Archive for May, 2014

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Saturday, May 31st, 2014

Astor Piazzolla y su primera esposa, Dedé, en la Rambla Bristol en 1948. La foto, aportada gentilmente por el periodista, escritor y docente Marcelo Gobello, fue publicada en el suplemento que La Capital editó el 25 de Mayo de 2014 al cumplir 109 años. En la oportunidad, el amigo Gobello anticipó en forma exclusiva un capítulo de su libro próximo a editarse -“Astor Piazzolla y Mar del Plata”- donde el hijo del genial músico hace un emotivo relato de sus veraneos en la ciudad.

Astor Piazzolla

El veraneo con los Noninos

El vínculo de Astor Piazzolla con Mar del Plata tiene más relación con sus afectos que con el tiempo que vivió en esta ciudad.

El genial músico nació en Mar del Plata el 11 de marzo de 1921. Fueron sus padres Vicente Piazzolla y Asunta Manetti, integrantes de dos frondosas familias italianas que habían llegado a la incipiente villa balnearia en busca de prosperidad.

Con el mismo propósito, Vicente y Asunta -los “Noninos”- emigraron a Nueva York en 1926 llevándose al pequeño Astor, de apenas 5 años.

Al retornar en 1937, Astor sabía tocar un bandoneón que su padre le había comprado en una casa de empeños de Nueva York. Pero su destino no estaba en Mar del Plata sino en Buenos Aires, donde el tango vivía su época de oro.

Los “Noninos” retomaron su vida marplatense mientras Astor -al tiempo que prosperaba como músico- se casó con Dedé Wolf en 1942. Del matrimonio nacieron dos hijos: Diana (1943) y Daniel (1944).

Recuerdos de la ciudad

En su libro “Astor Piazzolla y Mar del Plata” -próximo a editarse- Marcelo Gobello recoge el testimonio de su hijo Daniel en un capítulo que ofrece a manera de anticipo en este suplemento. A continuación, los párrafos más destacados de su relato:

“De mi bisabuelo Pantaleón Piazzolla, a quien obviamente no llegué a conocer, conservo un baúl de su propiedad que el mismo hizo a mano y donde puso “pantaleo piasolo” porque no sabía escribir. Por la parte de la familia Piazzolla, te cuento que Nonino (Vicente) tuvo tres hermanos: Ruggero (el hermano mayor que había nacido en Italia), la tía Teresa, y la hermana menor de todos, que se llamaba Rosita”.

“Todavía existe en Mar del Plata una peluquería que se llama “Piazzolla” y que pertenece a los descendientes de Ruggero, que también fue peluquero como Nonino”.

Amante de la pesca

“Recuerdo que papá tenía un lugar de preferencia para pescar en Mar del Plata que estaba ubicado en las piedras de Playa Chica (donde muchos años después nos sacamos unas fotos él, Nonina y yo); bajás y hay una piedra plana enorme y ahí íbamos mucho a pescar juntos. También íbamos a cazar a El Boquerón, nos gustaba cazar perdices o lo que hubiera por los caminos, ojo, no nos metíamos en ningún campo”.

“La escollera Sur era otro de los lugares preferidos para la pesca, yo era muy compañero de él. De pibe, era su ladero. A veces –muchos años después- recuerdo que me pasaba a buscar y nos íbamos dos días a pescar a Mar del Plata. Por supuesto que parábamos en la casa de los Noninos en Alberti 1561, donde estaba el chalet donde habían vivido siempre desde que regresaron de Estados Unidos y había dos locales (el 1555 y 1557). En el 1555 estaba la bicicletería y cuando Nonino se cansó de arreglar bicicletas puso una juguetería y durante una época al mismo tiempo funcionaba ahí una recepción de tintorería”.

Veraneo con los Noninos

“Todos los veranos los Noninos venían a buscarnos a mí y a Dianita; era adoración que tenían por nosotros. Recuerdo que Nonino tenía un Citroën 47 (el modelo llamado el once ligero) y nos venía a buscar al otro día que terminábamos las clases. Esa misma noche del fin de clases ya llegaban Nonino y Nonina y al otro día a la mañana ya partíamos para Mar del Plata”.

