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Deportes 19 de enero de 2021

De Mar del Plata a la Asociación de Jugadores de la NBA

La historia de Iván Maggi. El hijo del ex pivote de Peñarol y la Selección se fue en 2009 a Estados Unidos persiguiendo la meta de ser basquetbolista profesional. No lo logró, pero el sueño se reconvirtió y hoy se ocupa de asistir a los jugadores extranjeros de la fabulosa liga estadounidense. “Este es el trabajo ideal para mí”, asegura.

Ivan Maggi no pudo ser jugador profesional, pero hoy trabaja en contacto permanente con grandes estrellas de la NBA

por Sebastián Arana

 

La palabra coincidencia aparece varias veces en el transcurso de la charla. La intervención del azar en cualquier caso tiene la aureola y el atractivo de lo mágico.

Iván Maggi, el hijo de Diego, aquel duro pivote del primer Peñarol campeón de Liga y de la Selección Argentina, partió hace más de una década de Mar del Plata con la ilusión de convertirse también en un basquetbolista profesional desde esa plataforma de aprendizaje y lanzamiento que representa el sistema universitario estadounidense.

Desechó la idea en la mitad del recorrido, pero no abandonó su formación profesional. Ingresó al atractivo mundo de los bancos y las finanzas de Nueva York. La pasión por el básquetbol, sin embargo, no la perdió. Y un encuentro ocasional en un estadio durante un juego de la NBA, de alguna manera, volvió a ponerlo en la vieja senda.

Hoy Iván Maggi es feliz desempeñándose en el área de Relaciones Internacionales de la NBPA (National Basketball Players Association), la Asociación de Jugadores de la NBA, en un puesto que lo estaba esperando y para el que, sin saberlo, estaba preparado. Podría decirse que está ubicado en el corazón del mejor básquetbol del mundo. ¿Coincidencia?

 

Iván nació en Capital Federal en 1990, pero siguiendo el peregrinaje de su padre por distintos equipos de la Liga Nacional llegó a Mar del Plata en 1992 y tranquilamente puede decirse que es un marplatense más. “Uno es más del lugar donde se cría, ¿no? Y todos los recuerdos de mis primeros años se ubican en Mar del Plata”, afirma en una mesa de café del centro marplatense en una fresca tarde de miércoles, en la pausa de una de sus jornadas habituales, en las que la computadora y el celular tienen un lugar preponderante.

El básquetbol, naturalmente, ingresó a su vida poco tiempo después. “Arranqué en Unión a los cinco o seis años cuando mi viejo empezó ahí con la Escuelita. Dejé un par de años para dedicarme a la natación y otras cosas que me pintaron en el momento. Y volví a jugarlo cuando tenía doce. Ya era fanático, comenzaba todo el auge de la Selección con el subcampeonato en Indianápolis, me empecé a interesar por la historia deportiva de mi viejo, Manu llegaba a la NBA…Fueron muchas las cosas que me volvieron a encaminar hacia el básquetbol”, recuerda.

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Iván, un pivote larguirucho que usaba la camiseta “6” como su padre, llegó a jugar Liga Junior y primera en Unión y también en alguna selección marplatense. “En Liga Junior fui compañero de Pato Garino, aunque él era tres años más chico que nosotros. Pintaba muy bueno, era lo mejor de su camada, el líder de la Selección Sub 15 y con los años llevó a Unión a ganar ese torneo, que tiene mucha magnitud para un club de barrio. También jugué con Valentín Burgos y en la Selección de Mar del Plata alcancé a ser compañero de Facu Campazzo y también de Emiliano Basabe”, apunta.

En el gimnasio del club de la calle 9 de Julio pasó por las manos del “Gallego” Norberto De Paz, Juan Lofrano, “Richard” Galella, Leonardo Dragonetti y “Zeque” Santiago Medina, por esos años el encargado de los laburos de técnica individual. “Sigo en contacto con todos los chicos de la clase ’90. Es más, en un rato nos vamos a jugar un partido al club”, asegura.

Un buen día, allá por 2009, la familia, Unión, los amigos y los entrenadores de siempre quedaron atrás. Las inquietudes personales llevaron a Iván Maggi muy lejos de Mar del Plata.

