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Cultura 5 de enero de 2023

“Cuando nadie nos nombre”, una novela familiar entre los restos de un pueblo perdido

La escritora y periodista Luciana Sousa, elegida por el Hay Festival como uno de los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 39 años gracias a su novela “Luro”, conversa con LA CAPITAL sobre su nueva obra: un drama familiar situado en territorio pampeano y atravesado por la necesidad de hacer memoria.

Además de estudiar Comunicación y Letras, Luciana Sousa se formó con escritores como Alberto Laiseca, Juan Diego Incardona y Hernán Ronsino.

“Cuando nadie nos nombre”
Luciana Sousa
Buenos Aires
Tusquets
2022
168 páginas

Por Rocío Ibarlucía

Tres mujeres, en silencio, duelan la ausencia de los varones de su familia en un lugar desolado, construido sobre los restos de un pueblo que ha estado bajo tierra por más de un siglo. La nueva novela de Luciana Sousa publicada por Tusquets, “Cuando nadie nos nombre”, narra estas escenas desde la voz de Ana, quien regresa tras la muerte de su abuelo a la casa natal, ubicada en medio de la pampa donde todavía viven su madre y su abuela.

Al llegar a su pueblo después de diez años, la abuela, que está perdiendo la memoria, le pide un favor para dejar de sufrir. Con su madre no habla mucho, pero se entienden con el cuerpo. De hecho, se deja en claro que el léxico de esta familia es el silencio, acentuado por el desamparo de los campos y las pocas viviendas que quedan alrededor, en tierras arrasadas por la soja y la fumigación.

En paralelo a estas escenas entre las tres generaciones de mujeres, está la historia de la localidad Mariano Miró. La autora, tras un trabajo de investigación, sitúa la trama familiar en este paraje de La Pampa que existió solo por diez años, en la primera década del siglo XX, construido alrededor de la estación del ferrocarril. Sus restos fueron descubiertos de casualidad por estudiantes de una escuela rural hace poco tiempo.

Ana teme que la historia de su familia sufra el mismo destino. La casa está por ser vendida, ya casi no quedan habitantes en la zona, por lo que su infancia corre el peligro de ser tragada por la tierra, como lo hizo con Miró cien años atrás. ¿Alguien recordará sus nombres? ¿Alguien sabrá que en ese suelo hubo un hogar, una familia?

Mediante una narración que deja lugar a la poesía, tal vez porque los recuerdos solo puedan traerse al presente desde lo sensorial, Luciana Sousa (Buenos Aires, 1986) construye este drama familiar luego de su exitosa novela “Luro”, publicada en 2016 por la editorial Funesiana y reeditada por Tusquets en 2018. Gracias a esta obra, fue elegida por el Hay Festival como uno de los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 39 años. En una charla con LA CAPITAL, comparte sus búsquedas narrativas, su interés por ubicar la ficción por fuera de Buenos Aires y de buscar en la literatura “algo más que nombrar”.

Cuando nadie nos nombre

-En “Luro”, ubicaste la historia en la frontera entre el pueblo y el campo. En “Cuando nadie nos nombre” también es protagonista la llanura pampeana, con su infinitud y su vacío. ¿Qué es lo que te interpela de estos escenarios rurales para construir tus ficciones?

-Está lo rural en ambas novelas, pero diría que son dos espacios diferentes. Pedro Luro es una ciudad bastante grande, no es tan rural, aunque sí las escenas de la novela ocurren en el margen de la ruta y entonces está un poco por fuera de la ciudad. En el caso de la última novela, se trata de un lugar lisa y llanamente rural, donde alguna vez fue un pueblo y se decidió tirarlo abajo o trasladarlo. De alguna manera la sensación de ruralidad es mucho más fuerte en esta nueva novela. Los personajes también están bastante más desamparados, más solos, mucho más imbricados en lo que es la trama familiar que por ahí lo que es la trama de un pueblo. O sea, no tiene tantos personajes con los cuales interactuar, sino que el centro está en esa familia y en cómo esa familia se fue organizando y cómo fue cambiando de roles a lo largo del tiempo. Me gustan mucho los espacios rurales, casi te diría que todo lo que sucede por fuera de Buenos Aires me interesa muchísimo. Más allá de que yo soy de Buenos Aires, mucho de lo que escribo sucede fuera de Buenos Aires. La idea de situar la historia en determinados lugares es quizás no tanto darle un paisaje o crear atmósferas, sino que las historias tengan que ver con ese territorio, que no sea simplemente una decoración o un espacio donde transcurre la acción, sino que tengan que ver con la idiosincrasia de sus lugares, con las historias, con las tradiciones, en este caso, con la historia del pueblo, que es un poco la historia argentina también. Porque es un pueblo que nació a la orilla del tren o con motivos de darle una parada al ferrocarril. Siento que hay mayor libertad en el uso obviamente de los espacios y de los personajes, pero también siento la necesidad de que el espacio sea parte de la historia y no algo accesorio o decorativo.

-Además, es un territorio que tiene sus propias leyes, que admiten la violencia, la caza, hasta el incesto, en contraste con la ciudad.

-Sí, a la protagonista, Ana, le cuesta mucho ese contraste de volver al lugar donde ella nació y se crió, porque ahora vive en una ciudad muy grande como es Bariloche y volver a ese lugar es recordar. En algún punto los recuerdos también funcionan como lo que ella va sintiendo mientras vuelve, qué cosas se acuerda nítidamente, qué cosas la marcaron. Yo no sé si todas las zonas rurales son propicias a, o sea, yo creo que en el caso de la novela, las tramas familiares son difíciles en cualquier escenario. Una trama familiar en una ciudad también puede tener mucho de estas situaciones, quizás con otras características. Pero lo que sí hay es algo del movimiento del migrar, que sí estaba en la novela anterior y está en esta novela, que tiene que ver con la construcción de proyectos fuera de los lugares donde quizás los tenemos, que es algo de mi generación, y también la idea del deseo como movimiento. O sea, de cuándo empieza el movimiento y para mí empieza en el deseo, cuando uno siente la necesidad de irse de algún lugar y lo termina haciendo. Ahí hay un movimiento que resulta interesante y que creo que comparten los personajes de “Luro” con Ana.

-La protagonista tiene una conexión muy singular con Miró, como si su subjetividad dependiera de ese territorio. ¿Cómo pensaste la relación entre los personajes y el espacio?

-Se fue armando. En verdad, primero trabajé una historia de drama familiar, que es más o menos la que termina plasmándose en la novela y, por otro lado, estaba en la búsqueda de un territorio donde pudiera desarrollarse esta historia y que tuviera sentido, que no fuera arbitrario. Cuando me crucé con esta historia del paraje Mariano Miró, empecé a investigar, viajé al lugar, me puse en contacto con personas que viven allá. Entonces fui entendiendo que quizás hay un aura de algo que se olvida, que desaparece, que se extingue de alguna manera, porque son como capas de historias superpuestas que están literalmente en la tierra. De hecho, hoy en los campos donde estaba Miró todavía hay restos del pueblo. Y la realidad es que como es tierra de cultivo y la tierra está rota y se escarba para cosechar, sembrar y demás, siguen saliendo los restos de este pueblo, lo cual es fascinante, porque pareciera que la misma tierra oculta su historia. Y me pareció que tenía que ver con la historia de esta familia en la que yo creo que los roles se invierten, que las mujeres terminan tomando decisiones en torno a la casa, al campo, a la salud de la abuela. De ser un modelo de familia más patriarcal termina siendo una familia donde las mujeres toman un protagonismo que no esperaban. Obviamente, Ana está en un lugar muy especial por ser la más joven, quizás por pensar en que está armando una casa mientras desarma otra casa con otro proyecto de vida, de pareja. Entonces, lo fui pensando así, que la historia se fuera metiendo en lo familiar y pude entender muchas cosas porque pude percibirlas estando ahí. Me cambió mucho la percepción en torno a cómo es la relación con ese espacio y cómo la viven quienes tienen esa historia mucho más de cerca.

-Así como viste en Miró la superposición de capas temporales en la tierra, también tu novela es un montaje de historias superpuestas. ¿Esta estructura fragmentaria se vincula directamente con los temas de la memoria y la desmemoria?

-La idea de lo fragmentario obviamente se relaciona con la historia contada de a fragmentos que aparecen en la tierra. Es la sensación de que solo es posible recuperar no una totalidad, no un registro, sino algo que está más allá y que se forma de muchos cristales, muchos reflejos, muchas imágenes y sensaciones, que por supuesto no creo que siempre respondan a lo real. Es como una sensación sobre un recuerdo, sobre una imagen de una infancia que uno a veces se termina cuestionando si lo soñó, si era verdad. Ana en un momento discute con el hermano sobre qué había pasado sobre cierta historia que ella misma recupera. Entonces, a mí me parece que esas cosas suelen pasar, pasan en la familia de Ana, pasa en mi familia, pasa en muchísimas familias la idea de que sobre algo que no tenemos un registro tan acabado, cada uno guarda una impresión diferente y pienso que eso es la memoria. No es la historia, sino una percepción, una impresión colectiva sobre ciertos hechos que van definiendo por supuesto la personalidad y demás. Entonces, lo fragmentario tiene mucho que ver con esa situación, con tratar de pensar la memoria desde la literatura, porque no puede haber una totalidad, no puede haber una unidad total, en el sentido gramatical y en el sentido semántico, de contenido. No hay una única perspectiva en este caso, sino una multiplicidad. Entonces, a mí me gusta mucho trabajar desde lo fragmentario, como la posibilidad de generar pequeñas unidades de sentido, de darle espacio a cada fragmento para que tenga su peso específico. Siento que en esta novela tiene mucho que ver con el tema.

“Hoy en los campos donde estaba Miró todavía hay restos del pueblo. Y la realidad es que como es tierra de cultivo y la tierra está rota y se escarba para cosechar, sembrar y demás, siguen saliendo los restos de este pueblo, lo cual es fascinante, porque pareciera que la misma tierra oculta su historia. Y me pareció que tenía que ver con la historia de esta familia”.

-En la novela, se dice que esta tierra tiene su propio lenguaje, como también lo tiene la familia de Ana, cuyo léxico es el silencio. Parece que todo está a punto de explotar, de sacar a la luz los secretos, pero se quedan con las palabras atragantadas. ¿Te propusiste trabajar con esta manera de narrar mediante el rodeo, lo no dicho, lo que se posterga?

-Creo que sí, o sea, en algún momento me planteé si los personajes iban a hacer un ajuste de cuentas reuniéndose después de tanto tiempo y me parecía que no iba a ser real, en el sentido de que está bien que algunas cosas queden sin resolverse. Siento que es un poco más verosímil que llevar a los personajes a una confrontación. Además, el silencio suma una tensión, porque parece que las cosas se pueden desbordar en cualquier momento y la tensión está en esa especie de frontera entre que esté todo charlado y no se charle nada, está el silencio y esa posibilidad de sugerir que hay muchas cosas por decir, pero que también el tiempo pasa y a veces es difícil volver a discusiones o hacer un ajuste de cuentas, cuando pasó el tiempo, cuando las personas no están. Entonces, me interesaba en la medida en que me genera cierta tensión y sentía que ese era el modo en que se identifica esta familia. Pero también siento que ese silencio se va rompiendo de a poco con palabras, sugerencias, gestos y con la necesidad que van teniendo cada una de apoyarse en la otra. Esa tensión, que al principio es muy fuerte, al final se va armonizando y encuentra un equilibrio. Las cosas son como son, parece que nada se sabe, pero todo en definitiva está sobre la mesa, incluso los secretos, como por ejemplo, el bebé de los chicos que viven en el fondo. Ciertas cuestiones no terminan siendo ocultas, sino que están sobre la mesa y hay que tratar de entenderlas y aceptarlas. Ana quiere saber todo y parece que Ana debiera saber todo y hay cosas que se le escapan y me parece que está bien, porque no sería verosímil que ella tuviera un dominio de una situación sobre un lugar en el que no está hace tanto tiempo.

-¿Qué valor tiene para vos el nombre en la novela?

-Para mí, tiene un valor enorme, en el sentido de visibilizar, poner el foco y dar existencia en algún punto; cosas que no se nombran, no existen. También siento que nombrar no es del todo suficiente, hace falta algo más. Cuando estaba escribiendo la novela, leí una entrevista que le hacían a la teórica del feminismo Donna Haraway y ella hizo algo que me gustó un montón, que lo pensé mucho y que todavía lo sigo pensando en relación con la novela, que es que hay que volver a los lugares heridos, no desde el turismo y no como un escritor que meramente nombre, sino para poder transformarlo, para poder convertirlo en otra cosa, para que devenga no solo en algo que existe, sino en algo más. A mí me gusta mucho esa idea de pensar en qué más pasa con los personajes, qué más pasa con los espacios, qué más se puede hacer desde la literatura más que nombrar. Obviamente, nombrar en este caso está muy ligado a la posibilidad de la memoria, de que existan para alguien, como pasa con el pueblo, que exista en alguna historia, que alguien se acuerde de que hay un pueblo. Traté de planteármelo en esos términos, de no solamente nombrar este lugar, nombrar esta familia, sino qué se puede hacer desde la literatura para trabajar con estos lugares, con esta familia. Esto me resultaba más interesante más allá de que obviamente en el título quedó la frase, que es una frase que dice en algún momento Ana y que tiene mucho sentido con la historia, pero me parece que desde la literatura es un tema muy interesante para trabajar, porque pareciera que nombrar a veces es suficiente y nombrar es un montón, pero siento que la literatura puede ser más que nombrar.

Luciana Sousa 2

-La escritura es una herramienta que tiene la abuela de Ana para registrar sus recuerdos. ¿Podría pensarse ese ejercicio del cuaderno de la abuela como una zona metatextual, como un espejo de lo que está haciendo el propio libro para evitar el olvido del pueblo y de la familia de Ana?

-Yo uso mucho el registro de libretas, fotos, audios, para mí es una herramienta fundamental para trabajar, lo usé mucho a lo largo del libro, o sea, tratar de estar constantemente trabajando con mi registro y no solo con la memoria, con las impresiones o con la imaginación. Siento que si bien en el caso de la abuela es muy necesario porque empieza a perder la memoria y obviamente lo primero que pasa en estas situaciones es tratar de retener datos, el libro es uno de los tantos textos que hablan de Miró. Hay un documental muy bueno de Franca González, que es pampeana, es oriunda de General Pico, y siento que todos estos textos tratan de recuperar su historia. De todas maneras, no es la única historia, o sea, es una historia entre tantas historias de pueblos que se van extinguiendo, por diferentes motivos, este quizás tenía el condimento histórico de haberlo tirado abajo, de haberlo hecho y deshecho en diez años. Pero incluso dentro de la misma zona donde está Miró, hay otros pueblos que se han tenido que relocalizar y demás, por cuestiones de la calidad del agua, por conexiones de comunicación. No es una historia tan singular para algunas regiones argentinas. Entonces, sí, puede ser que haya un intento de registrar, en este caso me gusta trabajar con este tipo de espacios también por ese tema y porque quizás yo estoy siendo parte de los textos que quieran recuperar de alguna manera esto, obviamente desde la ficción, no es una historia real.

-¿Ves alguna continuidad estética entre tu novela anterior y esta? ¿Creés que se está forjando una poética tuya que te interesa construir?

-Quizá “Luro” tiene otra velocidad, trabaja más con el equívoco, el humor. Pero sí hay algo en común: las dos tienen mucha potencia de lo visual y de lo sensorial. Creo que en esta novela está mucho más definido eso, porque también me interesaba trabajar la memoria desde los sentidos. Claramente, las escenas están construidas desde lo visual, que siento que es la forma en la que yo puedo contar la historia, o sea, que yo me lo imagino ya desde lo visual. En eso sí se emparentan. Quizás en esta novela me permití más momentos poéticos que en “Luro”, porque siento que acá también el tema daba, el ritmo de la novela es otro, se permite el recuerdo, hay idas y vueltas al pasado, hay relaciones de mucha más cercanía que en “Luro” que eran relaciones entre personajes bastante extraños, porque no tenían lazos familiares o de amistad, sino que parecía que estaban ahí casi por accidente. Entonces, en ese sentido sí, este tema me dio posibilidad de afianzar mucho más eso. No sé si es un estilo, no creo mucho en los estilos, sino que siento que la historia lo permitía y que también los tiempos y los personajes lo aceptaban.



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