Cultura

Con tener talento no te alcanza: Elogio del moco

Capítulo 52 de la columna de Marcelo di Marco.

Por Marcelo di Marco (*)

—Una vez usted me contó que estaba empezando a escribir Taller de corte y corrección, y un librero amigo le recomendó que respaldara la teoría con toneladas de ejemplos.

—Y tenía razón, Pukkas. —Tío Marce buscaba entre los archivos de su MacBook—. El que voy a mostrarte ahora lo saqué de un cuento de Gandy Cruz, un narrador peruano que integra el TCyC. Y te adelanto que no precisás conocer el argumento.

—¿Ni siquiera va a decirme el contexto, máster?

Gandy recrea la historia de cierta pareja sumamente famosa. Vas a darte cuenta enseguida de quiénes se trata. Y por una serie de indicios, como diría Maxwell Smart.

—¿Quién es Maxwell Smart? ¿Algún novelista?

—Un temible operario del recontraespionaje, Pukkitas, pero eso no importa. Mejor concentrémonos en el fragmento de Gandy, tal como era antes de que le pasáramos el Tetra en el taller:

Eva contempló el rojo profundo y brillante del fruto: su superficie atrapaba la luz de la tarde. Extendió la mano y la tocó, sintió lo jugoso y suave que era. Sin ningún esfuerzo el fruto se desprendió de la rama: era ligero y emanaba un olor dulce y fresco.

—Si quieres morder, muerde —dijo la Serpiente—. Ese deseo también es parte de lo que Dios te ha dado. Un deseo que viene de la voluntad de Dios.

—¿Puedo pasarle el Tetra yo mismo, maestro, a ver qué descubro?

—Justamente para eso te lo traje. Dedicate principalmente a marcar los verbos.

—Ahí voy.

Después de pasarle el Tetra, máster, descubrí entre los varios verbos expresivos uno que Nomi y usted califican como un verbo comodín. Hablo del verbo SER. Cuando hace unas pocas notas mencioné el verbo ESTAR en relación con este asunto de sacarles el jugo a las palabras de nuestros borradores, le dije que no recordaba en cuál de los dos Atreverse mencionan ustedes las posibilidades de ese verbo. Pero ahora me acuerdo de que fue en Atreverse a corregir. Incluso en una de las notas de aquel libro dan una lista de esos verbos que aparecen con tanta frecuencia.

—Exacto, Pukkas, se te refrescó la memoria. En la nota 43, listamos con Nomi aquellos verbos que, por decirlo todo, terminan diciendo muy poco: SER, HABER, ESTAR, PODER, PONER y TENER. Y hacés muy bien en destacar, de entre los verbos que Gandy usa en el fragmento y que son bastante precisos, ese verbo SER. Pero también poné el foco en el verbo SENTIR, que es muy aparecedor.

—No lo recuerdo incluido en el listado aquel, Tío.

—No lo incluimos, porque descubrimos bastante después de los Atreverse que SENTIR sirve para todo. Nuestros personajes sienten frío, sienten felicidad o tristeza, sienten olores, sienten que la novia los quiere, sienten que cometieron faltas, sienten que alguien les toca el hombro, sienten necesidades de todo tipo, se sienten sanos o enfermos. Incluso sienten pasos y ruidos extraños, porque la Academia admite que el verbo SENTIR puede usarse con el sentido de “oír”. Y también sumá a tu análisis el sustantivo “mano”, que casi nunca hace falta.

—¿En serio, máster?

—En serio, Pukkas. Ya en Taller de corte y corrección, el libro, hablando del ocultamiento voluntario de elementos señalé que la expresión “sujetó las riendas con la mano” puede decirse con la mitad de las palabras.

—¿“Sujetó las riendas”, y listo?

—Claro, ¿no te acordás? En alguna parte de mi libro está ese ejemplo. Si al tipo no le ataron las manos, y no tiene que sujetar las riendas entre las mandíbulas, no hay necesidad de agregar nada más. Cuando uno toca algo, y no se aclara que tuvo que tocarlo con la nariz, o con el codo o con lo que sea, siempre lo toca con la mano. ¿Vos leíste el cuentazo “El gato negro”, de Edgar Allan Poe?

—Obvio, máster. Es uno de los cuentos más geniales que leí en mi vida.

—Y seguro que no reparaste en tres palabritas que aparecen en la escena de la taberna, cuando el protagonista se topa con el segundo gato.

—Qué tres palabritas, Tío, no me asuste. ¿O usted quiere decirme que también a Poe se lo puede corregir?

—En la traducción de Julio Cortázar se lee “Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano”. Conste que la palabra “mano” reaparecerá muy pronto, un párrafo después. Y no es un problema de traducción ni de contexto, Pukkas, porque en el original en inglés se lee exactamente esto: “I approached it, and touched it with my hand”. Es decir: “Me aproximé y la toqué con la mano”.

—Pero entonces…, ¿Poe era un mal escritor?

