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Opinión 8 de julio de 2018

Defensa nacional, el pantano de la indefinición

por Germán Montenegro

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El mayor desafío de la Defensa nacional es pensar una agenda propia. El escenario estratégico evoluciona ante la indiferencia de las élites políticas.

Es necesario integrar una visión que contemple la doble raíz local y global de los riesgos para la Argentina del siglo XXI y en su marco diseñar un modelo de defensa y militar sustentable. Nada de esto está hoy vigente.

Un informe reservado del Ministerio de Defensa de mediados de los 80 señalaba con alarma: “(…) El presente presupuesto sólo permite una operación mínima durante un corto período de tiempo”.

También afirmaba “(…) Si se asigna la misma cantidad de fondos sin cambiar la estructura, la declinación seguirá infligiendo un perjuicios creciente a las capacidades defensivas”.

Era un informe lúcido, de proyecciones sustentadas en datos.

Así lo demostró la Historia, para mal del sistema de Defensa y de su instrumento militar.

Entrada la década siguiente se acuñó el concepto de “desarme de hecho”. Y aún no estábamos ni siquiera a mitad de camino de lo que se vendría.

Aquella situación estaba caracterizada por una merma drástica en el presupuesto, sin reestructuración de las Fuerzas Armadas.

La consecuencia fue una restricción operacional significativa sin lógica estratégica. El “desarme de hecho” se prolongó a través de gobiernos de distinto signo político.

El derrotero del gasto en Defensa en democracia es el de una cuesta abajo desde el insostenible 3,5 por ciento del PBI a principios de la década de 1980 a hasta el presente de 0,8%-0,9%.

Para mal de males, alrededor de 85% del presupuesto se asigna a gastos de personal (sueldos, retiros), mientras que solo el 15% se destina a funcionamiento e inversiones.

Estos números corren el riesgo de oscurecer el fondo de la cuestión, que es político y no económico.

Uno por ciento podría ser suficiente, escaso o demasiado, sin un programa de gobierno realista y con objetivos precisos.

Pues el Estado invierte en Defensa alrededor de 90 mil millones de pesos anuales.

La cifra en sí, no es menor. En términos de defensa, ¿es poco? ¿Es mucho? ¿Con respecto a qué? ¿Para hacer qué?

En esto hay una gran desorientación en la política y no pocas veces entre los militares.

Se ha sostenido a través de diferentes gobiernos una organización y despliegue de gran envergadura, diseñado para una situación estratégica inexistente, sin los recursos necesarios para su funcionamiento.

En pocas palabras, una matriz organizativa anacrónica y financieramente insostenible.

Esta situación resistió incluso algunos intentos reformistas que no lograron implementarse por falta de atención, comprensión y respaldo político.

Hoy el aparato militar está mal equipado, incompleto. A duras penas puede desempeñar algunas actividades logísticas.

Accidentes, fallas, escaso adiestramiento, dificultades logísticas, son síntomas del deterioro. La Argentina no cuenta con una fuerza militar efectiva.

Afortunadamente “no hay guerra en el horizonte cercano”.

Tampoco se registran fenómenos que requieran el uso inmediato y general de Fuerzas Armadas, como tales.
América Latina sigue siendo un espacio relativamente pacífico.

No obstante, el mundo está alerta a la evolución de un escenario global que se ha vuelto más volátil, pugnante y menos estable.

Incertidumbre estratégica

Hoy grandes potencias han vuelto a calibrar armas nucleares, potencias globales y regionales protagonizan rispideces en zonas estratégicas.

Conflictos por la apropiación de recursos naturales podrían escalar política y militarmente, incrementando la incertidumbre estratégica.

A escala doméstica, la política está constreñida por una temporalidad que no es la del largo plazo, que requiere lo estratégico.

Hay que ganar elecciones cada dos años. Nuestra dirigencia política y social no tiene incentivos para abordar esta cuestión de fondo.

Tampoco parecen comprender la naturaleza presente de dilemas que demandan una visión serena y amplios consensos sociales.

El brete económico y financiero actual ayuda poco. La agudización de indicadores sociales desfavorables, restringen aún más el marco de acción.

En ese caldo de cultivo de indiferencia, desconocimiento y una cultura política marcada por lo efímero, se instala cíclicamente la controversia sobre asignar a las Fuerzas Armadas “nuevas” misiones de seguridad pública, se debate sobre el “rol” de las mismas, y no se desarrolla una política de defensa y militar específica.
Se incorpora algún equipo, que en el marco de esta matriz anacrónica y de desfase presupuestario, pierden operatividad rápidamente.

Por cierto, la penumbra domina el panorama. Para recuperar una capacidad militar mínimamente operacional, es necesario llevar a cabo una reestructuración militar.

Aunque resulte enfadoso, habrá que racionalizar estructuras y despliegue, rediseñar la organización de las Fuerzas Armadas y priorizar las capacidades a recuperar.

Solo así quizá los recursos presupuestarios previsiblemente disponibles, podrán costear un poco mejor los aspectos operacionales.

Se trata de reducir la organización “formal” de las fuerzas (que ya está drásticamente reducidas).

Y recién entonces aspirar a incrementar apenas el gasto militar. Es imposible pensar en la reconstitución del aparato militar sobre la base de la estructura actual.

En el escenario político y social presente, proponer un aumento del presupuesto de manera inmediata y acelerada es delirante.

Primero habrá que proponerse un horizonte de mediano plazo. Lo que exige una toma de conciencia por parte de la dirigencia política y social argentina, un fuerte y sostenido respaldo político y presupuestario, la secundarización de intereses corporativos individuales de las FF.AA. y un nivel de pericia política-técnica e instrumental significativa.

Parece que ninguna de estas condiciones está disponible en la Argentina inmediata.

(*): Ex secretario de Asuntos Militares de la Nación, ex director de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA), docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET).