todas las palabras de una vez y divaga acerca de estrellas que parpadean y que se sumergen en un profundo océano opaco. Y no hay forma de enterarse si el protagonista está encima de la chica o de una piedra. Creo que ese tipo de manía se considera como intelectual… Muchos críticos lo ponen por las nubes, y me he dado cuenta. Pero en mi opinión, el escritor es un maldito perezoso que no sabe hacer las cosas bien. Yo seré lo que quieran, pero perezoso, no. Lo voy a contar todo.

Pero por orden.

Quiero que comprendan cómo sucedió.

—¡Qué piña, máster! Me hace acordar a aquello que hace rato vimos de Conrad y que da para otro cartelito: “Por encima de todo, que resulte claro”.

—Tal cual, mi querido. Por eso te insisto tanto con la precisión.

—A partir de hoy usaré sin complejos la palabra “intenso”, máster. Cuente con eso.

—Hacés muy bien, y no sólo porque querés ser un mejor escritor. Todavía no entiendo por qué razón se han ido corriendo de lugar los significados de ciertas palabras, que acaso se han visto modificados al compás de estos tiempos tan frágilmente cristalinos en los que todo el mundo padece de esa pandemia llamada ‘ofendiditis’. Ahora resulta que, cuando uno dice en cualquier situación alguna expresión malsonante, está insultando. Si fuera por eso, habría que quemar todas las novelas que estuve recomendándote recién. Insultar es ofender a alguien, úsese o no en esa actitud ofensiva alguna palabra subida de tono. Pero decir “carajo” en medio de una situación desagradable o sorprendente no es lo mismo que mandar al carajo a alguien, se lo merezca o no. Tal vez lo de “intenso”, como te dije recién, venga de algún otro país, y terminó por imponerse acá.

—Pongámosle. Yo he visto usar esa palabra, “insultar”, como sinónimo de “decir malas palabras” en una serie de televisión y en una novela publicada hace muy poco.

—A mí me tocó escucharla en la vida real, Pukkas. En uno de los viajes que hicimos con Nomi preparándonos para la radicación en Mar del Plata nos tocó un hotel cuya infraestructura y atención estaban muy por debajo de las varias estrellas que ostentaba. Ante un desperfecto producido en el bidet, y para el que aparentemente no había solución posible, le pregunté a la encargada: “¿Cómo quiere que me lave el culo en este bidet, señorita?”.

—¡Usted siempre tan diplomático, Tío!

—Valga la ironía, Pukkas, pero eso no es lo importante. Lo importante es lo que la chica me contestó.

—No me diga que le dijo que no la insultara.

—Exactamente. Para ella, decir la honestísima palabra “culo” equivalía a insultar. Igual el momento no daba para que yo le formulase precisiones lingüísticas, puedo asegurártelo.

—Era un momento demasiado intenso, ¡ja, ja, ja!

—Demasiado, vos lo dijiste. Ahí tenés otra palabra cuyo significado también varió, “demasiado”, y que tiene que ver con momentos excesivos y vigorosos, por llamarlos de alguna manera.

—¿Está mal decir que yo a Anna Leah la quiero demasiado?

—Si querés significar que quererla tanto es algo que te resulta nocivo vaya a saber por qué, está muy bien empleado el término. Pero, si querés usar “demasiado” como sinónimo de “mucho”, vas muy mal encaminado. La palabra “demasiado” se asocia a algo peyorativamente excesivo. Con lo que está de más, y que por eso sobra. Pero no perdamos de vista tu pregunta, pedazo de no-intenso. Adelante con ella.

—Ah, cierto, ya casi me olvidaba. Quisiera saber cómo piensa organizar los ejemplos con que seguirá ilustrando las nociones teóricas que viene desarrollando en este libro.

—Dependerá del azar, Pukkas.

—¡Epa, Tío, me lo hacía un poco más metódico! Explíquese, por favor.


(*) Los capítulos anteriores de Con tener talento no te alcanza pueden leerse haciendo clic acá

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