“Era una fiesta para nosotros, además nos amaban. Y nos pasábamos unas vacaciones bárbaras en Mar del Plata hasta que papá (que por lo general viajaba con mamá los fines de semana que no trabajaba) nos venía a buscar a final de la temporada (un día antes del comienzo de clases) y nos volvíamos con él en micro a Buenos Aires. Nos pasábamos casi 4 meses en Mar del Plata. Recuerdo en el 57 que hubo la terrible epidemia de poliomelitis y que nos quedamos casi hasta junio allí!”.

“No sabés cómo nos cuidaban y querían los abuelos. Papá era hijo único y nosotros éramos sus únicos nietos. Nonina nos pelaba las uvas una por una…”

Los días felices

“Yo no recuerdo haber pasado una temporada de verano en Capital, siempre en Mar del Plata. Ibamos mucho a la Playa Bristol de más chicos, porque no teníamos movilidad, así que bajábamos por Alsina hasta la costa y nos íbamos a la Bristol. Papá era muy amigo de todos los bañeros, ya que le gustaba mucho nadar. Nadie nos molestaba porque a papá no lo reconocía nadie. Ibamos todas las mañanas a la playa, a Astor le encantaba. Al mediodía volvíamos a almorzar a lo de los Noninos y casi todas las tardes salíamos con papá los dos juntos a pescar”.

“Papá después descubrió un lugar maravilloso para pescar, porque salían muchas corvinas inmensas y se llenaba de tiburones, en el norte de la ciudad cerca del vaciadero, al norte de parque Camet. Recuerdo que mi tío Ercolino Provenzano (casado mi tía Argentina, hermana de Nonina) nos retaba porque decía que eso era un asco, que cómo te vas a comer esos pescados que se alimentaban de los desperdicios de la ciudad. Pero seguimos yendo igual porque lo que a nosotros nos gustaba era la emoción de pique, no comernos los pescados”.

La carpa de Nonino

“Otra salida que recuerdo con mucha melancolía y alegría a la vez eran las salidas a El Boquerón, con Astor, Nonino y Nonina y a veces algunos tíos y primos. Nonino llevaba una carpa de lona pesadísima que había fabricado él y se armaban unos asados espectaculares; pasábamos todos el día ahí hasta la noche”.

“Mi papá y mi mamá eran fanáticos de una heladería que estaba en Cabo Corrientes y se llamaba “Lombardero”; se iban a la tarde en una bicicleta tándem que tenían para ellos guardada en la bicicletería de Nonino a buscar helados allí, casi religiosamente. (Diana y yo también teníamos nuestras propias bicicletas guardadas allí durante todo el año, que después usábamos en nuestros inolvidables veraneos.) Eran los mejores helados de Mar del Plata, quedaba cerca del viejo Hotel Amestoy por la zona del parque San Martin”.

Milanesas y Cagnolina

“Ya de más grande, en la época de La Botonera (teatro donde tocaba Astor en la década del 70), ibamos mucho a comer a la parrilla Trenque Lauquen, o al restaurante “Los Platitos” de los hermanos Espósito. Cuando éramos chicos no había tanta plata para ir a comer afuera seguido, además se comía tan bien en lo de Nonino y Nonina… cocinaban tan rico. Las milanesas de Nonina las recuerdo como las más ricas que jamás probé en mi vida y Nonino hacía una sopa de cazón que se llamaba la Cagnolina que era para chuparse los dedos”.

Astor nadador

“A papá le encantaba ir a la playa, sobre todo para nadar, era un excelente nadador, por eso se había hecho muy amigo de los bañeros de las playas del centro, porque se metía 400 o 500 metros mar adentro a nadar con ellos en sus prácticas”.

