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Cultura 22 de septiembre de 2025

Postales poéticas de Mar del Plata: Crónicas alienígenas de un lugar relativamente normativo

Este texto fue elaborado en el Taller de Oralidad y Escritura, materia de Letras de la UNMdP. Después de leer y analizar "Tentativa de agotar un lugar parisino" (1975) de Georges Perec, se propuso a los estudiantes imitar los procedimientos usados en este texto: ir a un punto fijo de la ciudad (ya sea céntrico o periférico, turístico o local) y tomar nota de todo lo visto.

El siguiente texto fue elaborado en el Taller de Oralidad y Escritura, materia de Letras de la UNMdP, dictada por el docente Matías Moscardi. Después de leer y analizar “Tentativa de agotar un lugar parisino” (1975) de Georges Perec, se propuso a los estudiantes imitar los procedimientos usados en este texto: ir a un punto fijo de la ciudad (ya sea céntrico o periférico, turístico o local) y tomar nota de todo lo visto. El resultado, un listado de personas, objetos y situaciones de la vida cotidiana, de todo aquello que suele pasar desapercibido por la mirada automatizada y rutinaria, pero que demuestra, como dice Moscardi, “todos los datos históricos, culturales, sociológicos y estéticos que aparecen cuando nos sentamos un par de horas a mirar con atención cualquier lugar de la ciudad”. LA CAPITAL publica en la sección Postales Poéticas de Mar del Plata una selección de las “Tentativas de agotar un lugar marplatense”, mediante las cuales los alumnos invitan a redescubrir nuestro territorio con ojos de poeta.


Para más información sobre este ejercicio y la historia del taller, leer la nota de LA CAPITAL en la que el docente a cargo, Matías Moscardi, cuenta cómo nació la propuesta de salir a recorrer la ciudad con ojos de poeta:

Estudiantes de Letras recorren Mar del Plata para describirla con ojos de poeta


Por Juan Marco Hernández 

Fecha: 10 de abril de 2025.
Lugar: plaza España, La Perla, Mar del Plata, Argentina.
El tiempo: 16:56, fuerte viento, el sol está atrapado entre nubes y edificios de concreto, hace frío.

Me encuentro sentado en un café que orbita la plaza, en una de las sillas de afuera (terrible idea, porque el frío se acomoda en mis manos).
Abajo: una mesa de plástico, o mármol, o piedra, el que sea, no sabrías bien al tocarla. Sobre ella un café con patrón floral en su espuma que ya he destruido de a cucharadas. Mi celular, línea diagonal partiendo un rincón de su pantalla en dos. Mi libreta con más de 6 años encima, arrugada y llena de manchas, comienza con instrucciones sobre cómo usar un “postnet”. Ahora contiene esto.
Arriba: las nubes llegan y pintan al paisaje en un azul más relajado.

El café se encuentra semiamargo (le pasé el azúcar a una señora mayor que lo necesitaba, ella se lo pasó a alguien más, me encuentro desazucarado, un poquito avergonzado y me rindo frente a mi destino).
Los autos rodean la plaza constantemente, son todos grises y blancos, con algunos sobresalientes; un jeep con estrella militar sobre el costado, seguido por un colectivo de esos pequeños que traen turistas.
Al oeste, la avenida Libertad se extiende lejos, sus edificios solo crecen en tamaño mientras más te esforzás en mirar.

Al este, el océano Atlántico Sur, podrías decir que se extiende un poquito más lejos que la avenida. Sobre él, un velerito valiente contra el viento y un bote enorme (pesquero, me imagino).
Al sur no lo veo muy bien, la calle dobla de repente para seguir la forma aleatoria de la costa marplatense, que encuentro simpática porque es casi siempre una bajada medio inmediata, como vivir sobre un cerro sobre el mar, estamos rodeados.

Al norte, la avenida Patricio Peralta Ramos se convierte en muchas horas de ruta que en algún punto se convierten en Buenos Aires, pero antes de eso se convierten en casa. A Villa Gesell no se la ve desde acá, por supuesto. Mi familia entera merienda en algún lado.
Una pareja con paraguas bajo el brazo, y yo tengo ropa colgada afuera de casa.
Mucha gente con perros que vienen en dos estilos, chiquitos y blancos, con rulos y formas que no se ven muy bien (por los rulos mencionados), o galgos.

Empiezo a notar muchos motoqueros (por el sonido infernal). Me prenden las luces afuera del café y noto que mi taza está medio llena (cuando tomé un sorbo el café estaba helado, me rindo frente a mi destino de vuelta, es mi estilo).

