Cultura

Con tener talento no te alcanza: Mirar sin ver o El extraño caso del gorila colado

Capítulo 53 de la columna de Marcelo di Marco.

Por Marcelo di Marco (*)

—Enseguida te cuento —dijo Tío Marce, y Pukkas vio cómo el máster tipeaba en su Mac y abría el Instagram. Más precisamente, ahora el viejo estaba accediendo a la cuenta de Instagram del Costa Serena, su restorán favorito de los domingos al mediodía—. Pero antes leé esto, Pukkas, por favor. Es un post que escribí elogiando al Costa, como lo llamamos con Nomi.

—Aquí voy, tío. Pero… ¿Esto tiene que ver con lo del gorila ese del que me habló recién?

—Tiempo al tiempo, Pukkas. Vos leé.

—Leo: “Venimos de ahí con @nomi_tcyc, y además de la excelente atención de Florencia disfrutamos un excelente almuerzo por sólo 25.000 pesos, incluida ensalada y caramañola de San Felipe blanco. El pescado estaba tan rico y fresco como si hubiera ido el camarero Víctor (un maestro) a buscarlo con la caña a la escollera. Y la vista al mar es espectacular. Ya venimos probando varios platos, y todo lo preparan muy bien y sin demoras innecesarias: carnes, empanadas jugosas, pastas, postres y lo que quieras. Amplia carta de vinos, para todos los bolsillos. En suma, un restaurante marítimo altamente recomendable, orgullo de Parque Luro”. ¿Y lo del test del gorila, Tío? No entiendo para qué me hizo leer esta alabanza gastronómica, que encima logró abrirme tremendamente el apetit…

—… para hablarte de ese maravilloso experimento del gorila invisible, mi querido Pukkas, debo remontarme diez años atrás, cuando en uno de mis talleres el narrador Pablo Moar comentó la existencia de ese curioso test psicológico que muestra al desnudo, y con buen humor, las limitaciones de la percepción humana. Aquí va un fragmento de su relato “El enésimo gorila”, inspirado en el test en cuestión:

Habíamos dedicado buena parte del cuatrimestre a estudiar cómo la gente percibe equivocadamente la realidad. Como cuando uno está seguro de haber visto algo que en realidad no vio, o cuando apostaría haber escuchado de alguien una frase que esa persona jura y perjura no haber dicho nunca.

Entre unos cuantos ejemplos que analizamos de esto, el profesor solía comentar uno en particular: resulta que un par de psicólogos yanquis repartieron remeras blancas y negras entre sus estudiantes y les dieron pelotas de básquet para que se las pasaran entre ellos. Los filmaron y mostraron la filmación a un grupo de personas, con la consigna de contar sólo el número de pases dados entre estudiantes con remeras blancas. Ahora bien, por la mitad de la filmación irrumpía otro estudiante disfrazado de gorila, quien durante varios minutos se mezclaba con los demás, gesticulaba a la cámara, pegaba saltos. En definitiva, no pasaba para nada desapercibido. La cuestión es que más o menos la mitad de la gente que había visto el video, de tan concentrados contando los pases entre estudiantes con remeras blancas, no había notado al gorila. Es más: cuando le volvían a mostrar el video, algunos incluso sostenían que ese era un video distinto al que habían visto originalmente.

—Impresionante, máster. No estaba al tanto de esta prueba.

—Es tal vez el más célebre test de atención selectiva que se conozca, Pukkas. Los psicólogos Christopher Chabris y Daniel Simons lo condujeron en la Universidad de Harvard, y llegaron a conclusiones asombrosas, que exponen en su libro El gorila invisible, publicado en nuestro medio por Siglo XXI en 2011. Subrayemos algunas de esas reflexiones:

Nuestra experiencia vívida encubre una notable ceguera mental: suponemos que los objetos especiales o inusuales llaman nuestra atención cuando, en realidad, a menudo nos pasan inadvertidos por completo.

[…]

¿Cómo puede la gente no ver un gorila que camina delante de ellos, gira para mirarlos, se golpea el pecho y se va? ¿Qué vuelve invisible al gorila? Este error de percepción proviene de una falta de atención hacia el objeto no esperado; en términos científicos se lo denomina “ceguera por falta de atención”. Las personas, cuando dedican su atención a un área o aspecto particular, tienden a no advertir objetos no esperados, aun cuando estos sean prominentes, potencialmente importantes y aparezcan justo allí adonde están mirando.

[…]

Es verdad que experimentamos de manera positiva algunos elementos de nuestro entorno, en particular aquellos que constituyen el centro de nuestra atención, pero esta experiencia conduce a la creencia errónea de que procesamos la totalidad de la información detallada que nos rodea. En realidad, sabemos cuán vívidamente vemos algunos de los aspectos de nuestro mundo, pero desconocemos por completo aquellos que caen por fuera de ese foco de atención habitual.

[…]

No obstante, hay una forma probada de eliminar la ceguera por falta de atención: hacer que el objeto o acontecimiento inesperado sea menos inesperado.