“También visitaba mucho a sus primos Bertolami, que recuerdo vivían casi todos en una misma cuadra, en la calle Rodríguez Peña entre Santiago del Estero y Santa Fe: Tito Bertolami (ahora ahí vive José Bertolami, un pibe de mi edad), la Negra Bertolami, Aimone Bertolami, lamentablemente ya todos fallecidos. Originalmente en esa zona había estado la quinta del Tio Pepe Bertolami (hermano de Nonina) de más de una manzana, donde recuerdo haber visto de chico una jaula inmensa llena de pajaritos, porque el tío Pepe era uno de los más grandes criadores de canarios de la Argentina en esa época”.

“Después que falleció Nonino en 1959 -tan joven, a los 66 años- Nonina se mudó a un departamento pequeño en la calle Avellaneda y Catamarca”.

“Dianita y yo tuvimos una infancia espectacular, tanto con nuestros padres como con nuestros abuelos, pero nuestra máxima felicidad eran los largos veraneos en Mar del Plata con Nonino y Nonina. Mar del Plata forma parte indisoluble de nuestras vidas, y sé muy bien que mi viejo siempre la quiso mucho.”

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Saturday, May 31st, 2014

Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en playa marplatense. Aproximadamente, 1942. Fuente: Antropos.

La vida de Bioy en Mar del Plata y el reflejo de estas experiencias en su obra fueron el tema de uno de los artículos publicados en el suplemento especial publicado por LA CAPITAL el 25 de Mayo de 2014 con motivo de su 109 aniversario. A continuación, el artículo:

Bioy Casares

Una Mar del Plata de cuentos

Mar del Plata fue uno de los escenarios importantes en la vida cosmopolita del escritor Adolfo Bioy Casares. Algunas de sus obras están ambientadas en esta ciudad. Recorremos en esta nota los sitios que describió con su pluma magistral.

por Gustavo Visciarelli

“En la fría y solitaria Mar del Plata de esta época del año, trabajo, y, mientras tanto, estás, o creo que estás feliz…”, le escribía Adolfo Bioy Casares a Elena Garro el 21 de abril de 1969. El romance computaba veinte años de clandestinidad, un encendido cruce epistolar y apenas tres encuentros en distintas ciudades del mundo. Se sabe que en el final de la relación influyeron la revuelta de Tlatelolco y unos gatos de angora.

El otoño marplatense no era extraño para el escritor ni para su esposa Silvina Ocampo. En 1997, Bioy -que ya llevaba cuatro años de viudez- le confió al escritor Tomás Barla: “Nuestra costumbre era quedarnos en Mar del Plata después de la estación de verano. Nos quedábamos hasta mayo. Hacía mucho frío. Había muchos días de tormenta, entonces nos quedábamos en la casa mucho tiempo, y se nos ocurrió que podíamos escribir esta historia. Fue casi una cosa milagrosa, entre los dos; la escribimos con muchísimo placer, en muy poco tiempo. Y me arrepiento siempre de no haber insistido para hacer otros libros con ella”.

La obra referida es “Los que aman, odian”, novela policial editada en 1949. El número se repite tres veces: en el 1949 de la calle Quintana está la casa mencionada: Villa Silvina, hoy perteneciente al Mar del Plata Day School. En 1949 Bioy inició su relación con la escritora mexicana Elena Garro, esposa del poeta Octavio Paz, premio Nobel de Literatura 1990. Y en 1949, Jovita Iglesias -una joven orensana- llegaba al país y se empleaba como ama de llaves de Adolfo y Silvina.

El fugitivo que no fue

En su carta de abril del 69 escrita en Mar del Plata, Bioy dice: “En los diarios de por acá hay muy pocas noticias de México. Las que puedo darte de mí son demasiado triviales. La vidita de siempre… Menos mal que este año trabajé. Escribí una novela, El compromiso de vivir, que estoy corrigiendo; una Memoria sobre la pampa y los gauchos; un cuento, “El jardín de los sueños”, y ahora un segundo cuento [ilegible]: uno y otro, Dios mío, tratan de fugas. ¿Recuerdas que en el Théatre des Champs Elysées, en el 49, la primera noche que salimos, me dijiste que sentías gran respeto por los que huían? Me gustaría

compartir hoy esa convicción. En todo caso no me parece improbable que dentro de poco me convierta en fugitivo”. Si la última frase encerraba una velada promesa, quedó incumplida. El escritor nunca se separó de Silvina Ocampo, quien toleró sus infidelidades y hasta adoptó como propia una hija extramatrimonial de su marido.

