Reseña de 'Cuando te fuiste alquilé un traje de astronauta deportivo', un libro que erige su fuerza en la conjunción de lo íntimo y lo pop, lo espectral y lo urbano, lo político y lo familiar.
Por Carlos Aletto
En ‘Cuando te fuiste alquilé un traje de astronauta deportivo’, María Belgrano construye un libro que es, antes que nada, una poética de la ausencia. El título mismo condensa la operación: a un “cuando te fuiste” –esa segunda persona perdida, invocada, fantasmática– le sigue la estrategia insólita de un traje espacial, deportivo además, que busca cubrir el vacío con un gesto de desajuste, de absurdo y de ternura a la vez. Desde el inicio, el poema inaugura un diálogo con el espectro: “cuando te fuiste consulté un especialista en trajes espaciales… me decidí por uno de astronauta deportivo”. Esa pérdida funda el tono del libro entero: una conversación incesante con un fantasma que nunca abandona la escena, “anoche me esperabas en casa, un fantasma vestido de vos”.
La clave de ese traje, sin embargo, está en la palabra “gravedad”: el dispositivo imagina la pérdida de gravedad en el sentido físico –el astronauta flotando– y desplaza, con una humorada sutil, la “gravedad” como seriedad del duelo. En la ausencia del otro, quien habla también “pierde gravedad”: se desancla del peso del mundo, resignifica la palabra y sostiene allí el núcleo poético del libro.
El volumen despliega una constelación urbana: Buenos Aires aparece como escenario insistente, tanto en el Parque Centenario donde se adopta un gato como en balcones recorridos por un “bombón ensangrentado” –resignificación oscura y carnavalesca del hit “Bombón asesino”–. La ciudad no es telón de fondo sino materia verbal: se erige desde contenedores en el Cid Campeador hasta marquesinas que laten como signos de abandono. Ese entorno cotidiano es intervenido con elementos de la cultura pop –Buzz Lightyear, He-Man, la publicidad de Quilmes, Nike, Zurich, Leiva Joyas–, donde el slogan se reescribe como materia poética. En esa operación se adivina una cercanía con Leónidas Lamborghini, maestro en la torsión de recortes externos al canon, pero aquí llevado a un territorio más íntimo y a la vez performático: el show poético que Belgrano construye se nutre de televisores, canciones populares y retazos de publicidad, sin perder la gravedad de la ausencia que lo origina.
La música es otra matriz que sostiene la escritura. Silvio Rodríguez es torcido en un poema-Scrabble: “no tengo una canción para darte, ni abro una puerta”. También comparecen Peter Gabriel, The Cure, Santiago Motorizado. Cada cita es desajustada, como si la poeta buscara desmontar la canción para volverla otra cosa, un eco de la falta. Ese procedimiento alcanza su clímax en Bombón, donde la cita se oscurece hasta devenir figura espectral.
El libro se organiza en partes que funcionan como estaciones de una deriva sentimental y estética: “El año del pensamiento mágico” y “El año del pensamiento estelar” retoman ecos de Joan Didion pero trasladados a la órbita de una constelación amorosa; “Niña dark, salvaje y mentirosa” intensifica el cruce con lo narrativo, hasta arrastrar la poesía a la prosa y poblarla de imágenes televisivas; “Fragmentos del transcurso amoroso” dialoga, no sin ironía, con Roland Barthes; “Hacerse la viva” y “La forma del verano” despliegan, en cambio, una cotidianeidad horoscopal y familiar, donde aparece la hija Ámbar junto al río Volcán. Allí, la voz se abre a una epifanía mínima: “al río se va solo a estar”.
Las imágenes pictóricas, la écfrasis, aparecen como un modo de tensionar lo visible: un corazón de madera partido en un contenedor del Cid Campeador, o los veleritos que un oculista extrae con pinzas microscópicas. Ese modo de ver “mal lo que veía” condensa la descolocación que rige el libro: amar es perder foco, desmontar la mirada, arrancar con pinzas los fragmentos del dolor.
Belgrano, nacida en San Luis en 1979 y residente desde hace años en Buenos Aires, hilvana así un libro que se expande como archivo afectivo: desde el recuerdo familiar –piojos, frases de la abuela antes de morir– hasta la memoria política, en el poema dedicado a Antonio Di Benedetto, donde la voz reconstruye la experiencia de la dictadura y el exilio, cruzando biografía, dolor histórico y show poético.
En ese poema en particular, “Di Benedetto se va”, la autora articula una operación singular: habla de la cárcel de la Unidad 9 de La Plata (pabellón 11), de la experiencia compartida con Antonio Di Benedetto, y de cómo la escritura, incluso en condiciones extremas, podía ser un modo de resistencia y consuelo. Los motivos centrales que atraviesan el texto son la memoria del encierro y la represión, la figura de Di Benedetto escribiendo un cuento en un papel de cigarrillos, el símbolo de las anguilas y del lago como imágenes de sobrevivencia, y la contraposición entre horror y ternura. No es el mismo yo poético el que habla en primera persona directa, sino su padre, Julito, a quien el poema está dedicado. Ella le presta su voz para recuperar esa memoria, y con ello logra un doble homenaje: al escritor mendocino y al propio padre, transformando la experiencia de encierro en un testimonio íntimo y colectivo donde la literatura se vuelve resistencia frente al mal radical.
La obra culmina con “Me gusta”, que es también un ‘ars poetica’: “amo la poesía cuando es inútil, y a los poetas inútiles y las manzanas”. Allí la autora declara su apuesta: la poesía como espacio de lo no productivo, lo inútil pero vital, lo que resiste al mercado y se anuda a la experiencia. En esa enumeración conviven dinero, insomnio, desamor, bestias, frutas: un catálogo afectivo que ratifica la materia híbrida y desafiante del libro.
‘Cuando te fuiste alquilé un traje de astronauta deportivo’ es, en definitiva, un libro que erige su fuerza en la conjunción de lo íntimo y lo pop, lo espectral y lo urbano, lo político y lo familiar. Belgrano logra que el dolor de la ausencia se desplace a través de disfraces absurdos, canciones desfiguradas, slogans reapropiados, hasta encontrar una forma poética que es también una forma de estar en el mundo: desajustada, fantasmal, pero obstinadamente vital.