—Qué notable, máster. Y, aparte de que no pude dejar de pensar en el cuentazo “La carta robada”, de Edgar Allan Poe, por asociarlo con todas esas consideraciones, veo que el test del “gorila invisible” tiene mucho que ver con el método que estamos desarrollando en esta zona final de nuestro libro.

—Tiene todo que ver, Pukkas. “La carta robada” guarda cierta conexión con el test, pero hay alguna diferencia.

—Explíquese.

—En el cuento de Poe, la carta que buscan los investigadores está delante de sus narices.

—Y el gorila también.

—No tanto. Los investigadores del cuento saben qué buscan, y parten del prejuicio de que la carta robada debe de estar bien pero bien escondida. Por eso buscan por cualquier insólito rincón de la casa, cumpliendo así con el designio del ladrón: el tipo puso la carta bien a la vista, justamente para que nadie la descubriese.

—Es cierto, hay una gran diferencia. En el caso del gorila invisible, la gente no está sobre aviso. Simplemente, dedican su atención a contar cuántos pases de la pelota hubo entre los jugadores de remera blanca. Mientras se enfocan en eso, les pasa un gorila por delante sin que lo adviertan.

—Exacto, Pukkas, la mitad de la gente no lo advierte. Y ahora que entendiste todo, por favor pasale el Tetra a mi review culinaria. Concentrate nomás en los adjetivos, a ver qué encontrás.

Venimos de ahí con @nomi_tcyc, y además de la EXCELENTE atención de Florencia disfrutamos un EXCELENTE almuerzo por…

—¡Epa, Tío, en aquella primera lectura no había visto esa repetición!

—Y lo mismo les habrá sucedido a la mitad de nuestros lectores, mi querido Pukkas.

—¿Fue voluntaria?

—Confieso que de ninguna manera lo fue. Estaba tan copado alabando al Costa Serena que se me pasó absolutamente ese adjetivo tan notorio. Y tampoco lo había visto Nomi, a quien debo reconocerle facultades de lince a la hora de encontrar elementos inconvenientes en los textos.

—¿“Consejos vendo, y para mí no tengo”, máster?

—Dale, Pukkas, encima verdugueame. De todos modos, lo bueno de cometer este tipo de apresuramientos me ayuda a ponerme en la piel de los escritores primerizos que aterrizan en mis talleres. Nunca me canso de oírlos, pues me ayudan a verificar, una y otra vez, que los borradores de todos nosotros están minados de las mismas repeticiones, palabras naranjas y demás términos y expresiones que esperan ser exprimidos con arte y astucia. A veces me pregunto, Pukkitas, qué hubiera sido de mi cuenta bancaria si durante toda mi carrera de casi medio siglo me hubiesen pagado un centavo cada vez que me tocó escuchar frases por el estilo:

»—No entiendo cómo no pude ver la repetición del verbo “sentir”. ¡Lo tengo en dos oraciones seguidas!

»—¡Qué cantidad de diminutivos que hay, y todos en patota! Y… lo mismo sucede… con los puntos suspensivos…

»—¿Qué hacen en esta oración estos tres adjetivos? No se repiten, pero ninguno de ellos agrega nada.

»—¡El verbo “estar” aparece a cada rato! ¡Y ni hablar de “tener” y “comenzar”!

»—A mí no hubo quien me gane en cuanto a repetir el verbo “ser” y el adverbio “quizá”.

»—Y a mí me pasa exactamente lo mismo con “vez”.

—¡A mí me pasa lo mismo, Tío! ¿Tan brutos somos?

Nada de brutos ni cosa que se le parezca, Pukkas. No podemos estar inventando y, al mismo tiempo, escribiendo bien. Además, de tanto revisar el texto sin saber qué buscar entre sus vericuetos, todo termina gustándonos. La música propia nos seduce. Y conviene repetirlo: estos problemas que hemos detectado juntos, en realidad no son problemas. El borrador no tiene que ser evaluado en términos de calidad. El borrador, esencialmente, no es ni bueno ni malo. Está esperando nuestra mirada objetiva, eso es todo. Está esperando que en él le prestemos atención a lo que hay que prestarle atención. En palabras de los investigadores Chabris y Simons, el borrador está esperando que le apliquemos a conciencia “un método probado de eliminar la ceguera por falta de atención: hacer que el objeto o acontecimiento inesperado sea menos inesperado”.

—Y ese método, en nuestra materia, se llama Tetra.

—Tú lo has dicho, Pukkas, tú lo has dicho. Por eso te decía recién que el test del “gorila invisible” explica por qué nuestro método funciona. Y te comento que un equipo de escritores formados por mí se encuentra adaptando el Tetra según las nuevas tecnologías, para que el trabajo de diagnóstico sea menos cansador.

—¿Están creando una especie de app?

—Exacto. Y fue Gandy Cruz quien le puso el nombre: TetrIA.

—¡Gandy Cruz, cierto! ¿Seguimos trabajando con su texto, máster?

—Adelante, Pukkitas. Se ve que estás tomándole el gusto al uso del Tetra, ¿verdad?


Los capítulos anteriores pueden leerse haciendo clic acá.

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