Elena -divorciada de Paz desde 1959- no era feliz como aventuraba Bioy. Tras las sangrientas revueltas de Tlatelolco en 1968 quedó enfrentada con la intelectualidad mexicana y decidió irse a Europa junto a su hija. Fue entonces cuando recurrió a su amado Bioy para que se hiciera cargo de sus no menos amados gatos de angora, que eran ocho.

De jardines y cuentos

La escritora Victoria Ocampo, hermana de Silvina, también prolongaba sus estadías en Mar del Plata hasta entrado el otoño. Buscando una fecha que lo acredite dimos con el 8 de mayo de 1953 cuando la policía allanó Villa Victoria – Matheu 1851- “en busca de armas” y detuvo a la directora de revista Sur.

El 15 de abril de ese año dos bombas habían estallado con saldo trágico durante un acto de la CGT en Plaza de Mayo. Bajo la hipótesis de un complot terrorista contra el gobierno de Juan Domingo Perón, se desencadenó una pesquisa que derivó en decenas de detenciones. Una de ellas fue la de Victoria Ocampo, que a los 63 años purgó 26 días en la cárcel de Mujeres del Buen Pastor.

Aquella historia duerme en el olvido. No así el misticismo de esas casas vecinas donde Victoria y Silvina tuvieron sus villas veraniegas y albergaron a la elite cultural de su tiempo. “No sólo Borges, sino también Carlos Mastronardi, Manuel Peyrou…muchos escritores pasaron por ahí y compartieron mi amor por Mar del Plata”, le dijo Bioy Casares a LA CAPITAL en 1993, cuando anunció “con mucho dolor” la necesidad de vender la casa que habían comprado con Silvina en 1942.

De sus dichos surge que las villas no fueron meros hospedajes de notables. “Ibamos a la playa, almorzábamos en mi casa a las cuatro de la tarde -una hora española para almorzar- y después escribíamos”.

Bioy reveló, también, que aquellas estancias potenciaban sus procesos creativos: “Estábamos más cerca uno de otro que en Buenos Aires, donde cada uno tenía sus obligaciones. En Mar del Plata estábamos viviendo juntos y entonces no es extraño que planeáramos libros y colaboráramos en ellos”.

El relato no confronta, sino todo lo contrario, con la creencia de que Jorge Luis Borges se inspiró en el parque de Villa Victoria para escribir en 1941 “El jardín de los senderos que se bifurcan”, cuento que dedicó a Victoria Ocampo.

Bioy Casares, por su parte, no dejó enigmas: Mar del Plata está en su obra con escenarios reconocibles y personajes que se desenvuelven en una recurrente atmósfera otoñal.

Milagros irrecuperables

“A la tarde tomamos el té en una confitería de Santiago del Estero y San Martín, que voltearon años después”.

La legendaria Jockey Club de Mar del Plata es uno de los múltiples escenarios de “Los Milagros no se recuperan”, cuento fantástico publicado en 1967.

“Cada vez que alguien; para entrar o salir empujaba las grandes puertas de cristal, parecía que se desplazaba hacia el centro del salón un témpano de hielo”.

Los recuerdos con que Bioy construyó la escena deben ser anteriores a 1962, cuando la Jockey -que funcionaba en esa esquina desde 1914- fue cerrada para su posterior derribo. Vino luego su “etapa moderna” que expiró en 1976.

El protagonista del cuento – Luis Greve- figura en otro relato fantástico que Bioy escribió en 1937, cuando tenía 23 años. En la antigua versión, Greve está muerto y aparece en Estación Constitución ante un amigo que se apresta a viajar en tren a Mar del Plata. En el cuento del 67 está tan vivo que se permite una “escapada” de fin de semana junto a la bella y desinhibida Carmen Silveyra.

