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Cultura 6 de diciembre de 2025

De su ventana a la mía: homenaje a Carmen Martín Gaite, a cien años de su nacimiento

Desde la poesía, la narrativa y el ensayo, la autora nacida en 1925 en Salamanca amplió la mirada sobre la España de posguerra con una pluma crítica de los mandatos sociales, culturales y de género. El alcance de su escritura, sus "chicas raras" y la ventana como símbolo de fuga de la rutina doméstica, en este recorrido por una obra que sigue interpelando el modo de entender el lugar de las mujeres en la sociedad.

Carmen Martín Gaite, en 1960. Foto de Álvaro Delgado (en www.archivomartingaite.com).

Por Verónica Leuci y Karen Rudenick (*)

El 8 de diciembre se conmemora el centenario del nacimiento de Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 – Madrid, 2000), una de las voces fundamentales de la literatura española del siglo XX. Con una obra multifacética que abarca narrativa, poesía, ensayo y hasta guiones, su trabajo contribuyó a renovar la literatura española de la cruda posguerra. Esta escritora fue, sobre todo, una excelente narradora de la vida cotidiana. Su centenario abre un ciclo de homenajes a nivel mundial y es una oportunidad para redescubrir una figura cuya mirada sobre la sociedad y el lugar de las mujeres sigue abriendo interrogantes.

Nacida en Salamanca en 1925, Carmen Martín Gaite creció en el seno de una familia de ideas liberales que le permitió acceder a una educación poco convencional para el género en la época. Sus años universitarios en la Facultad de Filosofía y Letras fueron cruciales, ya que allí conoció a quienes serían sus compañeros/as de generación y presencias clave en su vida: Josefina e Ignacio Aldecoa, Ana María Matute, Juan Goytisolo y Rafael Sánchez Ferlosio, con quien se casó y tuvo dos hijos.

Junto a estas figuras, formó parte de la que se denominó “Generación del Medio Siglo”, un grupo de autores y autoras que buscaba reflejar la realidad de la España de posguerra con una postura crítica y renovadora. Sin embargo, lo que distingue su producción de otras voces de la época es su capacidad para incorporar la perspectiva de las mujeres en ese periodo, exponiendo su disconformidad con los rígidos mandatos para el género, sociales y culturales.

Carmen Martín Gaite, en una sesión de fotos en casa de Liliana Ferlosio. Biblioteca digital de Castilla y León.

Carmen Martín Gaite, en una sesión de fotos en casa de Liliana Ferlosio. Biblioteca digital de Castilla y León.

Carmen Martín Gaite comenzó a publicar en la España de la década de 1950, bajo la pesada sombra del franquismo. Era un tiempo en el que la cultura oficial imponía el asfixiante ideal del “ángel del hogar”: la mujer debía ser abnegada, silenciosa y obediente, con un destino social limitado a la maternidad, la crianza y las tareas domésticas, alejada de la esfera pública y de las actividades intelectuales. En este ambiente de censura, donde la escritura femenina era una rareza, Martín Gaite irrumpió en la escena literaria y convirtió su obra en el vehículo para llevar la voz de la mujer al espacio público.

La autora narra historias protagonizadas por mujeres que no encajaban. Sus “chicas raras”, como Natalia de ‘Entre visillos’ y Alina de su cuento “Las ataduras”, eran lectoras, curiosas y soñadoras que se resistían al molde esperado. A través de ellas, Gaite no solo reflejó la vida de una sociedad que ejercía fuertes restricciones en el comportamiento, sino que también abrió un valioso espacio para imaginar nuevos modos de ser mujer y para exponer la falsedad de las representaciones femeninas impuestas por el poder.

A lo largo de su trayectoria, Martín Gaite se centró en la vida de las mujeres, la sensación de encierro en el ambiente doméstico y la necesidad de eludir los barrotes sociales. Esta temática vertebra obras clave como ‘Entre visillos’ (Premio Nadal 1957), una de sus primeras novelas en la que se retrata a jóvenes provincianas condenadas a mirar el mundo por detrás de las cortinas, y ‘El cuarto de atrás’ (Premio Nacional de Literatura 1978) en la que la autora supo valerse de sus propios recuerdos juveniles para crear una trama ficcional compleja y sumamente interesante que reconstruye, entre otras, la experiencia de ser mujer durante el franquismo.

“Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos” (Carmen Martín Gaite, ‘De su ventana a la mía’).

En su producción, aparecen con frecuencia algunos elementos cargados de valor simbólico o metafórico. Entre ellos, sobresale sin duda la ventana, que se constituye como un elemento simbólico fundamental, junto a otras imágenes, como los balcones y el sueño, que representan lugares de fuga, vías de escape al encierro y a la monotonía de la rutina doméstica. La autora reflexionó extensamente sobre este símbolo, dedicándole el título a su ensayo ‘Desde la ventana: enfoque femenino de la literatura española’, publicado en 1987. Allí, la salmantina alude a la idea de ventana, un lugar fronterizo, “puente”, de “entredós”, que representa un espacio estratégico entre el adentro y el afuera: “La ventana es el punto de referencia de que dispone para soñar desde dentro el mundo que bulle fuera, es el puente tendido entre las orillas de lo conocido y lo desconocido, la única brecha por donde puede echar a volar sus ojos, en busca de otra luz y otros perfiles que no sean los del interior”.

Autorretrato de Carmen Martín Gaite, publicado en un diario de más de 80 collages (fechados entre 1980 y 1981).

Autorretrato de Carmen Martín Gaite, publicado en un diario de más de 80 collages (fechados entre 1980 y 1981).

Es así como reconoce la figura de la “ventanera”, una palabra que la autora rastrea a lo largo de la literatura clásica española, durante siglos, hoy casi en desuso, utilizada siempre en femenino y con una carga de censura, como un adjetivo peyorativo que implica una supuesta “liviandad” en su portadora. Estas nociones, la ventana y ‘la mujer ventanera’, pues, encarnan la dualidad entre el espacio íntimo y el mundo exterior. Mirar a través del cristal se convierte en un sutil pero poderoso acto de afirmación y desafío a la pasividad impuesta. A estos símbolos se le suma la luna –un elemento natural de gran espesor semántico y poético, como es sabido y, en especial, en su utilización romántica a cargo de Rosalía de Castro, indiscutible maestra de nuestra autora–, que en su mundo literario funciona frecuentemente como un emblema de la complicidad entre mujeres. Asomadas en sus ventanas por la noche, reconociéndose en la lejanía, luna, balcones, ventanas, permiten compartir experiencias y emociones íntimas en un mundo que a menudo las limita. Esta conexión se manifiesta, por ejemplo, en “De su ventana a la mía”, un original relato en el que Martín Gaite narra un sueño en el que establece una conversación con su madre, reflejando con un pequeño espejito la luz de la luna desde la ventana de su departamento.

El alcance de la escritura de Carmen Martín Gaite va más allá de la ficción. Su presencia intelectual es un poderoso acto de resistencia y memoria. En su centenario, su escritura nos llama a recordar a todas aquellas mujeres que, como ella, escribieron contra viento y marea, cuestionando los límites y obstáculos que su época les imponía. Martín Gaite es, en esencia, una de las principales voces de una generación que pudo encontrar en la literatura una forma de expresar aquello que en esos tiempos debían callar. Su propia biografía y sus palabras se revelan, por último, como ventanas permeables e híbridas donde ingresan la vida y también el arte, acompañando las figuraciones de una voz multifacética –profesora, narradora, cuentista, poeta, ensayista…–: trazada en la conjunción del abanico plural de los rostros que la habitan.

(*) Investigadoras de la Universidad Nacional de Mar del Plata, el Centro de Letras Hispanoamericanas (Celehis), y del Instituto Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (Inhus).


Foto: Schommer.

Foto: Alberto Schommer.