Se ve de lejos la línea 532 de colectivos, la que me lleva a la facultad. La luz verde de un semáforo se prende y los motoqueros, todos juntitos, se van para el norte, parecen palomas.
Es notable la cantidad de gente en sus años tardíos de la vida, en la ciudad entera.
La plaza no se ve mucho desde mi silla, el exterior del café se encuentra medio lleno y no quiero mirar en esa dirección demasiado (para no parecer más raro de lo que ya parezco, mirando en dirección a la gente y escribiendo en mi libreta).

Me doy cuenta de que me estoy estereotipando a mí mismo un poco. Campera verde enorme, libreta y lapicera en mano, escribiendo sobre la mesa de un café mientras ambas cosas se me vuelan por el viento. En otras palabras, parezco un boludo.

En mi mente, el libro Las ciudades invisibles, de Italo Calvino; “Muchas son las ciudades como Fílides que se sustraen a las miradas, salvo si las atrapas por sorpresa.”
El viento se sigue levantando. Sobre la mesa, un café vacío.
Pausa.

Fecha: 13 de abril de 2025.
Lugar: interior de plaza España, La Perla, Mar del Plata, Argentina.
Tiempo: 16:05, el día se encuentra despejado, el viento no pega tanto.

Estoy sentado en el piso. A mi lado, un monumento que no veía muy bien el otro día; Don Quijote de la Mancha a caballo, detrás de él, Sancho Panza en burro, detrás de ambos, un busto de Cervantes, detrás de Cervantes, un pilar partido en dos por el medio. Don Quijote extiende la mano hacia arriba, aferrándose a una espada que no está, pero si lo mirás desde cierto ángulo, pareciera estar levantando alto el espacio vacío entre las dos mitades de pilar, cielo azul como espada.

Al frente de todo eso, escrito sobre la base de piedra: “Ideal permanente en la lucha por un mundo mejor”.
Hoy parezco encontrar a la plaza en un estado particular, los fines de semana tal vez la convierten en un paseo de puestos con artesanías coloridas, en fila.
El punto principal de la plaza es el Museo de Ciencias Naturales, alto y oscuro, varias plantas y animales pintados sobre su primer piso.

Es medio estúpido, pero cada paso que tomo solo me hace pensar en casa, y Calvino de vuelta, paseándose en mi cráneo: “Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran […] Quizás tengo miedo de perder a Venecia toda de una vez, si hablo de ella. O quizás, hablando de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco”.
Un perro (ni galgo, ni diminuto con rulos) corriendo junto a su dueño que viaja en patineta.
Ni un barco en el horizonte (miento, escribo eso y encuentro a uno).
Encima del museo, una infinidad de palomas, acurrucadas en cada espacio que pudieron ocupar. Algunas, igual de cómodas, se sientan sobre las letras que forman “Museo Municipal de Ciencias Naturales”. Al lado del museo, un lugar de comida rápida.

Un colectivo “Costa Azul”, yendo norte.
Muchas bicicletas, pero una tremenda cantidad de autos, el ciclo orbitante del otro día se expandió diez veces.
Me levanto para escribir mientras camino.
Sobre algo como esto escribió Michel De Certeau, alguna vez: “Todo caminante que deambula inventa una segunda geografía, poética, sobre la geografía de sentido literal”. Yo cuando camino en realidad hago estos chirridos medio molestos que vienen de mis zapatillas viejas, como si fuera goma contra piso enjabonado. No importa (diría Henry David Thoreau, años después) qué senda tomemos, así que no me decido por una dirección particular.
Una camioneta policial estilo prisión, sirenas gritando.

Cada superficie tiene stickers en uno de sus lados, cada propaganda, cada banco, cada señal de tránsito.
Caminar hace de mi letra un garabato (cosa que ya era, ahora peor).
Un chico le llora a sus padres por no dejarle visitar el museo, los padres mencionan ir a comer y el llanto termina inmediatamente, se ríe nomás.
Hay un hombre con un parlante y un micrófono, una canción resonando. Se suma a las vocales pero sólo cada 5 palabras.

Entre la selección de productos de la plaza: bolsos, camas de mascota, mates, termos, cada personaje ficticio bajo el sol como figuras de plástico.
Podría decirse que nunca absorbí tanto de ciudades así de enormes, tantos autos, tantos edificios tapando al sol, tanta vida.

Todo se me escapa un poco de la vista y de la memoria, parezco ser terrible en recibir a la realidad por ráfagas (un bulldog francés me miró directamente a la cara por un rato como 5 minutos antes y yo, colgado, solo lo escribo ahora). Hago todo de manera verbosa, me doy cuenta que Georges Perec no soy. Voy a poetizar algo para aferrarme al piso de vuelta.

Los edificios con más de 100 años bajo los techos de esta ciudad parecen todos afilados, apuntados verticalmente, como lanzas hacia el cielo.
El boludo de la campera verde que parece tenerlo puesto más que él tenerla puesta se vuelve a casa.