Turistas furtivos

Luis y Carmen bajan del tren “…en una noche fría y tenebrosa. En una larga fila, a la intemperie, la gente esperaba los taxímetros”. Quebrantando las normas de convivencia, corren “…por la inescrutable oscuridad, hasta el medio de la avenida Luro…” e interceptan un taxi.

Carmen sugiere alojarse en el Hotel Provincial. “Estas loca”….”Hay que buscar un hotelito medio escondido” responde Greve, que “por su condición” no debe dejarse ver. Ella tiene motivos de menor fuste para esconderse. Antes de viajar hizo un llamado telefónico y se declaró “enferma” para excusarse de participar en una colecta de beneficencia. En el acto se ha enterado que la presidenta de la entidad –”…la vieja más respetable y estricta de Buenos Aires”- también guarda cama.

Los amantes se hospedan en un hotel innominado que tiene la cocina clausurada por reformas y la calefacción rota.

“Al otro día brillaba un sol pálido y bajamos a la playa. Echados en lonas, al reparo de una casilla, logramos el calor suficiente para que nuestra mañana fuera agradable”…, relata Greve. Carmen dice: “…fuera de temporada cualquier balneario es poético”.

Por la tarde concurren a la Jockey Club y se topan con “una matrona voluminosa”. Es la presidenta de la Sociedad de Beneficencia, que mira a Carmen y se lleva el dedo índice a los labios en un elocuente pedido de silencio. También ella está aquí furtivamente junto a “un viejito de nariz colorada y bigote húmedo”, síntomas patognomónicos de un resfrío bien marplatense.

Abril en Mogotes

“El mar está lejos, más allá de bañados cubiertos de maleza, que uno cruza por caminitos terraplenados”. En el cuento “La Obra”, Bioy reconstruye el antiguo paisaje de Punta Mogotes, su balneario preferido. No lo menciona explícitamente, es cierto, pero las referencias son inequívocas.

Una embozada referencia nos dice que el protagonista del cuento es el propio Bioy, que viaja a esta ciudad a escribir una novela. “… conviene Mar del Plata porque es pan comido; no andaré alelado, buscando puntos de interés, ni me distraeré de la novela”, argumenta.

El otoño marplatense vuelve a aparecer: “… estábamos en abril, cuando las últimas tandas de veraneantes han vuelto a sus reductos y cuando son más hermosas las tardes. ¿No es abril el mes de los ingleses, de los que saben?”.

En este caso el escritor no se refugia en Villa Silvina, donde la trama hubiera resultado imposible, sino que alquila -¿verdad o ficción?- una vivienda a un joven matrimonio que explota estaciones de servicio “desde la costa hasta el Tandil”, “que gasta menos de lo que gana” y que “todos los años levanta un chalet”. Al conocerlos, se asombra de su “delicadeza notable” porque pensaba encontrar “…prósperos nuevos ricos de una ciudad un tanto materializada. ¡Cruz diablo!.”

El escritor echa una mirada profunda e inmediata sobre la dueña del chalet. Y con el correr de la trama hace lo propio -pero paulatinamente- sobre la empleada doméstica, a quien apoda despectivamente “la Mataca”. No obstante, luego irá descubriendo en ella una sumatoria de atractivos.

Paisajes conocidos

Las referencias marplatenses abundan en el cuento: un artículo sobre la Costa Galana que el protagonista lee en un diario viejo, las casas “con tablones que tapiaban sus puertas y ventanas”, las carpas de un balneario dispuestas “en herradura”, la mención del puerto y el Faro, una casilla montada sobre la arena y la puntual descripción del solitario paisaje costero son algunas de ellas.