—¡Ja, ja, ja! Para mí fue el más grande genio que parió la literatura universal, Pukkas.

—¿Y entonces?

—Para que entiendas mejor mi punto, permitime que te muestre un momento de cierta entrevista que le hicieron a Fernando Sorrentino, genio a quien no por casualidad mencioné en varias de estas columnas. A la pregunta de si se podría corregir una oración escrita por Borges, mi muy basado amigo respondió:

A mí me parece que lo que vale es el efecto general. No es mirar una oración para encontrar repeticiones. Que a lo mejor las hay, y a lo mejor quedan bien, y a lo mejor quedan mal. Pero el querido Borges tiene el artículo que se llama “La supersticiosa ética del lector”. Ahí dice, citando a Unamuno, que el lector supersticioso cuando lee está buscando “tecniquerías” y, en vez de atender a la eficacia general de la página, se distrae mirando minucias tales como, por ejemplo, que después de “rápidamente” dice “inmediatamente”, y cosas así. Y eso puede tener importancia o no tener ninguna. Yo atiendo a la eficacia general, pero, de todos modos, tengo buen oído. Cuando corrijo me doy cuenta de que hay cosas que suenan mal. Palabras cercanas, o vaguedades… bueno, la cuestión de los hiperónimos y los hipónimos. Por mi parte, trato siempre de utilizar la palabra que signifique menos cosas. Hay verbos muy generales, que es preferible evitar. Es decir: no “Hago la comida” sino “Preparo la comida”; no “Hago una casa”, sino “Construyo una casa”, etcétera, etcétera. Es decir, siempre tengo la precaución de utilizar el vocablo más específico y rehuir el más genérico.

—Lo que usted quiere decirme, entonces, es que conviene ser menos crítico y más humano.

—Más que conveniente es necesario, Pukkas. Lo expusimos en páginas anteriores, pero conviene repetirlo. Ver las hojas del árbol perdiendo de vista el follaje del bosque y buscar el pelo en el huevo son actividades que pueden convertirte en una helada máquina de cirujear escoria, hasta que vos mismo te volvés escoria. ¿Te imaginás andar por la vida gritando a los cuatro vientos “¡Soy un genio, soy un genio, le encontré un moco a Edgar Allan Poe!”? Acordate de lo que le sucedió a aquel experto en gastronomía, Anton Ego. ¿Te acordás? Qué apellido más sugestivo, eh.

—¡El amargo ese de la peli Ratatouille!

—El mismo. Por poner tanto empeño en la comida sofisticada y en la crítica minuciosa, había perdido el placer de la comida sencilla y hogareña, esa que lo regresa a uno a su luminosa infancia de abuelas que amasaban con todo el amor del mundo y sin reparar si en la creación de sus delicias seguían las recetas al pie de la letra.

—Me pregunto si Poe habrá dejado a propósito eso de “la toqué con la mano”, como para que el toque sea más carnal.

—¿Decís que usó un pleonasmo, una redundancia que sirve? Puede ser. Aunque, conociendo su afán de eliminar todo lo que no conduzca a lograr la unidad de efecto, sospecho que se le pasó. Pero insisto: la potencia narrativa de una obra maestra como “El gato negro” está por encima de cualquier “tecniquería”.

—Pienso que la clave está en no obsesionarse.

—De todo eso hablamos en las primeras columnas, que conviene recordar ahora, en plena fase operativa del Tetra. La técnica y la búsqueda de la perfección no sirven si van en desmedro de la alegría de la creación literaria. La propia fuerza de lo que uno tiene para decir hará que lo dicho sea fuerte. Porque esa es la base, la esencia del trabajo del artista: tener algo significativo que decir. Y acordate de lo que una vez explicó Ricardo Piglia acerca de los críticos de Roberto Arlt: ellos podían corregirle cualquier página, pero jamás podrían escribir Los siete locos.

—Entiendo que, después de descubrir gracias al Tetra los sustantivos naranjas, los verbos inexpresivos, las repeticiones que suenan mal, uno es libre de corregir todo eso o de dejarlo así.

Ojo, Pukkitas, que la libertad no significa anarquía. La libertad conlleva responsabilidad. Darle más importancia al impacto general del texto no nos da permiso para no reparar lo que consideramos que está realmente roto. No es ético dejar las cosas como nos salieron, cuando hemos comprendido que pueden mejorarse. Y esa comprensión puede provenir del uso del Tetra o de cualquier otro método.

—El Tetra solamente diagnostica.

—Exacto. Y lo que hagamos con las imperfecciones que nos haya mostrado dependerá de nosotros, autores responsables. Teniendo eso muy en cuenta, sigamos trabajando en el fragmento de Gandy Cruz. Pero antes paso a contarte la razón psicológica de por qué el Tetra funciona. ¿Escuchaste hablar del test del “gorila invisible”?

—En absoluto, máster. Cuénteme.


(*) Los capítulos anteriores de Con tener talento no te alcanza pueden leerse haciendo clic acá

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