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Cultura 3 de enero de 2017

“El absurdo es la manera del arte para mostrarnos el mundo desde lugares imposibles”

Federico Jeanmaire, autor de "Amores enanos"

El autor de “Tacos altos”, cuenta la historia de Milagritos León, un enano que realiza una performance stripper junto a otro amigo también enano. La farsa y minorías en sociedades hostiles.

Con una historia que remeda la crueldad de “Blancanieves” y busca desacomodar al lector con una puesta al borde de la verosimilitud, el escritor Federico Jeanmaire plantea en su novela “Amores enanos” una mirada sobre los mecanismos de supervivencia de las minorías en sociedades que reaccionan con hostilidad frente a lo diferente y lo disruptivo.

Difícil encuadrar en otro género que no sea la farsa a una novela que tiene como personaje central a un enano llamado Milagritos León que junto a su amigo Perico -también enano- protagoniza una aclamada performance stripper tras ser despedidos ambos del circo donde trabajaban. No solo eso: con el dinero percibido en concepto de indemnización, deciden construir el primer barrio privado restringido a toda persona que supere el metro y medio de estatura.

La trama delirante se completa con otros partenaires enanos que aluden a referentes conocidos -Carlos Fuentes o Mario Vargas, este último dedicado a promocionar un supermercado con un disfraz de goma espuma estampado con un gran signo pesos en el frente- y una periodista que desciende del pueblo indígena huarpe. Además de motorizar el sustrato pasional de la historia, esta mujer termina involucrada en un desenlace fatídico. Porque, pese a su registro satírico y jocoso, la novela evoluciona hacia una clímax dramático que exacerba las contradicciones que pone en foco la trama.

Como es habitual en su escritura, Jeanmaire diluye las conexiones con sus obras anteriores para reinvindicar una vez más su rechazo a una identidad narrativa monolítica. Sus obsesiones discurren asociadas a búsquedas estéticas radicales que lo llevan de la sutileza lingüística de “Tacos altos” -publicada a comienzos de este año- al lenguaje seco de “Amores enanos”, que resultó finalista del Premio Herralde de Novela.

En esta fábula el escritor vuelve sobre cuestiones como el amor, el sexo, la incomunicación y la intolerancia, entrelazadas en esta trama farsesca que se construye sobre una gran paradoja: aquellos que se sienten raleados en la consideración social deciden fundar un espacio que excluye justamente a todos los que suelen discriminarlos a diario.

“Afirmo, sin pelos en la lengua, que los enanos somos la única minoría amaestrada que le queda a este mundo. Las demás han peleado por sus derechos y han logrado cambios sustanciales. Ya no se le dice puto a un puto. Ni siquiera marica o torta porque puede ser ofensivo. Se le dice homosexual o se le dice gay o se le dice lesbiana. No hay más mongólicos, ahora son discapacitados mentales. Ni rengos, ni cojos, ni mancos, sólo discapacitados físicos. Sin embargo, nosotros los enanos, aceptamos sin inconvenientes denominarnos enanos”, protesta Milagritos en un tramo de la novela.

“El absurdo es la manera que encuentra el arte para mostrarnos el mundo desde lugares imposibles o escondidos. Me gusta como herramienta. Sobre todo por la posibilidad que tiene el lector de significar por sí mismo, sin la tutela del autor. Más trabajo, pero también más libertad para apropiarse de la novela. Me gusta esa literatura, no la que da todo servido para ser consumida”, apunta Jeanmaire.

-“Amores enanos” es una obra disruptiva que abjura de los géneros y altera los pactos de complicidad con los personajes ¿En qué medida tuviste en cuenta esas variables durante la escritura?

-Más que al lector, lo que me interesa es desacomodarme a mí mismo, creer que estoy escribiendo una novela que no escribí antes, no repetirme. Aunque, claro, los temas que me importan van y vuelven, siempre, de una novela a la otra. Están ahí y sospecho que lo estarán siempre: la dificultad para comunicarse con los demás, la soledad y la violencia.

-En lo que sí se puede marcar tal vez una continuidad con tu obra anterior, “Tacos altos”, es respecto al lenguaje, en este caso como forma de nominar y a la vez de estigmatizar ¿Qué ocurre cuando el lenguaje circula como una herramienta que deja afuera a aquello que se aparta de la norma?

-La lengua lo es todo. La posibilidad de comunicarse pero también la facilidad de la violencia hacia el otro. Hacia el que consideramos un igual o, todavía más, cuando lo desconsideramos. En la lengua están todas las marcas del presente: la calle y también la manera en que pensamos ciertas cuestiones. La literatura me parece el paisaje ideal para problematizar el asunto. Es lo que intento en cada una de mis novelas; una suerte de espejo bastante sucio, la literatura, de la lengua de cada presente.

-¿En qué momento de la escritura surgió la idea de releer un relato clásico como “Blancanieves”?

-“Blancanieves” estuvo desde un principio en la idea de escribir la novela. Intuyo que los cuentos tradicionales encierran algunas verdades acerca de los seres humanos. Verdades sórdidas. Deseos más o menos inconfesables. Todos ellos son crueles. Y cínicos. Y maniqueos. Tres formas bastante explícitas, me parece, de la pedagogía. En ese sentido, me gustó plantarme en ese sitio para pensar la novela. De algún modo, son cuentos que se siguen leyendo a pesar de las vueltas que ha dado el mundo mientras tanto. Siguen queriéndonos enseñar algo que no entendemos muy bien qué es. Desarmar esa estructura, reescribirlo, me pareció que podía ser una manera de contar alguna otra cosa de la que cuenta “Blancanieves”.

-En uno de lo tramos se lee “Los niños mandan en las sociedades modernas”. ¿Deberíamos estar alertas frente a esta entronización del deseo infantil?

-No sé. Sólo sé que los niños mandan en algunas cuestiones. No en otras. Y no me parece mal: el mundo en el que mandaban los adultos no estuvo tan bueno, igual este cambio es positivo y el mundo, por fin, se convierte en algo más lógico, más divertido, más humano.

-“El mundo siempre me ha quedado grande e incomprensible”, dice el protagonista. ¿Los nuevos circuitos de intercambio y socialización que propone Internet acentúan esa sensación de perplejidad o incomprensión?

-Creo que el mundo siempre le ha quedado demasiado grande a los seres humanos. Por eso, quizás, esa necesidad de convivir apretados y furiosos en grandes ciudades. Para ver lo menos posible del mundo, supongo. Internet es un nuevo camino en la misma dirección: creer que manejamos hasta aquello que desconocemos.

-¿Hay una suerte de revanchismo en la decisión de los personajes que deciden construir una barrio privado de enanos y prohibir el ingreso a todos aquellos que no tengan su estatura?

-En “Blancanieves” los enanos viven apartados, en el bosque. Se me ocurrió que lo más parecido, en la actualidad, era un barrio cerrado, un country. Y estos espacios urbanos del subdesarrollo tienen sus normas estrictas, muy estrictas, no entra cualquiera y se deben respetar muchísimas convenciones para vivir en ellos. La literatura también es una forma de contradecir lo que dice el mundo a cada momento. Creo.



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