Pero resta el tema de fondo. El cuento está inspirado en un personaje marplatense: el bañero Enrique Pucci, cuya historia en la ciudad se remonta a la década del 10. Bioy lo conoció en Mogotes y reparó en su tarea: colocar carpas y sombrillas en la arena, a despecho de la naturaleza que borraba su obra sistemáticamente. El escritor encontró en ello una alegoría del ser humano –y puntualmente del escritor- que procura trascender a través sus creaciones.

Al pie del cuento, Bioy le dejó a Enrique Pucci una dedicatoria que, por su fama de seductor compulsivo, generó erróneas (¿o lógicas?) interpretaciones: (A E.P, tan amistosa como secretamente). Años después admitiría risueñamente: “Mucha gente creyó que era una amiga”.

Las cartas de Bioy

En 1997 -un año antes de morir por su compulsión al cigarrillo, rodeada por gatos de raza en un departamento de Cuernavaca- Elena Garro vendió su archivo a la Universidad de Princeton. Así apareció la correspondencia que durante veinte años le enviara Bioy Casares: dos postales, 13 telegramas y 91 cartas. De las respuestas de Elena nada se supo. Del destino de los ocho gatos, tampoco.

Jovita Iglesias, aquella ama de llaves orensana, trabajó con Silvina y Adolfo hasta que murieron. En 2002 publicó junto a René Arias el libro “Los Bioy”, donde acredita que Elena Garro mandó desde México ocho gatos en dos jaulas para que se los cuidaran. Pepe, esposo de Jovita y chofer del matrimonio, fue a buscarlos a Ezeiza y los llevó al piso de Posadas 1650 –Recoleta- que Silvina había heredado de sus padres.

“Estos gatos aquí no entran…”, dijo Silvina. Y los felinos –que según Jovita “maullaban como locos”- fueron a parar a un albergue gatuno de la calle Gaona. La cuota era onerosa “… y un buen día Silvina se plantó y dijo que ya no pagaría por esos gatos, que los soltaran, que hicieran lo que quisieran con ellos. Bioy le había dicho a Elena que los había llevado al campo, que allí estaban muy bien, para que se quedara tranquila. Pero ella, cuando lo supo, se volvió loca. De los gatos nunca más se supo nada”.

Hasta ese desenlace, Bioy mantenía intactas sus ansias de encontrarse con Elena, a quien no veía desde 1956, cuando se citaron en Nueva York.

“En la fría y solitaria Mar del Plata de esta época del año, trabajo, y, mientras tanto, estás, o creo que estás feliz… En junio o julio o agosto acaso me vaya a Europa. Cómo cambiaría ese desganado viaje si en París, en Roma, en Londres… dónde tú quieras, nos encontráramos”.

Fragmento de la carta 91, la última que Bioy le enviara a Elena.-

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Saturday, May 31st, 2014

Artículo del diario La Razón informando sobre la exposición que ofreció en Mar del Plata el pintor Florencio Molina Campos. Aportre del dibujante e historiador Marcelo Niño.

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Saturday, May 31st, 2014

El pintor Florencio Molina Campos en la Rambla Bristol. Década del 20. Aporte del dibujante e historiador Marcelo Niño.

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Friday, May 30th, 2014

El pintor Florencio Molina Campos (en el centro) durante la exposición que realizó en Galería Witcomb (Rambla Bristol) en 1937. En la foto se ve al presidente Justo, al gobernador Fresco, al ex presidente Alvear y a su esposa Regina Pacini. Foto aportada por el dibujante e historiador Marcelo Niño.

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Friday, May 30th, 2014

“Viera qué linda la mar”, obra para la serie Alpargatas pintada por Florencio Molina Campos, inspirada en Mar del Plata. Como particularidad, se observa la sombra del propio pintor proyectada sobre la arena. Esta imagen – que agradecemos al Museo Las Lilas de Areco- ilustró una nota publicada en el suplemento por el 109 aniversario del diario LA CAPITAL editado el

25 de Mayo de 2014. Trasncribimos dicho artículo a continuación:

Viera qué linda la mar

El primer registro periodístico que se conoce de Florencio Molina Campos pertenece al diario LA CAPITAL en su edición del sábado 1 de marzo de 1913. Contra todo lo imaginable, el artículo no se refiere a sus virtudes como pintor costumbrista –cosa desconocida en aquel entonces- sino a un incidente que sufrió en aguas de la Bristol, donde estuvo a punto de morir ahogado.

Quienes lo rescataron fueron el cabo Luis Alfonso de Prefectura y el bañero Antonio Monteiro, merecedores de un párrafo aparte. Un mes antes –en febrero de 1913- la revista Caras y Caretas publicó un artículo premonitorio titulado “Los famosos negros nadadores de Mar del Plata”, exaltando la tarea de un grupo de caboverdianos que habían recalado en la ciudad huyendo de las penurias de su tierra natal. En virtud de sus condiciones como nadadores, rápidamente pasaron a desempeñarse como bañeros en las playas locales o en la planta estable de la Subprefectura marplatense.

Sosa y Monteiro aparecen con nombre y fotos en el artículo de Caras y Caretas. Y 101 años después es justo advertir que aquellos “negros nadadores” no sólo salvaron la vida del “joven Molina Campos” –como reza la noticia de LA CAPITAL en su escueta sección “Policiales”- sino también el legado que luego dejaría uno de los maestros más representativos del arte nacional.

Línea de tiempo

Cuando ocurrió aquel incidente, la antigua Rambla Bristol tenía sólo dos meses de vida y era la atracción de la alta sociedad porteña que disfrutaba del selecto balneario.

Molina Campos, de 22 años, provenía de una tradicional familia arraigada en Buenos Aires desde la época colonial y su árbol genealógico ostentaba una zaga de generales notorios.

Molina Campos tuvo una formación académica y otra autodidacta. La primera, en los mejores colegios porteños. La segunda, durante sus vacaciones en los campos que su padre poseía en Entre Ríos y en los pagos del Tuyú. Fue allí donde observó los personajes y costumbres que empezó a reflejar en dibujos y pinturas, empleando técnicas que nadie le había enseñado.

Su biografía aporta unos pocos datos personales hasta entrada la década del 20. En 1907 murió su padre y el joven Florencio inició una serie de actividades laborales de menor trascendencia. En 1920 contrajo matrimonio –a la postre efímero- con María Hortensa Palacios Avellaneda, quien le dio su única hija: Hortensia.

A instancias de un amigo, en 1926 expuso sus obras en el galpón de la Sociedad Rural Argentina. Tenía 35 años y esa muestra, además de catapultarlo a la fama, lo convenció de su talento. El propio presidente Marcelo Torcuato de Alvear lo nombró profesor de arte del Colegio Nacional Nicolás Avellaneda tras contemplar su obra.

A fines de la década del 20 Molina Campos publicó en el diario La Razón una tira llamada “Los picapiedras criollos”, que versaba sobre una temática llamativamente similar a la serie “Los Picapiedras”, que Hanna-Barbera lanzarían tres décadas después.

Su obra en Mar del Plata

La primera muestra de Molina Campos en Mar del Plata se realizó en 1927. El éxito en la Rural y el vínculo que había entablado con La Razón motivaron que el diario porteño le facilitara su local de la Rambla Bristol, donde vendió las 34 obras en exposición. El presidente Marcelo Torcuato de Alvear –conspicuo visitante de la ciudad- concurrió a la muestra y adquirió el cuadro “Charqueando”, circunstancia que tuvo amplia difusión en la prensa de la época.

Aquella temporada, la revista La Semana de Mar del Plata, en su sección “Travesuras fotográficas” publicó una imagen donde se lo ve con un cigarro en la boca. El chispeante epígrafe, escrito en verso, dice: “Florencia Molina Campos/ un gran artista a su modo/ cuyo arte desbarata/ de paseo por Mar del Plata/ con chambergo, pito y todo.

En la temporada siguiente regresaría con sus cuadros a la Rambla, pero en esa oportunidad expuso en el local 25, donde se había instalado Casa Subirana, una célebre firma catalana dedicada a las encuadernaciones artísticas.

El artista retornaría en 1937 –año que representa un nuevo punto de inflexión en su carrera- para exponer 44 obras en el local que la prestigiosa Casa Witcomb tenía en la Rambla Bristol. Nuevamente su muestra tuvo visitantes caracterizados: el presidente Agustín P. Justo, el gobernador bonaerense Manuel Fresco, el ex presidente Alvear y su esposa Regina Pacini, entre otros.

La presencia de Fresco en la vieja Rambla en 1937 –acreditada por una foto que acompaña este artículo- nos obliga a recordar que el gobernador ya había decidido la demolición de aquel paseo para la construcción de la actual complejo Casino-Hotel Provincial.

En Estados Unidos

Aquel año Molina Campos obtuvo una beca de la Comisión de Cultura de la Nación y viajó a Estados Unidos, donde viviría varios años. Allí expuso sus obras, ilustró almanaques para una importante empresa de maquinarias agrícolas y fue asesor de los estudios Disney.

En Argentina su creación alcanzó inmensa trascendencia a partir de los trabajos que hizo para la firma “Alpargatas” y que fueron difundidos en tres series: 1931-36, 1940-45 y una póstuma en 1961-62.

En la memoria colectiva están presentes los históricos almanaques, pero las incomparables viñetas rurales de Molina Campos también ilustraron afiches publicitarios y hasta fajas de seguridad que protegían los envíos de mercadería.

En la obra –definida tantas veces como “nuestra pinacoteca popular”- Mar del Plata está presente en “Viera que linda la mar”, donde se ve a uno de sus característicos gauchos sentado a orillas del mar, sobre un cuero de oveja, al reparo de una sombrilla.Como detalle curioso, se ve la sombra del propio Molina Campos proyectada sobre la arena.

El amor de su vida

Resulta indiscutible que Mar del Plata es la “capital” de los amores de verano. Pero no es menos real que su magia ha operado en encuentros providenciales, en milagrosos cruces del destino que se extendieron por toda una vida y dieron trabajo a los registros civiles de todo el país. E incluso del mundo.

En 1927, cuando Molina Campos vino a exponer por primera vez en la Rambla Bristol, conoció a María Elvira Ponce Aguirre, maestra mendocina que se hallaba de veraneo junto a tres amigas.

María Elvira asistió a la muestra cuando se hallaba en período de preparación y Molina Campos –que estaba separado de hecho y se hallaba sólo en Mar del Plata- le hizo una invitación particular: acompañarlo en la recepción a la que asistirían, entre otros, el presidente Alvear y su esposa.

Florencio y María Elvira se casaron en 1932 en Uruguay, pues la ley argentina no admitía el divorcio. Volvieron a contraer enlace en 1937 en Estados Unidos. Y cuando la legislación nacional lo permitió, se casaron en Argentina en 1954. Cinco años después, Molina Campos murióde cáncer. Hasta 1998, año de su fallecimiento, María Elvira fue una encendida defensora de la obra de aquel artista que 71 años antes la había enamorado en Mar del Plata.-

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Friday, May 30th, 2014

Detalle de la fotografía anterior. En la vidriera del local de Witcomb vemos las obras expuestas de Florencio Molina Campos. A ello se suma el reflejo del pintor y de su esposa. Más allá, el de dos personas en la baranda de la rambla e incluso, el horizonte marítimo. Fotografía compartida por el dibujante e historiador Marcelo Niño.

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Thursday, May 29th, 2014

El genial pintor costumbrista Florencio Molina Campos junto a su esposa en el frente de la Galería Witcomb de la Rambla Bristol, año 1937, en oportunidad de exponer sus obras. Fotografía compartida por el dibujante e historiador Marcelo Niño.

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Thursday, May 29th, 2014

Pileta municipal,Chalet Luro, Enero 1937.Archivo general de la Nacion. Ignacio Iriarte

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Thursday, May 29th, 2014

Playa B ristol,c.1900.Archivo general de la Nación. Ignacio Iriarte