 

El universitario

 

-¿Cómo decidiste irte?
-Quería seguir mi carrera basquetbolística acompañada de una carrera universitaria. El país no me lo permitía mucho. Me interesaba abrirme y empezar en un lugar nuevo. Pensé que estaban dadas las condiciones. Me puse a investigar y conseguí la beca. Tenía 19 años cuando me fui. Ahora miro para atrás y me parece una locura. Pero era mi locura. Mis viejos me bancaron, pero fue idea mía. Yo le metí para adelante, busqué dos años sin poder conseguir esa beca. Yo no era Pato Garino, al que muchos venían a buscar. No tuve vidriera internacional con la Selección, ni entré en un Básquet sin Fronteras. A mí no me vio nadie. Tenía que mandar copias de DVD por correo o subir un partido mío a Youtube, pero dividido en quince partes porque todavía no admitía archivos largos, todavía no existía Wetransfer…Pude dar a través de contactos con una Universidad en el estado de Nueva York, a cuarenta minutos de Manhattan. Ellos me becaron para ir. Llegué en 2009, a fines de agosto. En Manhattanville College conseguí mi título de grado, una Licenciatura en Finanzas, apurando un poco los tiempos. Pude hacerlo en tres años y medio cuando habitualmente lleva cuatro.

-¿Cómo fue para vos ser extranjero en los primeros tiempos en Estados Unidos?
-La pasé bárbaro. Al no ser, ni cerca, una estrella y por ser la mía una decisión personal, para mí era todo una novedad, increíble. Obviamente, extrañaba, pero nada de otro mundo. Me acostumbré a la dinámica de volver a Mar del Plata en los veranos de Estados Unidos. Se me hizo fácil porque yo fui el que hice fuerza para irme en lugar de que me vinieran a buscar por mi talento. De lo contrario, por ahí hubiera extrañado un poco más.

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-¿Hasta cuándo jugaste?
-Jugué primero y segundo año en mi Universidad. Y quise transferirme a otra. Ahí hubo un quiebre porque mi entrenador me dijo que no quería jugadores que no quisieran estar en el equipo. De modo que salí del plantel para mi tercer año. Y para el cuarto el mismo entrenador me volvió a llamar porque me vio entrenando como un animal todo el verano, un hábito que me había tomado por el gusto de estar bien. Hicimos una prueba, anduvo todo bárbaro, pero preferí estar tranquilo y dedicarle mi último año a los estudios en lugar de ir a entrenar todos los días a las cinco de la mañana.

-¿A las cinco?
-Fui a entrenar, fui a una reunión y cuando vi el programa de prácticas a las cinco de la mañana me dije que no era para mí. Utilicé entonces ese último año para levantarme un poco más tarde jajaja…Mis expectativas, en realidad, habían cambiado. Yo llegué diciéndome que quería ser jugador de básquetbol…Quería recibirme para después volver a Argentina o irme a cualquier parte del mundo para vivir de este deporte, y tener el título universitario para cuando decidiera retirarme. Pero uno crece y va cambiando de ideas. Para mí segundo año de universitario ya no me interesaba tanto el básquetbol y para mi último había abandonado la intención de ser profesional. Si yo hubiera sido mejor, si se me hubiera dado el básquetbol con mayor facilidad, tal vez lo hubiera asumido con mayor entusiasmo. Pero me interesaron otras cosas, el mundo de las finanzas, de los bancos de inversiones de Nueva York y me empecé a plantear seguir ese camino.

-¿No te costó cortar con el básquetbol después de tantos años?
-No, porque fue gradual. En el tercer año, después de esa charla con el entrenador, estuve en una especie de limbo entre el estudio y el básquetbol, pero para el cuarto ya me había despegado del todo. Si me hubiera invitado a volver al equipo un año antes, tal vez hubiera sido distinto. Pero no fue un problema para mí.

 

Giros del destino

 

-Estuviste un par de años trabajando en bancos, ¿cómo llegaste a tu trabajo actual?
-La historia es larga, pero te la hago corta. Me hice muy amigo de Pablo Prigioni y, a través suyo, conocí a muchas personas. Una de ellas me presentó a Mateo Zuretti, mi actual jefe, un día en una cancha. Trabajando aún en un banco, establezco con él una buena relación, solíamos juntarnos a almorzar o a tomar café. Yo no estaba buscando ningún tipo de trabajo, pero creo que, sin darme cuenta, él ya me estaba evaluando a lo largo de los encuentros. Un par de meses después me pidió que mande mi currículum a la Asociación de Jugadores, que quería tenerlo en consideración. Así fue. Pura coincidencia. Si bien fue a través del contacto de Pablo, fue por haber estado en el lugar y en el momento exacto. Justo vi a una persona que había conocido tres años antes y que nos presentó en el Barclays Center.

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-¿Y a Prigioni cómo llegaste?
-A través de conocidos en común. Yo tenía buena relación con “Pipa” Gutiérrez y cuando Pablo fue a jugar a New York Knicks le pedí a “Pipa” que nos hiciera el contacto. Coincidencia también, como vivíamos cerca fuimos juntos a la cancha que nos quedaba a una hora de viaje, lo esperé, después del partido cenamos una hora y media y volvimos juntos a nuestras casas. En total, habíamos pasado juntos casi cinco horas. Después me invitó a otro partido, otras cinco horas y poco a poco se empezó a armar una buena relación. Fue coincidencia también que viviéramos a cinco minutos uno del otro para poder compartir esos viajes al Madison. Pudo quedar ahí, en una invitación a un partido, pero pegamos onda y fue más allá.

 

 

El trabajo ideal

 

-¿Tenías en mente cuando saliste de Mar del Plata llegar casi al corazón de la NBA? ¿Qué representa para vos? ¿El trabajo ideal?
-Uno siempre se puede quejar del trabajo, pero me encanta. Trabajo veinticinco horas por día, pero no lo dejaría. Nunca soñé que podía existir algo así. De hecho, cuando conozco a mi jefe y me dijo que trabajaba en la Asociación de Jugadores, yo no sabía ni que existía. “Ah, trabajas para la NBA”, le dije. “No, para la Asociación de Jugadores”, me respondió y me dio la tarjeta. Nunca había visto el logo, no entendía lo que era. Hasta que me empecé a interiorizar. De hecho, te digo que empecé a entender algo una vez que estuve adentro, no tenía muy claro de qué iba a la cosa cuando recién llegué. Pero si hubiera sabido que existía un trabajo así, hubiera hecho cualquier cosa para llegar a la Asociación y meterme en la industria. No sé si fue suerte o coincidencia, siento que este es el trabajo ideal para mí.

-¿Tu lugar?
-Sí, el más natural. Encargado de ayudar a los jugadores internacionales que recién llegan a Estados Unidos y tienen problemas de adaptación y no entienden cómo funcionan los temas de inmigración, de impuestos, de agentes o las relaciones interpersonales en el país. Yo ya lo viví. De hecho, sigo siendo un inmigrante en Estados Unidos. Viví como inmigrante sin saber el idioma y sin entender la cultura. Esa sumatoria de cosas, más entender de básquetbol, haberlo vivido toda mi vida, conocer a los jugadores y haberles perdido el respeto de ídolos –cuando veo a los jugadores no se me pasa por la cabeza pedirles una foto- terminan de hacer perfecto ese rol para mí. Los jugadores son personas como vos y como yo, que son muy buenos haciendo algo, tal vez con la diferencia de que su industria paga más por sus habilidades que lo que puede pagar la mía o la tuya. Pero tienen problemas y les pasan las mismas cotidianidades que a todos.

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-¿Te va a tocar estar cerca de Facundo Campazzo entonces?
-Mientras los protocolos sigan así de estrictos, va a ser difícil. Tendremos que tener contactos por video llamadas…Pero espero estar cerca suyo cuando se solucione todo.

-¿Reciben muchas demandas?
-El día a día puede variar. Pero siempre surge algo. Lo que tiene mi trabajo es lo siguiente: puedo ser reactivo y trabajar cada vez que me escribe un jugador o puedo ser proactivo y estar buscando formas para ayudar a los jugadores que ni siquiera imaginaban. Eso es lo que tiene de lindo y también de estresante.

-¿Es un trabajo de veinticuatro horas?
-Veinticinco también. Si lo encarás de manera proactiva, es demandante. Si trabajara reactivamente, me encasillo, me encuadro y no tendría que esforzarme más de lo que se me pida. Pero pensar permanentemente en formas de ayudar a los jugadores es innovar todo el tiempo. Pueden ser cosas básicas o totalmente importantes. Por ejemplo, Dzanan Musa, que estaba en Brooklyn Nets y hace pocos días firmó para regresar a Europa a jugar para Efes Pilsen, iba a donar por la situación de Covid un dinero a un hospital de su ciudad en Bosnia. Nosotros en la Asociación tenemos una Fundación que empata las donaciones de las jugadores hasta cierto monto. Si un jugador quiere donar diez, él pone cinco y la Asociación otros cinco. Cuando me enteré que Musa había hecho la donación, lo llamé para preguntarle si sabía que podíamos empatarle la donación. No lo sabía; en definitiva, le terminamos donando el doble de dinero al hospital de su ciudad en Bosnia. Es un ejemplo de proactividad, una acción que pudimos hacer sólo por el hecho de estar siguiendo lo que hacía el jugador a través de sus redes sociales.

-¿Hiciste amistad con algunas de estas grandes estrellas?
-Con varios. Como en todas las relaciones interpersonales, me llevo muy bien, normal, “sólo negocios” y a algunos no los conozco. Esta es mi tercera temporada: la primera la arranqué a la mitad, la segunda fue totalmente atípica, un poco normal y el resto burbuja, y esta también tiene muchas limitaciones por protocolos. Todavía no pude tener una temporada completa. No espero que los ciento veinte jugadores extranjeros de la NBA sean mis mejores amigos. Sólo pretendo que sepan que estoy ahí y que puedo darles el servicio de la Asociación y que puedo aportarles ideas para sus vidas, más allá de su actividad profesional.

 

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La NBA, la liga de los jugadores

 

-A la distancia, parece una organización muy fuerte la de la Asociación de Jugadores. ¿Qué tan fuerte es?
-Mucho. Es la voz de los jugadores. La NBA es una Liga de jugadores. La gente rara vez sigue a Detroit, a los Clippers o a Milwaukee…La gente sigue a Antetokounmpo, a Facundo, a Doncic, a LeBron…La Asociación es un reflejo de eso, de la importancia que tienen los jugadores para la NBA en comparación con otros torneos del mundo. En otras Ligas lo importante es el club y los jugadores pasan. Acá pasan los equipos. Pero la Asociación creció mucho en los últimos años por otros factores…

-¿Cómo cuáles?
-El crecimiento de muchas súper estrellas, de jugadores de distintas partes del mundo y distintos ámbitos sociales. La NBA dejó de estar centrada en Michael Jordan, en Kobe Bryant o en Shaquille O’Neal, en jugadores estadounidenses. Hoy también puede girar sobre un jugador con herencia nigeriana y nacido en Grecia, como Antetokounmpo, sobre un jugador de Cleveland, como LeBron, afincado en Los Angeles, sobre un jugador de padre de Benín y madre de Japón jugando para Washington, como Rui Hachimura…Es una Liga global. La expansión conjunta de la NBA y de los jugadores llevó a que la Asociación crezca. También el cambio de liderazgo, un hecho vital. Hasta hace algunos años no tenía una gran imagen, incluso dentro de los mismos jugadores. Eso se revirtió con la entrada de Michele Roberts, la actual directora, que le dio un gran desarrollo a los servicios que se proveen, que vienen de la mano con la sofisticación de los jugadores. Hoy, además de dedicarse al básquetbol, un jugador puede ser emprendedor, inversor, muchas cosas…Fue cuestión de adaptarse a esa evolución y a las nuevas necesidades que fueron demandando los jugadores.

-Es un poco loco pensar en un sindicato tan fuerte en un lugar en el que las condiciones de trabajo son prácticamente las ideales, ¿no?
-Sí, la Asociación no deja de ser un sindicato, su misión es defender los derechos de los jugadores como trabajadores, como empleados de cada franquicia. Lógicamente, son distintos a los trabajadores de otros sindicatos por los salarios que cobran o las necesidades que pueden llegar a tener. Pero el rol sindical está y bien marcado. La evolución positiva de la Asociación, para completar la pregunta anterior, tiene que ver con la llegada de Michele Roberts y la evolución que hizo para adaptarse a las demandas, muchas veces implícitas, de jugadores que hoy son mucho más que jugadores de básquetbol. La idea es acompañarlos desde cualquier punto. En el área internacional, donde estoy yo, en cuestiones inmigratorias, de impuestos, comerciales o relacionadas con la Fundación, que permite realizar donaciones sin fines de lucro…O les ofrecemos programas que se adapten a sus objetivos una vez retirados: por ejemplo, de desarrollo inmobiliario, de inversiones y otros. Siempre tenemos algún recurso disponible para lo que sea que les interese.

-Recién la citaste al pasar, ¿es muy compleja la cuestión impositiva?
-Yo no asesoro en temas impuestos. Si algo me prohibieron cuando ingresé a mi trabajo, por provenir del mundo de las finanzas, fue eso. “Vos no sos ni un asesor financiero ni impositivo”, me dijeron de movida. Una de las palabras más importantes en Estados Unidos es responsabilidad. Si yo, que no soy un experto, asesoro en ese sentido y al jugador le va mal, queda “pegada” la Asociación. El país se rige por eso. Vas a una montaña rusa y tenés que firmar para deslindar de la responsabilidad de cualquier cosa que ocurra al parque de diversiones. La cuestión impositiva es muy compleja. Un jugador de la NBA puede tener negocios en España, una cadena de restaurantes en su ciudad natal, una casa donde vivió en segundo término, puede estar divorciado, tener hijos en más de un lugar, intereses que generaron sus inversiones…No es para nada sencillo. Pero lo de los impuestos fue un ejemplo, ofrecemos mil servicios. Hay tres ramas en la Asociación: la Fundación, la Comercial que trabaja con los derechos de licencia grupales de los jugadores –por ejemplo, con Panini, Nike por los nombres de los jugadores en las camisetas o con los juegos de EA Sports o 2K, que no pueden negociar individualmente con cada basquetbolista y arreglan un ‘paquete’ con la Asociación que luego se reparte por partes iguales- y la Sindical. Yo estoy en esta última y puede abarcar muchas tareas.

-¿Las estrellas se comprometen con la Asociación?
-Y…el presidente es Chris Paul. Hace un par de años cuando mirabas el roster del Comité Ejecutivo tenías a Stephen Curry, a LeBron James…Hoy están André Iguodala y Carmelo Anthony como vicepresidentes. Hay un compromiso. Por la grandeza que tienen como jugadores, por el dinero que ganaron y sus años de trayectoria en la NBA, se les demandan más cosas. No son sólo basquetbolistas, tienen tentáculos por todas partes. LeBron tiene una productora, negocios inmobiliarios, una escuela, negocios gastronómicos…Es una persona que tiene que estar en muchos lados a la vez y no se le puede pedir un compromiso a rajatabla…Pero igual todos ellos están…

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La “burbuja” de Orlando

 

-Estuviste dentro de la burbuja de Orlando en la última post temporada, ¿cómo fue la experiencia?
-Muy, pero muy interesante. Tenía muchas ganas de estar porque sabía que iba a ser algo sin precedentes, que no se iba a repetir. Fue muy interesante lo que pudieron desarrollar en tan poco tiempo con un protocolo que, si bien era estricto, no te consumía demasiado. Teníamos que hisoparnos una vez por día en tiempos designados, pero no ahogaba a nadie. Era estricto y elástico a la vez. Lo mismo los protocolos de seguridad e higiene, te dejaban respirar, nadie quería salir corriendo. Y terminó todo bien, sin casos positivos, fue un éxito total. Pero hubo un trabajo de hormiga de muchísimas personas. Desde los que armaron los protocolos hasta los que trabajaron en los juegos mismos. Todos estuvieron en su lugar y estuvieron a mano las cosas necesarias.

-¿Qué hiciste ahí?
-Estuve representando a la Asociación de Jugadores, a mi equipo de soporte para los jugadores internacionales. Que me vean, estar con ellos y asegurarme de que todo estaba bien. Si no era así, solucionarlo. Pero no recibimos muchas demandas en la burbuja, allí fue más bien un trabajo de lobby.

 

 

El club a la distancia y la idea de volver
-Después de estar en contacto con el profesionalismo de la NBA y con esa simbiosis que se da en el básquetbol universitario entre la formación deportiva y la académica, ¿qué visión tenés ahora del club como el que vos mamaste de chico?
-Lo que más rescato del club de barrio es lo social. Eso no existe en Estados Unidos y es muy importante. Y de allá rescato la competitividad con la que se juega, es otro nivel. Nunca vi ese nivel de competitividad en Argentina, ni cuando entrené con un equipo de primera. Me sorprendió la intensidad con la que se entrena, todo el mundo le come los talones al que está adelante y todos tienen deseos de mejorar y empujarse el uno al otro constantemente. En la NBA es distinto, nunca viví de adentro un campo de entrenamiento, supongo que que los líderes también deben empujar a todos hacia adelante. Eso me sorprendió del básquetbol universitario y no parte de los entrenadores, sino de los capitanes de los equipos. Cuando los más chicos la “cagaban”, los que pagaban eran los capitanes. Ese lazo es bueno porque te obliga doblemente. Si llegás tarde, no pagás vos, pagan todos tus compañeros por vos. Acá se juega en entidades separadas del colegio, allá en entidades educativas. Pero el concepto de club como lugar social en el que podés pasar todo el día en Estados Unidos no existe.

 

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-¿Tenés pensado en algún momento volver a Argentina a desarrollar todo lo que aprendiste?

-No lo descarto, aunque no volvería hoy cómo están las cosas. Pero no sé qué será de mi vida en cinco o diez años. Me encantaría hacer cosas en Argentina, utilizar mis contactos y lo que aprendí en un proyecto de básquetbol profesional o amateur.



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