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Interés general 22 de marzo de 2017

El adiós a Jorge Alfieri, un entrañable cómplice

Por Nino Ramella

 

Los años no se miden por los achaques sino por la suma de ausencias. Me llega la noticia que murió Jorge Alfieri y eso dispara en mi cabeza un película con escenas inconexas pero con los mismos protagonistas.

Los periodistas que teníamos en la calle nuestra trinchera sabemos lo que es compartir horas del día. Tiempos de escenarios y actores dispares. De vivencias a veces muy intensas. Algunas disparatadas y otras inenarrables.

Buscaba entre las cajas de fotos una que da cuenta de este delirio en que nos metemos a veces los periodistas y que refleja la relativización a la que nos empuja esta profesión. Tengo tal despelote que no la encontré.

Como telón de fondo un enorme incendio. Se estaba prendiendo una Química en la avenida Champagnat. Era invierno porque todos teníamos gorros y bufandas. En primer plano de la foto estamos cuatro colegas. Jorge y yo en medio. Vaya a saber porqué razón aparecemos todos riéndonos a mandíbula batiente. No hubo víctimas pero igual era una tragedia. Para los propietarios, para los vecinos… pero nosotros nos reíamos.

Le mandé una vez esa foto a Jorge diciéndole que éramos unos monstruos. Se reía al tiempo que acotaba una de sus proverbiales salidas mordaces y agudas.

Nunca trabajamos en el mismo medio. Sí lo hice con Miguel, su hermano, en El Atlántico, pero cotidianamente nos encontrábamos en los mismos lugares.

Compartimos amansadoras esperando un ministro. Nos metíamos en una comisaría tomada, en un edificio con okupas; en una regata; en miles de conferencias de prensa de cualquier tema; nos reímos, nos conmovimos, fuimos solidarios entre nosotros…puteamos a la misma gente y fuimos parte durante muchos años , para bien o para mal, del pulso de nuestra ciudad.

Casi me echan de una acto por su culpa. Había venido el canciller de Japón y habló en un acto frente a la Escuela de Pesca. El hombre dio su discurso creyendo que hablaba castellano. De pronto se oye la voz de Jorge: “Che, ¿alguien tendrá un tintorero amigo que nos traduzca esto?”. No podía parar de reírme. Un humor ácido, mordaz y ocurrente acompañaba su elocuencia.

Era memorioso hasta lo indecible. Recordaba detalles y anécdotas que fueron una cantera inagotable de historias de la ciudad. Y ese bagaje informativo fortalecía su rol de entrevistador, muchas veces molesto. Los funcionarios se ponían en guardia frente a él.

Los recuerdos son evocaciones de la mente de la última vez que hicimos memoria de un hecho o de una persona. Lo que queda de mi evocación de Jorge está alcanzado más por lo emocional que por lo testimonial. Me resulta difícil ubicarlo en escenarios y contextos. Pero no dejo de percibir desde la distancia de los años a quien con su agudeza ilustraba el momento. Llegaba Jorge y alguna de sus salidas se anteponía a los saludos. Y siempre la ironía acertaba. Era genial poniendo etiquetas.

Un periodista cuenta lo que interpreta de lo que ve. Rara vez se convierte en actor de la realidad que quiere describirnos. Creo que en el caso de Jorge hay razones para pensar que nuestra ciudad no sería exactamente igual sin su relato.

Hoy despedimos al amigo, al colega, al cómplice de incontables travesuras en las que sin vergüenza alguna solemos entrar en esta profesión. No sé bien qué, pero siento que le debo algo de lo que soy hoy. Y, como dije, también Mar del Plata debería sentir algo parecido.