“De su ventana a la mía”

A continuación, un fragmento del relato de Carmen Martín Gaite publicado originalmente en ‘Desde la ventana’:

Nadie puede enjaular los ojos de una mujer que se acerca a una ventana, ni prohibirles que surquen el mundo hasta confines ignotos. En todos los claustros, cocinas, estrados y gabinetes de la literatura universal donde viven mujeres existe una ventana fundamental para la narración, de la misma manera que la suele haber también en los cuartos inhóspitos de hotel que pintó Edward Hopper y en las estancias embaldosadas de blanco y negro de los cuadros flamencos. Basta con eso para que se produzca a veces el prodigio: la mujer que leía una carta o que estaba guisando o hablando con una amiga mira de soslayo hacia los cristales, levanta una persiana o un visillo, y de sus ojos entumecidos empiezan a salir enloquecidos, rumbo al horizonte, pájaros en bandada que ningún ornitólogo podrá clasificar, cazar ningún arquero ni acariciar ningún enamorado y que levantan vuelo hacia el reino inconcreto del que sólo se sabe que está lejos, que no lo ha visto nadie y que acoge a todos los pájaros ateridos y audaces, brindándoles terreno para que hagan su nido en él unos instantes. Mi madre siempre tuvo la costumbre de acercar a la ventana la camilla donde leía o cosía, y aquel punto del cuarto de estar era el ancla, era el centro de la casa. Yo me venía allí con mis cuadernos para hacer los deberes, y desde niña supe que la hora que más le gustaba para fugarse era la del atardecer, esa frontera entre dos luces, cuando ya no se distinguen bien las letras ni el color de los hilos y resulta difícil enhebrar una aguja; supe que cuando abandonaba sobre el regazo la labor o el libro y empezaba a mirar por la ventana, era cuando se iba de viaje. “No encendáis todavía la luz –decía–, que quiero ver atardecer.” Yo no me iba, pero casi nunca le hablaba porque sabía que era interrumpirla. Y en aquel silencio que caía con la tarde sobre su labor y mis cuadernos, de tanto envidiarla y de tanto mirarla, aprendí no sé cómo a fugarme yo también. Luego entraba alguien, daba la luz y reaparecían los perfiles cotidianos. “Bueno, habrá que correr las cortinas”, decía ella, como despertando…”.


Carmen Martín Gaite - A rachas

“Espiga sin granar”

(Del libro ‘A rachas. Poesía reunida’)

Nunca me acerco tanto a ser mujer
como cuando abandono mis palabras,
repliego el abanico
tras el que ensayo risas de gioconda,
desciendo del tinglado de mis gestos
por peldaños estrechos y gastados
y me quito en silencio, a oscuras,
los adornos.

Alguien está conmigo a quien no veo,
que me recoge el alma como un traje arrugado
y me la va subiendo de los pies a los hombros:
la mujer que seré.

No alcanzo todavía a mirar cara a cara
a esa mujer secreta, que apenas si aletea
cuando deja de oírme trajinar
y avizora en la gruta del silencio
inexorables sendas
que algún día tendré que recorrer
y que ella ya conoce, recorre y selecciona
con su dedo de aire
entre la red tupida de señales
de un mapa estrafalario.
Nunca veré sus ojos de sibila.
Ahora porque no llego a ellos, de tan altos,
de tan imprevisibles,
y un día -no sé cuándo- porque serán los míos
-¡qué curioso pensarlo!-,
sustituirán el brillo mendaz de los espejos
y abarcarán muy serios,
bajo un toldo de sombra
-¿por qué pienso tan seria a esa mujer?-
la figura lejana e irisada
de aquella adolescente
que soñaba una vez con conocerla
y le mandaba a ciegas
mensajes como éste que ahora escribo.
Dime dónde estarás cuando lo leas,
mujer de la mirada indescifrable,
dónde estaremos cuando lo leamos,
qué habrá sido de mí dentro de ti.

Escondo la cabeza entre los brazos
y contengo el aliento.

«Espera -espera- espera»,
canta el viento azotando mi guarida
y apagando la llama
del último candil.
Y la palabra espera es un camino
serpenteando incógnito
entre rachas de bruma.

Carmen Martín Gaite color


En YouTube, puede escucharse a Carmen Martín Gaite interpretando el poema “Jaculatoria”, en recital de Amancio Prado, realizado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid: